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Apuntes sobre socialismo desde abajo y poder popular

Autonomía de clase, autogestión del trabajo

Que la resistencia implicaba también creación, y no solo mera respuesta ante el poder, lo aprendimos con claridad durante las batallas contra el “Estado de malestar”. Si el telón de fondo del modelo neoliberal fue la desocupación, las reservas de dignidad popular pudieron verse expresadas en las iniciativas que ancianos y jóvenes –muchos jóvenes–, hombres y mujeres –sobre todo mujeres– fueron expresando luego de ver cómo se derrumbaba sobre sus hombros el Estado de Bienestar. Cuando ese Estado se retiró en sus facetas sociales, y dejó al frente a sus aspectos represivos, fueron los desposeídos y oprimidos  los que “aguantaron la parada”. Esa masa “proletariat” (del latín proletarius), es decir, los ciudadanos de la clase social más baja.

No fue el movimiento obrero, con su rica historia de lucha y organización sindical el que dio respuestas y ensayó modos de enfrentar la adversidad, sino las nuevas instancias de participación y organización que los condenados de la tierra supieron gestar, a veces con poca o casi nada instrucción, y prácticamente nula vivencia directa previa, aunque sí con amplia imaginación y profunda memoria histórica. No es de extrañar, si tenemos en cuenta que hace ya décadas hubo quienes (como Gilles Deleuze en su Post-scriptum a las sociedades de control) habían advertido sobre la dificultad de los sindicatos para comprender “las nuevas formas de resistencia”. Y si bien sectores específicos del ámbito gremial enfrentaron en lugares puntuales la maquinaria burocrática de la dirigencia sindical devenida empresaria (el caso más emblemático fue el los trabajadores del Estado y de la educación que construyeron la Central de Trabajadores Argentinos durante la década del 90), lo cierto es que fueron las organizaciones de trabajadores desocupados, junto con otros movimientos sociales, los que dieron nacimiento a novedosas prácticas de organización popular, entre ellas, las de autogestión en el trabajo, con fuerte anclaje territorial y matriz comunitaria.

 

Autonomía y autogestión

Ya en sus Manuscritos económico-filosóficos de 1844 el joven Karl Marx había visto con claridad la tendencia del capitalismo:

“La desvalorización del mundo del hombre crece en proporción directa a la valorización del mundo de las cosas. El trabajo no sólo produce mercancías; se produce a sí mismo y al trabajador como a una mercancía. El trabajo produce obras maravillosas para los ricos, pero produce desposeimiento para el trabajador. El producto del trabajo es el trabajo que se ha fijado, que se ha materializado en un objeto, es la objetivación del trabajo. La realización del trabajo es su objetivación. Esta objetivación del trabajo aparece, bajo la forma de la economía política, como desrealización del trabajador; la objetivación, como pérdida del objeto y como sometimiento servil a él; la apropiación, como alienación, como enajenación”.

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Son palabras estremecedoras, sobre todo si tenemos en cuenta que, pasado más de un siglo y medio, aún tienen vigencia.  Siguiendo la lógica de razonamiento del fundador del comunismo moderno, llegamos junto con él a la conclusión de que la alienación se muestra no sólo en el resultado, sino también en el acto mismo de producción. Por eso el autor de El capital remata:

“El trabajador no se afirma en su trabajo sino que se niega; no se siente bien, sino desdichado; no desarrolla ninguna energía física y espiritual libre, sino que maltrata su ser físico y arruina su espíritu. El trabajador sólo siente, por ello, que está junto a sí fuera del trabajo y que en el trabajo está fuera de sí… la exterioridad del trabajo para el trabajador se manifiesta en que no es propiedad de éste, sino de otro; en que no le pertenece; en que, el trabajador, no pertenece a sí mismo, sino a otro… Pertenece a otro, es la pérdida de sí mismo… Si el producto del trabajo no pertenece al trabajador; si es una fuerza contrapuesta a él, esto sólo es posible por el hecho de que pertenece a otro hombre distinto del trabajador. Si la actividad es, para éste, una tortura, debe ser disfrute y alegría vital para otro. Ni los dioses, ni la naturaleza; sólo el hombre mismo puede ser esa fuerza extraña colocada por encima del hombre… Si se relaciona con su propia actividad como con una actividad no libre, se relaciona con ella como con una actividad al servicio, bajo el dominio, la coacción y el yugo de otro hombre”.

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Esta alienación, esta des-realización es la que se intenta conjurar en las dinámicas de autogestión obrera. Porque tal como define el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra de Brasil, las prácticas cooperativas se caracterizan por el “carácter colectivo de la propiedad”, y porque se rigen “por principios democráticos, de adhesión libre, voluntaria y responsable de sus integrantes”. La práctica de la cooperación es, para el MST, “un gran instrumento pedagógico para la construcción del ser social”, dicen en una de sus cartillas. Visto desde esta perspectiva, aun en trabajos de pequeña escala, la cooperación se torna un elemento central en la edificación de un nuevo tipo de socialización. Dicho sea de paso, la cooperación es (conceptual e históricamente), el punto de partida de la producción capitalista, según supo recalcar Marx en El Capital. Libro en el que también afirma que “el mero contacto social genera, en la mayor parte de los trabajos productivos, una emulación, y peculiar activación de los espíritus libres, las cuales acrecientan la capacidad individual de rendimiento”.

Por todo esto es que fueron y son tan importantes las experiencias del movimiento de fábricas recuperadas por sus trabajadores, cuyo emblema es la ex ceramista neuquina Zanón, actualmente llamada Fabrica Sin Patrón (FASINPAT) y las iniciativas de producción autogestiva de los movimientos sociales, que en algunos sitios llegaron a construir viviendas de barrios enteros, y en otros, a montar la infraestructura necesaria para autoabastecer de materiales para la construcción, como la bloquera fundada en el sur del conurbano bonaerense por Darío Santillán. Si bien acotadas e imposibles de masificar, son el espacio de socialización, el lugar de resistencia y de creación de una nueva subjetividad que aportan a construir, en el aquí y ahora, los modos de producción no capitalistas que pueden llegar a ser los gérmenes de una sociedad socialista.

La toma de establecimientos laborales abandonados por sus patrones se produjo en un momento de crisis muy específico, que volvió –hasta el momento a repetirse–. Así y todo, en los últimos tiempos se ha recuperado –sobre todo en la provincia de Buenos Aires–, una importante cantidad de establecimientos laborales, entre los que se destacan la imprenta Donolley. Los proyectos de producción autogestiva, en cambio, siguen siendo emprendimientos que, más allá de cambios de coyuntura, no dejan de proliferar, por la sencilla razón de que hay toda una masa de la población que no ingresó al mercado laboral, aun después de los mejores momentos de reactivación económica que el país vivió durante la última década. Esto, sumado a la inmensa cantidad de trabajadores –sobre todo jóvenes– que fluctúan entre la desocupación y el trabajo precarizado y temporal. Por eso la construcción de nuevas herramientas, como lo es la Central de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP), es una tarea estratégica del movimiento popular. Porque serán estos sectores, en sólida alianza con quienes construyan sus trincheras dentro del movimiento sindical, los que puedan aportar a la construcción de una salida política sustentada en una autonomía de clase.

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“Islotes de comunismo”

Tal vez para finalizar podamos recuperar las reflexiones realizadas por el último Louis Althusser. “¿Podremos alcanzar el comunismo?”, se pregunta en su ya clásica y desgarradora autobiografía (El porvenir es largo). El viejo pensador, que en su cruce entre marxismo y psicoanálisis decía que había que estar “a la escucha” de los “nuevos movimientos sociales”, afirma no saber nada al respecto. Pero sí, en cambio, destaca que hay desarrollándose “islotes de comunismo”, de la mano de esos “movimientos sociales de masas”. “Marx concibió el comunismo como una tendencia de la sociedad capitalista. Esta tendencia no es una resultante abstracta. Existen ya, concretamente, en los intersticios de la sociedad capitalista…”, escribe en El marxismo como teoría “finita”. Siguiendo en esa línea, y recordando esa vieja frase de Marx (“La historia tiene más imaginación que nosotros”), podemos destacar que las últimas décadas, tanto en Argentina como en el resto del continente, las prácticas de ruptura con el orden social establecido, han tomado a muchos por sorpresa. Y también, que esas excepciones a lo dado, a lo existente, se venían amasando en los pasadizos insospechados por la Historia.

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