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Apuntes sobre socialismo desde abajo y poder popular

El frente único, la resistencia y la construcción de una alternativa política. Segunda parte

Siguiendo las mejores tradiciones del marxismo revolucionario (y el más básico sentido común) consideramos que el punto de partida para enfrentar una ofensiva patronal contra las clases populares es la más amplia unidad en la acción y la construcción práctica de un frente social defensivo que se proponga detener la ofensiva macrista. En este periodo que se abre, el interés más inmediato y acuciante de las clases populares es hacer fracasar el intento de producir una recomposición derechista de la hegemonía de las clases dominantes que intentará el gobierno de Macri.

 

El Frente Único en nuestra actual etapa política

Para comprender las tareas de unidad táctica y estrategia en el momento actual es preciso caracterizar la etapa política en curso. La caracterización es necesariamente provisoria, porque la nueva situación política está en formación y todavía no es posible comprender exhaustivamente su naturaleza. El macrismo en el poder aspira a generar lo que podría caracterizarse como un cambio de etapa en un marco de continuidad con el modo de acumulación capitalista. Ello implica un juego de continuidades y rupturas con la experiencia kirchnerista. Por un lado, en términos económicos, podemos decir que ambos procesos (macrismo y kirchnerismo) no han alterado en profundidad la matriz productiva heredada del neoliberalismo, orientada a la exportación de commodities y centrada en un proyecto de desarrollo dependiente del capitalismo periférico. El kirchnerismo intentó revitalizar la ideología peronista del capitalismo nacional, pero sin modificar la orientación extractiva, con una inserción dependiente y subalterna en el mercado mundial, que se consolidó en el neoliberalismo. El macrismo llega al poder para profundizar y radicalizar los rasgos más regresivos de un capitalismo periférico que el kirchnerismo nunca se propuso transformar de raíz, y que experimenta desde hace algunos años un claro ciclo de contracción.

Sin embargo, en el marco de esa continuidad relativa de la forma de acumulación de capital, el macrismo intenta generar un reacomodo profundamente regresivo de la correlación de fuerzas entre clases. El kirchnerismo, podemos decir, fue una experiencia de recomposición de la dominación de clases en Argentina a partir de la nueva correlación de fuerzas (más favorable a los sectores populares) instalada a partir de las jornadas de resistencia al neoliberalismo. El Estado, en la última etapa política, actuó como garante de un compromiso de clases sobre las bases objetivas débiles del desarrollo capitalista periférico. Así, el proceso global del kirchnerismo tuvo un carácter de recomposición de la paz social en una etapa relativamente más favorable a la clase trabajadora. Ese proceso de recomposición de la normalidad social e institucional a partir de la concesión de demandas y la construcción de un Estado que, si mantuvo un carácter global de clase inequívocamente capitalista, también resultó parcialmente poroso a los intereses populares.

Hoy, el macrismo está utilizando el poder del Estado para promocionar una ofensiva contra la correlación de fuerzas más favorable a la clase trabajadora. Las políticas de los últimos meses, en efecto, buscan generar una regresiva redistribución del ingreso, aleccionar a los sectores combativos de la clase trabajadora mediante los despidos y construir, globalmente, una correlación de fuerzas favorable al capital y la clase dominante.

Queda por verse en qué medida el macrismo logrará estabilizar la nueva situación política. Las medidas regresivas del gobierno actual no cristalizan por sí mismas en un cambio de etapa, pero podrían hacerlo. Ello depende del nivel de respuesta social: si el macrismo logra construir legitimidad en el nuevo marco, asistiremos a una reestructuración regresiva de las relaciones de fuerza, en un contexto mucho más desfavorable para la clase trabajadora.

Si bien las clases populares están en una situación defensiva, la etapa política está abierta y sin desenlace evidente. A diferencia de otros periodos (la comparación más evidente es con los años 90 y el gobierno de Menem), el movimiento popular tiene importantes reservas de politización y resistencia y la clase obrera viene de un proceso de recomposición de la fuerza laboral, que le da margen de disputa en la lucha salarial (aunque también viene de un proceso de fuerte precarización de una porción de los trabajadores y de fortalecimiento de la burocracia sindical, ambos favorecidos por el kirchnerismo). No está escrito en ningún lado que este avance derechista vaya a ser necesariamente exitoso. Pero para frustrarlo, necesitamos la mayor unidad en la acción para la lucha social.

Por esta razón, son preocupantes algunas señales torpemente sectarias de algunos sectores de la izquierda, como el PO. Derrotar la ofensiva macrista, esto es, evitar que el nuevo gobierno construya un consenso social en torno a las medidas regresivas que viene impulsando, es una tarea de primer orden para el movimiento popular. En ningún sentido puede afirmarse que el desenlace de la pulseada actual sea irrelevante para las fuerzas anticapitalistas, por más que en esa pulseada no esté en cuestión el capitalismo como tal. Los cambios de etapa, que cristalizan correlaciones de fuerzas entre clases, marcan y condicionan los niveles de conciencia, organización y combatividad de los sectores populares. El triunfo de un nuevo consenso neoliberal, que logre disciplinar a la clase trabajadora e imponerle la aceptación de un marco capitalista más desfavorable a sus intereses, significaría hoy un retroceso de las posibilidades de todo proyecto de radicalización revolucionaria de la clase trabajadora. El frente único como política defensiva ante el ataque del macrismo es hoy indispensable para evitar que esta nueva correlación de fuerzas se consolide.

Evidentemente, al tiempo que se plantea la unidad de acción defensiva, es preciso desarrollar las tareas para acercarnos a un horizonte estratégico socialista, que implica o implicará a su turno una delimitación con las corrientes reformistas. La unidad en la acción, como intentamos mostrar en la primera parte del artículo, no tiene nada que ver con la adaptación o el seguidismo a direcciones reformistas o burguesas. Por el contrario, genera las mejores condiciones para dar una lucha política que, en nuestro caso, pasa por explicar pedagógica y pacientemente que el kirchnerismo es en buena medida responsable de la victoria electoral de la derecha, que allí donde gobierna aplica también medidas de ajuste y que, en cualquier caso, la alternativa política frente al macrismo no es el retorno de Cristina, sino la construcción de una nueva experiencia política que supere los límites insalvables del kirchnerismo (aunque pueda y probablemente deba contener y dialogar con los sectores combativos y militantes, y también con fracciones no encuadradas orgánicamente de la sociedad, que participaron honestamente de esa experiencia o mantienen expectativas en ella).

En cualquier caso, vamos a estar en mejores condiciones para construir una alternativa política emancipatoria si logramos hacer fracasar la tentativa derechista de dar un golpe regresivo a las correlaciones de fuerza sociales. Para algunos actores de la izquierda revolucionaria, parecería que lo principal es la lucha política contra el kirhcnerismo, aún a costa de retroceder en el terreno de la lucha de clases. Pareciera que su razonamiento fuera: “siempre y cuando podamos nosotros derrotar al kirchnerismo y monopolizar la oposición política, es secundaria la derrota de las clases populares ante la ofensiva patronal”. Estas posiciones juegan con fuego y desconocen el enorme retroceso social y político que significaría una victoria del actual gobierno y son, objetivamente, funcionales al macrismo. Y, además, son especialmente ineficaces para la lucha política con el kirchnerismo, en la medida en que estas posiciones ubican a sus defensores en oposición a los intereses populares más elementales. Esto se puso en evidencia en la criminal ausencia de sectores de la izquierda en las movilizaciones contra Milagro Sala, en un momento político donde estaba siendo amenazado el “derecho a la protesta” de todo el campo popular y cuando se prefigura una fuerte intensificación de la represión política o en la oposición indiscriminada a la posibilidad de explorar la realización de un acto unitario el próximo 24 de marzo.Las corrientes sectarias o ultra-izquierdistas, que rechazan el frente único o lo practican en forma distorsionada, con perspectivas de auto-construcción mezquinas, no sólo fracasan en conectar con las masas, sino que son también menos capaces de enfrentar a las direcciones reformistas. Hoy, abstenerse de acciones frentistas aduciendo criterios ideológicos, es hacerle el juego al kirchnerismo como única dirección de la resistencia al macrismo legitimada ante las masas. Abstenerse de participar en campañas unitarias donde están ostensiblemente en juego intereses populares, lleva a la izquierda a perder legitimidad ante la clase trabajadora, asumiendo el achacado rol del infantilismo izquierdista que actúa mezquina e irresponsablemente. La táctica de frente único, lejos de la adaptación al reformismo, es una táctica para generar mejores condiciones para competir con éste. En cambio, las tácticas sectarias de diversos tipos desarman a la izquierda, la enajenan a los sectores populares y refuerzan el liderazgo del reformismo.

 

Frente único y alternativa política

Lo anterior remite al aspecto táctico de la política de Frente Único en la actualidad. Se trata de una táctica defensiva, de unidad en la lucha con corrientes reformistas o populistas, que mayormente permanecieron encuadradas en el marco de del kirchnerismo en el ciclo anterior. El objetivo de esta táctica es no deslegitimar a la izquierda ante las clases populares y, fundamentalmente, evitar que el macrismo consolide una nueva etapa política en un contexto de consenso de clases regresivo. En términos estratégicos, es preciso reflexionar sobre las necesidades de largo aliento de construcción de una alternativa anticapitalista en el contexto actual.

Experiencias recientes en nuestro país y el mundo muestran que la perspectiva de superación del capitalismo permanece, en términos de política de masas, como minoritaria. Por una serie de razones de largo alcance, como el fracaso o la deriva totalitaria de la mayoría de las experiencias erigidas en nombre del socialismo en el siglo XX, la perspectiva anticapitalista no logra aparecer ante las masas populares como una alternativa política realista, salvo por contextos y situaciones excepcionales. Esto significa que las corrientes socialistas, anticapitalistas y revolucionarias debemos plantear una perspectiva de acumulación de fuerzas y preparación de la ofensiva de largo aliento, en un contexto donde las masas depositan todavía fuertes expectativas en las direcciones reformistas, populistas, nacionalistas-burguesas, etc.

El contexto descrito plantea problemas estratégicos: ¿de qué manera acumular fuerzas para pasar a la ofensiva? Una opción, que es propia de las corrientes ultra-izquierdistas o sectarias, es rechazar frontalmente los procesos reformistas, con la convicción de que mantener una posición de principios desde la proclamación ideológica socialista garantiza la acumulación de fuerzas para pasar a la ofensiva cuando el contexto sea más favorable. Su política se basa en augurar el fracaso de las direcciones reformistas (que serán, inexorablemente, erosionadas por la dinámica del capital y la imposibilidad de sostener a largo plazo políticas progresistas en el marco del capitalismo). La perspectiva estratégica de estas corrientes radica en la expectativa de que las masas, cuando culminen su experiencia con el reformismo, viren a una dirección revolucionaria que previamente mantuvo una posición anticapitalista de principios en condiciones de aislamiento.

Esa perspectiva estratégica adolece, creemos, de dos grandes deficiencias. Primero, carece de un programa transicional hipotéticamente adecuado a la experiencia de la clase. Supone que una política que abra caminos hacia el socialismo surgirá ante todo de un viraje ideológico de principios entre las masas, en lugar de surgir de experiencias de lucha más inmediatas. La proclamación de principios socialistas o antiacapitalistas sería, entonces, el principal motor de una política socialista. Contra esa hipótesis, sostenemos que una ruptura hacia el socialismo surgirá antes de demandas transicionales que de la súbita apropiación de un programa máximo por parte de los sectores populares. Las consignas transicionales no son por fuerza ideológicamente socialistas, pero componen un programa que conduce, en un momento y lugar determinados, a una ruptura frontal con la burguesía. Tales eran, por citar un caso reciente, las propuestas del programa de Tesalónica con el que Syriza llegó al poder. La capitulación de Tsipras con respecto a su propio programa “reformista radical”, muestra que el programa original de Syriza, sin ser abiertamente revolucionario, era efectivamente de ruptura. Un proceso de transición al socialismo, sostenemos, surgirá antes de programas de este tipo que de la sola proclamación ideológica o principista del anticapitalismo. En este punto, la frontera entre reforma y revolución se revela variable: una política reformista puede devenir revolucionaria en el contexto adecuado y conforme el horizonte de correlaciones de fuerza dado.

En segundo lugar, la experiencia enseña que las masas, que aprenden a desconfiar de las corrientes ultra-izquierdistas en la fase ascendente de los procesos reformistas, difícilmente se vuelquen a esas corrientes cuando el reformismo entra en declive. La delimitación con respecto a las corrientes reformistas no responde a la mera declamación de principios, sino que deben surgir procesos de ruptura con ellas que no puede decretarse ideológicamente. La izquierda radical, en un período de relativa hegemonía del reformismo, tiene la responsabilidad de mantener capacidad de diálogo con las expectativas vacilantes o moderadas de los más amplios sectores populares, porque sólo del tránsito a través de esas expectativas (y en el proceso de ruptura con ellas) pueden surgir movimientos anticapitalistas de masas.

Un proyecto socialista para la actualidad, podemos decir, no surgirá únicamente de una tajante ruptura ideológica de la clase trabajadora con el capitalismo. Es más dable esperar que ese proyecto surja de un proceso de aprendizaje colectivo donde convivan continuidades y rupturas con el reformismo. La necesidad de una transición socialista debe llegar a ser vivenciada en continuidad parcial con experiencias de avance compartido experimentadas por la clase trabajadora en tiempos de hegemonía reformista. El proyecto revolucionario implica una ruptura con las direcciones reformistas, pero esa ruptura debe lograr incluir y superar demandas, consignas y conquistas conseguidas bajo esas direcciones, sentidas por la clase trabajadora como propias, rearticuladas en términos de un proyecto socialistas superador. La separación irreconciliable entre la clase trabajadora y la clase dominante, que es la tarea estratégica de las corrientes políticas revolucionarias, debe imaginarse más como un proceso ligado a la experiencia de la propia clase. En ese proceso, es necesario incluir y superar (antes que impugnar frontalmente) las expectativas reformistas de los sectores populares, motorizándolas en sentido socialista a través de una serie de rupturas. No es la declamación principista del socialismo, sino la intervención en horizontes concretos de lucha, la que posibilitará esas rupturas. La perspectiva socialista hoy debe ser contra-hegemónica, articular una pluralidad de experiencias, demandas y modos de sentir de la clase trabajadora e integrarlas en una orientación política superadora.

 

 

Ver también: El frente único, la resistencia y la construcción de una alternativa política. Primera parte

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