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Apuntes sobre socialismo desde abajo y poder popular

Guevara: el regreso del pensador insurgente

Según Hobsbauwn en su Historia del Siglo XX  “La destrucción del pasado, mejor dicho de los lazos sociales que vinculan la experiencia contemporánea del individuo con las generaciones anteriores, es uno de los fenómenos mas característicos y extraños de las postrimerías del siglo XX”. Efectivamente por aquellos años ’90 parecía que los individuos, y particularmente los jóvenes, vivían su existencia con prescindencia del pasado, una suerte de presente permanente. Sin embargo, y como contradiciendo esta tendencia, a cinco décadas de su caída en la selva boliviana, la figura de Ernesto Guevara de la Serna, el Che, ha retornado al centro de la escena de la mano de historiadores, periodistas, políticos, intelectuales, cineastas… Pero sobre todo su nombre y su imagen aparecen enarbolados, tanto en manifestaciones como en canchas de fútbol, y no solo en Argentina, por crecientes franjas de la juventud. ¿Qué indica esto? ¿Es una expresión del mercado y del consumismo que todo lo transforma en mercancía? ¿Un intento generalizado de convertirlo en icono inofensivo? ¿De transformar en punta roma el agudo estilete crítico de su pensamiento y acción? ¿O será que en este tiempo deshumanizado y bárbaro su figura ética y humanística por excelencia convoca en algunas geografías a la politización esperanzada y en otras a la desesperación y rebeldía de jóvenes sin horizonte y sin futuro? ¿O tal vez tendrá que ver con que hoy existen las posibilidades de acercarse a la casi totalidad de su obra, de romper con la carencia de información y por lo tanto con el conocimiento fragmentado que existía hasta no hace mucho, y avanzar en una reconstrucción crítica de su obra y acción, así como de su vida y pensamiento? Hoy cuando aquel 8 de octubre parece tan lejano hay numerosos indicios de que esa tarea se está realizando.   Se trata de realizar un esfuerzo por romper con el adocenamiento apologético, por evitar que concluyan congelando en frío monumento –aquellos iconos inofensivos de que hablara Lenin-, la figura del “guerrillero heroico”, que lo fue, del “aventurero consecuente”, que también lo fue, o del “internacionalista consecuente”, que también lo fue.   Por el contrario, para nosotros se trata de ir al encuentro de las facetas más creadoras, aquellas que no por poco conocidas o poco estudiadas, son menos importantes. Se trata de ir al rescate del Che como hombre de ideas, portador de un pensamiento crítico e insurgente, que al decir de Almeyra y Santarelli no es otra cosa que ir al encuentro de Il pensiero ribelle.   Cualquiera sea el ángulo desde el cual se intente abordar la lectura hay un vértice de atracción, un hilo conductor que recorre cada uno de los momentos de su vida revolucionara –el Che y la lucha contra el reformismo, el Che y la conquista del poder, el Che y la construcción del socialismo, el Che y la dinámica de la revolución mundial-  y ese punto de atracción es el hombre, el hombre nuevo como hacedor de historia y artífice de las transformaciones sociales.   Es la revalorización del humanismo marxista, sepultado durante décadas por la escolástica estalinista, lo que encontramos en su universo de ideas y lo que Ernesto Guevara coloca en el centro de sus preocupaciones, en su visión revolucionaria del mundo. Para el se trataba de construir…un sistema marxista, socialista, coherente, o aproximadamente coherente, en el que hemos colocado al hombre en el centro, en el que se habla del individuo, de la persona y de la importancia que este tiene como factor de la revolución.   Arturo Guzmán, ex ministro de Minería y Metalúrgica de Cuba, sintetizaba así su visión del Che: “…en su prédica constante sobre la necesidad de formar un hombre nuevo, el hombre producto del socialismo y constructor del comunismo, que viviera para y por la sociedad, Guevara plantea el desarrollo de la conciencia como el único camino posible que conduce a la nueva sociedad. Plantea que con las armas melladas del capitalismo el socialismo no  puede formar a su hombre; que el estímulo material es un mal necesario, pero al que hay que erradicar definitivamente; ningún hombre consciente puede ser sustituido por hombres que se muevan empujados por estímulos materiales. Viéndolo en perspectiva histórica el hombre nuevo ya es viejo para él; en su propia vida vemos las virtudes que él pregona necesariamente para ese nuevo ser social”. (Citado por J. Aricó en el prólogo a su recopilación).   Ir al reencuentro del pensador insurgente, del pensador de la utopía de su tiempo, que fue y es también nuestro tiempo, requiere colocar a Guevara en el contexto de la teoría y de la práctica de la revolución latinoamericana, de las ideas y las concepciones que emergen de la revolución cubana y que se entrecruzan, en complementación y disputa, con otras ideas y corrientes en tensión por los acontecimientos que en el terreno de la lucha de clases recorrían el mundo de ese entonces.   Ese lapso que va desde 1959 – la irrupción de la Revolución Cubana- hasta 1973 – el fin de la intervención militar norteamericana en Vietnam-, se desarrolló sobre un fuerte proceso de acumulación y reproducción de capitales, en un período de gran expansión de la economía capitalista  mundial y de profundas transformaciones sociales, que se inició no bien concluyó la 2da Guerra Mundial. Formaron parte así de lo que algunos autores –Ernest Mandel / E.P. Thompson- llamaran la “edad de oro”, “… sin precedente y tal vez anómala”, que se desenvuelve entre 1945-1973.   Los acuerdos de Yalta permitieron la emergencia, en la inmediata postguerra, de un sistema político internacional de estructura bipolar, sustentado en “una cuidada relación de guerra fría” entre los EE.UU. y la hoy ex URSS, que presentaban su disputa como confrontación ideológica total entre campos antagónicos, con formas de propiedad y relaciones de producción y organización social distintas.   La combinación de esta situación de guerra fría con la fuerza de la emergente revolución colonial abría un extenso “campo”  antiimperialista, pero en él, y de la mano del marxismo oficial, el nacionalismo sustituía al internacionalismo y la lucha de clases era abandonada por la confrontación entre bloques.   En esta dinámica la emergencia de los movimientos de liberación nacional y de la nueva izquierda revolucionaria en el mundo, se afirmaban en un fuerte sentimiento antiimperialista que cuestionaba la hegemonía económica y militar de los EE.UU, así como en una posición crítica frente al comunismo oficial de la URSS y su política de coexistencia pacífica.   La combinación de estos elementos, a los que hay que agregar el surgimiento de los movimientos contestatarios al interior de los países centrales y la aparición de una verdadera contracultura en las artes, en las letras y en la vida cotidiana (sexualidad, vestimentas, costumbres) que pujaba por desestructurar la cultura dominante de la época, configuraban un cuadro de situación que favorecía el desarrollo de la lucha de clases y la confrontación antiimperialista, otorgándole un formidable dinamismo a las ideas de transformación social.   Las tendencias revolucionarias que se desarrollaban en todas las geografías del planeta colocaban como meta de su accionar la superación del capitalismo. Sin embargo la lucha concreta contra este solo era asumida en toda su extensión, como no podía ser de otro modo, por aquellas corrientes que se afirmaban en la lucha de clases, en un anticapitalismo sin concesiones y en el desarrollo de las contradicciones del sistema. Esto se daba en abierta oposición y ruptura con los partidos comunistas pro-soviéticos y con la socialdemocracia de ese entonces. En esa disputa se desarrollaron ampliamente el maoísmo, el castrismo-guevarismo y el trotskismo, cuya inserción social se veía favorecida en América latina, y particularmente en Argentina, por la aparición de una franja radicalizada de obreros, estudiantes e intelectuales que, asumiendo aún con múltiples variantes las ideas del socialismo, colocaban la cuestión del poder a la orden del día revitalizando al movimiento revolucionario y al marxismo mismo.   Así las distintas tendencias que vertebraban la nueva izquierda en ascenso emergían, bien como fracturas de lo existente, bien como estructuras diferenciadas desde sus inicios de los viejos partidos comunistas y socialistas. Es en este curso de la historia mundial y latinoamericana en que deben inscribirse las ideas y el pensamiento de Ernesto Guevara, surgidos al calor de la revolución cubana, en el seno de su dirección y del joven partido comunista nacido después de la revolución. La particularidad de las mismas radica en que se fueron elaborando en el combate diario  por la construcción de una sociedad distinta y en la confrontación con el marxismo de manual, con el…escolasticismo que ha frenado el desarrollo de la teoría marxista, con la vulgarización de un pensamiento que, nacido libertario y creador, resultó convertido en dogma fosilizante.   Y si cincuenta años después, con la distancia que el tiempo pone respecto de las pasiones y de las luchas de ese entonces, intentamos una revalorización del mismo es porque, como Almeyra en La ricoperta del Che, pensamos que es posible considerar el conjunto de su pensamiento como un aporte a la refundación del marxismo moderno y una recuperación de los aspectos centrales del pensamiento marxiano.   Lo paradojal es que Guevara no era un teórico, no disponía de una formación rigurosa y conocía poco, y tal vez mal, las diversas corrientes y posiciones históricas que se confrontaron en el movimiento comunista internacional. No era un teórico, se elevaba desde la práctica para mejor comprender y extraer las conclusiones teóricas sin prejuicio alguno. Tal vez no conocía, pero ejercía como pocos, esa vieja máxima leninista popularizada en aquellos años por el filósofo francés Jean Paul Sastre, “La teoría nace de la acción y al mismo tiempo la enriquece”.   Decía el Che: …teorizar lo hecho, estructurar y generalizar la experiencia para el aprovechamiento de otros es nuestra tarea del momento.   Y es en el momento de la construcción del socialismo en Cuba en que aparece en toda su plenitud y dimensión esta faceta de Ernesto Guevara: es el hombre de gobierno y teórico de la economía política que encontramos en el artículo Contra el Burocratismo; en las Conversaciones del Ministerio de Industria y en el Debate económico de los años 63-64; es el dirigente revolucionario del Discurso de Argelia y fundamentalmente en la carta a Marcha de Montevideo: El Socialismo y el hombre en Cuba; es por último el revolucionario integral que despunta en cada una de las dolorosas páginas de su Diario de Bolivia y también en los conocidos fragmentos de su paso por el Congo.   En el siempre difícil período de transición, entendido como aquel pasaje de la sociedad agotada y caduca, cuya liquidación los revolucionarios no hacen más que apresurar, a una sociedad nueva que surge con la fuerza propia de las masas en acción, pero que se encuentra condicionada por los resabios del pasado. Es en ese pasaje del reino de la necesidad al de la libertad, que …transcurre en medio de violentas luchas de clases y con elementos del capitalismo en su seno que oscurecen la comprensión cabal de su esencia, en que es puesta a prueba la coherencia y la firmeza de los dirigentes revolucionarios.   El cerco imperialista aísla a la revolución – la guerra civil se extiende – el ejercicio del poder absorbe cada día más a los dirigentes – las formas autoritarias se montan sobre la debilidad popular – los elementos del pasado siguen actuando –la situación favorece el desarrollo de hábitos y practicas peligrosas – la degeneración burocrática acecha en cada esquina – inestabilidad del poder político, del que no se puede pensar que esté consolidado definitivamente…   Es conocido que en medio de esta secuencia casi lógica al Che le preocupaban los indicios, que luego se confirmarían, de que el sectarismo y el autoritarismo conculcaran el intercambio de opiniones y reemplazaran el debate. La confrontación solapada entre distintas alas del movimiento y el crecimiento de la influencia de la llamada tendencia sectaria lo llevaron a prohibir los interrogatorios ideológicos y las persecuciones políticas. Es en esta realidad que deben analizarse textos como: Debemos aprender a eliminar viejos conceptos (discurso agosto de 1960); Contra el sectarismo (Resolución del Ministerio de Industrias, mayo de 1961); Contra el burocratismo (artículo, febrero de 1963); El comunismo debe ser también una moral revolucionaria (entrevista periodística, julio de 1963); Una actitud comunista frente al trabajo (discurso, agosto 1964).   La relectura de los textos de Guevara en este período resulta una experiencia singular, una fuente motivadora que inspira reflexiones críticas y estimulantes.   Forjado en la “escuela del hacer”, sus escritos, sus conferencias, sus propuestas de acción práctica toman la forma del discurso de lo concreto, insertos en la realidad cotidiana de esa sociedad en cambio, alejados de construcciones abstractas que suelen justificarse por su propia lógica interna.   La economía – a la que privilegia como economía política – es en sus planteos la instancia fundamental en que el hombre se realiza. Por lo tanto se impone su transformación para que esa realización alcance su plenitud. Y esta reorganización socioeconómica requiere de una convergencia dinámica de recursos y necesidades sociales, pero encuentra obstáculos internos y externos de consideración.   Incorporación de fuerza de trabajo – incremento de la demanda de bienes y servicios – escasez de recursos propios – racionamiento – dependencia del comercio exterior. Esta parece ser la lógica inevitable por la que atraviesan  los procesos de transformación social. Cuba, el Chile de Salvador Allende y  Nicaragua, en nuestra América latina, son ejemplos más que evidentes.   Pero el horizonte de ideas guevariano no se detiene en la articulación de recursos escasos y necesidades amplificadas.  El socialismo como simple método de reparto social, como nueva conciencia productivista, no le interesa, sí como una concepción capaz de potenciar las posibilidades del proceso de transformación  en el período de transición.   Así los movimientos de la economía no pueden ser totalmente libres, deben estar sometidos a la intervención consciente. Es el plan el que ordena la actividad de los hombres pero, y en esto se escapa una vez más del manual oficial, no debe coartar las iniciativas y libertad individual. La construcción socialista para el presupone y requiere un cambio cualitativo de las estructuras mentales de los sujetos, capaz de liberar las fuerzas de la creatividad para ponerlos al servicio de la producción y la organización.   La revolución no es como pretenden algunos, una estandarización de la voluntad colectiva, de la iniciativa colectiva, sino todo lo contrario, es liberadora de la capacidad individual del hombre.   Es en este contexto que deben ser confrontadas, entre otras intervenciones: El plan y el hombre (entrevistas, julio de 1964); La planificación y sus problemas en la lucha contra el imperialismo (discurso, julio de 1963); Consideraciones sobre los costos de producción (artículo, junio de 1963); Cuba, su economía, su comercio exterior, su significado en el mundo (artículo, octubre de 1964); Discurso de Argelia (discurso, febrero de 1965).   En su propuesta los criterios político-económicos se inscriben en lo mejor de la tradición marxista. El socialismo es, por sobre todas las cosas, un hecho de conciencia que condensa la formación de un hombre nuevo en una nueva sociedad, cualitativamente diferenciada de la anterior.   Así, la sociedad  va siendo transformada por los hombres pero al mismo tiempo estos hombres se transforman a sí mismos. Establece, entonces, una íntima relación dialéctica entre la base material (reorientación del desarrollo de las fuerzas productivas) y la formación de los sujetos sociales con una nueva conciencia (revolucionaria).   En la intersección entre las concepciones estructural-cientificistas y las que provienen de la filosofía de la praxis, que rescatan el humanismo marxiano, se ubica el núcleo central del pensamiento de Guevara en el período de transición.   En la definición de un socialismo que el solo acepta si desde el primer momento incorpora elementos del comunismo, en un proceso único, ininterrumpido, permanente, donde el estímulo moral y el trabajo voluntario juegan un papel determinante frente a lo material y a las categorías capitalistas. Donde el protagonismo conciente de las masas, las instituciones del poder popular y la autoorganización de los trabajadores constituyen la única garantía frente a las tendencias a la degeneración burocrática, a la cristalización de las direcciones y a la despolitización de las masas.   Revolución que no se profundice constantemente, es revolución que regresa.   Esta frase sintetiza lo anterior y con ella enfrenta las concepciones etapistas y la doctrina estalinista, dogma oficial de la época, que institucionalizaba con fuerza de ley la existencia de “…una correspondencia necesaria entre las relaciones de producción y los caracteres de las fuerzas productivas”.   Esta línea de pensamiento, que recoge los trabajos del joven Marx y se emparenta con las aportaciones del italiano A. Gramsci, del peruano J. C. Mariátegui y del argentino Aníbal Ponce, se expresa puntualmente en cada uno de sus trabajos económicos e intervenciones públicas, que al fundirse en ellos constituye sin ninguna duda un aporte original a la teoría marxista, fue enriquecida con cada una de sus contribuciones en el debate económico de los años ‘63-64.   El debate que, como señala Löwy “…adquirió un carácter sin precedentes en un país socialista desde la muerte de Lenin”, tuvo su origen en las propuestas de Guevara en relación a los métodos de gestión de las empresas en Cuba. Pero la riqueza de las discusiones y seguramente de su clara intención de provocar la discusión, hizo que esta se extendiera al conjunto de los aspectos que hacen al cuerpo teórico de la economía política socialista en el período de transición, para concluir en un verdadero examen crítico de las experiencias llevadas a cabo en los países del bloque socialista.   Es que el Che intuyó tempranamente que en paralelo al crecimiento de la presión imperialista crecía también la influencia soviética, bajo la forma de ayuda económico- técnica, pero también como la imposición de un modelo ya definido en otras latitudes. Lo que luego K. S. Karol explicaría como “…el vacío político de la revolución, que en apariencia se llenaba con la definición por el socialismo, tendía a ser ocupado por la burocracia y el marxismo de manual”.   Así el debate giró en torno a: el modelo presupuestario de gestión frente al cálculo económico o autogestión financiera; la planificación centralizada y el rol de la ley del valor en el período; la correspondencia entre las fuerzas y las relaciones de producción; los estímulos morales y los materiales y el papel de la conciencia en la construcción del socialismo. El peso de los Manuscritos de 1884 en las intervenciones del Che en estas discusiones es más que evidente.   El proto-modelo cubano que configuraban sus concepciones constituía en la práctica una búsqueda inacabada de soluciones no dogmáticas que incluían, y en absoluto esto era una cuestión menor, una nueva relación entre el Partido y el Estado, privilegiando al primero y su relación con las masas, pero también en la relación entre estas y el Partido, favoreciendo la autoorganización y una dinámica distinta entre dirigentes y dirigidos.   Se preguntaba ¿Qué relación hay entre el Partido y el Estado?  ¿Entre la revolución y el pueblo? Y se contestaba: hasta Hoy estas relaciones se han regido por la telepatía pero la telepatía no es suficientemente buena…No somos felices con el estalinismo, pero no aceptamos la reacción al estalinismo de los soviéticos. Su obsesión era así…elegir correctamente el instrumento de movilización de las masas. Y se orientaba entonces por caminos inéditos que lo separaban cada día más de los modelos preexistentes. Es otra paradoja más, pues el mismo señaló algunas vez que para él el futuro se encontraba en lo que pasaba detrás de la “cortina de hierro”, pero como algún autor demostró era una etapa en que el Che estaba “…formado en la experiencia directa, con una visión de la historia del socialismo real muy limitada, sin conocimiento de lo que realmente pasaba en la URSS y sin los reflejos teóricos que le permitieran separarse de la experiencia”. P.I. Taibo II complementa “Ni los procesos de Moscú, ni el autoritarismo policiaco, ni los GULAG, ni la persecución a la disidencia, ni el antiigualitarismo burocrático, ni la economía mal planificada, ni el marxismo de fachada de cartón y piedra de los rusos, formaban parte de la cultura política del Che en 1960”.   Sin embargo esa “escuela del hacer” que ejercitaba como pocos, en la que construía a pasos acelerados su pensamiento, y su honestidad intelectual para sacar conclusiones sin prejuicio alguno, lo llevó a enfrentarse, a medida que tomaba contacto con esa realidad desconocida, con las burocracias de Estado del Este y de la propia URSS.   Jeanette Habel señala que “Desde 1962, esto es, un año después de la proclamación oficial del carácter socialista de la revolución cubana y dos años después del establecimiento de relaciones privilegiadas con la URSS, la crisis de los misiles vendría a sacudir la confianza del dirigente revolucionario en torno a la solidez de la alianza y a la confiabilidad de la ayuda”.   Disputaba por la implantación de una cultura solidaria a la par que era portador de un nuevo estilo, franco, punzante, autocrítico –como cuando reconoció públicamente sus errores al forzar la industrialización acelerada o la escasa participación de los obreros en el control de las fábricas. Adolfo Gilly plantearía tiempo después que los sindicatos en Cuba no eran representativos y que se iban convirtiendo en mero apéndice del poder político. Ese estilo del Che lo tornaba incontrolable para la vieja guardia del PSP (Partido Socialista Popular), que buscaba recortar su poder y descalificarlo.   La estrategia revolucionaria es otro de los aspectos donde se establecen claras diferencias con las corrientes mayoritarias de aquella época: descalificación de la vía reformista – opción por el carácter armado de la confrontación – debilidad de las burguesías nacionales para llevar adelante el proceso de enfrentamiento con el imperialismo – carácter continental de la lucha.   Dos experiencias latinoamericanas, de signo diferente, han sido determinantes para la formulación de su estrategia. De la experiencia de Bolivia en 1952 rescata el desarme del ejercito regular a la par que cuestiona las concepciones del MNR (Movimiento Nacionalista Revolucionario) –ya comenzaba a entrever las limitaciones de los movimientos nacional/burgueses –  y del trotskista POR (Partido Obrero Revolucionario) –con sus tesis de la inestabilidad dada por la existencia de un “doble poder” entre el gobierno burgués y los sindicatos obreros. De la Guatemala de Jacobo Arbenz de 1954, su primera experiencia política concreta, reconoce la agresión imperialista y deduce la inevitabilidad de la lucha armada. Es hora de que el garrote conteste, y si hay que morir que sea como Sandino y no como Azaña…   Estas concepciones son reforzadas y precisadas por su experiencia directa en la Sierra Maestra, de donde deduce que la guerra de guerrillas es la forma concreta que adoptará su estrategia de lucha armada, confirmada más adelante por el conocimiento de la revolución China y la invasión norteamericana a Santo Domingo en 1965, de donde infiere que la guerra de masas será popular y prolongada.   Al considerar inevitable a la revolución y a la lucha armada sus concepciones se acercan al maoísmo, pero no comparte con estos su teoría de la alianza de las cuatro clases, no deposita ninguna confianza en las burguesías nacionales y define el proceso revolucionario como único e ininterrumpido –permanente- con lo que se acerca al trotskismo, aunque vuelve a diferenciarse cuando define al campesinado como el motor de la revolución.   Sin embargo no deja de hacer referencias al movimiento obrero y no descarta una insurrección obrera en las ciudades, aunque seguramente pesaba en el su visión del movimiento obrero argentino, al que veía prisionero de la burocracia sindical peronista y de la ideología nacional burguesa que esto implicaba…   Para el Che la revolución latinoamericana era al mismo tiempo democrática, de liberación nacional y socialista. En esta definición volvía a emparentarse con el peruano Mariátegui. Táctica y estrategia de la revolución latinoamericana (1962, publicado en 1968) y Mensaje a la Tricontinental (1965), conocido como su testamento político, son los escritos fundamentales alrededor de los cuales es posible reconstruir su estrategia.   Al mismo tiempo que define  el carácter continental de la revolución latinoamericana propone la Organización de un frente mundial para enfrentar al imperialismo (entrevista, 1964). En su Discurso de Argel: El Internacionalismo no tiene fronteras (1965) expresa una fuerte crítica a la política de los países de burocracia de Estado y a la propia URSS. Sobre el intercambio desigual: la ayuda a los pueblos que luchan por su liberación tiene que tener un costo para los países socialistas y reclamaba la solidaridad incondicional de estos con las luchas revolucionarias de los pueblos del mundo. La propuesta de formar un mini eje entre Cuba y la Argelia de Ben Bella era un intento autónomo por mantener alejados a los países que luchaban por su independencia de la política de bloques acordada por los EE.UU. y la URSS, y al mismo tiempo ser prescindentes del conflicto chino/soviético.   Esto forma parte también de la originalidad de su pensamiento, que lo separaba de la política nacional y del nacionalismo de los partidos comunistas oficiales, y que era compartida con el joven PCC (Partido Comunista de Cuba), nacido después de la revolución, resultado de la fusión de las distintas corrientes del movimiento revolucionario. (las ORI, Organizaciones Revolucionarias Integradas, primero, y PURS, Partido Unificado de la Revolución Socialista, después, finalmente PCC, que tenía poco que ver con el viejo PSP).   Ernesto Guevara demostraba así tener una concepción integral de la dinámica de la revolución mundial de su época. Como escribiera Michael Löwy “…por primera vez en mucho tiempo un dirigente comunista de dimensión mundial trataba de esbozar una estrategia revolucionaria internacional que no fuese en función de los intereses de un Estado.  En este sentido su pensamiento significaba también una vuelta a las fuentes del leninismo, del Komintern de los años gloriosos (1919-1924), antes de que se convirtiera poco a poco en un instrumento de la política exterior de la URSS de Stalin.”   Nuestro pensador insurgente se anticipó a los acontecimientos, comprendió mejor que nadie que la revolución cubana y los movimientos de liberación encontraban límites a su autonomía en el marco de las nuevas relaciones internacionales y que a él mismo se le iban cerrando espacios para forjar un escenario de debate receptivo para sus ideas, tan alejadas del escolasticismo como del dogmatismo cuasi religioso proveniente de le URSS.   En nuestra comprensión el Che expresaba una tendencia crítica al interior de la dirección revolucionaria cubana, que disputaba en torno al modelo de construcción del socialismo en Cuba y también sobre el mismo curso de la revolución mundial. En este debate se apoyaba en las masas, en el debate público, y en quien fue el principal dirigente de la revolución, por quién profesaba un enorme respeto y cariño.   Tal vez ese cerrarse de espacios, ver que la burocracia y el manual se imponían, que la dinámica de la revolución mundial era cada vez más supeditada a los intereses del Estado de gran potencia de la URSS, lo llevaron a tratar de abrir nuevas brechas, a forzar los acontecimientos en África primero, “…aquí se dará el combate fundamental” y en América latina, “el eslabón débil”, después. Los resultados son por todos conocidos.   Décadas después en un escenario mundial que es sustancialmente diferente, en medio de  cambios y transformaciones del sistema capitalista mundial ¿qué es lo que queda de su pensamiento y acción? ¿El paso del tiempo ha logrado mellar el fino estilete de su pensamiento crítico?   El marxismo revolucionario se ha mostrado en la historia crítico por excelencia y Ernesto Guevara fue (es) una de sus expresiones más acabadas, esa fuerza crítica no puede escapar a él mismo, menos aún frente a lo que muchas veces se dice y se hace en su nombre y bajo su figura. Filosofía de la praxis – pensamiento crítico – socialismo revolucionario – son los ejes que han recorrido todo su pensamiento.   Antidogmático por excelencia, libertario en sus concepciones, antiburocrático en la gestión, coherencia política y moral, estilo autocrítico, directo y frontal. Son  atributos de su acción que acompañan la preponderancia casi excluyente que le daba a la formación de conciencia.   Portador de una inmensa voluntad que muchas veces rozaba con el voluntarismo, de una fuerte preocupación por promover la participación de las masas, para lo que depositaba una excesiva confianza en el ejemplo moral de los dirigentes, como portadores de fe y generadores de voluntad colectiva, del cual su propia vida era más que emblemática. De una impaciencia revolucionaria que lo llevaba a forzar muchas situaciones…   Tal vez una mayor continuidad en Cuba lo hubieran llevado a repensar su concepción del partido de vanguardia, las implicancias de una centralización económica excesiva, que la participación de las masas no depende solo de los instrumentos, las consecuencias del partido único, los tiempos para la extensión de la revolución.   Cualquiera sea el balance que se haga de su corta y meteórica vida política militante no puede desconocerse que sus ideas tuvieron (tienen) el valor de haber revalorizado las potencialidades creadoras de un marxismo vivo y abierto. Sus concepciones éticas y humanistas son hoy, cuando el capitalismo demuestra que la corrupción y la perdida de valores es esencial a su lógica interna y se declara incapaz de dar respuestas a las necesidades crecientes de franjas enteras de la humanidad, profundamente subversivas. Tal vez aquí se encuentren las razones del regreso de su pensamiento rebelde e insurgente.   Repensar estas cuestiones provoca una renovada búsqueda que hoy, en esta Argentina de los discursos posibles, parece ajena y lejana, pero que subyace en las conciencias de todos aquellos que sueñan, soñamos, con recuperar la voluntad colectiva de un cambio transformador.   Este débil e incompleto trabajo tiene el sentido de un tributo al revolucionario latinoamericano y un aporte al conocimiento y al debate sobre su teoría y practica. Pretende inducir también a una reflexión a los jóvenes para que estudien con seriedad y responsabilidad su legado y elaboren su propio juicio crítico.   Fidel Castro dijo varias veces que el punto débil, su talón de Aquiles, era su audacia, su desprecio total por el peligro y por su propia vida. Y tal vez sea cierto, pero tal vez en eso radicara la fuerza y la grandeza de Ernesto Guevara, al que, aun a la distancia, quienes nos sentimos sus compañeros, llamábamos, simplemente, El Che.   Eduardo Lucita**   * Una primera versión fue presentada en la Cátedra Libre Ernesto Che Guevara. Fac. de Ciencias Sociales – UBA. * Las citas en bastardillas corresponden a textos de Ernesto Guevara. ** Formó parte de la izquierda revolucionaria de los años ’60 y ’70. Integrante de EDI-Economistas de Izquierda     Textos consultados:   Guevara, Ernesto                    Obras Completas. Ed. Cubana El Socialismo y el hombre nuevo. Ed. Preparada por José Aricó.                                                   Siglo XXI. México, 1977. Cartas Inéditas. Ed. Sandino, 1977. El año que estuvimos en ninguna parte. Edic. Colihue   Löwy, Michael                       El pensamiento del Che Guevara. Ed. Siglo XXI. Argentina, 1974.   Fanjul, Angel              Las tareas de la revolución son indisociables. Folleto. Argentina, 1983.   Gilly, Adolfo              La senda de la guerrilla 1968, La ruptura en los bordes. Cuadernos del Sur nº 17. Ed. Tierra del Fuego. Argentina, 1994.   Almeyra, G. / Santarelli, E. Guevara. Il pensiero Ribelli. Ed. Datanews. Italia, 1993.   Lataste, Alban                        Cuba: ¿Hacia una economía política del socialismo? Ed. Universitaria- Cormoran. Chile, 1968.   Anderson, Jon Lee     CHE. Una vida revolucionaria. EMECE Editores., 1997   Castañeda, Jorge G.   La Vida en Rojo. Edic. Espasa, 1997   Taibo II, Paco Ignacio Ernesto Guevara, También conocido como El Che. Ed. Planeta. México, 1997.   Habel, Janette             El socialismo y el hombre. Inprecor para América Latina nº 9, 1990   Vuscovic, P. / Elgueta, B. Che Guevara en el presente de América Latina. Contrapunto                                                                    Argentina, 1987    

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