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¿Hacia dónde va la política cultural?

El macrismo presentó un proyecto de ley de mecenazgo cultural que representa una oportunidad para las empresas privadas y un riesgo de desfinanciamiento para la política pública.

“Sin dinero no hay cultura”, afirmó hace ya casi cien años George Bernard Shaw. El escritor irlandés tempranamente intuía uno de los problemas de la producción cultural en el siglo XX. Mientras el capitalismo transformaba en mercancía la mayoría de las actividades sociales, la particularidad de una producción simbólica difícil de guiarse exclusivamente por la lógica de la ganancia encontraba cada vez más dificultades para financiarse. Aun cuando el desarrollo de las industrias culturales a mediados del siglo pasado promovió la expansión de un mercado cultural para las masas, la mayor parte de la producción simbólica todavía sufre de enormes dificultes y debe recurrir sistemáticamente a apoyos externos y subsidios cruzados para existir.

La semana pasada el gobierno de Mauricio Macri anunció el envío al Congreso de la Nación de un proyecto de ley de mecenazgo. A diez meses de asumir, fue su primer anuncio importante en el área cultural. Sabido es que las políticas culturales suelen ocupar un rol secundario dentro de las políticas públicas. La situación económica y la crisis energética se han llevado la parte del león en los primeros meses de gestión.

Hay que reconocer que el proyecto de ley de mecenazgo resulta coherente con un gobierno que desde el Estado procura ceder la iniciativa al sector privado. Si la política energética ha quedado en manos de un ex CEO de una multinacional petrolera, no debería resultar extraño que la política cultural esté a cargo de un ex directivo de Penguin Random House, la mayor editorial del mundo.

La ley de mecenazgo, que resumidamente propone que las empresas financien proyectos culturales a cambio de reducciones impositivas, supone un giro de 180 grados en la política cultural. Es cierto que debe realizarse aún un balance profundo de la actuación del kirchnerismo en el sector. La participación e inversión del estado en una serie de proyectos de carácter federal no siempre se tradujo en un mayor acceso de la población, ni en la diversificación de la oferta. De lo que no hay dudas es que, más allá de la oferta del mainstream industrial, el Estado ocupó un rol decisivo en la actividad cultural.

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El mecenazgo cultural supone viajar en la dirección opuesta. El estado cede la iniciativa a la inversión privada para que esta defina cuáles son los proyectos que merecen ser financiados. La idea no es nueva, existieron decenas de proyectos en el Congreso, y una ley con la misma orientación durante el gobierno de la Alianza, fue vetada durante los primeros días del gobierno de Eduardo Duhalde. La propuesta de Macri, retoma lo actuado en la ciudad de Buenos Aires, donde su impacto ha sido menor al encontrarse ubicada dentro del mayor mercado cultural del país.

Lo que debemos preguntarnos es para qué sirve una política cultural y cuál debe ser su orientación. Una parte de la cultura ya forma parte de una estructura mercantil en la que los capitales son invertidos, con dispar suerte cabe aclarar, para obtener una ganancia. Está directamente vinculada con la televisión, las cadenas radiales, la industria musical internacional, las grandes producciones hollywoodenses y el mercado del libro. Pero la industria cultural absorbe sólo una pequeña parte de la producción cultural. En paralelo, museos, bellas artes, pequeñas producciones editoriales, musicales y cinematográficas requieren de ayudas económicas para poder subsistir. La acción del estado resulta decisiva para promover una oferta cultural diversa, federal, y más aún para estimular el acceso a los bienes simbólicos. Supone expandir los límites del mercado, tomar riesgos, promover vanguardias y valores culturales populares de reducida escala mercantil.

El mecenazgo no es algo nuevo. En la Roma de Augusto, Cayo Clinio Mecenas cobró tanta fama como protector de las artes que su nombre pasó a designar tal función social. Luego del control eclesial de la cultura durante la edad media, el renacimiento supuso la expansión del mecenazgo hasta niveles nunca alcanzados.

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El mecenazgo moderno que plantea el proyecto de ley no propone la reaparición de los Medici, sino que las grandes empresas asuman el financiamiento cultural. No ya para gozar con del disfrute de la obra en forma monopólica, sino a cambio de mejorar su imagen y cobrar notoriedad pública. De esta forma, las empresas derivan una parte de los impuestos que deben pagar al Estado a los proyectos culturales que estiman que redundarán en un mejor posicionamiento público. Quienes promueven el mecenazgo moderno indican entre sus ventajas la creación de empleo cultural y la eficiencia privada frente a la burocracia estatal. Al evitar intermediarios, se agilizaría el flujo de dinero hacia los productores.

Pero el mecenazgo implica una serie de restricciones para la política cultural, cuya primera amenaza es el desfinanciamiento público. No se trata de ser escépticos, sino de advertir las limitaciones de esta política cuando intenta ser aplicada en sociedades que presentan una estructura social fragmentada y desigual. La experiencia de países como Brasil, donde el mecenazgo fue impulsado en la década del ´90 durante el gobierno de Collor de Melo, resulta significativa. El monto invertido por el sector privado en cultura pasó de 14 a 270 millones de dólares en pocos años con una consiguiente expansión del empleo. Sin embargo, también se advierte una concentración del financiamiento en sectores culturales específicos (cine, teatro y ballet) así como en aquellas organizaciones culturales que cuentan con los contactos necesarios para acceder al mundo empresarial. Por otra parte, la disputa por acceder a los fondos empresariales hace que los artistas reorienten su producción hacia las tendencias culturales del agrado de quienes tienen dinero. Otro problema que se ha registrado en Brasil es el aumento de la concentración de la producción cultural en San Pablo y Río de Janeiro, como ya ocurre con Buenos Aires en Argentina. Si bien entre los avances del proyecto elaborado por el gobierno de Macri se destaca un mayor porcentaje de desgravación para quienes inviertan en productos culturales no desarrollados en Buenos Aires, la lógica de la ganancia social que deviene del mecenazgo contribuye a la centralización. La cultura circula a través de Buenos Aires debido al impacto de la industria cultural.

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En España, un proyecto similar elaborado por el Partido Popular de Mariano Rajoy quedó en suspenso la pasada legislatura ante el recelo de la cartera de Hacienda por la incapacidad de predecir el impacto fiscal que generaría en unas cuentas fuertemente condicionadas por el control del déficit público. En la presentación del proyecto en la Usina del Arte se destacó el apoyo a la iniciativa del ministro Prat Gay. En declaraciones a la prensa, el ministro Avelluto destacó que su colega entendió “el sentido estratégico que tiene este proyecto porque el dinero no pasa por el Estado. La empresa lo deposita en la cuenta del artista”.

De aprobarse el proyecto, el mercado ampliará su función como impulsor de la política cultural. A la industria cultural predominante, se sumarán las fundaciones y secciones culturales de grandes firmas nacionales e internacionales. Entonces sólo quedará que nos preguntemos: ¿cuál será la política cultural del Estado?

Guillermo Mastrini

Universidad Nacional de Quilmes

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