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Daniel Scioli, ex gobernador de la provincia de Buenos Aires y ex candidato a presidente del FPV anunció, el 10 de mayo, que iba a ser padre. Pero su pareja relató que él le pidió que abortara. La trama devela la doble moral de la política argentina en relación con la interrupción del embarazo y pone en debate el rol de los varones. Mientras, la mortalidad materna sigue teniendo como primera causa los abortos clandestinos y se empuja a la criminalización de médicas.

“Estoy en contra de la legalización del aborto”, aseguró Daniel Scioli, en Radio con Vos, durante la campaña presidencial en la que se postuló como candidato a Presidente del Frente para la Victoria (FPV). Aunque, aclaró: “Sería muy importante que se puede discutir en el Congreso la institucionalización de los debates”, un objetivo que, a pesar que el proyecto por el aborto legal, seguro y gratuito se presentó cuatro veces en el Congreso de la Nación, con firmas de diputadas y diputados de todos los partidos, no se logró.

Durante la campaña electoral Scioli estaba casado con Karina Rabolini, coequiper no sólo doméstica o amorosa, sino también vocera de un proyecto político, personal y electoral común y colectivo. Después de las elecciones Scioli blanqueó su separación y presentó a su nueva novia: Gisela Berger. Sin embargo, en medio de un escándalo mediático Berger, reveló chats que comprobarían una infidelidad (con Sofia Clérici). Pero, el 10 de mayo, mientras la sociedad argentina se conmovía con la multitudinaria marcha contra la impunidad para genocidas y la sentencia de la Corte Suprema por el 2×1, Scioli fue al programa de Jorge Rial con el anuncio de una bomba. No era política. O sí. Reveló que iba a ser padre y que Gisela Berger estaba embarazada. Ella después lo acusó de pedirle que aborte y, además, que nunca le había consultado si revelar la noticia que ella no había contado, expuesto, ni revelado a sus familiares y amigas.

“Gisela está embarazada, estamos esperando un bebé. Tenemos muchos miedos, tengo 60 años y es un desafío. Voy a ser padre y ojalá Dios me ilumine para serlo lo mejor posible” le dijo Scioli a Jorge Rial. Pero no fue un anuncio consensuado. Berger respondió: “Es una locura todo lo que dijo. Él quería que me haga un aborto. Obvio que sigo (embarazada), pero él está hablando como si fuera el padre feliz cuando no es así (…) Scioli me dijo esto es una cagada”, declaró Berger. Y relató: “En tres meses hablando del tema se nombró todos los sinónimos que te puedas imaginar, incluida esa (aborto). El primero es, ‘¿y no hay algo para tomar para hacer que esto baje?”.

La noticia no es solo frívola, aunque se frivolice. Muy por el contrario es pública. Un hombre puede acompañar a una mujer que no quiere continuar con un embarazo y una mujer puede abortar, pero un hombre nunca puede forzar ni extorsionar para que una mujer aborte. Un hombre puede contar que es o va a ser padre, pero no puede dar la noticia de un embarazo sin consultar a la mujer si desea dar la noticia o si, efectivamente, ella quiere continuar con ese embarazo porque la noticia expuesta en televisión puede intimidarla, incomodarla o presionarla para seguir con el embarazo frente a una decisión que trasciende su intimidad y que, todavía, no cuenta con el aval legal para realizarla libremente. Un hombre que fue Gobernador de la Provincia de Buenos Aires y que fue candidato a Presidente no es solo un hombre. Es un hombre de Estado y tiene responsabilidad personal con su ex pareja y, también, con las mujeres a las que perjudica la clandestinidad del aborto (que él acepta en privado), pero condena en público.

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“No seamos hipócritas: el planteo de interrumpir un embarazo no planificado se lo hace la inmensa mayoría de mujeres y parejas en Argentina. El verdadero escándalo es seguir con discursos dogmáticos que limitan la libre decisión de tener o no hijas/os”, reflexiona Estela Díaz, Secretaria de Género de la CTA e integrante de la Campaña por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito frente a una polémica que en la televisión se vende con panelistas a cámara jugando a sonrojarse ante la posibilidad que un hombre le sugiera a una mujer no continuar un embarazo.

Por su parte, la psicoanalista Martha Rosemberg, integrante de la Campaña por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito opina: “Lo que más me impresiona es la mendacidad porque vacilaciones acerca de un embarazo o la decisión de abortar, aun cuando teóricamente una persona no está de acuerdo con el derecho al aborto, es común y corriente y se ve en muchísimos casos. Las decisiones de abortar no siempre se guían por los principios que se sostienen públicamente. Pero la mendacidad es un patrón de conducta. Una vez más lo que aparece es la enorme tolerancia por parte de los partidos políticos y sus seguidores y votantes a personas que no tienen la consistencia de hablar como actúan y decir lo que piensan con coherencia y continuidad. Las declaraciones despiertan un escándalo porque alguien está proponiendo un aborto y tapan lo que revelan del (ex) candidato”.

El aborto no es gratuito y cuesta demasiado caro

El aborto es clandestino. Todavía hay mujeres que mueren por esa clandestinidad. Todavía son, cada vez, más mujeres las que mueren por el embarazo, parto y puerperio en Argentina. Todavía la primera causa de la mortalidad materna es el aborto clandestino. Todavía se mueren mujeres por una ley mientras que en Uruguay se legalizó el aborto y ya no muere ni una sola mujer que accede a la interrupción voluntaria del embarazo en el sistema de salud. Todavía los dirigentes se arrodillan en nombre de la vida. Pero piden en voz baja que sus novias, esposas, amantes o parejas aborten. Todavía la doble moral sale demasiado cara. Todavía mueren mujeres por la falta de voluntad política de aprobar el proyecto de aborto legal, seguro y gratuito presentado, por cuarta vez, en el Congreso de la Nación.

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En la Argentina, por lo menos, 55 mujeres al año mueren por el femicidio de la clandestinidad del aborto entre los 298 fallecimientos por embarazo, parto o puerperio. La tasa de mortalidad materna fue de 3,9 muertes por cada 10.000 nacimientos, en el 2015, según las últimas cifras disponibles del Ministerio de Salud que, un año antes, daban una tasa de 3,7. Y la falta de legalidad gatilla el 18 por ciento de las muertes maternas y se apronta primero en el ranking de razones que arrancan la vida de las mujeres que tienen un embarazo o pasan por un parto. Las más ricas tienen menos posibilidades de morir que las más pobres o las que están más solas o más lejos de la información para acceder a un aborto seguro. La injusticia no es igual para todas. La provincia con mayor mortalidad materna es Salta con una tasa de 8,1 fallecimientos por cada 10.000 nacidos vivos (que duplica al promedio nacional) y es la que tiene educación religiosa obligatoria en las escuelas y la más baja en Santa Cruz (con una tasa de 1,6 cercana a países desarrollados). En Salta, Jujuy y Chaco (con tasas de 7,5 y 7,3) una mujer tiene -por lo menos- tres veces más chances de morir por un embarazo que una porteña, pampeana o santafesina. No es un problema menor. No es un problema moral. No es un problema de camas. No es un problema de sábanas. No es un problema de discurso. Es un problema que termina con la vida de las mujeres. Es un problema que puede recrudecerse con atisbos de criminalización a mujeres, médicos y parejas y con faltantes de anticonceptivos y preservativos en la distribución pública. Es un problema íntimo y político. Es un problema de Estado.

Vivas, Seguras y Libres Nos Queremos

El 13 de mayo en la sección policiales -como si se tratara de un asalto- un diario chaqueño contó la muerte de una mujer por un aborto. Las muertes evitables son doblemente muertes. Y doblemente culpa del Estado. La mujer -de la que no se rebela la identidad, ni su historia de vida, detrás y delante de su muerte- tuvo que interrumpir su embarazo en un consultorio sin habilitación, en una casa y con instrumental en malas condiciones de mantenimiento. Si el aborto fuese legal, seguro y gratuito no se hubiera muerto. Ni se le hubiera practicado un aborto quirúrgico que ya no es recomendado por la Organización Mundial de la Salud (OMS). El Procurador General de Chaco, Jorge Canteros le dijo a “Canal 9” que hay una médica imputada y que un informe preliminar forense asegura que el fallecimiento se produjo por una dosis de anestesia superior a la necesaria en un consultorio que no reunía las condiciones necesarias para ser una clínica. Además, aseguró, que se investiga al entorno de la víctima. Si el novio, la mamá o una amiga de la mujer fallecida la acompañaron en su decisión: ¿Son culpables? ¿Se empieza a perseguir a familiares, parejas o amigas de las mujeres que deciden abortar como una nueva forma de criminalización? ¿Si alguien le dice a su pareja si quiere o puede abortar puede estar imputado en una causa penal?

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Los varones pueden acompañar en un aborto, ir a comprar misoprostol o apoyar a la mujer que decide interrumpir un embarazo. Nunca pueden forzar ni decidir un aborto. Y, tampoco, ser imputados si acompañan en una decisión libre. El caso de Daniel Scioli volvió a abrir el debate sobre la doble moral y, también, sobre el rol de los varones. La socióloga Marisa Fournier, Directora de la Diplomatura en Géneros, Políticas y Participación de la Universidad Nacional de General Sarmiento analiza el lugar de los hombres frente al aborto y a escándalos que develan su doble moral (e inmoralidad frente a la responsabilidad de la función pública): “En la ecuación de omisiones y pronunciamientos las declaraciones de Gisela Berger y Daniel Scioli ponen en escena una cuestión poco enunciada: son contados, con los dedos de una mano, los varones que a lo largo de su ciclo vital están exentos de haber participado de varios embarazos – de diferentes mujeres y con distintos grados de compromiso sexo afectivo –  que fueron interrumpidos.  El silencio sobre esta cuestión es feroz. La hipocresía y la responsabilización absoluta de las mujeres sobre la reproducción es abrumadora, pesada e injusta. Detrás de cada embarazo hay un varón que no usó preservativos, que no cuidó. Y aquí hay responsabilidad masculina. Pero el dispositivo patriarcal funciona selectivamente. Cuando la procreación está dentro de las expectativas de ellos, o de la pareja, rápidamente asumen el embarazo como propio llegando, incluso, a la enunciación de “estamos embarazados”. No pasa lo mismo cuando una gestación se  interrumpe. El rápido olvido, el ocultamiento o el desentendimiento llano de la responsabilidad que les toca a los varones en cuestiones reproductivas es moneda frecuente. Es así que el tema del aborto y las luchas por su legalización se instalan como cosa de mujeres”.

El aborto no es solo una cuestión de mujeres y, es cierto, que los varones pueden también pensar (o no) en un aborto. Pero también hay un principio indelegable. La decisión de continuar o no un embarazo. Tanto para decidir contarlo y seguir adelante o para decidir callarlo o interrumpirlo es de las mujeres. “La decisión de continuar – o no – con un embarazo es potestad absoluta de las mujeres”, destaca Fournier. Mientras que Rosemberg subraya: “La decisión es un privilegio de las mujeres porque ellas tienen el poder y la carga de gestar”.

Fuente  Las 12 – 19/05/2017

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