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Apuntes sobre socialismo desde abajo y poder popular

Karl Marx, la crítica de la economía política y el comunismo

Lo que Marx saca a la luz en El Capital es la forma específica que asume la explotación en el capitalismo y también la telaraña de apariencias, justificaciones ideológicas, fetichismos e “ilusiones reales” sin las que no podría funcionar. Y lo hizo en un texto que no estaba dirigido a especialistas y académicos: su libro tenía el propósito explícito de ayudar a que el naciente movimiento obrero pudiera dar sus combates con más claridad y efectividad. Téngase presente que, al mismo tiempo que continuaba su investigación y preparaba las primeras ediciones de El Capital, Marx era un militante que batallaba en el seno de la Asociación Internacional de los Trabajadores,aportando a sucesivas conquistas políticas y programáticos que sentaron hitos importantes en el desarrollo del movimiento obrero y revolucionario internacional. Primero, fueron superados los prejuicios de los prohudonianos y se reconoció la importancia de las huelgas y la acción sindical (Congreso de Ginebra, 1866), luego se logró que aquella Primera Internacional se pronunciamiento en favor de la socialización de los medios de producción (Congreso de Bruselas, 1868) y, dando un paso más, se afirmó la necesidad de la acción política organizada de la clase obrera (segunda Conferencia de Londres, 1871 y Congreso de la Haya, 1872). Y la culminación de esa batalla teórica y política fue la inolvidable defensa y justificación de la insurrección del pueblo de París y su Comuna, primer ejemplo de autogobierno de los de abajo y experiencia histórica de la que Marx supo desprender conclusiones de inmensa importancia estratégica. Una de ellas, tal vez la más importante, es que ninguna revolución podrá desarrollarse si se limita a la toma del poder y a la destrucción del viejo aparato represivo, porque junto con las transformaciones económico sociales es preciso reemplazar el anacrónico instrumento de control y dominación que es el Estado. Para que “el alma social de la revolución” pueda desplegarse, se necesita de un poder radicalmente distinto, al que Marx denomino dictadura del proletariado. Por muchas razones que no viene al caso tratar en este momento, semejante expresión ha devenido antipática e inadecuada. Pero más allá del nombre, vale la indicación de que son necesarias nuevas formas políticas que ayuden a superar la división social jerárquica del trabajo y, simultáneamente, vayan reemplazando con nuevas mediaciones el trípode de Capital-Estado-Trabajo asalariado sobre el que se sostenía el viejo orden, avanzando hacia la emancipación humana en una sociedad nueva. A lo largo de todo este combate, y a lo largo de miles de páginas escritas, Marx no se cansó de insistir, pedagógica pero inflexiblemente, en que el combate emancipatorio no debía ser concebido como si se tratase de lucharen contra dela maldad de tal o cual burgués o grupo de burgueses, ni en contra el afán de lucro de la clase de los capitalistas en general. Se trata de enfrentar y combatir en contra del capitalismo por ser éste un régimen basado en el antagonismo de clases, agonístico, expoliador, destructivo y en definitiva inhumano. El Capital es entonces, un inmenso tratado que apuntado a combatir las falsas ilusiones reformistas y conciliadoras que el mismo funcionamiento del sistema genera entre los trabajadores, en sus organizaciones y especialmente entre sus dirigentes sindicales y políticos. Marx no se cansó de explicar y demostrar, una y mil veces, que el capital no puede ser reformado, mejorado o humanizado, y que la más loca de las ilusiones es creer que el cambio social podrá lograrse con la ayuda del Estado.

No se trata solo de “economía”

Por eso, El Capital no es, como muchos creen,“un libro de economía”. Es una crítica del capitalismo y dela economía política, de la forma política que los economistas burgueses han dado a las categorías con que analizan este modo de producción, presentándolas como eternas e inmutables,como si el capitalismo fuese la más genuina expresión de la naturaleza humana, su culminación. En el prólogo se dice que el libro analiza“el modo de producción capitalista y las relaciones de producción e intercambio a él correspondientes”para lo que se tomara como ejemplo a Inglaterra. Pero el título no es“El capitalismo”. sino El Capital, posiblemente para sugerir que, más allá del modo en que se conformara concretamente en tal o cual nación, la investigación buscaba elucidar algo más general. Se trata de exponer que el capital no es una cosa, ni una sumatoria de artefactos e instituciones, de máquinas, tecnologías, bancos, etcétera, sino en primer lugar y ante todo, una nueva forma de relaciones sociales. Una forma de ser de las relaciones sociales sin precedentes, y transitoria. La crítica de la economía política asume diversos sentidos. El primero y más evidente es la crítica de las insuficiencias de la ciencia económica estándar. Marx toma nota y utiliza todo lo que considera valioso en los libros de los principales economistas de la época, pero critica sus lagunas, contradicciones e ilusiones ideológicas y trata de hacer avanzar a la economía en cuanto conocimiento positivo del proceso de producción capitalista. Por eso escribe que “el objetivo último de esta obra es, en definitiva, sacar a la luz la ley económica que rige el movimiento de la sociedad moderna” y en tal sentido formula un conjunto de leyes generales de la economía capitalista que (“leyes tendenciales”, escribirá también, morigerando la connotación mecanicista de la expresión). Pero Marx se diferencia de todos los economistas porque siempre mantuvo una relación crítica con su objeto de estudio, considerando que el capitalismo /y, en un nivel de mayor abstracción y generalidad, el orden del capital), lejos de ser algo eterno y natural eran una forma histórica destinada a desaparecer. En un segundo sentido, que es el fundamental, la crítica marxiana está dirigida también y sobre todo contra las mismas relaciones de producción capitalistas y el modo de producción constituido en base a tales relaciones. Estas críticas son varias: 1) La explotación y dominación del trabajo asalariado por el capital que permite y enmascara la producción y acumulación de plusvalía. 2) “La llamada acumulación originaria” o sea el proceso histórico de desposesión y expropiación de los productores directos que abre paso (¡y sigue haciéndolo!) al capital como relación social de producción predominante; 3) La fetichización de los soportes materiales de la producción, vale decir, las mercancías, el dinero, los medios de producción, de modo tal que los productos parecen independizarse y someter a quienes en realidad los producen. 4) Las contradicciones que se derivan del carácter antagónico, agonístico y competitivo de un sistema complejo en el que la reproducción ampliada de capital exige la valorización del valor, en un movimiento inestable, jalonado por cíclicas crisis y, tendencialmente, una crisis estructural como la actual,que pone en riesgo el metabolismo de la sociedad y la naturaleza, así como la subsistencia misma de la humanidad. Podemos decir, en suma, que la crítica marxiana expone la lógica y los principales momentos de un proceso de autonomización del valor, que es la forma fetichista que el modo de producción capitalista imprime al trabajo social, subsumiendo o sometiendo al conjunto de las condiciones materiales y sociales y en primer lugar a los mismos productores, e instaurando así un mundo al revés, en el que hombre y mujeres están encadenados y arrastrados a un círculo infernal de producción y reproducción sobre el cual no tienen el menor control. Marx reconoce y destaca que el capitalismo liquidó las trabas feudales e impulsó un desarrollo de la producción ciertamente antes inimaginable, pero advierte que este progreso se hizo imponiendo nuevas formasa las relaciones sociales. Esto implica injustas e insoportables asimetrías, opone un muro insuperable a las aspiraciones de la inmensa mayoría de la humanidad a una vida mejor y, esencialmente, tiende sistemática y continuadamente a la degradación de los hombres y las mujeres, los convierte en meros engranajes de un mecanismo o metabolismo económico-social alienado, alienante… e insostenible. Cuando Marx escribía sobre la irrefrenable naturaleza expansiva del capital y el mercado mundial, se trataba de una genial anticipación teórica, pues por entonces el capitalismo estaba consolidado solamente en un pequeño rincón del mundo y en un puñado de países. Tampoco existía nada semejante al sistema mundial de Estados que se fue conformando convulsivamente en el curso del siglo XX. Pero ahora, 150 años después, podemos contemplar el verdadero perfil del sistema ya desarrollado y un mercado mundial plenamente constituido. Podemos ver y comprobar que el hacerse mundo del capital, es también el hacerse capital del mundo: y el espectáculo es terrorífico. Tal y como previera Marx, vivimos en un mundo puesto “patas para arriba”. Un mundo “loco”, llego a escribir. Los seres humanos estamos sometidos al imperio del fetichismo o, más precisamente, de una cadena de fetichismos:fetichismo de la mercancía, fetichismo del dinero, fetichismo del consumo, fetichismo del Estado, fetichismo del espectáculo…El imperativo del valor y el plusvalor domina y penetra por todos los poros, empujando a que hombre, mujeres y niños compitan entre sí, una competencia en la que cada individuo debe hacerse valer a costa de los demás…

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Más allá de las apariencias y las “ilusiones reales”

Marx puso en evidencia que con el capital la explotación del trabajo vivo quedaba disimulada por la forma contractual del salario, pero que una vez que se entraba en el terreno de la producción,pasaba a imperar es “el despotismo de la fábrica” y la apropiación por el capital de trabajo no pagado. Ese genial “descubrimiento” constituyó sólo un comienzo. Se pone luego en evidencia que, en cuanto logra pararse sobre sus propios pies, el capital comienza a operar como una “totalidad totalizante” que es capaz de poner e imponerlas condiciones materiales, tecnológicas, institucionales, culturales y políticas que necesita para asegurar,casi automáticamente,la desenfrenada producción de mercancías capitalistas, mercancías portadoras de valor y plusvalor. Advierte con ello, también, que la continuada reproducción ampliada del capital incluye la reproducción de su obligada y subordinada contraparte, un trabajador colectivo expropiado de medios de trabajo y de subsistencia. La explotación del trabajador colectivo en múltiples unidades productivas obligadas a competir entre sí para incrementar el propio capital, es la base de un sistema de creciente complejidad que incluye la rotación de capitales, la diferenciación y conflictiva colaboración entre capital industrial, capital comercial y capital financiero, la necesaria e inestable proporcionalidad entre las distintas secciones en que se divide el conjunto del capital social, la perecuación de las ganancias y el reparto de la plusvalía entre todos los capitales, invertidos o no en la producción y la economía real, etcétera…Un ciclo en donde “cada elemento se presenta como punto de partida, punto de transición y punto de retorno” y todos tienen en común “la valorización del valor como objetivo determinante, como motivo impulsor”. El capital es “valor que se valoriza”, unidad de producción y circulación de mercancías regida por el imperativo de la valorización.

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Insaciable succión de plusvalor, irrefrenable tendencia expansiva…

El análisis de tamaña complejidad escapa al marco de esta exposición, pero la evoco para volver a destacar que el modo de producción capitalista constituye un verdadero “corte” histórico o, si se quiere, trans-histórico, en las sociedades humanas. En primer lugar, el capital rompió la preexistente y estrecha relación que existía desde tiempos inmemoriales entre el productor y los medios de trabajo, una relación que, según indicara Marx, semejaba a la existente “entre el caracol y su concha”. Esto representa una mutación cuyas consecuencias en “la ontología del ser social” (para usar la expresión de Lukács) a mi juicio no han terminado de elucidarse. Otro “corte” trascendental, es que con el capital llega a invertirse la relación tradicional entre las necesidades humanas y la producción destinada a satisfacerlas. Ahora el objetivo de la producción es la ganancia, y la principal necesidad resulta ser asegurar un consumo rentable de las mercancías producidas para asegurar dicho lucro. Esta “gran transformación” abrió paso al enloquecido productivismo y el degradante consumismo masivo de nuestros días. A esta realidad de un mundo en el que coexisten superproducción y carencias, generación masiva de pseudo-necesidades y necesidades básicas insatisfechas, despilfarro y penuria de recursos, inconmensurable acumulación de riqueza en un polo e insondable miseria en otro…

Crisis cíclicas y crisis estructural

La radical crítica marxiana al “mundo invertido”del capital advirtió tempranamente que las contradicciones y antagonismos de este modo de producción conducían a cíclicas crisis. No existe sin embargo una explicación pret a porter para todas las crisis, y la periodicidad de estas no significa que los ciclos económicos son monótonamente iguales a sí mismos. Por el contrario, las sucesivas crisis económicas mundiales no han sido ni son similares. Cada gran crisis debe ser considerada tomando en consideración su posición dentro del recorrido temporal del capitalismo, en su gran y único super-ciclo histórico. Así, la crisis sistémica iniciada hace ya una década, está inscripta en el periodo de crisis estructural del capital (según la caracterización de Mészáros): el funcionamiento del capital tiende a hacerse cada vez más incontrolable y con ello se multiplican los rostros de la crisis: crisis financiera, crisis de sobreproducción y sobreacumulación, crisis energética, crisis alimentaria, crisis urbana, todo lo cual se combina con la crisis ecológico-ambiental, hasta desembocar en una crisis civilizatoria. Podemos afirmar el carácter históricamente transitorio del capitalismo y advertir una tendencia al colapso más evidente en ésta,su etapa senil. Esto no significa augurar que estamos en vísperas de acceder a una forma civilizatoria superior. No existe ningún automatismo histórico, económico, o socio-político que nos allane el camino. Y solo la practica podrá demostrar si seremos capaces de re-apropiarnos de las condiciones sociales de existencia avanzando hacia una forma social nueva, comunal, comunitaria o comunista. Solo por medio de una revolución total podrá la humanidad terminar con el reino de la necesidad y la escasez, desarrollando la verdadera riqueza de las potencialidades humanas de producción y de goce, así como otros paradigmas productivos que,en equilibro con la naturaleza,aseguren la disponibilidad de valores de uso en la cantidad y calidad que requieran las necesidades libremente redefinidas del ser social, en equilibrio con la naturaleza.

¿Cómo podremos terminar con el capítalismo?

Sobre esta cuestión, El Capital ofrece algunos análisis y previsiones poco convincentes. La fundamental y fundamentada caracterización de que el capital conforma una totalidad totalizante y pone las condiciones que requiere su indefinida reproducción, se choca con pasajes en lo que se desliza la idea de que “el progreso” del capitalismo, “el desarrollo” de las fuerzas productivas e incluso la conformación de inmensos grupos económicos de capital concentrado, conduciría a la eclosión de tendencias y fuerzas que podrían llevar al sistema más allá de sus límites, como si operase una lógica inmanente conducente a la nueva forma social. Esto se justifica recurriendo a las discutibles fórmulas de la “negación de la negación”, el imperativo de la “necesidad” y/o las injerencias de la “astucia de la historia”. Pienso que,ante esta aporía,debemos aferrarnos a otra faceta del legado marxiano: la sólida convicción de que “la historia es la historia de la lucha de clases” y que “la emancipación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos”. Aquel militante que batallaba por hacer comprender que la imprescindible lucha de clases en defensa de mejores salarios y condiciones de trabajo que por entonces comenzaban a llevar adelante, de manera más o menos organizada, los sindicatos y partidos obreros, no debía ser considerada como fin en sí mismo, sino más bien como una especie de “escuela preparatoria” para encarar una lucha de clases con otra dimensión y dinámica: ya no puramente defensiva, sino desplegándose como una confrontación estratégica contra el capital y sus diversas personificaciones, estimulando la autoactividad y autoorganización del proletariado. Es preciso construir una perspectiva revolucionaria capaz de enfrentar al capital tal como es y funciona hoy, cuando asistimos a nuevas ofensivas a escala global cuyas consecuencias se hacen sentir también en nuestro país. Asistimos a una especie de “re-evolución” del capitalismo, en la que el predominio de la finanza aparece asociado a las TICs y la robótica, las operaciones especulativas generan “burbujas” en torno a nuevos activos, el complejo militar-industrial amplía su influencia, una nueva escalada del extractivismo y la explotación por desposesión, etcétera. Y con todo ello vemos también de nuevos recursos ideológicos, diversas formas de apropiación del trabajo, democracias de baja intensidad que facilitan formas y embestidas de la derecha que redefinen las relaciones entre lo público y los privado, “privatizan” áreas enteras de la gestión estatal y generalizan un estado de excepción. En un contexto mundial de crisis geopolítica en que el despliegue armamentístico y las guerras se extienden y banalizan. Todo esto plantea un formidable un desafío para el pensamiento y la acción que impone atreverse a plantear conjeturas y explorar formas de organización y acción eficaces. Debemos estudiar, comprender y asumir el antagonismo social concretamente y con toda su complejidad, para abordarla lucha de clases en términos no solo defensivos y “resistencialistas” sino también estratégicos. Desbordando el economicismo y el corporativismo, dejando de lado pasadas ilusiones asociadas a las ideologías del “progreso”, “el desarrollo” y “el crecimiento”. Con el aporte de los trabajadores organizados, que sigue siendo imprescindible pese a que el sindicalismo este hoy debilitado y fragmentado, contando con el aporte que surja del protagonismo delos “pobres” apiñados en las megalópolis o sumergidos en situaciones de insoportable miseria rural, de los desplazados por la guerra y las catástrofes ambientales, de los pueblos originarios, de comunidades que se ponen a la vanguardia en el combate contra la catástrofe socio-ecológica, del masivo movimiento de las mujeres contra el femicidio y el patriarcado. Reconstruyendo sobre estas bases un nuevo y poderoso internacionalismo, cuya falta sentimos dolorosamente al advertir la relativa soledad con que el pueblo venezolano debe defender la continuidad y profundización de su proceso revolucionario bolivariano y chavista. El Capital y la obra de Marx en general son, por todo lo que antes se ha dicho, imprescindibles. No disminuye su importancia advertir en ella tensiones internas, contradicciones, enigmas sin resolver… No se trata en realidad de las incógnitas de un libro y su autor, sino de incógnitas que no pudo resolver el movimiento obrero y revolucionario en el siglo XX, las incógnitas para las que nosotros mismos no tenemos respuestas convincentes. Lo que sabemos es que el capital no prepara peldaños para que la humanidad se eleve hacia su emancipación, sino todo lo contrario:acelera la marcha en una ruta que conduce al precipicio. Para conjurar el riesgo cierto de un eco-suicidio, urge articular luchas y esfuerzos dispersos en una fuerza social y una voluntad colectiva dispuestas a ir más allá del capital. Es claro que la revolución debe ser un acto práctico de hombres y mujeres en lucha contra la multivariada opresión y explotación que intenta aplastarlos, pero esta acción práctica requiere también de un proyecto común emancipatorio: una coproducción colectiva de quienes protagonizan luchas anticapitalistas, antimperialistas, anti patriarcales y eco-socialistas en todo el mundo.      

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