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Apuntes sobre socialismo desde abajo y poder popular

Kirchnerismo, neodesarrollismo y el fantasma del 2001

La extendida década kirchnerista (2003-2015) encuentra un cierre este año. Comenzó la transición electoral hacia una nueva etapa del proyecto neodesarrollista que estará marcada por la herencia del primer kirchnerismo (¿habrá otro?) como proyecto de construcción hegemónica. Esa herencia refleja las novedades introducidas y las profundas continuidades del neoliberalismo, su consolidación y perfeccionamiento.

El kirchnerismo nació en la explosiva transición desde la convertibilidad como fase superior del neoliberalismo, sin legitimidad de origen. Nació como posible solución a la crisis de gobernabilidad provocada por los límites del neoliberalismo tanto en términos económicos como políticos. Buscó desactivar la radicalidad de las demandas de los movimientos populares. En ese camino debió canalizar las luchas laborales dentro de las viejas instituciones laborales. Los convenios colectivos de trabajo fueron reactivados por la propia demanda de los empresarios; ellos buscaban fragmentar e institucionalizar las exigencias de las bases obreras. Este proceso se dio de forma parcial y conflictivamente, mediando niveles variables de represión.

Por otra parte, el kirchnerismo operó activamente para contener el conflicto social liderado por los movimientos piqueteros. Tomando como base el programa Jefes/as de Hogar desocupados/as, creado en 2002 para apagar el incendio post 20 de diciembre de 2001, avanzó en la masificación de una nueva generación de políticas sociales. Estas iniciativas fueron auspiciadas y financiadas por el Banco Mundial y el BID con el fin de neutralizar la rebelión popular, aunque no alteraron las bases estructurales de la misma vinculadas a la precarización infinita y sostenida de la vida, el hábitat y el trabajo.

En un marco propicio, el kirchnerismo pudo reconstruir el mito del desarrollo capitalista en la periferia. Apoyado en el ascenso de gobiernos populares (Venezuela, Bolivia y Cuba conformando el eje radical del ALBA),  de progresismos neodesarrollistas (Brasil, Uruguay, Ecuador y, por poco tiempo, Paraguay) y aprovechando la dinámica favorable del capitalismo global y el impulso del ingreso de China el mercado mundial, pudo crear las condiciones materiales y simbólicas para reconstruir la legitimidad capitalista. Todo esto sin alterar sus bases fundacionales: el saqueo de las riquezas naturales y la superexplotación de la fuerza de trabajo, la transnacionalización del ciclo del capital y la dependencia de las potencias globales (EEUU y Europa) y sub-potencias regionales (Brasil y China). En su primer lustro, el neodesarrollismo kirchnerista pudo ampliar el empleo aunque con altos niveles de precarización (superiores a 50% de la fuerza de trabajo), recuperar parcialmente los ingresos reales manteniendo una amplia masa de familias en la pobreza y sostener un crecimiento económico acelerado que permitiría -según el discurso oficial- un largo proceso de “crecimiento con inclusión” (versión neodesarrollista del “derrame” neoliberal).

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El segundo lustro largo del kirchnerismo (a partir de 2008) careció de esos pocos logros en materia económica, pues el crecimiento se estancó y se hizo más inestable, y la inflación acelerada comenzó a paralizar (y finalmente deprimir) los ingresos de las familias trabajadoras, mientras el mercado laboral dejó de incorporar fuerza de trabajo. La crisis en el capitalismo a escala global, las dificultades del espacio radical suramericano (el eje del ALBA) para ampliar el proyecto de cambio social al resto de la región y la recuperación de la ofensiva de las derechas continentales, ampliaron las contradicciones, barreras y límites propias del neodesarrollo en la periferia: la inflación como problema persistente resultante del poder social del gran capital y la matriz productiva internacionalizada, una estructura fiscal regresiva en impuestos (IVA, impuesto al ingreso de los trabajadores) y gastos (deuda, subsidios al gran capital). Además de la fuga de capitales como patrón sistémico y déficit externo crónico, industrialización trunca y distribución de ingresos antipopular, inserción dependiente y desequilibrada en el mercado mundial y regional, crisis urbana, energética y ecológica, entre otras.

El gobierno final de Cristina Fernández encuentra al kirchnerismo frente a la necesidad sistémica de impulsar la radicalización capitalista del proyecto hegemónico (devaluación, ajuste fiscal y externo, etc.) con el objetivo de superar sus barreras y la necesidad política de buscar su continuidad en el poder para la gestión del Estado. Ello ha probado ser difícil porque el estancamiento, la inestabilidad y el deterioro sostenido pero dispar de los niveles de vida de la población han aportado a una creciente fragmentación en el terreno político. Esto muestra un debilitamiento de la capacidad hegemónica del neodesarrollismo como proyecto societal de las fracciones dominantes y del kirchnerismo como actor privilegiado para garantizar su continuidad en el tiempo.

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La transición se extiende en un contexto cada vez más negativo. Brasil se encuentra estancado en lo económico y atravesando una crisis política singular, en tanto China está desacelerando su crecimiento y las tasas de interés mundiales van subiendo al ritmo de un mayor crecimiento de los Estados Unidos. Actualmente, las urgencias del gobierno pasan por sostener las reservas internacionales para el pago de la deuda e importaciones y articular el ajuste fiscal con políticas compensatorias (asentadas en el endeudamiento personal), suficientes para mantener la “paz social”. Estos imperativos chocan con una economía estancada (cero crecimiento por más de un año) en un marco global y regional poco expansivo, con la huelga de inversiones del gran capital (que ha decidido individual y colectivamente acentuar las demandas de ajuste) y con los mencionados límites de un proyecto neodesarrollista en la periferia.

Los sectores populares carecen aún de alternativas políticas que reconozcan como propias y parecen seguir apostando a la hipótesis del “mal menor” que es siempre, paradójicamente, lo peor. En ese marco, las fuerzas de sucesión (aparentemente Daniel Scioli o Mauricio Macri) nacerán en un contexto radicalmente distinto al que dio a luz al kirchnerismo. Sin una crisis orgánica y probablemente con alta legitimidad de origen, el gobierno por venir profundizará el ajuste frente a los desequilibrios del proyecto capitalista, con el fin de recuperar las condiciones macroeconómicas para la expansión en el marco neodesarrollista: acelerará la devaluación de la moneda, ajustará el gasto fiscal y acentuará la política de re-endeudamiento.

Ese gobierno enfrentará a un pueblo trabajador desarticulado en lo político y lo reivindicativo, producto de la herencia política del kirchnerismo. Solamente si el fantasma -y la experiencia- del 2001 es recuperado en favor de un nuevo proceso de recomposición política del pueblo estaremos en condiciones de enfrentar el futuro con posibilidades de hacerlo nuestro.

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*Profesor UNLP. Investigador CONICET. Militante del Frente Popular Darío Santillán – Corriente Nacional.

 

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