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La barbarie: el vándalo-capitalismo del siglo XXI y algunos usos de las tecnologías

Junto a la posverdad o la falsedad evidente, desnuda y  aceptada convive, complementariamente, la “sinceridad” o el cinismo impúdico de una verdad desfachatada, descarada. Objeto de ignorancia y, quizá la más de las veces, indiferencia.

No hablo de los dichos de nuestros gobernantes y la llamada clase política, sino de los hechos del capitalismo global de nuestro siglo.

Se ha naturalizado la figura del arrepentido, no sólo de sobornos, donde el sobornador-delator resulta ser el fiscal de sus cómplices sobornados. Ahora, además, tenemos arrepentidos de crímenes de lesa humanidad. Como son quienes cometen fraude para contaminar. Confesado el fraude se negocia la condena. El negocio se arregla y la contaminación queda y los contaminados condenados estamos.

Se ha superado la barbarie de la mercantilización a cambio de bonos de carbono que al menos establecía algún acuerdo y plazos para ir saneando. Las declaraciones y ciertos permisos de la administración Trump contra los Acuerdos de París, merced al cinismo del gobierno chino lo dejó a éstos casi como adalides contra la contaminación. Geo-negocios que, leídos como geopolítica, se fundan en la esperanza, dudosa, pero genuina de alguna política ambiental que amengüe o demore la catástrofe anclada en el consumismo irracional con finalidad financiera. Pero ya ni eso, la impunidad se arregla como se arregla cualquier negocio de mafias. La amenaza de la sanción del crimen es sólo un ingrediente de un buen arreglo, en el que la víctima nunca es reparada.

 

En el n° 18 de la revista Herramienta publicamos un análisis del caso Volkswagen, como una muestra de la barbarie del capitalismo del siglo XXI. Faltaba lo que ahora parece el final feliz para VW.

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El fraude del software preparado para ocultar la contaminación instalado en lo que se publicitó como “el motor más limpio” desapareció de las noticias. El acuerdo fue no remover el asunto y la empresa, sólo por un breve período, resintió sus ventas y el valor de sus acciones.

A pesar de ello sectores de la Justicia de Estados Unidos siguieron las investigaciones y las acciones legales contra el grupo encargado de la importación de los vehículos alemanes. El “dieselgate” siguió su curso en silencio porque la competencia sigue siendo la competencia y en Estados Unidos el diésel no es el negocio de la industria automotriz. Lo cierto es que después de dos años, no la empresa, sino su supervisor legal acumuló 11 cargos criminales que suman 169 años de cárcel. Entonces el señor Oliver Schmidt, luego de ser detenido por el FBI, se presentó en Michigan y se declaró culpable de conspirar en la instalación de un software ilegal en los vehículos que alteraba la medicióndel óxido de nitrógeno.

El asunto es que el pacto de culpabilidad lo enfrenta ahora a siete años de prisión (cuando termine el juicio, cuya primer sentencia está prevista para diciembre) más una multa que oscilará entre 40.000 y 400.000 dólares, es decir, nada.

Nada por contaminar el aire de los Estados Unidos y, de acuerdo a como sople el viento, del mundo entero. Por supuesto para el gobierno, y hasta para la justicia de Trump, tiene su lógica, ya que éste sostiene que lo del cambio climático es un cuento. Cuento que impediría a las petroleras explotar los combustibles fósiles del Ártico que, con el deshielo está abriendo vías de navegación.

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Pero ahí no termina el arreglo. La VW acordó pagar en EEUU 25.000 millones de dólares, pero no por la contaminación sino como compensación a los clientes que demanden por fraude.

Junto con  ello ha ofrecido re-comprar medio millón de vehículos en EEUU (compra con el dinero que ya cobró). A los que, junto con los que tiene en Europa, les actualizará el chip trucado. Ello sólo reducirá entre un 25% y un 30% las emisiones ya que en Europa los controles de óxido de nitrógeno son más benignos, con lo cual tiene la venta asegurada. El gobierno de Baviera es parte del grupo VW que pondrá, si hay que poner, los veinticinco mil millones. Los contribuyentes de Baviera, también contaminados.

 

Quizá no sea necesario recordar acá que fue Hitler el salvador de VW cuando financió el famoso “escarabajo”. Ni que durante la dictadura en Brasil su fábrica allí fue centro de tortura y muerte, bajo un régimen militarizado dirigido por un alto dirigente nazi, prófugo como responsable del asesinato de 400.000 personas.

La nueva camioneta Amarok fue testeada en junio de este año en Campo de Mayo, en un lugar de acceso restringido.

 

Por supuesto éste no es el único barbarismo no literario. Del cinismo impúdico y criminal. Obsceno, cuando habla de catástrofe ambiental de lo que es, o podría ser, controlable.

Noruega en su programa de promover vehículos eléctricos no necesita software trucado.

Tiene 5 millones de habitantes. Se plantea que todos sus vehículos sean eléctricos para el 2025, bajando así la contaminación. Limpia así su cuenta de carbono. Quizá construya un muro celestial para evitar algunos aires vecinos.

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Las cuentas, los bonos por contaminar, las pagarán otros países. Aquéllos a los que exporta el crudo y el gas de sus yacimientos en el Ártico. Con la nueva tecnología del shale. Junto con Rusia, Canadá y EEUU.

El gobierno Noruego subsidia a Statoil. YPF firmó en el 2016 un acuerdo con ésta.

El crudo y el gas así explotado son vitales para la economía noruega. Representan el 12% del PBI y la tercera parte de sus exportaciones. Exporta contaminación que no sólo sufrirán sino que pagarán los habitantes de los países importadores que, además, le facilitan la tarea.

Noruega fue uno de los primeros en firmar el Acuerdo de París. Está a la vanguardia de la explotación del petróleo en el Ártico. Eso sí, ya no invierte en carbón. No es negocio competir con los chinos.

Macri gestionó con los chinos compra de maquinaria para extracción de carbón. China también se propone la reducción del carbón. En China.

 

Nos abrimos al mundo.

 

 

 

Edgardo Logiudice

Agosto 2017

 

 

 

 

 

 

 

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