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Apuntes sobre socialismo desde abajo y poder popular

La izquierda anticapitalista en las elecciones

Los resultados de las PASO 2017 confirman los límites y posibilidades que marcan el espacio de la izquierda anticapitalista en los últimos años. Las elecciones de 2013 y 2015 fueron un parteaguas para ese espacio. En las legislativas de 2013 la izquierda se transformó en una fuerza electoral relevante por primera vez desde la década de 1980. El FIT recibió 5.32% de los votos a nivel nacional y tuvo desempeños locales asombrosos: 18.88% en Salta, 14.3% en Mendoza, 9.39% en Neuquén. El FIT se consolidó como presencia a nivel nacional y obtuvo tres diputados para el Congreso (el primer y último trotskista que había llegado allí, Luis Zamora, lo había logrado en 1989). El año 2013 marcó un cambio incluso más profundo: hasta entonces la izquierda había sobrevivido como una miríada de pequeñas agrupaciones electoralmente irrelevantes, centradas sobre todo en el movimiento estudiantil y casi sin contacto con la clase trabajadora. En 2013, por el contrario, los trotskistas obtuvieron una porción de votos entre las clases bajas que ya fue visible (aunque por supuesto todavía muy minoritaria en el total de los votos). Ese cambio es muy destacable y sin dudas esperanzador. Sin lugar a dudas, estos éxitos estuvieron facilitados por la unidad que lograron las tres principales fuerzas trotskistas superando su tradicional divisionismo (una unidad lograda menos por la clarividencia de sus líderes –hay que decirlo– que por la presión de la nueva ley electoral que creó las PASO). Pero hay que decir también que el FIT ha hecho un esfuerzo notable por aggiornar sus estilos estéticos y discursivos, lo que le permite llegar mejor a los votantes. Esto vale en especial para el PTS (el PO, por comparación, se ha mantenido algo más apegado a los esquemas anteriores). Los resultados posteriores a ese año bisagra ratificaron la relevancia del FIT como fuerza electoral, pero también marcaron sus límites. En las presidenciales de 2015, el FIT perdió unos 400.000 votos, obteniendo 3.27% del total. Se sabe que, para la izquierda, las presidenciales son siempre más difíciles que las legislativas. Pero en el tramo de Diputados nacionales también experimentó pérdidas serias: en Salta perdió 76.000 votos por lo que cayó del 18.88% al 6.64%. En estas PASO 2017 recuperó allí algo de lo perdido, llegando al 7.35%, pero nada cercano al logro previo. En Mendoza pasó algo parecido: en 2015 perdieron 20.000 votos, cayendo al 11.77% y en las PASO 2017 obtuvieron el 8.80%. En Neuquén otro tanto: en 2015 cayeron al 8.31% en 2015, mientras que en las PASO 2017 obtuvieron 6.67%. Por el contrario, en algún otro distrito tuvieron un crecimiento considerable, especialmente en Jujuy, donde en las PASO 2017 obtuvieron un sorprendente 12.55%. Todos estos datos indican que el FIT está encontrando límites en su crecimiento e incluso para la conservación de la base votante lograda en el pasado. El escenario que habían esperado no se materializó: hasta el momento el trotskismo no logró capitalizar el descrédito del kirchnerismo y el descontento por las medidas del macrismo en el poder. El año 2013 también fue un parteaguas para la “izquierda independiente”, parte de la cual desde entonces comenzó a probar suerte por primera vez en el terreno electoral. Sus primeros pasos mostraron signos auspiciosos, pero también serias limitaciones. Pueblo en Marcha probó suerte en 2015 en una incómoda alianza con el FIT de Capital (el PTS se negó a admitirlos pero el PO les concedió lugares propios en las listas de candidatos). En las PASO 2017, por el balance de esa experiencia, decidieron no continuar intentando acercamientos a los trotskistas, y se aliaron en cambio con Proyecto Sur. El resultado electoral de esa alianza fue muy pobre: apenas 0.24% en el tramo de ediles de la ciudad. Patria Grande también tuvo una política de alianzas algo errática. En 2015 pasaron la prueba de las PASO en Capital y en otros distritos obtuvieron niveles de voto interesantes: por caso 3.74% en La Plata y 2.37% en Luján. En las PASO de 2017, luego de un tenso debate interno, se permitió a la sección Capital competir como parte de la alianza de partidos que armó el peronismo, a pesar de que el resto de los distritos estaban totalmente en contra. Aparentemente esperaban que eso garantizara en CABA un lugar en las listas de candidatos de esa alianza para Itaí Hagman, pero su agrupación no consiguió superar el piso mínimo para ello. En Provincia de Buenos Aires y otros distritos, en cambio, Patria Grande ensayó una alianza (“Vamos”) con el Movimiento Popular La Dignidad. En los distritos bonaerenses donde le había ido mejor en 2015 esta vez sufrieron algún retroceso: 2.12% en La Plata, 2.04% en Luján. Por su parte en CABA Luis Zamora, que había logrado 3.42% de los votos en 2015, se mantuvo en un guarismo similar en las PASO 2017: 3.69%. Su fuerza, sin embargo, se mantiene por el capital político de su figura, sin proyecciones de votos o militancia fuera de ese distrito. Para todas estas experiencias, vale lo mismo que lo dicho como balance del FIT: es evidente que tienen limitaciones propias que les impiden capitalizar un momento que, con otras condiciones, podría haber sido propicio. Las oscilaciones drásticas en las estrategias y las alianzas (como las de Patria Grande) y los cambios permanentes de nombre para cada elección conspiran contra la posibilidad de convertirse en una referencia visible para el electorado (algo que sí ha conseguido el FIT y que debe destacarse). La excepción en este escenario es Ciudad Futura de Santa Fe. En 2015 habían obtenido un sorprendente 15.76% en la ciudad de Rosario (el mejor resultado de una fuerza de izquierda en todo el país, hablando de distritos grandes). En las PASO 2017 mantuvieron un nivel de votos comparable al de las primarias de aquél año, pero sumaron una novedad interesante: por primera vez dieron el salto al nivel provincial, presentando una lista de candidatas a diputado que obtuvo 2.98%, superando al FIT. Nada mal para una primera vez. Nada garantiza que el futuro traiga mayores crecimientos, pero los avances que logró Ciudad Futura hasta ahora pueden mostrar, por contraste, por dónde pasan las limitaciones de las demás fuerzas. Su fortaleza parece pasar por tres pilares. En primer lugar, un largo y sólido trabajo territorial, iniciado hace años por el Movimiento Giros y que se mantiene en esta nueva etapa de competencia electoral. En segundo lugar, un trabajo cultural y comunicativo muy intenso, con una estética atractiva y con consignas de campaña que apuntan a problemas concretos de la población y ofrecen soluciones realistas y tangibles (por caso, las iniciativas de abaratamiento de las compras que motorizaron en Rosario, o el proyecto de ley de protección a las víctimas de la inseguridad). Por último, seguramente colabora que tengan figuras públicas que han sabido instalar en el conocimiento de la población y un nombre partidario que permanece elección tras elección. Como panorama global, hay que decir que las fuerzas anticapitalistas no logran todavía dar con la clave de una política que permita un crecimiento sostenido. Sus logros parciales, sin embargo, dan algunas claves para pensar cómo conseguirlo de cara al futuro. El escenario actual sigue pidiendo una izquierda que sea capaz de reencontrarse con las masas. Eso seguramente implique estrategias y alianzas más osadas y experimentales. Contra ello conspira la visión tan fuertemente orientada a garantizar la “pureza” identitaria y la homogeneidad interna, propia de las fuerzas trotskistas (pero también presente en otras). Pero, al mismo tiempo, esa osadía conlleva el riesgo de dar pasos que pongan en riesgo el núcleo anticapitalista y antisistema que debe tener una fuerza realmente de izquierda y que desvirtúen totalmente su propósito. La clave será seguramente encontrar un punto medio entre la apertura y la conexión con lo popular tal como se presenta en el mundo real, y el sostenimiento de una visión y una identidad que lo invite a desplazarse hacia la izquierda y más allá del capitalismo. Michael Albert, un veterano militante de la izquierda norteamericana con quien tuve el gusto de trabajar, insiste siempre en que, para ser exitosa, una izquierda revolucionaria debe estar firmemente parada sobre tres patas: la crítica del presente, una visión deseable y realista de futuro, y una fórmula estratégica clara que explique cómo recorreremos el camino entre el hoy y el mañana. Albert insiste en que la militancia suele hacerse fuerte en la crítica: somos los mejores a la hora de denunciar las injusticias del presente, pero descuidamos completamente las otras dos patas. Para crecer es fundamental poder formular y comunicar una visión realista y concreta del futuro. Es imposible que la izquierda crezca si, ante preguntas concretas (por caso “¿qué va a hacer la izquierda con el problema de la inseguridad?”), respondemos con fórmulas genéricas y vaguedades (del tipo “Habrá asambleas de vecinos y trabajadores que se ocupen de ella”). Hoy no sólo no tenemos una visión clara de futuro, sino que cargamos todavía con la cruz de que las que nuestra tradición propuso en el pasado fueron un fracaso en todos los lugares en los que se aplicaron. Sin una imagen clara de hacia dónde pretendemos conducir la vida social, es improbable que alguien nos acompañe. Y lo mismo vale para la estrategia, el planteamiento del camino político y organizativo por el que imaginamos que llegaremos a ese objetivo. Mi amigo norteamericano dice que, en ausencia de respuesta a esos dos temas, la capacidad de crítica del presente se nos vuelve en contra. Porque nadie quiere que le machaquen todos los días que el mundo es un lugar horrible si no le ofrecen un camino factible hacia un mundo mejor. Si ello no existe o no es creíble, entonces la gente prefiere más bien que no le recuerden lo mal que vivimos… Yo agregaría una cuarta pata, entre las que nos faltaría fortalecer: un firme compromiso con las clases populares tal como ellas son (y no como nos gustarían que fuesen). Un compromiso ético firme con el cuidado del prójimo, con sus penurias y reclamos reales, con sus valores e identidades, que nos aleje de las exageraciones, desprecios y manipulaciones en las que, muchas veces, incurrimos a la hora de plantear nuestros activismos. Si la izquierda, antes que una ideología, una identidad o un programa para el futuro, no es primero un nuevo tipo de vínculo humano concreto y real en el momento presente, entonces no será nada.

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