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La revolución de Mayo. Miradas de clase

Viñeta: Rep

 

¿Qué es la historiografía liberal y cómo se relaciona con la Revolución de Mayo? Esta historiografía se construyó, durante buena parte de su existencia, como una apologética del poderío de las clases dominantes. Opera de esa manera, aunque no lo confiese, cuando tiende a identificar la historia del país con la de sus sectores más poderosos. Alcanza el momento más alto de su prestigio a través de instituciones estatales, sobre todo la Academia Nacional de la Historia, fundada en la década de 1930, con antecedente en la Junta de Historia y Numismática Americana creada por Bartolomé Mitre. Esos historiadores-académicos fueron una suerte de funcionarios públicos especializados en la historia nacional: son parte del aparato del Estado y como en tal carácter se ocupan de crear una historia oficial. Configuran una pedagogía que tiene diversos estratos, distintas variantes; desde sus trabajos de pretensión más científica hasta los de divulgación y, en un lugar muy importante, los manuales escolares, como los que escribió Ricardo Levene, figura máxima de la Academia. La historiografía liberal construyó una imagen de la sociedad argentina donde priman las armonías, los acuerdos entre los sectores “civilizados” de la sociedad, que serían las élites de ideología liberal. Quedan a un lado los disensos, las rupturas con aquellas clases que podían representar la barbarie. Hay algo de la matriz sarmientina en esto, pero bastante degradada y simplificada.
Los historiadores liberales sitúan a la Revolución de Mayo como un episodio muy importante en la formación de la nación, pero al mismo tiempo la conciben sólo como la búsqueda de una fórmula nueva de gobierno, la que tiene cierta continuidad con la época colonial. Al período de la colonia se lo veía, este es el enfoque de Levene, no precisamente como una época de subordinación a una dominación extranjera. Era presentado como una etapa civilizatoria donde lo que primaba era una relación con España en cierto pie de igualdad, “Las Indias no eran colonias” es el título de un difundido libro de ese académico. Allí no se destacan los elementos de opresión, la dependencia económica que imponía España, ni se reflejan de modo apropiado los privilegios de funcionarios, comerciantes y clérigos de origen hispano en el Río de la Plata.
Para los historiadores liberales el proceso de formación de la nación se remitía  al establecimiento de un “gobierno patrio”, un proceso en el cual se ven atenuadas sus características revolucionarias. Esa historiografía presenta a la revolución como un hecho incruento, como un proceso casi exclusivamente jurídico. Levene escribe un libro, Ensayo histórico sobre la revolución de Mayo y Mariano Moreno, en el cual se lo muestra como un jurista que busca fórmulas para constituir un nuevo gobierno Aparece mediatizado su aspecto jacobino, expresado en el fusilamiento de Liniers y sus cómplices en Córdoba para combatir la contrarrevolución o en el Plan Revolucionario de Operaciones. Este es un punto muy importante, ya que buena parte de los prohombres de la historiografía liberal, desde Paul Groussac en adelante, niegan toda verosimilitud  a la autoría del Plan por Moreno. El historiador francés protagonizó una famosa polémica al respecto con Norberto Piñero. Más allá de las pruebas invocadas, la preocupación excedía lo historiográfico. Lo que no aceptaban es la existencia de exponentes revolucionarios tan radicales y partidarios de la lucha violenta contra el orden anterior, tal como muestra ese escrito.
El empeño era limar las aristas revolucionarias del sector “jacobino”. Por tal motivo, la atribución del Plan tenía que ser necesariamente errónea. Se fuerza la interpretación del documento hasta que queda expuesto como falso de toda falsedad que el secretario de  la Junta haya tenido algo que ver con su elaboración.

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Es un conflicto que está enmarcado en una lucha, más bien política, en torno a cómo interpretar un hecho fundante de la historia argentina. Los historiadores liberales presentan una idea de “argentinidad” muy anterior a la revolución. Aquélla empieza a esbozarse por lo menos desde la época de Hernandarias en el siglo XVII, cuando aparecen criollos en funciones de gobierno, o incluso con los “mancebos de la tierra” ya en tiempos de la fundación de Buenos Aires por Juan de Garay, en 1580. Serían algo así como “protoargentinos”. La continuidad del proceso histórico estaría dada con una Revolución de Mayo que consagra, en un punto más de su evolución, esa “argentinidad” preexistente.

Las ideologías quedan muy en segundo plano, las pertenencias de clase son relegadas. Sólo restan episodios de lucha entre los partidarios de la independencia. Lo serían desde el primer momento, amparados en la llamada “Máscara de Fernando”, y chocarían con los  que bregaban por la continuidad del orden colonial; los famosos patriotas y realistas de los libros escolares.

Es, además, una historiografía preocupada por la élite de la sociedad, a  la que mira a través de los grandes personajes, el “patriciado”. Las masas aparecen alternativamente como el “pueblo” o el “populacho”, según adopten posiciones a favor de las causas que estos historiadores consideran justas o se decanten en sentido contrario a las mismas. Siempre en posición secundaria, cual “coro” de una tragedia con otros protagonistas. Esa historia mirada desde arriba, basada en gran medida en las individualidades, tiende a presentar a las figuras rectoras de la Revolución de Mayo como personas que están dotadas de virtudes muy especiales; que son siempre abnegados en la lucha por sus ideales y no están ligados a ningún interés de sector,  a ninguna ambición personal y constituyen así una especie de “nobleza”, libre de cualquier confrontación o lucha en el interior de su propio sector. El enfrentamiento es básicamente con el orden hispano, con la pretensión de volver a someter al Río de la Plata, al proceso colonial, y allí se queda.

Esta historiografía recibió cuestionamientos en variadas direcciones, entre ellas la del revisionismo histórico y la de los autores marxistas más tempranos. Es impugnada muy claramente, desde la década del ‘30 y la década del ‘40 del siglo XX. Es una historia que va ligándose,  en esas mismas décadas, a la defensa de un orden político que está en crisis. Al sostenimiento de un orden social que está en jaque. Pasan a una posición más defensiva, intentan consolidar la imagen canónica de la historia nacional. En esos años, van a publicar la Historia de la Nación Argentina, donde tratan desde los albores de la época colonial hasta 1860, aproximadamente. Ahí producen una summa historiográfica donde pretendían normalizar y unificar, de modo para ellos definitivo, la visión de la evolución nacional. Le dan allí el lugar protagónico al proceso revolucionario de mayo y la guerra de independencia.

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La historiografía liberal vivirá luego un período de decadencia o mejor dicho, de cierto repliegue, sobre todo durante los años del peronismo cuando la Academia Nacional de la Historia estuvo bajo intervención. En eso mismos años, sin embargo, la historia que escribieron los liberales sigue siendo hasta cierto punto la historia que reconoce el Estado: los ferrocarriles nacionalizados van a llevar el nombre de los mismos próceres de siempre.

Sobrevivirá luego ya sin el predominio en los ámbitos académicos, incluso en el periodo actual, de 1983 en adelante. Llegó a darse una cierta convergencia, entre sectores de la nueva historiografía, la “nueva historia social”, y la Academia Nacional de la Historia, que siguió existiendo. Se produce una renovada versión de la historia de la Academia,  editada hace unos años, la  Nueva Historia de la Nación Argentina que invita a la participación de algunas figuras de “los modernos”.Es el caso de Fernando Devoto, entre otros.Se puede ver que esto no es solamente un intento de supervivencia institucional o un intento de renovación limitado.

Hay cierta coincidencia entre lo que afirman las dos escuelas historiográficas, la liberal en decadencia y la moderna en auge, Existe una conjunción en el modo de interpretar por ambos la trayectoria del país y en particular la Revolución de Mayo. No es baladí que la visión del Plan Revolucionario de Operaciones de Moreno sea coincidente en ambos campos, con alguna excepción. El Plan debe ser apócrifo, no se puede pensar una revolución con carne y con sangre, que significa guerra, que conlleva enfrentamientos muy fuertes que abarcan a todos los niveles de la sociedad. Desde la lucha económica hasta el enfrentamiento político, el choque militar, la lucha ideológica.

Eso debe quedar en un segundo lugar, si es que en alguno. Algo de esto se ve en el libro de Fabián Harari, La contra: Los enemigos de la Revolución de Mayo, ayer y hoy. El resultado fue una historiografía de la revolución que quedó bastante abajo en calidad de Revolución y guerra: Formación de una elite dirigente en la Argentina Criolla, obra escrita en los albores de la década del 70.
La revolución ideal que visualizan  los “modernos” es al estilo de la que los ingleses llamaban “la Gloriosa revolución” de 1688, que se resolvió casi sin violencia, en un pacto. Un acuerdo que funde un nuevo consenso, sin procesos de enfrentamientos en su desarrollo. En ese sentido se podría decir que la historia social es una historia liberal remozada, adaptada a los tiempos. En definitiva tiende al mismo tipo de relación con la sociedad existente: la ratificación, incluso la glorificación del momento histórico en que se vive. Lo que antes era el apoyo de la historiografía liberal a los gobiernos del fraude patriótico, hoy es el basamento de esta historiografía nueva en lo que ellos llamaron “transición democrática”. Incluso se colocan a sí mismos en una fundamentación hacia atrás de la “transición”, como puede apreciarse en la obra de Hilda Sabato,  La política en las calles: Entre el voto y la movilización, Buenos Aires, 1862-1880.  Tiene además en común la historiografía liberal con la historiografía de los “modernos” que ambas colocan muy fuerte su pretensión de objetividad, su posición de no partidismo, su enunciación de estar basados en un tipo de interpretación cuya calidad es única e indiscutible, y no reconoce sino espíritu de facción en otras corrientes que puedan impugnarla.

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Creo que el desafío que enfrenta hoy la historiografía con intención antioficial, que tenga el propósito de llevar adelante una concepción critica, es volver a transitar las sendas que; -muy imperfectas, con sus fallas, con sus limitaciones, a veces muy grandes- marcó la historiografía marxista de toda una etapa de nuestro país, la de Milcíades Peña, Silvio Frondizi, en cierta medida Rodolfo Puiggrós.. Volver al análisis de clase, a la revisión a fondo de las estructuras económicas y sociales de la sociedad argentina en torno a esa época. Con diferencias, por allí se sitúan los trabajos de Gabriel Di Meglio, que  destacan el rol del “bajo pueblo” en el proceso revolucionario. Èl no escribe “guerra” sino “revolución” de independencia. Y también desmitifica la noción de   la nación fundada el 25 de mayo, cuando ubica esa revolución “en el actual territorio argentino”, y no en una República Argentina en ese entonces inexistente.

Se trata de ejercer una crítica reflexiva y profunda, pero al mismo tiempo impulsada por legítima pasión, de la historiografía todavía predominante. Que surjan expresiones que den la discusión desde el mismo campo universitario. Que piensen en ese sentido el proceso revolucionario en torno a 1810 como un devenir más de la lucha de clases, el desarrollo de una confrontación, que buscó no una fórmula institucional, sino un nuevo tipo de organización social. Que dio lugar al choque de distintas tendencias, incluso en el interior del bando revolucionario. Hacerlo con rigor; un distanciamiento crítico que no pretenda “objetividad”, compromiso político que no enturbie la mirada, y con la aspiración a formularse las grandes cuestiones, sin el envanecimiento del que pretende haber dado respuestas definitivas.

 

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