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Ladrones de gallinas. Los hambrientos frente a los jueces

El humor, la literatura y el cine lo cuentan mejor que los informes oficiales o las estadísticas: cómo unas circunstancias desesperadas convierten en ladrones a los pobres y los obligan a robarse unos a otros. La Ley de Flagrancia hace de ellos la carne de un sistema penal cada vez más acentuado en gestionar ciertos delitos de la pobreza que la situación social hace crecer sin límites. La realidad se parece muchísimo a la ficción.

Nacida en los fondos con gallineros de las casas de los pueblos o del conurbano, la expresión “ladrones de gallinas” alude a los ladrones menores que pueblan las cárceles en contraposición a los ladrones grandes, los que comenten delitos importantes o peligrosos, y que relacionados con el poder nunca son encarcelados. También alude a un ladronzuelo no temible, conocido en los pueblos o barrios, más pillo que delincuente (como bien dice el chiste contado con variantes), que anda rondando las oportunidades que dejan las puertas abiertas, las cosas olvidadas en los patios, algún descuido, para hurtar un triciclo, una pala, ropa tendida en la cuerda.

Extrañamente nunca alude al hambre. La suposición que subyace pero que no emerge es que el ladrón de una gallina se la roba para comérsela y porque no puede comprarla. Lo sabe bien Condorito, que es de orígenes humildes. Y también sabe bien, como todos los pobres, lo fácil que es que los ladrones de gallinas vayan a dar a la cárcel (y que el carabinero se dé el festín).

 

 

En estos tiempos descarnados los ladrones de gallinas que dan sus primeros pasos como tales pueblan las fiscalías y juzgados como nunca antes. Autores de pequeños robos, delitos menores tan menores que a veces quedan absueltos por insignificancia, o reciben probation, o alguna obligación como la de concurrir a la escuela. Ellos son la carne de un sistema penal cada vez más acentuado en gestionar ciertos delitos de la pobreza que la situación social hace crecer sin límites. Muy lejos de las ilegalidades importantes y de ser delincuentes consumados se estrenan como ladrones impulsados por la necesidad y la desesperación. Personas al borde de la caída personal, familiar, laboral, o ya caídos de todos los sostenes económicos y vinculares, que se agarran de donde pueden para mantenerse en pie.

Fiel retrato de Antonio, que nunca ha robado nada. Antonio es un trabajador desocupado que por fin acaba de encontrar un trabajo: pegar afiches de publicidad en la calle. Este trabajo le exige tener bicicleta y él, ya sin recursos, ha empeñado la suya para que su familia pueda comer. En el apuro su esposa lo ayuda: empeña las sábanas de la casa y con ese dinero él rescata la bicicleta.

Así comienza Ladrón de bicicletas (1948), inolvidable película de Vittorio de Sica, que se desarrolla durante la segunda posguerra en Roma cuando las circunstancias de vida para los trabajadores eran muy difíciles.

La mañana que Antonio por fin comienza a trabajar es esperanzada y alegre pero no durará mucho: en un momento en que está pegando afiches un ladrón le roba la bicicleta. Antonio lo persigue, incluso con ayuda, pero el ladrón se esfuma con el rodado. Acompañado por su pequeño hijo, y por amigos y compañeros, sale más tarde en busca de ella por los mercados ilegales, los desarmaderos y los barrios adonde supone que puede encontrar al ladrón y recuperarla. Pero no lo logra. Desesperado, ve una bicicleta apoyada contra una pared y Antonio, que no es ningún delincuente, se decide a robarla porque sin una perderá el trabajo recién ganado. Pero al contrario de cuando él persiguió a su ladrón, a él sí le dan alcance, lo rodean, lo insultan, recibe algún golpe y se la quitan, avergonzándolo delante de su hijo.

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Tal vez parecido a Javier, trabajador desocupado y padre de cuatro hijos, que igualmente robó una bicicleta. Una bici marca Aurorita rodado 20. A él, como a Antonio, también lo agarraron, lo llevaron a juicio por aplicación de la Ley de Flagrancia, y siendo la primera vez que cometía un delito le dieron probation y trabajo comunitario. Otro nuevo ladrón, Mauro, robó dos tiras de asado y unos paquetes de salchichas de un supermercado, y aunque el supermercado le siguió el caso al final fue absuelto por insignificancia. Alan, un changarín de 18 años sin antecedentes penales, tiene un hijito con asma. Llegó a un juicio por flagrancia porque robó dos canillas; en el juicio explicó que quería venderlas para comprarle al nene un aerosol Ventolín. Otro que intentó ser ladrón quiso romper el candado de una bicicleta pero fue visto por un policía y entonces trató de esconderse en un contenedor de basura. Frente al juez lloraba de hambre, flaco, desdentado y sucio.

No es la posguerra europea de la película pero la situación de les trabajadores es tan difícil como aquella, o más. Y la muestra es que los robos pueden ser patéticos: desodorantes, un termo, unas canillas, lámparas, como mucho una bicicleta o un celular, alcohol o cualquier bebida, tabletas de chocolates, salamines, salchichas, cualquier cosa que sirva para revender o directamente para comer. Como Vicente Ferrer, el que en Buenos Aires se llevaba sin pagar un queso y un aceite y fue muerto a golpes por dos vigiladores del supermercado Coto. Ladrones que no saben robar y salen desarmados a asaltar algún comercio con su sola amenaza, y muchas veces tan inexpertos que la policía los atrapa a pocos metros del lugar del hecho, con el botín encima.

Botín recuperado de un asalto sin armas a una panadería en Mar del Plata.
Gracias al orden con el que la policía lo muestra orgullosamente se lo puede contar: son 390 pesos.
 

Una ley para los valjeanes

Jean Valjean, un hombre joven de oficio podador, mantiene a la numerosa familia de su hermana que ha quedado viuda. Apenas puede llevarles algo para comer con su ocupación mal pagada hasta un crudo invierno en que no puede alimentarlos más porque no tiene trabajo. No tiene trabajo pero sí siete sobrinos, todos niños. Una noche da un puñetazo a la vidriera de una panadería, la rompe y roba un pan para llevárselos. El panadero lo advierte, lo corre y lo alcanza. Capturado, es condenado a cinco años de prisión transformándose en un número, el preso 24601. Sucesivos intentos de evasión de la cárcel le agregan años hasta que finalmente cumple diecinueve de condena por aquel pan robado.

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Así comienza la historia de Jean Valjean, el protagonista de Los miserables (1862), novela de Victor Hugo que retrata la sociedad y las personas del S.XIX en Francia, la pobreza extrema, la crueldad contra los débiles, la injusticia y la desigualdad, la aplicación de la justicia y la ley, la búsqueda de la superación y la paz personal por parte del protagonista, y la situación política que lleva a la rebelión antimonárquica de junio de 1832 que cierra la historia. La magistral novela ha sido llevada al cine, el teatro y la televisión, y tiene numerosas versiones como musical, la última de 2012 para cine. Aquí, un pequeño fragmento donde canta Gavroche, un despierto chico de la calle en medio de su pobrísimo entorno:

 

Tal cual se cuenta en esa novela los sistemas penales siempre identifican bien a quién perseguir y sobre quién se descargan. No es la excepción el de Argentina que desde 2016 cuenta con esa Ley de Flagrancia, que ya desde antes se aplicaba con variantes en diversas provincias. La flagrancia, el que un delincuente sea apresado como Jean Valjean, en el acto de cometer la falta o poco después, corriendo con el pan bajo el brazo, es el punto nodal de la ley. La ley determina que si un delincuente es detenido in fraganti debe realizarse una audiencia oral y pública en menos de 24 horas con el objetivo de que se realicen juicios abreviados y se llegue a una rápida condena. En su momento el gobierno y en particular la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, cuyo ministerio había elaborado el proyecto, la presentó con bombos y platillos como la solución rápida y efectiva “para detener la ola de delitos y terminar con las puertas giratorias”, con un interés en ganarse la simpatía de la opinión pública a favor de la mano dura y señalando en particular al narcotráfico, caballito de batalla para justificar cualquier avanzada represiva. Pero, ¿qué ha pasado con su aplicación a tres años de sancionada por el Congreso?

Según un informe sobre la aplicación de la Ley de Flagrancia en la Ciudad de Buenos Aires, que fue comentado por algunos medios, de junio de 2018 a junio de 2019 el 90% de los casos delictivos judicializados fueron por delitos menores. En las fiscalías de flagrancia se sobreacumulan los miserables detenidos por primera vez en situación de robos o de hurtos, muchos en grado de tentativa, nuevos pobres desocupados, exchangarines, exobreros de la construcción, cirujas, exvendedores ambulantes corridos de un lado a otro, personas en situación de calle, todos los expulsados de la trama social a los que Victor Hugo podría perfectamente incluir en sus muchedumbres de mendigos, hambrientos y desarrapados de todo tipo.

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Esos que llegan a los tribunales son los que ya se han quedado sin ningún recurso y no pueden aspirar a recibir alguno; a veces marginales que viven en la calle, con padecimientos mentales o adicciones para cuya cura los jueces no disponen de recursos: no hay camas disponibles para que sean internados o programas de rehabilitación adonde incluirlos, o los equipos de atención están ya abarrotados. En la ciudad de Buenos Aires la Unidad N° 28 del Servicio Penitenciario Federal, en la alcaldía de Tribunales, ve pasar cada día a decenas de esos detenidos en espera del juicio breve y veloz que tanto le place a la ministra Bullrich. Una cantidad de ellos fueron atrapados por primera vez pero si luego se convirtieran en reincidentes, y la situación ayuda mucho a esa posibilidad, quedarán atrapados en un sistema penal que los dejará señalados y que va a dificultarles todavía más insertarse en la vida laboral y social con normalidad. Las circunstancias se repiten en todas las ciudades del país, con sus juzgados de flagrancia colapsados de detenidos que afrontan un juicio sumarísimo del que volverán, si vuelven, a las mismas circunstancias por las que llegaron a él. Así es que esta ley resulta una herramienta para castigar a los pobres que delinquen para subsistir y criminalizar a los que protestan, tal como la analiza CORREPI.

Muy lejos de los grandes delincuentes que se sugiere perseguir otras veces los detenidos son los actores muy menores del narcotráfico, o mejor dicho las actrices: las mujeres que venden droga en los barrios para mantener a sus familias o que trabajan como mulas, los eslabones más débiles del narco que van a dar a la cárcel por infracción a la ley 23.737 de Estupefacientes y que conforman más del 43% de las causales por el que ellas son encarceladas, según informe del CELS.

Le servirán al Ministerio de Seguridad y al de Justicia esas persecuciones, esas detenciones realizadas muchas veces sin riesgo alguno, y las decenas de expedientes que diariamente se abren en los juzgados para mostrar el crecimiento de sus estadísticas. Lo que no podrán hacer es lograr que se acaben porque para eso serían necesarias medidas que nada tienen que ver con las persecuciones policiales y las penas legales, y sí con no tener hambre ni otras imperativas necesidades no cubiertas.

Como si la misma realidad fuera lo más mezquina posible y ya no quedaran gallinas, dos cirujas de Monte Grande entraron a robar a la casa de un jubilado que no tenía gallinero pero sí un palomar. El hombre los vio llevándose una bolsa con sus palomas, avisó a la policía y fueron detenidos. Frente al juez los dos compañeros de Condorito declararon que las llevaban a sus familias para comer porque no pueden mantenerlas con lo que juntan con el carro. Tal vez habría que dibujar de nuevo a los actuales ladrones de palomas y volver a contar aquellos chistes a medias graciosos, a medias patéticos, de los que robaban gallinas.

 

Fuentes:

https://www.infobae.com/sociedad/policiales/2019/03/17/los-nuevos-presos-de-la-miseria-aumentaron-los-detenidos-por-robar-para-comer-en-la-ciudad/
https://www.pagina12.com.ar/203446-la-gestion-penal-de-la-pobreza
0223.com.ar

One thought on “Ladrones de gallinas. Los hambrientos frente a los jueces

  1. Muy interesante este articulo, enriquecido por amplias referencias del tratamiento de este esencial tema en el arte.
    Claro, en la actualidad y en el ‘contexto general’, se han generado nuevos paradigmas para resolver, que no surgen de la lectura del presente articulo.
    Una violencia extrema ya llega a comprometer hasta la vida de la/las víctimas, y eso impide enmarcar a tales ladrones ‘como simples victimas’ sin otras alternativas.
    Los actos delictivos actuales no son solo hurtos de solitarios ‘excluidos’ para combatir el hambre. Ya pierde el ladrón ‘victimario’, casi toda la noción de protección hacia ‘su’ familia, como el valor de la vida propia y la ajena ( su victima) .
    Por lo tanto no resultaria legitimo considerarlo ‘ victima’ juridicamente; seguimos huérfanos de soluciones de fondo.

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