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Las derechas profundas en América Latina

Los resultados recientes demuestran que se sobrestimó la capacidad de gobierno y de construcción de mayorías electorales –no exentas de ser artificialmente infladas por prácticas asistenciales y clientelares-, se desestimó la posibilidad de apostar a la movilización y la activación de las clases subalternas y se subestimó la capacidad de reacción de las derechas de la región.

Las derechas latinoamericanas han estado muy activas y han reportado significativas victorias en los últimos tiempos. Última en orden de aparición: el descarrilamiento del proceso de paz en Colombia. En menos de un par de años, las derechas ganaron las elecciones en Venezuela y Argentina; bloquearon la posibilidad de otra reelección de Evo Morales en Bolivia y, por otros medios, aparentemente también de Correa en Ecuador; destituyeron a Dilma y acorralaron a Lula en Brasil; disputaron entre sí la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Perú. En perspectiva amenazan con ganar un referéndum destituyente en Venezuela y se presentan como favoritas en las elecciones mexicanas de 2018, salvo considerar todos los reacomodos y las eventualidades que ocurran en el tradicionalmente incandescente año pre-electoral. Y el listado podría seguir, incluyendo el señalamiento de las pocas excepciones que, sin embargo, no son totalmente ajenas a la tendencia general, como, por ejemplo, en el caso del Uruguay y de Nicaragua donde la derechización parecen producirse al interior del progresismo local más que por el visible fortalecimiento de oposiciones francamente neoliberales.

Si en algunos de estos países, como Colombia, Perú y México, la derechización se produce al interior de escenarios políticos que nunca dejaron de ser neoliberales y conservadores, es más alarmante que la tendencia se manifieste también y de forma contundente en países donde, durante más de una década, han gobernado fuerzas progresistas.

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Respecto de estos casos, el retorno de las derechas remite a muchas causas cuya concatenación resulta difícil de descifrar. Me limitaré a señalar de formas telegráfica dos de ellas -la primera de orden económico y la segunda de orden político- para poner en evidencia el peso político que adquieren en la coyuntura algunos aspectos estructurales.

En el plano económico, ha sido señalado como el cambio de clima en el mercado capitalista mundial hundió el llamado consenso de las commodities, limitando los ingresos y, por ende, la iniciativa productiva y la capacidad redistributiva de estos gobiernos que se sostenía en el principio del crecimiento del tamaño del pastel y de las tajadas de cada uno de los comensales. La coyuntura actual está marcada por la afirmación ineluctable de la lógica de los ciclos y la crisis capitalistas, algo que posiblemente no fue considerado por cortoplacismo o porque se consideraba que escapaba a los márgenes de intervención y acción de los gobiernos en turno. Pero, aunque se pudiera justificar de esta manera, esta apreciación no se hizo explícita a la hora de diseñar y defender la perspectiva neodesarrollista que éstos asumieron y que, como su antecedente histórico de los años 40 y 50, terminó estrellándose con la persistencia de la dependencia.

Por otra parte, en el terreno político, desde hace años he insistido –junto a otros analistas- en que los vicios inherentes a la apuesta de los diversos progresismos latinoamericanos a una forma de conducción estatalista y gubernamentalista, en plena continuidad con la lógica delegativa del electoralismo y el caudillismo, promoviendo (en unos casos más que en otros) la desmovilización o re-subalternización de los actores y movimientos sociales que habían sido protagonistas del ciclo de luchas antineoliberales de los años 90, en aras de garantizar la estabilidad del proceso-proyecto autoproclamado posneoliberal y afianzar determinados grupos dirigentes u organizaciones políticas. Los resultados recientes demuestran que se sobrestimó la capacidad de gobierno y de construcción de mayorías electorales –no exentas de ser artificialmente infladas por prácticas asistenciales y clientelares-, se desestimó la posibilidad de apostar a la movilización y la activación de las clases subalternas y se subestimó la capacidad de reacción de las derechas de la región.

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Y justamente, en ausencia de contrapesos hacia la izquierda, de vastos y combativos movimientos populares, las derechas latinoamericanas que en varios países (Argentina, Brasil, Bolivia, Ecuador y Venezuela en particular) fueron francamente derrotadas a mediados de los 2000 terminaron por recuperarse. Esto ocurrió tanto por el inevitable desgaste propio del ejercicio de gobiernos de las fuerzas progresistas como por el hecho que los discursos y las prácticas nacional-populares no lograron penetrar lo suficientemente hondo en términos societales y los valores y las creencias no fueron modificadas substancialmente. El conservadurismo social sembrado y cosechado en el ciclo de instauración del neoliberalismo entre los años 80 y 90 se mantuvo por su solidez intrínseca y porque algunos de sus principios no fueron cuestionados frontalmente sino, más de una vez, utilizados instrumentalmente como, por ejemplo, en el caso del consumismo, que constituyó una de las clave de éxito político-electoral de realización clasemediera del proyecto neodesarrollista durante más de una década. Así que detrás de procesos que parecieron exitosos en términos de construcción de hegemonía en el corto plazo, bajo la forma de votos, alianzas y consenso interclasista, emergió fatalmente, en el terreno de la disputa político-cultural, la cuestión hegemónica de fondo, en la cual las sedimentaciones ideológicas de mediano-largo plazo no dejaron de tener un claro tinte neoliberal y, en una capa todavía más profunda, de conservadurismo histórico.

En síntesis, más allá de las variables responsabilidades políticas de unos y otros, las derechas encontraron las condiciones para su resurgimiento en las profundidades estructurales, económicas y culturales, de las sociedades capitalistas latinoamericanas. Por ello no será fácil combatirlas y, al mismo tiempo, su emergencia, por lamentable y doloroso que resulte en términos de los intereses inmediatos de las clases subalternas, obliga a un saludable ejercicio de revisión de tácticas y estrategias, a reorganizar fuerzas sociales y políticas y repensar proyectos y valores de referencia.

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