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Los inicios del guevarismo en Argentina (Parte II): ¿Lucha armada en el gobierno de Illia?

A lo largo de 1963 se desarrolló el reconocimiento del territorio salteño elegido para el despliegue de la guerrilla del EGP y la preparación logística. A su vez el Vasco y sus compañeros se separaban de Palabra Obrera y comenzaban el reclutamiento de cuadros para llevar adelante su propia organización armada. Durante esos preparativos tuvieron lugar las elecciones nacionales de Julio de 1963. Arturo Illia, el candidato de la Unión Cívica Radical del Pueblo (UCRP) triunfaba con el 25,15% de los votos. El peronismo era nuevamente proscripto en unas elecciones regidas por un estatuto de los partidos políticos dictado en el gobierno de José María Guido, que postulaba que sólo podían presentarse a los comicios fuerzas que “repudian abiertamente al régimen derrocado en 1955 y a todo sistema de gobierno comunista…o de cualquier otro totalitarismo de derecha o de izquierda”. El  impulso al voto en blanco se decidía apenas cuatro días antes de los comicios alcanzando un 19,72% que estaba muy por debajo de las expectativas del peronismo. Una discusión ineludible reside en abordar las causas que llevaron a diversas organizaciones a mantener su decisión de lanzar la lucha armada durante el gobierno del radical Arturo Illia. Las críticas más usuales remarcan que el accionar guerrillero, llevado adelante en el marco de un gobierno surgido de un acto electoral, violaba las premisas básicas sostenidas por el Che, quien recomendaba no realizar acciones armadas si existían gobiernos que contaban con alguna base de legalidad política. El Che afirmaba que: “Hay que  considerar siempre que existe un mínimo de necesidades que hagan factible el establecimiento y consolidación del primer foco. Es decir, es necesario demostrar claramente ante el pueblo la imposibilidad de mantener la lucha por las reivindicaciones sociales dentro del plano de la contienda cívica…donde un gobierno haya subido al poder por alguna forma de consulta popular, fraudulenta o no, y se mantenga al menos una apariencia de legalidad constitucional, el brote guerrillero es imposible de producir por no haberse agotado las posibilidades de la lucha cívica”. Mantener la decisión de lanzar la guerrilla en esa coyuntura particular auspició análisis posteriores que sostuvieron que allí residía uno de los errores básicos de su accionar, un factor que permitió su aislamiento, así como un elemento que demostraba el temprano desprecio de los grupos armados por la política y la subordinación de toda su estrategia al plano militar. Pero sólo un análisis riguroso de la Argentina de la época puede dar cuenta de los procesos profundos que llevaban a diversas franjas de la militancia revolucionaria en Argentina a volcarse a la lucha armada. Lo primero a tener en cuenta es que aunque aquí nos ocupamos de los espacios que podríamos inscribir en un temprano guevarismo, la voluntad de llevar adelante la lucha armada excedía ampliamente esas organizaciones. El 9 de Agosto de 1963 un grupo llevaba adelante el asalto al Policlínico Bancario. Pocos meses después tomaba estado público que quienes habían protagonizado la acción con el objetivo de buscar fondos para iniciar la lucha armada, pertenecían al Movimiento Nacionalista Revolucionario Tacuara (MNRT), una escisión por izquierda de la organización ultraderechista Tacuara. Al año siguiente hacía su aparición en el seno del peronismo el  Movimiento Revolucionario Peronista (MRP), considerado el primer intento de cristalizar orgánicamente una corriente de izquierda en el peronismo con un programa propio y una serie de definiciones ideológicas más radicales. Entre sus figuras más prominentes se encontraba Gustavo  Rearte, dirigente sindical del gremio de los jaboneros, líder de la juventud peronista de la resistencia y organizador, posteriormente, de la Juventud Revolucionaria Peronista (JRP). Rearte había elaborado las bases ideológicas del agrupamiento redactando y presentando una declaración de principios y el llamado decálogo revolucionario, que tendrían un rol fundacional para las futuras corrientes del peronismo revolucionario. Allí se sostenía que: “Para que el movimiento pueda cumplir el papel de conducción, de aglutinador que la clase trabajadora argentina le impone, debe desprenderse de los elementos burgueses y reformistas que lo frenan y superarse. Para ello debe darse una estructura y una dirección centralizada revolucionaria, altamente representativa de las bases, que incorpore los elementos ideológicos que permita penetrar profundamente en las contradicciones de la sociedad y forjar un programa revolucionario mínimo que contemple las necesidades de todo el pueblo… el régimen en descomposición ha cerrado todos los caminos al pueblo apoyado en la violencia y en la represión y haciendo del fraude y la proscripción de las mayorías populares su “sistema de gobierno”…Nuestro pueblo sabrá recoger la tradición de las montoneras gauchas y responder golpe por golpe a la reacción con sus mismas armas. De hoy en adelante sabremos utilizar la lucha armada como método supremo de la acción política” Por otra parte con la llegada del gobierno de Illia, John William Cooke había regresado al país tras su  exilio en Cuba, intentando estructurar una organización de cuadros revolucionarios al interior del peronismo que se proponía llevar adelante la lucha armada. La agrupación sería bautizada como Acción Revolucionaria Peronista (ARP). Cooke –a quien ya vimos cómo actor clave en Cuba junto a Alicia Eguren para convocar militantes argentinos para el adiestramiento militar- estaba convencido de que había que realizar una paciente tarea de acumulación de cuadros, de propaganda y de trabajo ideológico al interior del peronismo, así como desarrollar todas las tareas logísticas necesarias para impulsar  la lucha armada. Por lo tanto, no creía en la eficacia en esa coyuntura de una estrategia insurreccional pública como la que postulaba el MRP. Desde una vertiente ideológica muy diferente se encontraba una escisión del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) Praxis creado por Silvio Frondizi. Se trataba de un núcleo de militantes que llevó adelante la estrategia de impulso a la lucha armada y que años más tarde desembocaría en la confluencia que se conocerá como las Fuerzas Argentinas de Liberación (FAL), a principios de los años 70.  La estructura económico-social de la Argentina con un alto grado de desarrollo urbano, una importante clase trabajadora y el peso de la organización sindical, hacía que para ellos la principal hipótesis revolucionaria pasara por un proceso insurreccional que tendría como epicentro las ciudades. Eso los llevaba a cuestionar las experiencias de guerrilla rural a las que veían como copia del modelo cubano. Imaginaban que su tarea específica era la construcción de una herramienta político militar que intervendría de manera decisiva cuando se desatara el proceso insurreccional, pero como esa posibilidad no era inmediata consideraban que eso les daba tiempo para desarrollar su organización, acumular armas, infraestructura, dinero, inserción, etc. Por eso operarían militarmente durante el gobierno de Illia sin aparecer a la luz pública en ese momento. De hecho, contrariando las hipótesis que ubican al  asalto al Policlínico Bancario como la primera acción guerrillera urbana, es el operativo de desvalijamiento del Instituto Geográfico Militar de 1962 realizado por este grupo, el que se puede ubicar como pionero. No es éste el lugar para desarrollar en profundidad las discusiones, diferencias de concepciones y el periplo de cada una de las vertientes que aquí describimos someramente. Lo que demuestra esa existencia tan diversa de espacios que se proponen el impulso de la lucha armada en ese contexto es, por un lado, que el problema de la violencia política y los procesos que llevaron a la multiplicación de los grupos armados en Argentina son previos al golpe de Onganía. En segundo lugar existía un debate profundo que cruzaba todo el arco militante de la izquierda, que ponía en crisis las estructuras de Partido Socialista (PS) y el Partido Comunista (PC) – incluso la misma vertiente trotskista de Nahuel Moreno, como vimos, se encontraba atravesada por ese debate que lleva a la ruptura de Palabra Obrera (PO) encabezada por el Vasco Bengochea- pero que también se expresaba con toda virulencia en el peronismo.  Un eje determinante de ese debate era la violencia política y la lucha armada, lo que obligaba cada vez más a sentar posición al conjunto de la militancia. En el caso de las tradiciones de izquierda eso incluía una revaloración del peronismo a la luz de los acontecimientos post golpe de 1955. Ya en ese momento para convocar a la militancia más sacrificada y comprometida, sólo una propuesta que se centrara en el impulso a la guerra revolucionaria podía encontrar eco más o menos inmediato. El debate al interior de la militancia se estaba saldando a favor de la lucha armada ya en esa etapa más temprana, lo que no significa que esas propuestas pudieran superar su carácter marginal en ese momento. En eso hay que ser cuidadosos. En esa coyuntura los grupos que hemos descripto, en la mayoría de los casos, eran poco numerosos y sus grados de inserción social decididamente débiles pero su diversidad y su veloz multiplicación delataban la existencia de procesos muy profundos que arrancan tras el golpe de 1955 pero que para nada detienen su curso durante el gobierno de Illia. En tercer lugar el impacto indudable de la revolución cubana a nivel mundial no puede ser pensado en el caso Argentino de manera unilateral sino que se inserta en un marco de luchas previas. En ese sentido los balances sobre las causas de la derrota de la primera resistencia peronista, los aciertos y fracasos de esa experiencia, llevaran a muchos militantes a evaluar la posibilidad de la acción armada incluso antes que el ejemplo de Cuba y el Che condensen esa vía en un sistema de ideas. Se trata de un desarrollo complejo de cruce y síntesis entre los procesos locales e internacionales. Relacionado con ese proceso de sinapsis entre el ejemplo cubano y la situación interna encontramos el convencimiento de la mayoría de la militancia revolucionaria y gran parte de las clases populares de que el gobierno de Illia era parte del régimen de semidemocracia excluyente y proscriptiva surgida tras el golpe de 1955. Esa percepción pronto se confirmaría en Diciembre de 1964 tras el bloqueo del regreso del Perón al país con la complicidad de la dictadura brasileña, obligando al avión que lo traía de regreso a retornar a España desde el aeropuerto de Galeao en Río de Janeiro. Ya hemos señalado cómo la anulación de las elecciones de 1962 por Frondizi instaló en el Vasco Bengochea y sus compañeros la convicción de que los espacios políticos legales se cerraban inexorablemente. Desde allí el dictatorial gobierno de Guido, el enfrentamiento en las Fuerzas Armadas entre las facciones colorada y azul, más la proscripción del peronismo en las elecciones de 1963 tendían a confirmar ese análisis y no a desmentirlo. La aguda crisis de credibilidad del sistema político estaba en la base de la legitimidad que pretendían tener todas las experiencias armadas para llevar adelante su accionar en el período. Este convencimiento iba mucho más allá de la estadía de Illia en un gobierno ya que aun los más cautos -como Cooke- veían al gobierno radical como una administración política sumamente débil. Se trataba, según entendían, de un momento efímero de relación de fuerzas que muy pronto volvería a encontrar cara a cara a las Fuerzas Armadas y sus apoyos en la sociedad civil frente a los que resistían e intentaban una salida revolucionaria. Hipótesis que el golpe de Onganía de 1966 terminaría por ratificar. En cuarto lugar un aspecto decisivo que conducía al convencimiento en las bondades de la lucha armada era la existencia de  una ruptura  mucho más profunda que la de la crisis del aparato institucional: se trataba de una ruptura político cultural que escindía la sociedad en identidades políticas enfrentadas. . Desde el golpe de 1955, como lo señala Ernesto Salas, se construyó una cultura popular resistente dado que “en la Argentina, el punto de vista antiperonista que constituyó una cultura de clase, se apoyó en las antinomias ‘civilización contra barbarie’, ‘democráticos contra autoritarios’, ‘realistas contra populistas’, ‘modernos contra primitivos’ construyendo una inmensa segregación social. Cuando ésta se agregó a la exclusión política, el resultado fue la formación de una identidad de resistencia de los excluidos que construyó formas de resistencia colectiva contra la opresión, de otro modo insoportable” Esa identidad transmitió sus significados por diversos canales “…una red de estructuras informales de organización y comunicación formada por los comandos de la resistencia, las comisiones internas de fábrica y las organizaciones juveniles políticas. Estas organizaciones informales ocupaban espacios seguros: los barrios, los clubes, las fábricas, las casas, las cárceles, los estadios de futbol, etc.” Esa identidad político cultural no se encontraba en el mismo punto durante el gobierno de Illia que durante la primera resistencia, pero seguía viva porque su construcción no estaba atada a la coyuntura, sino a lo que se percibía como la persistencia de la situación de exclusión, en las barriadas y lugares de sociabilidad de las clases populares. Aunque la enorme mayoría de los trabajadores no participara en ningún tipo de acción directa muchos estaban dispuestos a no condenarlas. El grado de aceptación de iniciativas que contemplaran la violencia política era más alto que en otros momentos históricos y tenía un piso determinado incluso antes de que el Cordobazo y los sucesos posteriores lo aumentaran notablemente. En parte, esa situación explica casos como los de un grupo de trabajadores peronistas de los frigoríficos de Berisso que adhieren con naturalidad a la propuesta del Vasco Bengochea de impulsar una guerrilla y colaboran decididamente con las tareas logísticas necesarias para llevarla a cabo. Se trata de una clase obrera excluida política y culturalmente que enfrentaba la puesta en marcha de un modelo de acumulación industrial capital intensivo, liderado por las empresas trasnacionales y los grandes grupos locales, que alteraba de múltiples formas la situación cotidiana de los trabajadores. La relación de franjas de los trabajadores argentinos con la violencia política y la lucha armada fue más compleja que las interpretaciones que la reducen a un problema exclusivo del descontento de la pequeña burguesía urbana. De esa manera la emergencia de organizaciones armadas, aún las más diferenciadas del peronismo, y por supuesto la cristalización de sectores de izquierda al interior del peronismo, como el MRP o ARP, tenían vasos comunicantes con la existencia de una identidad popular resistente. De algún modo –incluso en un sentido más mediado, como era el caso del EGP o del grupo del Vasco Bengochea- eran emergentes de nuevas formas de lucha que respondían a esa ruptura social y al malestar, más sordo pero evidente, con la institucionalización de los sindicatos y del propio movimiento peronista, consecuencia de la derrota de las protestas populares en 1959. Abrevaban, directa o indirectamente, en esa cultura resistente para intentar encontrar eco a sus propuestas. La crisis del sistema político y las dificultades de las distintas fracciones del bloque dominante por construir mecanismos estables de dominación y determinado grado de consenso, configuraba una situación de crisis de hegemonía que años más tarde -tras el Cordobazo- se transformaría en crisis orgánica. De ellas se alimentaban los proyectos revolucionarios que tenían una estrategia armada. En quinto lugar esa adhesión de determinados sectores a la lucha armada se nutría de un contexto internacional que como indicamos, generaba múltiples ejemplos, símbolos, mitos entre los que por supuesto se encontraba la revolución cubana y la figura del Che pero también Argelia, Vietnam, los distintos procesos de descolonización en África y Asia, la divulgación del maoísmo y la revolución China en un momento de fuerte enfrentamiento con la tesis de coexistencia pacífica con el capitalismo pregonada por la Unión Soviética. Incluso en países que se consideraban modelos democráticos regionales con un sistema político altamente estabilizado, como Uruguay y Chile, comenzaban a desarrollarse situaciones de crisis de hegemonía que abrían la puerta para el crecimiento de las organizaciones armadas. Esta apretada síntesis nos muestra el complejo arco de factores que forjaron determinada mentalidad en el activismo de la época y que los llevó a ver la apelación a la violencia política y la acción armada como el único camino posible. Ninguno de esos elementos se ponen de manifiesto para su discusión si se sostienen postulados ahistóricos que critican la lucha armada basándose unilateralmente en el carácter parlamentario del gobierno de Illia. Desde esta perspectiva es que podemos pensar al guevarismo en Argentina como una de las vertientes identitarias que impulsan la lucha armada y volver a las experiencias concretas del EGP y del Grupo del Vasco Bengochea. (Continuará) Sergio Nicanoff es historiador, docente y militante popular. Miembro de Contrahegemoniaweb Bibliografía Arbelos, Carlos y Roca, Alfredo, Los muchachos peronistas. Historias para contar a los pibes, Madrid, Emiliano Escolar, 1981. Bardini, Roberto, Tacuara. La pólvora y la sangre, México, Oceano, 2002. González, Ernesto (coordinador), El trotskismo obrero e internacionalista en la Argentina, Tomo II y III, Buenos Aires, Antídoto, 1996. Gurucharri, Eduardo, Un militar entre obreros y guerrilleros, Buenos Aires, Colihue, 2001. Grenat, Stella, Las FAL y la construcción del partido revolucionario en los 70’, Buenos Aires, Ediciones RyR, 2011. Hendler, Ariel, La guerrilla invisible. Historia de las Fuerzas Argentinas de Liberación (FAL), Buenos Aires, Vergara, 2010. Salas, Ernesto, Uturuncos: el origen de la guerrilla peronista, Buenos Aires, Punto de Encuentro, 2015. __________De resistencia y lucha armada, Buenos Aires, Punto de Encuentro, 2014.      

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