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Memoria del 24 de Marzo en tiempos de pandemia

Estamos en el medio del horror público por la pandemia desatada. No la negamos, no la subestimamos, nos mueve y nos conmueve, nos sentimos parte del aquí y ahora, pero tampoco queremos ser parte de quienes pervierten la esencia de esta tragedia, con fines de cercenar la conciencia crítica frente a la realidad, injusta, cruel, donde los poderosos históricos devoran a los débiles como si cumplieran con un maldito mandato bíblico. Esta situación que vivimos de la pandemia, la necesidad de defensa de la salud pública, impide la celebración de los actos masivos de conmemoración y repudio del Terrorismo del Estado.

Pero aun así podemos compartir entre todos el recuerdo amoroso de los 30.000 compañeros y compañeras desaparecidos. La memoria, en definitiva, es lo que separa la vida vivida para la vida, la de todxs, de la vida convertida por el poder que acumula la riqueza, en pura materia para la muerte. Quiero compartir con todos ustedes, queridos amigos y amigas este poema escrito en 1977 durante la dictadura cívico militar en la Argentina. Del laberinto siniestro de la muerte y del olvido solo se sale por arriba, desde el amor y la belleza, desde nuestra conciencia.

DESAPARECIDOS

Ese hombre esa mujer no tienen rostro

No tienen nombre (no son más que la cresta

de una mar de ventura y nueva

que penetra en la frontera de piedra

apenas espuma

que con los vientos regios

siempre vuelve)

Un grito se alza en la noche brilla

en la espesura del silencio decae

fugaz

Después la sorpresa que abate la resistencia

sin milagro el tamaño

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de la herida

por el suelo ropas / fotos / libros rotos

una cartera vacía

El coche avanza por la calle impune

nadie lo detiene

todos saben

Ese hombre esa mujer atados transpiran mucho

respiran mal

la pesadumbre el miedo

se ahogan

tiemblan

En ese mismo momento sucede

en el mundo la belleza

encuentros fortuitos / deseados / los instantes

perpetuos de la vida

Una niña en la puerta de su casa dice adiós

la gota de lluvia choca contra sus labios

hay un estallido de luciérnagas salvajes

hay un desierto de esmeraldas fundidas

Y de pronto la gran estrella polar la cruz del sur

al oeste la vía láctea

toneladas de arena incandescente

el pequeño universo que un rayo de luz

recorre en 300.000 años

Todo el cielo es una sinfonía de promesas

Pero ese hombre esa mujer no tienen rostro

ni ojos ni oídos para las glorias

Se abre una puerta

A sus espaldas queda la ciudad del corazón dormido

Una ciudad vencida

Los secretos del crimen del

horror se repiten en voz muy baja

Pero ellos

ese hombre esa mujer ya desnudos

los escuchan

vienen del techo del piso de las

paredes

están a su lado

crecen como flores negras malditas

como hongos pestilentes crecen

Los escuchan ¿son humanos?

¿Son humanos esos juramentos fieles de más dolor y

esas risas que les responden? (¿qué perversa alegría

qué perturbada detención de la historia

ocurre tras esas risas?)

Y ahora el frío y ahora la ebriedad

de una mala sentencia cumplida lentamente

día a día

sobre sus carnes abiertas (¡Y qué del alma! ¡Qué

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de esa inocencia primera que fue quebrada!)

Ese hombre esa mujer sin fuerzas sin aliento casi

la venda que los cubre el piso que los recoge

su orín su fecalidad la oscuridad tremenda

ellos sueñan

Ese hombre esa mujer cualquiera de nosotros

ni vivos ni muertos

ni cielo ni tierra

ni siquiera oasis

apenas la precariedad del recuerdo

Una gaviota levanta vuelo en al alba brumosa

El aire se agita pero vuelve a ser eterno

Ese hombre esa mujer esperan.

Vicente Zito Lema

Foto: Isabel Garín

 

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