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Apuntes sobre socialismo desde abajo y poder popular

Mujeres en Venezuela: Entrevista a Yanuva León Guzmán

Yanuva León Guzmán, 35 años, es escritora, poeta y editora de textos. Es coordinadora editorial de la Fundación El perro y la rana. También se dedica a corregir textos y a publicar artículos y crónicas en distintos medios digitales. No tiene hijos. Nació en el estado de Miranda.

P: ¿De dónde viene tu vocación por escribir? ¿Tienes algún escritor en la familia?

YL: No, no hubo escritores en mi familia antes de mí, que yo sepa. Vengo de dos familias muy pobres, que crecieron en espacios materialmente muy hostiles. Mi familia paterna es de Colombia, y su historia es la misma de millones de colombianos que llegaron a Venezuela huyendo de la guerra, de la miseria, del narcotráfico y del sicariato. Por el lado de mi madre, su familia se remonta a un árbol genealógico muy doliente, de carencia muy espesa, es de Baruta, cerca de Caracas, de un barrio donde generaciones desposeídas no tuvieron acceso ni a la educación ni a los derechos más básicos. Mi abuelo, el padre de mi padre, Ernesto León, y mi abuela Servia (así, con v) Saravia, madre de mi padre, fueron quienes me criaron, ellos tampoco recibieron educación formal. Pero mi abuelo Ernesto era un gran lector. Asistió solo seis meses a la escuela, cuando tenía 7 años, en Santander (Colombia), pero luego siendo un joven obrero de la construcción se vinculó al Partido Comunista colombiano, empezó a leer libros marxistas y le agarró mucho cariño al conocimiento, casi devoción. Por ese lado me viene el gusto por la lectura. Mi papá sí pudo estudiar, tiene varios títulos universitarios de pregrado y posgrado: contador público, economista, abogado, en fin… es un hombre con una curiosidad intelectual voraz. Mi mamá estudió también, con mucho esfuerzo, yo ya había nacido, se licenció como profesora de matemáticas.

P: ¿Cuéntame un poco de tus amigos y amigas de la universidad?

YL:- Cuando yo entré a estudiar Letras en la Universidad Central de Venezuela tenía 16 años. Venía leyendo desde los 8 años por influencia de mi abuelo y mi papá. Leía todo lo que me recomendaban, en particular las obras de lo que se llama el boom latinoamericano: García Márquez era mi delirio. Leyendo a esos autores decidí que yo quería hacer lo mismo, escribir. Lo primero fueron unos poemas rimados, bastante ingenuos, carentes de muchas cosas. Cuando entro en la universidad, a los dos meses me doy cuenta de que lo que estaba escribiendo era muy malo, y eso fue un golpe fuerte. Cuando la luz pega de frente entonces duele, pero al ratito empiezas a ver bien. Seguí escribiendo y empecé a relacionarme con un grupo de compañeros que luego serían amigos y hermanos. Ellos aún me acompañan y nos acompañaremos para siempre: Dannybal Reyes, Alejandro Silva, Carlos Manuel Duque, Inti Clark, son la familia que escogí y con quienes empecé a explorar los caminos de la literatura creativa.

P: ¿Tu vinculación con el proyecto bolivariano se dio cuando Chávez llegó al Gobierno o fue posterior?

YL: Cuando Chávez gana, en 1998, yo tenía quince años. Ese triunfo no me impactó tanto porque a pesar de que vengo de una familia muy politizada, mi abuelo votó por Chávez, yo no tenía una conciencia política bien formada. Contaba con algunas nociones porque mi abuelo me hablaba de los explotados, de cómo se le quita a los trabajadores para que unos pocos privilegiados pudieran vivir entre groseros lujos, pero no conocía la realidad política venezolana. Yo estudié en un bachillerato de puras niñas, del Opus Dei, muy conservador. De hecho, había una lista de autores que la institución prohibía leer y entre ellos estaba García Márquez y todos los otros autores que me recomendaban en mi casa. Esos años para mí fueron un despertar con la escritura y con la política.

P: ¿Y cómo te impactaron los hechos del golpe militar de abril de 2002?

YL: En abril de 2002 yo tenía una formación política mucho más consistente. Vivíamos en aquel momento en una situación muy precaria. Habitábamos con mi madre en una casa muy pequeña. Éramos 12 personas hacinadas, algunas estudiábamos, otros trabajaban. En una sala dormíamos 10 personas, en colchones, en colchonetas en el piso. Debíamos racionar la comida, no alcanzaba para el pasaje. Yo entendía que todo lo que estaba pasando en ese momento era porque los dueños de los medios de producción estaban enardecidos contra una figura política que prometía trastocar el orden de las cosas. Yo era consciente de que todo lo que estábamos viviendo era consecuencia de años y siglos de desmanes por parte de los Gobiernos en el país, y aunque no tuviéramos casi nada material seguíamos confiando en Chávez.

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P: ¿Y salieron a la calle?

Mi mamá es una líder comunitaria muy activa y el 11 de abril ella, con Dannybal y sus hermanos, estuvo en Puente Llaguno. Vieron de cerca todo lo que sucedió. Yo llegué ese día tarde al centro, y mi madre me dijo que no subiera hasta el puente porque ellos habían estado allí en esos acontecimientos violentos, con muertos y toda la tragedia. Regresamos esa noche caminando como fantasmas a la casa, pensando que había caído Chávez y lo que venía era una gran represión, no solo contra los del Gobierno sino contra los líderes comunitarios como mi madre. El día 12 fue de tristeza y desesperación. De ese día tengo un episodio que hace poco me recordó mi madre. Nos juntamos con los amigos en la librería Kuaimare, donde trabajaban Dannybal e Inti y después de analizar la situación decidimos crear una guerrilla urbana para resistir.

P: ¿Una guerrilla de puros poetas?

YL: Sí claro. Casi todos. También estaba mi madre y mi hermanita que tenía 17 años. Y bueno allí decidimos que teníamos que leer mucho material, y empezábamos a buscar los libros en la librería para formar círculos de estudio para prepararnos para la guerrilla. Pensábamos un plan de trabajo y cómo nos íbamos a reunir y que teníamos que ser discretos y enlazarnos con otros grupos… Y eso quedo allí, porque al otro día volvió Chávez y aquellos planes perdieron sentido (risas).

P: ¿Y cómo fue lo del 13?

YL: La noche del 12 cuando llegamos a la casa, pensando en las cosas que habíamos resuelto en esa reunión bastante ingenua y voluntariosa, escuchamos al fiscal general de la República, Isaías Rodríguez, diciendo que lo que había sucedido era un golpe de Estado y que Chávez no había renunciado, nos invadió una energía que contagió a todos en la casa y en el país. Mi mamá se paró emocionada, agarró el teléfono, habló con unos compañeros del Partido, ella era del MVR, y regresó transfigurada. Había estado casi dos días llorando y ahora era como una generala. Nos dijo: “Bueno gente vamos a dormir porque mañana tempranito rescataremos al Comandante. Se comenta que lo tienen en el Fuerte Tiuna” (un cuartel militar ubicado en Caracas).

Eran más de las dos de la mañana y saldríamos a las cinco. A la mañana siguiente yo era del grupo que demoraba en despertarse. Y mi hermana me dice: “Yanuva párate, tú crees que Chávez está durmiendo así de rico ahorita”. Arrancamos, corriendo porque sentíamos que llegaríamos tarde. Mi mamá iba adelante como comandando el pequeño ejército que éramos, con afiches, con las franelas (camisetas) del Che. Nos subimos al metrobus porque prácticamente estábamos sin dinero, después al metro y llegamos a Fuerte Tiuna. Cuando llegamos no había ni un alma. Los carros pasaban y todo era aparentemente normal. Yo esperaba encontrar una multitud enardecida. Pero no, estábamos nosotros solos, doce personas, comandados por mi madre.

P: ¿Y qué hicieron?

YL: Yo sentí un gran desconsuelo, pero a mi mamá eso no la desmoralizó. Nos ubicó en una isla en mitad de la autopista y empezó a decir: “Aquí nos vamos a organizar. Aquí hay millones de personas que nos ven”.

Entonces vienen unos guardias y nos dicen: “Se tienen que ir. Anoche hubo heridos y problemas. Váyanse para su casa”, y mi madre les contesta: “No, no, de aquí no nos movemos hasta que liberen al presidente Chávez, que no ha renunciado. Sospechamos que lo tienen allá adentro”. Insistía en que no nos íbamos porque estábamos en nuestro legítimo derecho de reclamar. Y bueno, nosotros nos envalentonamos con mi mamá, que no solo se quedaba sino que nos daba órdenes para organizarnos. Cada uno tenía sus funciones y mi madre me dice: “Yanuva, tú que eres poeta, inventa las consignas”. Me dio risa, pero cumplí, inventaba.

P: ¿Y al final vino la gente?

YL: Sí, más tarde. La isla se nos fue quedando pequeña, nos desbordamos y llegó mucha gente a Fuerte Tiuna y a Miraflores. Nos sentíamos felices, no teníamos comida, esas 24 horas que estuvimos parados, no comimos. Y así estuvimos hasta que nos enteramos que Chávez iba a Miraflores.

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P: Cambiando de tema, en estos momentos, entrando remesas de personas que se han ido del país y apoyan a sus familias. Esto ha generado cambios en relación al consumo. Antes los altos consumos se registraban casi exclusivamente en el este de Caracas y en algunas zonas residenciales ricas en los estados del interior. Pero hoy sucede que hay familias que en barrios de clase media baja o más humildes están recibiendo remesas y eso provoca cambios en sus niveles de vida en relación a sus vecinos. ¿Qué cambios trae en la vida de las comunidades ese nuevo fenómeno?

YL: Por lo que puedo percibir profundiza la desigualdad de la gente de a pie para acceder a los bienes primarios. En una misma zona hay una familia que no tiene ni para comer y otra familia puede tener y ostentar teléfonos celulares del último modelo. Cien dólares aquí en Venezuela es un dineral, por la distorsión que hay en el mercado cambiario paralelo. Afuera no es nada, pero aquí es mucho dinero. Entonces cualquier persona que trabajando fuera del país le manda cien dólares a su familia y con eso ella vive muy bien, muy diferente del vecino que no tiene esa posibilidad. De modo que se generan desigualdades sociales, pero también un tejido perverso de relaciones humanas, que enrarecen la condición de iguales. El tejido social se afecta al plantearse la diferencia entre quienes tienen acceso a los dólares y quienes no lo tienen.

P: Tuve el privilegio de conocer Cuba en los peores momentos de su periodo especial. Y algo que me llamó mucho la atención en ese momento fue el incremento de la prostitución. Era habitual por aquellos tiempos tan difíciles ver a las hermosas “jineteras” montando guardia en las cercanías de los hoteles de turismo. Con parecidos apremios económicos no he visto en Venezuela un florecimiento de la prostitución. Aun en crisis, veo en Venezuela mucho menos prostitución que en Argentina, Brasil, Chile, Uruguay y otros países que conozco de Sudamérica. ¿Tienes una explicación para esa situación?

YL: No tengo una respuesta que pueda considerarse certera. Habría que investigar seriamente y hacer estudios sobre el tema. Tengo sí una percepción. Sé de mujeres jóvenes que se han ido a ejercer la prostitución en otros países. Aquí, en Caracas, ha aumentado la cantidad de niños y niñas que están en condición de calle, como resultado de la situación que viven sectores muy pauperizados. En ese marco, aparecen casos de prostitución infantil. Los he visto cerca del lugar en que estamos haciendo esta entrevista. La prostitución no es, como tú dices, una realidad que sea patente y fácil de advertir, está más escondida, pero creo que sí ha aumentado con la crisis económica.

P: ¿Qué opinas de la consigna que se coreó en el último Congreso del PSUV: “Lo que diga Maduro”?

YL: Me parece peligrosísima. Obviamente no estoy de acuerdo. En una revolución con miras al socialismo lo que tiene que prevalecer es la crítica. Saber que somos perfectibles, advertir que nos equivocamos, trabajar sobre los errores, dudar, siempre dudar, tomar opiniones, consejos de la gente que tiene cosas por decir. Esa frase me hace acordar al dicho detestable: “Si te digo que brinques, tú pregunta qué tan alto”. Maduro está allí por decisión y voluntad de un pueblo, que lo eligió y votó demandando ciertas cosas de él y de su equipo de Gobierno. Mediáticamente esa consigna me parece fatal. Nos expone en el terreno internacional y hacia el interior, si se asume a pie juntillas, es como apagarle la luz a la revolución.

 

P: Me dejas más tranquilo. En la Argentina: “Lo que diga el jefe”, siempre me ha traído recuerdos de la burocracia.

YL: Es que el discurso, las palabras, son muy importantes. La palabra es potentísima. Eso va haciendo mella en el entendimiento de la gente.

P: La asunción de Iván Duque como presidente de Colombia representa una amenaza para Venezuela. No solo por la agresividad demostrada en la campaña electoral sino porque responde a un sector lumpen de la burguesía colombiana, liderado por Álvaro Uribe, que desde hace años no ha demostrado ninguna vocación productiva, han vivido de los presupuestos de guerra para combatir a la guerrilla. La combinación de un país que desde hace años ha tenido como política de Estado convertirse en una cabecera de playa de Estados Unidos y que es miembro de la OTAN, con un presidente con esas características resulta extremadamente peligrosa. Sin embargo, la amenaza de una intervención norteamericana, vía Colombia, no parece un problema que quita el sueño al pueblo venezolano ¿Puedes explicarme la razón de tanta despreocupación?

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YL: Considero que ahorita mismo, como pueblo venezolano, estamos empantanados en una situación muy fuerte en el aspecto económico, con la mente y toda la energía vital en buscar maneras de acceder a los alimentos, a las medicinas, a la salud. Eso imposibilita que se tenga una perspectiva geopolítica, que se vea y entienda la situación que ocupa Venezuela puertas afueras.

La cotidianidad es muy adversa para el pueblo de a pie y esto hace que incluso el pueblo más politizado necesite resolver lo más inmediato y preste menos atención a las amenazas externas.

P: ¿Lo extrañas a Chávez?

YL: Muchísimo, muchísimo, cada día más. Me hace falta como líder político, como estratega, como figura mediática y, esto puede sonar cursi, como amigo. Como alguien que en los momentos más adversos de la primera década del siglo XXI, cuando me sentía perdida, desorientada o desconsolada, me ayudaba a encontrar anclas con sus discursos. Él nos decía esto lo hemos hecho mal, pero vamos a resolverlo. Y echo muy en falta esa figura. Cuando veo sus discursos en la TV, o los busco en la web, no puedo evitar hundirme en una profunda nostalgia, incluso tristeza, desazón, en una necesidad infantil de retroceder en el tiempo. Es infantil, lo sé, porque el asunto capital es de orden político, social, histórico, y las emociones en el grado que describo contribuyen poco, pero sí me sirve en términos fácticos escucharlo y precisar ciertos aspectos que me permiten afinar el entendimiento.

P: ¿Qué cambió la revolución en las mujeres venezolanas?

YL: Las mujeres venezolanas son y han sido siempre actrices fundamentales de la micropolítica, en la comunidad, creo que eso es un hecho mundial. La mujer es la que mueve la política comunitaria, por lo menos en Venezuela y en Latinoamérica, pero ha estado privada por todos los medios de irrumpir en las altas esferas de la política. En Venezuela, con la llegada de Chávez eso se reconoce. El mismo Chávez lo reconoce. Cuando empieza a plantear que el socialismo y la revolución deben ser feministas o no serán, es un gran paso. Las mujeres presionamos para no quedarnos únicamente en el campo micropolítico. Sabemos que es tremendamente amplio el territorio de conquista por la igualdad participativa en espacios donde se toman decisiones que modifican la realidad, que debemos trascender, que debemos luchar papeles protagónicos dentro de la gran política. Tener cada vez más clara esa consciencia es uno de los grandes pasos que da la lucha feminista venezolana durante los últimos años. Otros son los avances en términos jurídicos que no deben desdeñarse, pero que exigen mucho más compromiso y respeto por parte de las instituciones y ciudadanos. Falta mucho, pero la energía vivificante se mantiene activa.

P: ¿Te consideras feminista?

YL: Sí.

P:  No tienes hijos. Resulta un poco raro entre las mujeres venezolanas a las que puede faltarle el marido, pero casi nunca los hijos.

YL: Yo tengo una posición al respecto que no es la de la mayoría de las mujeres venezolanas. Tengo 35 años y hasta el sol de hoy no he querido tener hijos. No digo que dentro de un año o dos no cambiaré de opinión. Pero estoy segura de que la maternidad no es esencial para que una mujer sea una mujer completa y realizada, que la mujer debe poder decidir cuándo ser madre o si no quiere serlo, que la sociedad y el Estado debe respetar todos los derechos de la mujer sobre su propio cuerpo, creo que eso de que la mujer debe ser madre para poder ser verdaderamente mujer es un cuento muy conveniente para el sistema, que necesita mano de obra bien barata y pobres por cantidades industriales que mantengan aceitada la maquinaria productora de capital. No quiero tener hijos porque tengo proyectos a los que doy más importancia que la maternidad. Quiero escribir. A eso me quiero dedicar de lleno.

Caracas, 2 de agosto de 2018.

 

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