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Apuntes sobre socialismo desde abajo y poder popular

¡No al capitalismo! ¡No al libre comercio!

Hablar en contra del libre comercio es rechazar el capitalismo. Esta afirmación merece una explicación. 

El punto de partida de la sociedad capitalista es que los capitalistas pueden comprar y vender libremente, sean cosas o tiempo de trabajo de una persona (a la que le paga un salario). La libertad de mercadoes una determinación fundamental de la sociedad capitalista que está sujeta a la lucha de clases. 

En el siglo XIX la jornada de trabajo podía extenderse hasta 16 horas. Eso hoy nos parecería una aberración. Actualmente, cuando escuchamos que en alguna parte del mundo trabajan una cantidad de horas semejantes nos tomamos de la cabeza y exclamamos: “¡qué explotadores!”. La jornada laboral de las ocho horas, que para algunos países de occidente hoy parece una normalidad, no lo fue para esos países hace poco más de un siglo. Tampoco lo es hoy para una amplia porción del mundo. Las luchas por la reducción de la jornada laboral, así como por las condiciones de trabajo, se cristalizaronen una estructura legal que protege a los trabajadores respecto del siempre presente deseo de los capitalistas de quitar a los trabajadores hasta el último segundo de sus días. 

Sin embargo, los mismos capitalistas que respetan las leyes en sus países, relocalizan la producción hacia aquellos otros en que las jornadas y condiciones laborales son aberrantes. Logran de este modo sortear condiciones jurídicas y someter a los trabajadores/as a extensas jornadasbajo condiciones paupérrimas. 

Algo semejante sucede con la libertad de comercio. Difundida es la idea que los Estados han levantado barreras aduaneras para evitar el ingreso de productos externos para así fomentar el desarrollo de la industria interna. Sin embargo, esto también está sujeto a la lucha de clases. En efecto, el nivel de protección de los mercados locales para cuidar la industria interna permite la ampliación del mercado laboral. Lo que significa que expresa unas correlaciones de fuerza menos desfavorables para la clase trabajadora. Y en efecto esto fue lo que aconteció durante los años en que imperó el capitalismo keynesiano. Sin embargo, esos mismos capitales que fueron protegidos por los estados para que se desarrollaran decidieron, en el mismo marco de las políticas de protección, romper con las fronteras locales llevando su producción a otros países. De ese modo fueron erosionando el equilibrio de fuerzas entre clases, que se expresó en el debilitamiento delos marcos regulatorios que velan por los intereses de los trabajadores.

En otras palabras, el mercado libre es el fundamento de las relaciones sociales capitalistas. El modo en que se estructura esta libertad está sujeta a la luchas de clases y expresa, necesariamente, relaciones de fuerza entre clases. Estas relaciones, en efecto, se cristalizan en un orden jurídico-institucional. En este caso, en un entramado de Tratados de Libre Comercio que se vienen firmando por todo el mundo en los últimos 25 años.

En sentido general, el libre comercio es el fundamento del capital. Comprar, vender, obtener ganancia, acumular, acumular y acumular, sin importar quién sea el comprador ni el vendedor. El objeto es acumular sin parar. El libre mercado no es una cuestión de estados, es una determinación fundamental del capitalismo. Rechazar el libre mercado, el libre comercio, entonces, es rechazar el capitalismo. 

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No al libre comercio. No al capitalismo

Sin embargo, las voces que se alzan en contra del libre comercio se mantienen en el nivel de la competencia y miran al estado como un ente neutral que debería procurar por el interés general. En este sentido, asumen la mirada de los capitales más débiles y por ese medio defienden los intereses de los trabajadores en tanto que empleados.

Veamos tres dimensiones de estas miradas críticas: la competencia entre capitales, la disputa interestatal, los efectos sobre los estados. 

Respecto de la primera suelen indicar que el libre comercio tiene por objeto eliminar a la pequeña y mediana empresa. Alzan su voz en rechazo de unos capitalistas a favor de otros. En este sentido, podrá decirse que defienden el empleo, ya que una apertura comercial supone la exacerbación de la competencia, lo que lleva a que capitales menos productivos cierren sus puertas. Sin embargo, esa defensa antes que asumir el punto de vista de los trabajadores, defienden los intereses de otros capitalistas. El capital, precisamente, no es sino trabajo expropiado. 

Desde el punto de vista de la izquierda anticapitalista, el rechazo al libre comercio no puede conducir a la defensa de ningún capitalista. No es mejor ser explotado por un capital pequeño que por uno grande. El capital es nuestro trabajo confrontando contra nuestra capacidad de hacer libremente. El capital, como relación social, es indiferente a su tamaño relativo.

Respecto de la segunda cuestión, la disputa interestatal, las miradas críticas cuestionanel libre comercio porque aducen que este se rige a favor de los intereses de los estados centrales. Esta crítica lleva inscripta la defensa de los estados periféricos en contra de lospaíses centrales (que en las miradas más radicales denominan de “imperialistas”) y la apuesta a que los países periféricos generen una política autónoma con respecto a aquellos. 

Ciertamente, se suele señalar que la apertura comercial resulta de la presión de los grandes capitales a sus estados (en general los centrales) para lograr penetrar en los mercados de otros estados (en general los periféricos). El resultado de esta presión es que los estados asumen esto como una tarea propia. Así, se pasaría a una competencia interestatal en el que cada uno buscaría que sus capitales ganasen en la competencia intercapitalista. A esta disputa, en las visiones más críticas, la llaman como lucha interimperialista. 

En efecto, desde estas miradas los tratados de libre comercio resultarían de la competencia interimperialista en la que los estados periféricos quedarían a merced de sus disputas.  En este sentido, la crítica asume un defensa de los estados periféricos. 

Sin embargo, desde el punto de vista de la izquierda anti capitalista se pierde de vista que, tal como dijimos, el estado no es un ente neutral que actúa a favor de una u otra clase dependiendo de quién se halle en su dirección. El estado capitalista, ya sea desde el punto de vista Carlos Marx o de Max Weber, es una máquina históricamente determinada que monopoliza la fuerza en función del mantenimiento del poder de la clase dominante. En este sentido, su determinación última es el ejercicio de la fuerza de la clase dominante sobre la dominada. No importa de qué estado estemos haciendo mención, si de Alemania o de Paraguay. Todos los estados tienen por objeto gobernar, subordinar, a la clase trabajadora.

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Ciertamente, la existencia del estado, en tanto que maquinaria que detenta el poder en función del orden establecido, supone actuar en función de su reproducción. De allí que una de sus tareas sea la de apuntar a la reproducción del capital en escala ampliada. En ese sentido, tiene que actuar para lograr que los capitales que operan en su interior se reproduzcan. Hacerlo también implica su inserción en el mercado mundial. Esta función del estado se expresa como competencia interestatal. Pero ni suponen una fusión entre estados y capitales, ni tampoco una lucha de los estados centrales entre sí, y de éstos contra los periféricos. 

La disputa interestatal, en otras palabras, es una extensión de la competencia intercapitalista quese erige sobre la explotación del trabajo. Para que se logre más capital éste no puede mediarse consigo mismo. Para que haya más capital que el inicial,tiene que explotar al trabajo. Nadie ha visto nunca un billete reproducirse a sí mismo, aun si así nos quieren presentar ciertos economistas al sistema financiero. 

Rechazar la apertura de los mercados no implica defender ni a unos capitalistas, ni a unos estados contra otros. La apertura de mercados, antes que una lucha de los estados entre sí, expresa una ofensiva del capital contra el trabajo que se sucede por medio de disputas interestatales y la competencia intercapitalista. 

Por último, y como consecuencia de lo anterior, se suele indicar que los acuerdos de libre comercio resultan en el cercenamiento de la soberanía estatal a favor del poder de las megas corporaciones y de los estados imperialistas. 

Esta idea se erige, entre otras cuestiones, sobre los derechos que los estados le otorgan a las empresas de iniciar demandas en su contra ante eventuales modificaciones de las condiciones en que se realizó la inversión, así como ante otro tipo de situaciones. También remite a las condiciones, en algunos casos, desiguales en el proceso de apertura comercial, así como a la diferencia de tamaño entre el valor producido por un puñado de empresas y el producto bruto de un estado en particular. En otras palabras, se señala que los estados periféricos son muy “débiles” para enfrentar el poder de mega corporaciones y de estados “imperialistas”.

Esta idea asume que los demás estados y “sus” capitales son poderes ajenos al suyo. En otras palabras, se los mira como un poder opuesto que viene a irrumpir el orden interno. 

Sin embargo, el capital es una relación social global que no atiende a quién lo posee, ni tampoco sobre qué espacio se ejerce su dominio. El dinero, en tanto que forma más acabada del capital denota que es una relación social global en tanto que tiene la capacidad de ser utilizado en cualquier parte del mundo. El dólar, por caso, funciona de este modo; en tal sentido, es dinero mundial es el dólar. Al actuar de este modo hace caso omiso de quien lo posea, ni donde se lo utilice. Su validez es universal. El poder del capital, en efecto, es mundial.

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No obstante, ese poder mundial está fragmentado en muchos estados. Cada uno participa, a su modo, en el concierto del capital. Cada uno, como en una banda de jazz, toca el instrumento que quiere, a su modo, pero sobre la base de condiciones establecidas: la acumulación de capital. Desde este punto de vista, el interés general de la sociedad capitalista es su reproducción, y ello se logra por medio de la creciente acumulación de capital. Este es, entonces, el objeto del estado.

Desde este punto de vista, un tratado de libre comercio, antes que cercenar la soberanía, supone su reforzamiento por medio del incremento de la capacidad del capital, sin importar su origen. En efecto, en un acuerdo de libre comercio los afectados son siempre los trabajadores. Esto queda evidenciado en los discursos de los representantes políticos que declaran que su interés es defender el empleo de sus habitantes.

El supuesto que un estado cede poder frente a otros estados, o a favor de los capitales, supone al poder como una cosa fija que si lo tiene uno se lo quita al otro. El poder sería como aquella sábana corta en la que si tapo mis pies dejo el torso al descubierto. El poder no es una relación de suma cero entre estados, ni tampoco entre estos y los capitales. El poder, en la sociedad capitalista, se mide en relación a la capacidad de explotar el trabajo. En otras palabras, se observa en el proceso de acumulación. 

Desde el punto de vista de la crítica de izquierda, rechazar los acuerdos de libre comercio no nos puede conducir a defender a ningún estado, ni a ningún capital. No implica la defensa de los capitales “propios” por sobre los capitales “extranjeros”; por ende, la crítica de izquierda no adopta una mirada productivista. Decirle no al libre comerciotampoco significa defender la soberanía. La soberanía no es más que el poder estatal de dominar a los trabajadores. De someternos a todos a la necesidad de reproducción del capital en escala ampliada. El modo en que se produzca expresa cambios históricos. La soberanía no es algo fijo. Se modifica históricamente junto con el modo en que se somete a la población a la reproducción del capital. Decirle no al libre comercio, entonces, no nos puede conducir a defender la soberanía estatal. 

¡¡No al libre comercio es decirle no al capitalismo!!

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