Viñeta de Ismail Al-Bozom
A propósito de la última masacre israelí en Gaza.
Como suele hacer después de cada masacre periódica de palestinos/as, el Estado de Israel ha puesto en marcha su campaña mediática de autojustificación. En realidad la puso en marcha ya antes de cometer la masacre, para preparar a la opinión pública internacional y predisponerla a que aceptara sus razones. Se trata de una operación muy conocida (si sabremos quienes vivimos bajo dictaduras) por la cual el accionar del terrorismo de Estado se convierte en “medidas defensivas” para garantizar la “seguridad”. Palabra sacrosanta en el léxico sionista, que desde hace 70 años es utilizada para justificar arbitrariedades y violencia criminal contra la población palestina, así como violaciones sistemáticas del Derecho Internacional e incumplimiento de innumerables resoluciones de la ONU.
Esta vez el relato oficial sionista tiene dos “talking points” para justificar la masacre de 17 personas desarmadas e indefensas que participaban en una manifestación pacífica en Gaza (además de las casi 2000 que resultaron heridas o mutiladas, al menos 20 de ellas, de extrema gravedad):
1. La protesta fue organizada por Hamas (el cuco de turno, como antes lo fueron Arafat, la OLP, la Liga Árabe, etc. etc.);
2. Ningún Estado puede permitir una amenaza a su soberanía y fronteras.
Y la hasbara (propaganda) funciona. Estos días, hasta medios considerados de izquierda han repetido como loros que la protesta fue organizada por Hamas, y los manifestantes pretendían cruzar la valla y penetrar en territorio israelí.
Para creerse esa doble mentira, hay que estar mal informado o inclinado a aceptar la versión israelí de los hechos sin contrastarla con fuentes independientes. En Occidente, y en nuestro país muy especialmente, es preocupante la gran cantidad de personas y medios de comunicación dispuestos a replicar como verdades axiomáticas todo lo que Israel les diga sin siquiera cotejar mínimamente la información. Ni siquiera se molestan en hacer las pesquisas más elementales para poder afirmar algo con fundamento (ni hablemos ya de practicar un periodismo de investigación). Y la realidad, como de costumbre, contradice completamente el relato sionista. Veamos:
Uno
La acción del viernes 30 fue convocada, cuidadosamente organizada y explicada con anticipación por un conjunto amplio y plural de organizaciones sociales y políticas palestinas. El anuncio de la “Gran Marcha del Retorno” fue claro sobre los objetivos y características que tendría la acción no violenta: sería un campamento de seis semanas, entre el 30 de marzo (Día de la Tierra Palestina[1]) y el 15 de mayo, en que se cumplen 70 años de la Nakba (la limpieza étnica de Palestina[2]). El objetivo era exigir el cumplimiento —70 años después— de la Resolución 194 de la ONU que en 1948 afirmó el derecho de la población palestina de regresar a sus hogares y tierras de donde fue expulsada. La acción pacífica no incluiría cruce de fronteras, ni corte de alambradas de la valla limítrofe, ni se permitiría siquiera tirar piedras.
Los medios complacientes con el relato oficial sionista hablan de los “enfrentamientos” que tuvieron lugar y dejaron ese saldo sangriento. Pero ¿cuántos palestinos armados confrontaron a los cientos de francotiradores israelíes que les disparaban desde la valla? ¿Cuántos israelíes resultaron muertos o heridos por la violencia palestina? La respuesta a ambas preguntas es: cero. Ni un solo israelí, civil o militar, armado o desarmado, corrió el más mínimo peligro, pues se trató de una protesta pacífica dentro del territorio de Gaza. Pero un ejército patológicamente adicto a ejecutar personas desarmadas (niños, niñas, adolescentes, mujeres, hombres, jóvenes, ancianos) y a considerarlas amenazas por el solo hecho de ser palestinas, necesita obviamente elaborar justificaciones.
Y aun si hubiera sido una movilización convocada por Hamas, ¿es legítimo, legal o humano ordenar a un ejército armado a guerra que dispare contra una multitud desarmada, congregada a cielo abierto y al descampado, en su propia tierra? Esa multitud que manifestaba con banderas y pancartas fue tiroteada con munición letal por francotiradores y fue rociada profusamente con gas lacrimógeno lanzado por drones desde el aire. En los múltiples registros en video se les ve cayendo mientras rezaban de rodillas, mientras hacían ondear una bandera, mientras corrían huyendo de los disparos —que a muchos les llegaron por la espalda—. Las ambulancias no daban abasto para trasladar a los miles de heridos hacia hospitales gazatíes que están desabastecidos de medicamentos, equipamiento y energía eléctrica, en un sistema sanitario que a principios de año fue declarado en emergencia por causa del inhumano bloqueo que Israel impone sobre Gaza desde hace 11 años.
Como coreamos por estas tierras: “No hubo errores, no hubo excesos”. El tuit del ejército israelí inmediatamente después de la masacre es la mejor prueba de que la matanza fue deliberada y planificada: “Ayer avistamos a 30.000 personas. Llegamos preparados y con refuerzos precisos. Nada se hizo de manera descontrolada. Todo fue certero y medido, y sabemos dónde cayó cada bala”. El comunicado fue quitado de las redes cuando el Secretario General de la ONU reclamó una investigación independiente y transparente. A lo cual el Ministro de Defensa de Israel, Abigdor Lieberman, respondió que su país no realizará ninguna investigación y que a los soldados que mataron a los manifestantes “hay que darles una medalla”.
La pregunta ineludible es: ¿qué quiere Israel que hagan los dos millones de habitantes de Gaza, hacinados, bloqueados y sumidos en una crisis humanitaria que ha disparado todas las alarmas: sin electricidad, ni agua potable, ni saneamiento, ni medicamentos, ni trabajo, sin presente ni futuro? Si unos pocos expresan su desesperación lanzando cohetes caseros al territorio israelí, son condenados por terroristas y toda la población es bombardeada. Si organizan una manifestación pacífica para reclamar el cumplimiento de las resoluciones de la ONU, los masacran. ¿Acaso ha habido algún pueblo en la historia que, sometido a una opresión brutal y prolongada, no haya resistido para liberarse? ¿Era legítimo cavar túneles y resistir con armas en el gueto de Varsovia, pero no lo es en el gueto de Gaza?
Como dijo estos días la organización judío-árabe Tarabut-Hithabrut, la lógica detrás de esta masacre es la decisión política de matar; para convencer a la sociedad israelí (con la habitual complicidad de los medios) de que las manifestaciones no violentas palestinas también son una ‘amenaza existencial’, y sobre todo “para enseñarles a los palestinos una lección: el gobierno israelí prefiere la confrontación armada —en la que siempre tiene superioridad— a las manifestaciones masivas. ¿Martin Luther King? Aquí no. Aquí les disparamos”. Y es que el único idioma que Israel conoce es el de la fuerza. En 2011 el Gral. Amos Gilad (poderoso jefe del Ministerio de Defensa) le confesó a diplomáticos estadounidenses: “No nos va muy bien con Gandhi”.