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Palestina y el lacerante caso de Ahed Tamimi: ¿Por qué el movimiento feminista no reacciona?

¿Por qué será que Occidente se hace eco, en múltiples campañas de solidaridad, de los atropellos contra Malala, o las mujeres apedreadas, y no se escucha una sola palabra respecto a Ahed Tamimi? ¿Por qué será que Palestina sólo aparece en las noticias cuando la masacre sionista es de miles de personas, y no se solidariza en términos individuales con una niña como Ahed Tamimi, que está presa por enfrentar una ocupación brutal, en total contravención a los Derechos del Niño y a la Convencion de Ginebra del 49? ¿Por qué será que al movimiento feminista occidental no le conmueve y/o no lo interpela Ahed Tamimi, y la situación de atropellos y humillaciones cotidianas a las que la ocupación sionista somete a todas las mujeres palestinas?

Si la mujer es fuerte, el hombre también lo será (…) “La mujer palestina lucha, se resiste, combate, como Leila Khaled (histórica militante del Frente Popular para la Liberación de Palestina, que también participó de la mesa del Parlamento Europeo) que ha sido para mí un modelo y una referente”

Ahed Tamimi, discurso ante el Parlamento Europeo, 26-09-2017

 

¿Por qué será que Occidente se hace eco, en múltiples campañas de solidaridad, de los atropellos contra Malala, o las mujeres apedreadas, y no se escucha una sola palabra respecto a Ahed Tamimi? ¿Por qué será que Palestina sólo aparece en las noticias cuando la masacre sionista es de miles de personas, y no se solidariza en términos individuales con una niña como Ahed Tamimi, que está presa por enfrentar una ocupación brutal, en total contravención a los Derechos del Niño y a la Convencion de Ginebra del 49? ¿Por qué será que al movimiento feminista occidental no le conmueve y/o no lo interpela Ahed Tamimi, y la situación de atropellos y humillaciones cotidianas a las que la ocupación sionista somete a todas las mujeres palestinas? ¿Por qué será que el movimiento feminista tampoco se referencia en la brava resistencia de décadas que las mujeres palestinas vienen llevando a cabo, contra el poder de las armas, contra un colonialismo patriarcal que se ensaña específicamente con ellas, contra el silencio de los medios de comunicación, contra la impunidad de Israel en el “concierto internacional”…contra la indiferencia de buena parte del planeta, incluida la gran mayoría del movimiento feminista?

Este artículo nace de una inquietud surgida a partir de la sorpresa que provoca el mutismo y la inmovilidad que el movimiento feminista viene demostrando respecto al caso de Ahed Tamimi, la adolescente palestina de, ahora, 17 años (cumplidos en prisión) que, valientemente y junto a su familia, vienen enfrentando a las fuerzas de ocupación israelí; y que hoy se encuentra encarcelada por abofetear, sin armas en la mano, a un soldado sionista, armado hasta los dientes, que acababa de disparar una bala de goma en la cabeza de su primo. Todo esto, luego de haber ingresado violentamente en la casa de la familia, situada en la aldea Nabi Saleh, cerca de Ramalla.

Al día de hoy, Ahed Tamimi se encuentra presa, bajo la promesa de ser llevada a juicio ante un tribunal militar, juicio que es constantemente postergado (ahora hasta el 11 de marzo próximo), manteniéndola detenida y aislada, sin condena, y bajo una acusación absolutamente desproporcionada, de doce delitos (entre ellos: atacar a las fuerzas de seguridad en cinco ocasiones, amenazar, arrojar piedras y participar en manifestaciones violentas), que podrían llevarla a una condena de más de 10 años de prisión…a una adolescente, por defender, sin armas en la mano, a su familia y a su pueblo de una agresión armada, de un ente invasor, dentro de su propia casa. Inverosímil. Aberrante. Una afrenta al feminismo y a la humanidad toda.

 

Su madre, Nariman, también está detenida y acusada de incitar a la violencia porque grabó el incidente con el móvil y lo retransmitió en directo por Facebook Live.

 

El colonialismo fálico sionista, y la violencia específica sobre las mujeres palestinas

El origen de la violencia específica que el sionismo ejerce sobre las mujeres palestinas, tiene que ver con que éstas han sido, desde el comienzo, un problema para Israel.
Tal como lo afirma Carolina Bracco, en su artículo 
“Ahed Tamimi, latido de la resistencia palestina”, desde su misma constitución, la entidad colonialista Israel (y el sionismo como movimiento colonialista, antes) “se erigió como el fecundador de una tierra ajena, como un violador orgulloso que intentó despojar de su honor y su identidad a la población nativa a través de ese acto tan propio de los estados homonacionales modernos en un espacio colonial racializado.”

Una expresión clara de hasta qué punto  este relato está impregnado de  la idiosincrasia de una sociedad como la israelí, que se ha corrompido y contaminado a sí misma por el ejercicio del despotismo cotidiano sobre otro pueblo, la encontramos en la pluma del periodista Ben Caspit, quien manifestó en relación a la detención de Ahed Tamimi: “En el caso de las chicas, deberíamos hacerles pagar en la oscuridad, sin testigos ni cámaras”. Esta apología del rito de la violación como la expresión intrínseca de la dominación colonial lleva inscripto un mensaje de odio racista a todo un pueblo.

Para un ente colonialista como Israel, los cuerpos de las mujeres palestinas, su capacidad de dar vida y su identificación con la tierra representan no sólo una amenaza demográfica sino también el corazón mismo del régimen, porque su estrategia de dominación está estructurada en relaciones de poder basadas en el género, características de las sociedades coloniales.

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Pero esta actitud prepotente se encontró, de frente, con la resistencia organizada de las mujeres palestinas, desde el primer momento.

 

La digna lucha de la mujer palestina por la independencia. Un poco de historia…[1]

En 1920, las y los palestinos se enfrentaban a dos fuerzas opresoras: los británicos y los inmigrantes judíos (inmigración, en buena medida, planificada desde el Congreso Sionista Mundial y facilitada/protegida por el Mandato británico en Palestina; instalado, éste, al término de la Primer Guerra Mundial). Frente a esto, las mujeres comenzaron a integrarse en un trabajo social voluntario, de cuidado de las y los heridos, a partir del cual fueron incorporándose, a su vez, en la lucha social y política.

Primero, en 1921, se creó la Unión de las Mujeres Árabes, que realizaba actividades humanitarias a favor de quienes luchaban contra el dominio inglés, iniciándose así, una toma de conciencia a nivel político; y más tarde, en 1929, se realizó el Primer Congreso de Mujeres Árabes Palestinas. Las participantes en tal evento elevaron protestas a la Sociedad de las Naciones respecto a las flagrantes injusticias de las cuales eran objeto l@s habitantes árabes, declarándose en “apoyo a los hombres y mujeres en esta causa nacional”.

En la década del treinta, se organizaría el movimiento Zahrat Al-Okhowan, conformado por un nutrido grupo de mujeres militantes que combatían a la ocupación inglesa. Unos años después, en 1936, la enorme y prolongada huelga general palestina en reacción al desplazamiento y despojo que estaban sufriendo a manos de los inmigrantes judíos, protegidos éstos por el Mandato británico, también contó con una numerosa participación de mujeres. Esta acción consiguió despertar el apoyo y la solidaridad de mujeres árabes de otros países, gracias a lo cual se realizaría, en 1938, el Congreso de las Mujeres de Oriente, en El Cairo.

Con la creación del Estado colonial de Israel por parte de la ONU, y la partición de Palestina, aproximadamente el 90% de la población nativa fue expulsada de su territorio. ¿Cuál fue la misión de la mujer palestina en ese entonces? Vale citar, en este punto, las palabras de la activista Reem Alnuweiri: “La mujer palestina también se convirtió en refugiada, y su misión consistió en mantener intacta la identidad nacional palestina”. Así mismo, durante la guerra librada en 1948, las mujeres participaron cavando trincheras y refugios, y peleando contra las fuerzas invasoras en los campos y las ciudades.

Luego de la ocupación de Gaza y Cisjordania por parte de las tropas israelíes, con posterioridad a la Guerra de los Seis Días, en 1967, las mujeres se integraron en sucesivas protestas y marchas. Durante este período es importante destacar el nombre de Intissar Al Uazir, conocida como “Um Yihad”: madre, profesora de historia, oriunda de Gaza. Fue una de las primeras militantes palestinas, desde los 15 años, y formó parte del Consejo Nacional Palestino y del Consejo Revolucionario de Al-Fatah. Así mismo, fue durante un tiempo, en 1966, el “cerebro” de todas las operaciones militares de Al-Fatah, dirigiendo la lucha junto a Ahmed El Atrach y Abu Ali Iyad. Ya para finales de los años setenta, todas las organizaciones palestinas tenían comités de mujeres.

Nuevamente, durante la Primera y Segunda Intifada (años 1987 y 2000, respectivamente), las mujeres palestinas jugaron un rol significativo: lideraron manifestaciones, crearon comités de ayuda popular, y sostuvieron campañas de boicot contra productos israelíes en Gaza y Cisjordania.

Las mujeres palestinas han tenido que dar una lucha titánica contra muchas situaciones, como el ser forzadas a dar a luz en los puestos de control militar israelíes (provocando la muerte de mujeres y niñ@s), el morir asesinadas bajo la metralla de algún soldado de las FDI, el sufrir la pérdida de hij@s, espos@s, herman@s, padres, y demás familiares, la destrucción de sus casas, de sus árboles y sus huertos, la falta de trabajo, entre muchas otras.

En los últimos 45 años, unas diez mil palestinas fueron arrestadas o detenidas por órdenes militares israelíes. Las presas se encuentran en dos cárceles en territorio israelí, en contravención a la Cuarta Convención de Ginebra según la cual deben estar en cárceles dentro del territorio ocupado; ello dificulta las visitas de familiares y abogados. Sufren tortura física, psicológica y abusos sexuales además de estar encerradas junto a criminales israelíes que las amenazan y agreden. En el caso de las menores de edad, las condiciones y las consecuencias son aún peores, al igual que con las mujeres embarazadas, a las cuales en ocasiones ni tan siquiera les quitan las esposas durante el parto.

Pero frente a las balas, los tanques, los misiles, el bloqueo económico, el racismo y la indiferencia, todos los días miles de hombres y mujeres se levantan en pié de lucha, entre ell@s, muchas mujeres que hoy conforman el acervo de ejemplos de dignidad inspiradores del coraje de las nuevas generaciones: Helua Zidan, quien al ver como asesinaron a sus hijos y esposo, comenzó a disparar contra los soldados israelíes; Dallal Al Moghrabi, quién fue la primera joven palestina en participar en una operación militar, llamada “Mártir Kamel El Aduan, grupo de Deir Yessin”, al secuestrar un autobús en Tel-Aviv, en 1975; Maha Nassar, prisionera política y miembra del Frente Popular para la Liberación Palestina y de la Liga Socialista Palestina; o Leila Khaled, quien llamó la atención del mundo sobre la lucha palestina, cuando junto con otros camaradas del FPLP, secuestró cinco aviones en 1969 y 1970, demandando la libertad de las y los prisioneros políticos palestinos.

Como la historia lo demuestra, la generación de Ahed Tamimi, es heredera de una tradición de lucha y organización entre las mujeres palestinas, que no se han doblegado ante el horror y le han plantado cara, con diversos de métodos y estrategias, pero con la misma valentía y dignidad.

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Palestina: mujer-vida-tierra-resistencia

Siguiendo la línea del análisis de Carolina Bracco, se puede decir que mujer-vida-tierra- resistencia, en Palestina se encuentran profundamente entrelazadas. Al ser ésta una población de origen principalmente campesino, la relación de sus habitantes con la tierra es, a la vez que una forma de vida, el núcleo que da sentido a la misma existencia. Un ejemplo de la imbricación entre estos cuatro factores puede verse en la forma en que distintas mujeres palestinas definieron qué entienden por la palabra “dignidad” (Al-karame), al ser consultadas por una encuestadora francesa que se encontraba haciendo una investigación sobre las opiniones femeninas en torno a éste término[2]:

Obtenemos nuestra dignidad de nuestra tierra. Es nuestra vida. Mientras estemos en nuestra tierra, sea cual sea nuestro sufrimiento, seremos dignas. Si consiguen expulsarnos a Jordania, habremos perdido para siempre nuestra dignidad. Tengo los olivos de mi familia, todos los años solía obtener el aceite de mis olivos, que podía dar generosamente a mis amigos y vecinos. Ahora Israel ha destruido la mitad de mis árboles y tiene prisioneros al resto. Esos árboles son como mis hijos, siento una pena y un dolor terrible al saber que no puedo ayudarlos”.

Hay dos clases de dignidad: la que nos viene de los demás, cuando a una la tratan con dignidad, y la que viene del interior, de cómo una se considera ante Dios, y esa es inalienable a menos que uno lo permita. Incluso si, como mujeres, Israel nos hace prisioneras, nos desnuda y nos viola en las prisiones, si resistimos cada ataque, no perderemos nuestra dignidad. A una mujer, en un puesto de control le exigieron que se quitase el velo. Se negó, y el soldado israelí le dijo que le metería una vara de metal por los ojos si no lo hacía. Una puede tener sus ojos, o puede tener su dignidad. Se negó, se la clavó en los ojos. Sobrevivió pero está ciega. Y no perdió su dignidad. ”

La guerra de Israel es ante todo contra nuestra dignidad, que Israel ataca desde todos los ángulos y bajo todos los medios posibles, ya que si lograse destruir nuestra dignidad, no podríamos resistir más. Hay una tremenda dignidad en Palestina, quizás más que en ningún otro sitio del mundo, porque la ocupación, con todos sus mecanismos para la humillación, nos vuelve conscientes de nuestra dignidad. Cuanto más traten de destruirla, más fuerte será. Están consiguiendo el efecto contrario al que buscan.”

 

La lucha de la madre de Tamimi

La pequeña aldea de Nabi Saleh no fue la excepción, y cuando las usurpaciones y la prepotencia de la ocupación israelí se tornaron intolerables, sus 600 habitantes sacaron a relucir su profusa dignidad a las calles: comenzaron a manifestarse pacíficamente todos los viernes. En una de esas manifestaciones, el ejército israelí asesinó a un hermano de Nariman, la madre de Ahed Tamimi; y poco después asesinó a su otro hermano. Pero Nariman nunca dejó de ir a las manifestaciones de los viernes junto a sus hijas e hijos. Hizo lo que hacen las madres palestinas: les enseñó a no tener miedo de los soldados, a defenderse de sus afrentas y agresiones, a resistir y a “poner el cuerpo”.

Los cuerpos femeninos racializados son un problema para Israel, porque las palestinas siguen pariendo, manteniendo viva su cultura y criando a sus hij@s en la resistencia, la mayoría de las veces solas porque sus maridos, padres y hermanos están en las cárceles de la ocupación o muertos. Basta con recordar las declaraciones públicas, en julio de 2014, de la entonces legisladora israelí Ayelet Shaked, quién abogó por el asesinato de las madres palestinas, que “deberían desaparecer junto a sus hogares” porque -dijo- dan a luz a “pequeñas serpientes”.[3] Por supuesto, luego de semejantes declaraciones, Shaked abandonó su banca en el Parlamento israelí…para asumir el cargo de Ministra de Justicia.

Las mujeres palestinas son un problema porque desafían la esencia del nacionalismo construido sobre la noción de masculinidad judía y porque no se han doblegado ante la intentona constante de conquistar sus cuerpos. Porque cuando el proyecto colonial sionista se quiso aprovechar de la concepción de “el honor antes que la tierra” ellas inventaron “la tierra antes que el honor”, porque cuando encarcelan arbitrariamente a sus maridos ellas se inseminan artifiailmente semen para fecundarse y seguir creando vida, porque cuando las arrojaron al exilio ellas siguieron construyendo comunidad.”, plantea Bracco en su excelente análisis.[4]

Las mujeres palestinas son la viva imagen de la resistencia para Israel y el colonialismo sionista, porque, con diferentes estrategias, lucharon y luchan sin descanso por la liberación de su tierra y de sus cuerpos, que entienden como una misma cosa.

Hoy Ahed Tamimi, también, como otras mujeres anteriormente, es un símbolo por su valentía, y por ser mujer, porque en ella Israel ve a la tierra palestina sublevada contra la ocupación.

 

¿Y el movimiento feminista occidental?

A la luz de estos hechos, cabría preguntarse: ¿Qué le pasa al movimiento feminista occidental, que, salvo escasas y honrosas excepciones, prácticamente no se pronuncia por Ahed Tamimi (ni por las demás mujeres y niñas palestinas)? ¿Por qué no se muestra interpelado por tan elocuente ejemplo de lucha y resistencia ante un poder colonial y patriarcal tan brutalmente ensañado con ellas, en buena medida, por ser mujeres paridoras de resistencia, entendida en su sentido más amplio?

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Si bien será el debate colectivo el que dé las respuestas, o el camino de búsqueda de las respuestas, o quizás nuevas preguntas sobre este tema; sí me parece oportuno señalar algunos puntos para empezar a cuestionarnos por qué es imperioso tomar cartas en el asunto desde el movimiento feminista.

Para empezar, es notoria la diferencia en la reacción del movimiento feminista ante el caso de Malala, el cual tuvo una muy amplia repercusión pública, incluido el feminismo, en relación con el de Ahed; a pesar de que ambas tienen una historia en la lucha contra las injusticias, y ambas pertenecen a la mitad del mundo considerada “oriental”. ¿Cuál es la diferencia? El agresor: En el caso de Malala Yousafzai, con 15 años recibió un disparo en la cabeza de un miembro de Tehrik-e-Taliban, una organización considerada “terrorista” y también referenciada en un origen “oriental”; en el caso de Ahed Tamimi, el agresor es el Estado colonialista de Israel, una entidad referenciada con “el mundo occidental – blanco” y sus “valores”, la “única democracia de Oriente Medio”.

En relación a esto, tal como afirma Carolina Bracco en una entrevista concedida al diario Tiempo Argentino: “La construcción sobre la mujer árabe es tan sesgada que hace que pongamos un grito en el cielo cuando una mujer es apedreada y no cuando una mujer tiene que dar a luz en un puesto de control porque no la dejan pasar para ir al hospital a parir”.[5] Nuevamente, aparece la diferente reacción, según quién sea el agente que comete la agresión. Esta anteojera orientalista que reposa sobre la mirada que “occidente”, en general, tiene sobre “oriente”, no hace más que consolidar la impunidad de la que goza el avasallamiento de los derechos de las mujeres palestinas (y árabes), a raíz del mutismo e inmovilidad en que mantiene sumido al movimiento feminista, encerrándolo en una contradicción profunda con sus propios fundamentos. La importancia dada a las violaciones de los derechos de las mujeres varía si se trata de una mujer oriental u occidental, y dentro de las primeras, no es tratado de la misma manera si el agresor es otro oriental, o si se trata de un actor perteneciente a occidente-blanco.

¿Puede permitirse el movimiento feminista, que esta mirada tan occidentalizada-blanca-europeizante-racista genere tal doble rasero para el análisis de los acontecimientos mundiales, que lo suma en la indiferencia ante flagrantes agresiones cometidas contra miles de mujeres y niñas? ¿No sería indispensable y urgente ampliar la mirada por encima de esta anteojera colonialista? ¿No va esto en detrimento del propio movimiento feminista, además de constituir una injusticia evidente y una omisión rayana con la incoherencia?

 

Por otra parte, Ahed rompe estereotipos que le quedan cómodos a ciertos posicionamientos occidentales acerca del rol de las mujeres “de ambas mitades” del planeta: Por una parte, echa por tierra una de las construcciones orientalistas más clásicas, que occidente ha creado sobre “oriente”: el estereotipo de la mujer “callada, sumisa, oprimida”, que alimenta el discurso hegemónico y el apropiamiento de sus tierras, invasiones, bombardeos, etc.

Por otra parte, “niñas como Ahed, que critican el colonialismo y se manifiestan por visiones de cuidado comunitario no son la feminidad empoderada que Occidente quiere validar. Ella busca la justicia contra la opresión en lugar del empoderamiento que solo beneficia a sí misma.
Su feminismo es político, en lugar de uno centrado en consumo y sexo. El poder de esta niña amenaza con revelar la cara fea del colonialismo y, por lo tanto, está marcado como “peligroso”.[6]

Ahed expone un feminismo que se rebela contra la perversidad de la opresión por parte del poder colonial sionista, que reivindica el comunitarismo y el derecho de su pueblo a existir en su tierra.

Si el feminismo se reconoce dentro del humanitarismo, no puede hacer la vista gorda ante la situación de Ahed y las mujeres y niñas palestinas. No, a menos que al movimiento feminista de occidente no le importe caer en posiciones y planteos de un “igualitarismo superfluo”, finalmente funcional a la perpetuación de un estado estructural de cosas patriarcal y opresivo, en el cual un colonialismo fálico campee a sus anchas, pisoteando derechos de miles de seres, en específico y con particular saña, los de las mujeres que se encuentren bajo su yugo.

Humildemente, y desde la posición de quien escribe, el movimiento feminista encuentra, en la figura de Ahed Tamimi, una obligación y una oportunidad: la obligación imperiosa de reaccionar cuanto antes, y la oportunidad de profundizar y ampliar el horizonte de reivindicaciones: enfrentando con valentía, tal como Ahed lo hace, a los poderes que oprimen, humillan y despojan a la humanidad, con la misma prepotencia patriarcal con la que oprimen y violentan a las mujeres. Y en especial, rebelarse contra la negación, por parte de los poderes fácticos (en este caso particular, el colonialismo sionista), del derecho que las mujeres tenemos a cumplir el rol de dadoras y defensoras de la vida. Es parte de la libertad que hay que exigir, a expresar en toda su magnitud y en cualquier lugar del mundo, la naturaleza de la femineidad, tan emparentada con la tierra y la resistencia.

En Ahed Tamimi se juega la dignidad de Palestina, pero también la dignidad de todo el movimiento feminista.

 

POR ANTONELA DI CANDIA, Resumen Latinoamericano, 16 febrero 2018

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