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Apuntes sobre socialismo desde abajo y poder popular

¿Qué es lo revolucionario de la Revolución?

De todos los años, el 2017 fue el más duro en Venezuela. Pero cada año se dice que lo es, escribe Marco Teruggi. Mientras recorría el país haciendo campaña en las elecciones municipales de diciembre, la tercera en cinco meses en las que ganó el chavismo, hizo un balance de los meses de violencia que dejaron más de 130 muertos, de la cantidad de gente que decidió irse, explica porqué siguen ganando el oficialismo, cuáles son los efectos de la corrupción y enumera los errores de la oposición. Cómo es vivir en un país que parece siempre estar en el límite.

“No puedo crecer las cosas que padece la gente”, me escribe una compañera desde el terminal de Barinas, en el centro venezolano. Llegó hace pocos días de Argentina, está varada en la ciudad, a la espera de poder seguir hacia los llanos. La incertidumbre es lo más probable al viajar por tierra en dirección a la frontera: solo se puede pagar en efectivo, los billetes, la gasolina y los autobuses escasean. Las empresas de transporte alegan que por falta de repuestos ya no pueden cubrir las rutas como antes. Miles de personas, cada vez menos unidades de transporte, colapsos.

“Al final se va a resolver”, le contesto. Es cierto, las cosas se resuelven. Para venir hasta Apure -“lo más criollito del mapa”, como le dicen y en la frontera suroeste- hice una cola a las cinco de la mañana para conseguir un pasaje a las nueve y salir a las cuatro de la tarde. Viajé al lado de una chica de veinticuatro años, caraqueña que se iba a trabajar de mesonera a Cúcuta, Colombia, donde la esperaba una amiga. Una más. Todos conocemos a alguien que se fue del país. Una compañera tiene una lista de amistades que actualiza a medida que se van, pone el nombre y, al lado, el lugar a dónde partió. Antes era sobre todo un asunto de clases medias y altas, a partir del 2016 comenzó a tocar a las clases populares.

Le mando el mensaje desde una tasca con vallenato luego de un día de campaña para las elecciones municipales del 10 de diciembre. Tomo unas cervezas, adentro el aire acondicionado templa las cosas, afuera el calor se mantiene igual a cada día. A unas cuadras termina el pueblo, más allá la llanura, la selva, el río, la frontera con Colombia, donde se condensa el conflicto. Mañana será una nueva jornada de recorrido por los barrios más pobres, de asambleas con productores, comuneros, propuestas para la alcaldía, una nueva disputa electoral, la tercera en cinco meses. Lo más seguro es que, como en las dos otras, ganemos por nocau. Era casi imposible pronosticarlo en abril.

De todos los años fue el más duro. El asunto es que se dice que cada año lo es. Al terminar el 2016 reíamos preocupados con una pregunta: ¿qué más difícil que este año puede pasar? Veníamos de intentos de saqueos programados, un anuncio de toma del Palacio de Miraflores y desconocimiento del presidente por parte de la Asamblea Nacional, una mediación papal, aumento de precios, desabastecimiento, asesinatos de dirigentes de base chavistas. ¿Qué más? La respuesta la tuve cuando vi a la primera persona linchada en una marcha de la oposición. Pasó a unos pocos metros de donde estaba parado, decenas de personas le daban golpes y piedrazos. Era el ocho de abril, había ido a observar para escribir un análisis sobre los primeros actos de la insurrección de la derecha, esa que los medios de comunicación titulaban como movilizaciones pacíficas. Ese día volví, escribí un cuadro sobre la formación callejera para el choque. Era apenas el principio, no sabíamos lo que estaba por venir.

“Tranqui que se resuelve”, le insisto. Uno se acostumbra. ¿Se acostumbra? Su sorpresa sobre lo pasa me hace tomar distancia, repasar los días de este año de furia que ya son parte de uno mismo. Me despido del último vallenato. A esta hora hay osos hormigueros en la ruta, el cielo sostiene la luna como un mango, y centenares de canoas contrabandean en el silencio del río.

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Todo fue en escalada. El primer linchamiento se volvió rápidamente un hecho casi menor. Un video impactó: un joven era golpeado por una turba, luego incendiado, y al apagarse las llamas, mientras pedía por su vida, volvían a pegarle. A los días murió. Las siguientes imágenes generaron menos efecto, por necesidad, instinto, ¿otra vez la costumbre? Hubo uno que volvió a impresionarme, era un hombre que estaba tirado en una carretera, ya quemado, y quienes lo había dejado así se acercaban, le movían el brazo con el pie, le tiraban piedras como a un animal muerto. Reían. Ese día quemaron a otro, a la salida del metro en plena Caracas, por chavista, como todos los demás. Intento imaginar cómo sería que grupos de personas quemaran gente en la calle por “zurdos”, “kirchneristas”, en Palermo, Belgrano, a la salida del metro de Callao en plena tarde.

Entre la primera imagen, de principio de abril, y esa última, de fines de julio, se había desarrollado el intento de asalto final por parte de la oposición. Sus voceros hablaban de la “hora cero”, el “punto de no retorno”, desconocían públicamente al presidente, las instituciones, anunciaban la conformación de un gobierno paralelo, nuevos poderes públicos, y llamaban a la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (Fanb) a desconocer los órdenes del Ejecutivo. Estaban sobre la mesa todos los elementos de un intento de golpe de Estado dirigido por quienes ya lo habían intentado en el 2014, 2013, 2002. Los mismos.

Eso era la superficie. Lo más preocupante era lo que ocurría fuera de cámaras, al terminar las movilizaciones, desde cerca de las cuatro de la tarde hasta la madrugada. Estábamos frente a episodios de violencia que se desplazaban por el país, asediaban en determinados ejes territoriales semana tras semana. La modalidad era similar: grupos con armas cortas o largas, encapuchados, en moto, que amenazaban a comerciantes en caso de abrir, a transportistas en caso de circular, obligaban a toques de queda con volantes incluidos, destrozaban negocios, espacios comunitarios, instituciones, aislaban el lugar, amenazaban con matar a los chavistas. Suerte de Mad Max con la película La Purga, un despliegue de células paramilitares que llegaron a atacar comisarías y cuarteles militares.

En esos días Caracas, donde vivo, estaba partida en dos. Ya no podía transitar por las zonas de la oposición. Ni yo ni nadie que pudiera ser reconocido como chavista, por periodista, político, militante, o por el color de piel, la pinta de barrio. En el imaginario de derecha un chavista y un pobre es esencialmente lo mismo, el corte de clase es todavía la marca distintiva del conflicto chavismo/antichavismo. Algunas cosas no han cambiado desde el inicio de la revolución.

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Toda la oposición no es violenta, ni todo lo que ocurrió entre abril y julio fue un despliegue de confrontación armada. La estrategia planteaba era en cambio, sin lugar a dudas, un diseño para tomar por la fuerza del poder político. Los sectores de la derecha tendientes a una resolución electoral del conflicto optaron por acompañar la violencia con un perfil más bajo. Nunca la condenaron.

El fracaso del asalto se debió a tres factores principales: no lograron que los barrios populares se sumaran a su llamado y no pudieron quebrar a la Fanb. Como se sabe en Venezuela: clase media no tumba gobierno. Empujaron además las formas de la violencia a un punto que terminó por aislarlos y reducirlos a su base social histórica, eminentemente clasista y racista. El 30 de julio, cuando se votó por la propuesta de instalar una Asamblea Nacional Constituyente (ANC), la dicotomía era entre resolver la disputa electoralmente o pasar a un nivel superior de confrontación. Votar o matarse, ese era la percepción general. La mayoría nunca fue participe de una salida tendiente al enfrentamiento civil. Por eso una parte de los votantes fueron opositores, y la derecha perdió políticamente, por el peso de los votos. El día de la elección los grupos armados atacaron más de 200 centros electorales, a votantes, detonaron una bomba sobre la policía. Se trató de las últimas acciones. Le siguió el asalto a un cuartel militar, luego las divisiones públicas entre los dirigentes, la desbandada, la derrota en las elecciones a gobernadores el 15 de octubre donde el chavismo ganó 19 de las 23 gobernaciones.

El saldo de esos meses es oscuro. Más de 130 personas fallecidas, de las cuales un 30% fueron responsabilidad de las fuerzas de seguridad del Estado, para lo cual ya existen detenidos y condenados. Las demás murieron por una gama amplia de causas: mal manejo de explosivos de sus grupos de choque, disparos desde dentro de las movilizaciones, ataques de lobos solitarios, por accidentes de autobuses al intentar esquivar barricadas, electrocutados en destrozos a comercios, quemados en las calles. Elevar la cantidad de víctimas era parte de la estrategia de la derecha para legitimar la presión internacional, y quebrar aún más la sociedad, construir consenso en las clases altas acerca de la necesidad de atacar chavistas. Las amenazas por las redes sociales eran constantes en esos días. Nadie usaba algo alusivo a Chávez en la calle. Ahora sí. Ese país que era un escenario de guerra se evaporó como la niebla. Al menos en sus formas más visibles.

Pasaron solo cinco meses que parecen una eternidad, la lógica del conflicto contra el chavismo no deja descanso ni punto de fuga.

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Mi amiga llegó. Viajó al lado de una chica que también se iba a trabajar a Colombia. Trajo yerba mate y una mirada argentina que de a poco procesa lo que ve. Carga el tiempo histórico, los debates, costumbres, potencias y límites de allá, que no son los de Venezuela, en particular en la zona de frontera, donde se concentra uno de los principales frentes de batalla. La economía se desangra por esos más de dos mil kilómetros fronterizos que son muchas veces solo río, selva y algunas casas.

La premisa es la siguiente: cualquier mercancía vendida del lado colombiano genera una ganancia extraordinaria. Cuánto más se agudiza la situación económica, mayor cantidad de gente de todo el país opta por ese comercio ilegal, llamado bachaqueo, o, en los pueblos, comercio informal. Setenta litros de nafta revendidos equivalen a más de un sueldo mínimo venezolano y representan un día de “trabajo”. En los últimos meses la frontera pasó a ser un punto de escape para buscar trabajo fuera, revender, traer productos a zonas de mayor desabastecimiento del país. Se nota al viajar, hay autobuses cargados de bachaqueros, pueblos que cambian, canoas que van y vienen de un lado al otro de los pocos metros que separan los dos países. Pero ver no es automáticamente comprender, y en Venezuela lo más complejo es llegar a las causas de los fenómenos.

Para entender la situación, así como todo el entramado de violencia económica, es necesario incorporar la dimensión internacional del conflicto. El presidente y el vicepresidente de Estados Unidos lo dejaron en claro desde el mes de agosto cuando anunciaron y luego implementaron sanciones económicas. Consisten, entre otras cosas, en impedir que se puedan renegociar los bonos en el marco de una deuda externa devoradora, cerrar vías de pagos bancarios para que el país no pueda cumplir con los compromisos ni recibir pagos internacionales. Su objetivo es construir una arquitectura de bloqueo financiero para conducir a la asfixia.

Esa estrategia cuenta con aliados claves, algunos financieros, como bancos, otros diplomáticos, como la Organización de Estados Americanos, la Unión Europea, Canadá, y otros de mayor integralidad, como Colombia. De aquel lado de la frontera se encuentran dispositivos financieros y militares de guerra: mafias paramilitares que majean los hilos del contrabando, y una legalización de ese negocio millonario por parte del gobierno colombiano. Algo es de una excesiva evidencia: la pelea no es solo contra las clases dominantes venezolanas. El imperialismo existe, y señala con nombre y apellido sus blancos. Venezuela es uno de ellos, lo dijo Donald Trump en la cumbre de la Naciones Unidas. Existe un vaso comunicante directo entre los miles que viven de la reventa en la frontera y el plan de desgaste prolongado.

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Tardamos unas treinta horas en volver de Apure a Caracas. El auto se rompe dos veces en el camino. La probabilidad de accidentarse al viajar es alta, los vehículos están al límite, los repuestos cuestan fortunas. Pasamos por Barinas donde hacemos una escala para escribir un reportaje sobre un mercado organizado por la Comuna Ezequiel Zamora donde venden carne y verduras a mitad de precio. Cargamos unos kilos de carne, ya casi no se consigue en Caracas desde que el gobierno anunció el precio regulado.

El camino es de una economía en guerra, muchas gasolineras están cerradas, hay colas de kilómetros desde la noche a la espera de que abran. El contrabando es poderoso. Es necesario tener un chip para poder cargar en zonas cercanas a Colombia. Los chips se revenden, el negocio es conseguir varios, vivir de hacer colas y revender la gasolina. Donde hay una necesidad existe un negocio. Esa lógica se desató como una peste con la violencia económica. Es parte esencial del plan contra la revolución, el laboratorio social en el que estamos.

El chavismo se enfrenta a esos ataques con sus aciertos, errores, posibilidades. En lo internacional el gobierno desplegó una serie de movimientos para salir del cerco que aprieta cada vez más. Las alianzas con Rusia y China se tornaron centrales para buscar formas de restructurar la deuda externa, conseguir inversiones, apoyo diplomático/militar. Es un contexto desfavorable continentalmente, pero con posibilidades en la geopolítica global, donde otros actores, como India, también pasaron a convertirse en posibles aliados.

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Uno de los ensayos para sortear el bloqueo de los Estados Unidos es el comercio en otras monedas con esos países. Otro, es el anuncio reciente de creación una criptomoneda, el Petro. Resulta difícil pronosticar los éxitos que tendrá. El objetivo es el de construir canales de financiamiento y pagos por fuera del dólar. El país necesita divisas, importar y exportar, salir del cerco.

En el plano nacional el cuadro tuvo un giro a partir del mes de septiembre con las investigaciones contra la corrupción presentadas por el Ministerio Público. De a poco comenzó a salir a la luz pública hasta qué punto se había desarrollado en áreas claves, como la industria petrolera, la adjudicación de divisas para las importaciones, las contrataciones de obras públicas.

Las pérdidas en el caso de Pdvsa, entre el 2011 y el 2017, son del equivalente a dos veces el presupuesto de la nación para el 2017. Por esa causa fueron detenidos, por el momento, 65 gerentes, dos, hasta hace pocas semanas, expresidentes de Pdvsa y ministros de petróleo, y se la abrió una investigación a quien presidió Pdvsa entre 2004 y 2014. En el caso de las importaciones fueron detenidos 14 empresarios, de las primeras 200 empresas investigadas. El aplauso general por cada detención es unánime. Al menos aguas abajo.

Las implicancias son varias. En lo económico significa que el chavismo enfrenta un ataque con sus armas principales golpeadas por la corrupción. Una situación que afecta tanto la capacidad de generar ingresos de dólares a través de la principal industria nacional, como el sistema de importaciones de alimentos, medicinas, repuestos, maquinarias agrícolas etc. No se puede comprender por qué el despegue productivo venezolano no ha logrado darse sin incorporar esa dimensión. Las inversiones y planes de desarrollo en esa dirección fueron muchos y los resultados no llegaron como debían hacerlo. No fue por un problema de modelo, de una planificación desacertada, sino porque una parte resultó devorada. Otra causa puede buscarse en la falta de cuadros preparados para esas tareas nuevas, un problema que era inevitable.

Se puede indagar en otros niveles, como la iniciativa política que representa enfrentar el problema desde la presidencia, y la transversalización de la corrupción en la sociedad y el impacto sobre la subjetividad. Esto último significa que la cultura de la micro-corrupción se expandió. Se trata de la antítesis de la cultura chavista que planteó la construcción de lazos comunales, de resolución colectiva de problemas. Es el regreso de lo que se planteó combatir. Porque la corrupción viene de antes, desde que, entre otras cosas, la burguesía optó por enriquecerse rifándole el petróleo a los Estados Unidos, y condujo al país a la pobreza contra la cual se alzó el chavismo.

Existe además otro elemento para entender las dificultades, y es la heterogeneidad de miradas en la dirección. No es nuevo, sino expresión de un movimiento policlasista que se encuentra en una situación económica crítica. Las señales dadas durante los últimos tiempos son de una apuesta con el sector privado. Se construye desde las comunicaciones oficiales una narrativa destinada a mostrar que la revolución se lleva bien con los empresarios que quieren trabajar por el país. El contraste sería entre una burguesía productiva con miras al consumo interno y la exportación, vs la históricamente improductiva, parasitaria de los dólares del Estado, adicta a la fuga de capitales. El correlato en lo internacional es el llamado a las inversiones extranjeras.

Bajo esa narrativa de lo privado -basada con parte de razón en la necesidad de atraer capitales, generar riquezas para consumo interno y diversificar las exportaciones- perdieron fuerza las líneas de la economía estatal y comunal. Se frenaron las expropiaciones, nacionalizaciones, recuperaciones de tierras, y se alejaron de la agenda prioritaria el desarrollo de las formas de propiedad social/comunal, bajo control obrero. Se trata de una situación que puede leerse como un movimiento táctico hasta que se estabilice el poder político y se tenga capacidad para un nuevo avance. O puede verse como una estrategia amparada en lo táctico. Sería, en ese caso, un avance de sectores que siempre concibieron la política económica como negocios con el sector privado, en particular para importar, a quienes siempre les fue incómodo el universo de lo comunal, el protagonismo de los trabajadores, el proyecto de socialismo planteado por Hugo Chávez.

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-¿Qué es lo revolucionario de la revolución?, pregunta mi amiga. Había venido diez años atrás, el país tenía esa sensación única que es la de vencer. Esa misma que sentí al venir por primera vez en el 2011, que estaba en la gente, en la forma de pensar. Ese espíritu de época ya no está. Creo, al terminar este 2017, que existen tramas revolucionarias al interior de un proceso atacado de guerra por los Estados Unidos y sus aliados, que combate a su vez sus propios demonios. Es una revolución a medias enfrentada a una contrarrevolución total que, de hacerse con el poder político, intentará arrancar de raíz los años chavistas. Sabemos, por la historia de nuestro continente, lo que eso significa.

Es necesario conocer el proceso barrio adentro, país profundo. De lo contrario difícilmente pueda comprenderse una de las principales dimensiones: el chavismo como identidad popular, experiencia política de las clases populares, el giro completo que significó en la vida de los excluidos de siempre, los pobres. Subestimarlo lleva al error que comete la oposición que piensa, por ejemplo, que agudizar los problemas económicos se traduce automáticamente en saqueos y votos. Esa mirada siempre estuvo presente, desconoce a un sujeto histórico, sus pasiones, territorios de génesis, su fuerza para enfrentar los ataques ininterrumpidos, su confianza en sus poderes creadores, su capacidad de lectura política que permite victorias electorales como la del 30 de julio.

El chavismo es experiencia de masas, a la vez que gobierno, Fuerza Armada Nacional Bolivariana, mediaciones políticas como el Partido Socialista Unido de Venezuela (Psuv), movimientos sociales, y una trama de organización extendida por todo el país popular. Y así como lo habitan pasiones alegres, también existen mecanismos con lógicas clientelares. La política que se propuso combatir la revolución regresa en parte desde dentro, con la utilización de recursos como modo de presión, el desconocimiento de construcciones comunales, la convicción de que la revolución son los dirigentes del partido, el monopolio de la palabra pública, las lógicas de poder burocrático. Anida el intento de restaurar el viejo orden bajo camisas rojas e invocaciones a Hugo Chávez.

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Es parte del proceso, la parte contra la cual se resiste, se disputa. La política es razón y fuerza en el marco de un proceso con contradicciones. Una de ellas es, por ejemplo, haber creado sujetos políticos que luego, desde lugares de poder estatal, suelen ser frenados, vistos como amenazas. Ocurre en particular con las comunas, que son ensayos de autogobiernos territoriales que buscan desarrollarse, con avances y limitaciones, en más de 1.700 experiencias en el país. Fueron planteadas, en el plan de Chávez, como la forma de territorializar el socialismo, ejercer poder político y económico desde las comunidades. Ahí, en lo que carga más potencia, se evidencian las trabas burocráticas, y a su vez se encuentran los puntos de mayor avance del ensayo post-capitalista, de la sociedad socialista que nadie sabe a ciencia cierta cómo construir.

Desde esos sujetos, esas experiencias de democracia protagónica, se busca empujar el horizonte revolucionario. Las posibilidades de avance de esas tramas dependen de la correlación general, la fuerza acumulada, la política de los movimientos sociales que acompañan esos procesos, la voluntad de factores institucionales, del Psuv, de las líneas que se impulsen desde la dirección, el presidente, y de cómo estas sean apropiadas en los territorios. No creo que exista necesidad sino disputa, actores que buscan, por ejemplo, hacer de experiencias de distribución de alimentos -los Comités Locales de Abastecimiento y Producción- organizaciones de empoderamiento comunitario, mientras que otros ven ahí la posibilidad de reproducción de la vieja política. La pelea es peleando, siempre dentro del chavismo.

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El lunes en la mañana llegan los resultados definitivos, el chavismo ganó 308 de las 335 alcaldías, el compañero en Apure, que viene de la construcción de una ciudad comunal campesina, es alcalde. Tercera victoria electoral consecutiva en 133 días. Salimos a caminar con mi amiga por Caracas, vamos de La Pastora a la Plaza Bolívar, Bellas Artes, por esas calles que ya son cotidiano, son parte mía. Caracas es rápida, furiosa y mágica. Pasamos frente a varios edificios que entregó el gobierno -más 1 millón 900 mil viviendas en seis años- la ciudad está envuelta en la dinámica de resolver, la gente busca productos a precios accesibles, pañales, arroz, medicinas, hace colas para conseguir efectivo, movilizarse entre precios especulativos de los autobuseros y un subte casi gratis que rebalsa. No se debate la forma del socialismo sino los precios que ya tienen ritmo de hiperinflación. En algunos abastos de frontera se pesa la plata en vez de contarla.

El contraste entre el tiempo político y el económico es cada vez mayor. Mientras el primero se estabiliza con la Asamblea Nacional Constituyente, las victorias en las urnas, el segundo muestra imágenes de un país que se acerca a límites. En ese panorama existe tanto lealtad, resistencia, como una tendencia al alejamiento de la política, en particular de muchos jóvenes que no ven posibilidad de mejorar, comprarse una moto, un carro, pensar en una casa por fuera de las que pueda garantizar el gobierno. La mayoría de los deseos no son comuneros, son capitalistas. Algunos piensan en irse del país, otros ven al chavismo y a la oposición como la misma pequeña política. ¿Hasta dónde puede ensancharse la distancia entre la política y la economía? ¿Se llegará a un punto de quiebre y la situación dé un vuelco? Ahí está otra de las preguntas centrales. Transitamos esa tensión.

¿Cómo se gana en estas condiciones? Una de las respuestas está en la unidad, dirección, y una base social formada en los 18 años de revolución que tiene sus bastiones en las zonas populares. Ante eso se encuentra una derecha que se dispara a los pies, está dividida públicamente, sin liderazgos, que perdió gran parte de lo que había acumulado, no logra conformarse como alternativa en el imaginario de las mayorías, y es vista como traidora por una parte de sus propios seguidores. Que muestra incoherencias, reflejo de su impotencia: entre abril y julio llamaron a desconocer el gobierno y construir poderes públicos paralelos, entre agosto y octubre decidieron presentarse a elecciones, y entre noviembre y diciembre plantearon no ir a las urnas. Mareados y enfrentados.

La posibilidad que se rumorea es la emergencia de un outsider empresario, un candidato opositor escondido tras la economía contra el candidato del chavismo, que seguramente sea Nicolás Maduro, que tendrá como talón de Aquiles lo económico. Todavía no apareció esa persona. No les queda demasiado tiempo.

El problema mayor es que, según la regla que hasta el momento no falló, el 2018 seguramente será más difícil que el 2017. ¿Qué más puede pasar? Muchas de esas respuestas pasan por leer la economía y los movimientos de los Estados Unidos. Si algo aprendimos es que la estrategia norteamericana tiene todas las variables sobre la mesa, la utilizan según los resultados que tienen y las posibilidades que construyen. La dirección de la oposición está muchas veces fuera del país, eso pesa sobre sus lecturas de los tiempos sociales y políticos, los conduce a errores como el de la insurrección de abril-julio.

Es en parte por ese adversario, que se plantea como enemigo cuando conduce el conflicto a la muerte, que tengo claro de qué lado estoy. También porque la historia recorrida debe ser defendida, por sus horizontes, actores en juego, las implicancias latinoamericanas. Y porque sus contradicciones permiten disputar dentro, empujar lo que se puede en cada momento según la capacidad desarrollada y el escenario general. No es la revolución que soñé que sería en este 2017, ni son las variables que más quisiera. Pero desde cuándo una revolución debe adaptarse a los sueños propios, ser cómoda, andar por un camino que no lance golpes a la mandíbula.

Mi amiga se vuelve a Argentina con muchas preguntas, algunas certezas, como ese hombre que le dijo que comerán madera si es necesario para resistir esta guerra. Quedo en Caracas, esta ciudad que es un gran barrio donde nos fundamos cada día, con guacamayas en las tardes y una montaña que nos une al mar. Tomaré de nuevo el camino de los llanos, las inmensidades con pueblos de casas abiertas, café recién colado, garzas blancas que al finalizar las tardes buscan descanso en los árboles. El 2018 tendrá la elección presidencial, la profundización de un país como ensayo de golpe prolongado, la necesidad de descomprimir los cotidianos que están al borde. Seguiré con la manía de escribir, dejar una huella para quienes vendrán con preguntas, metido tierra adentro con un destino chavista.

Esta es nuestra época. Espero que estemos a la altura.

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