Para quienes creímos que el Baile Rojo era cosa del pasado, los más recientes 22 asesinatos de líderes sociales, nos dicen que estábamos muy equivocados. La mayoría de los muertos, fueron líderes de la Colombia Humana en sus territorios; los hechos se dan a escasos cuatro días del inicio de este mes de Julio de 2018: todo un record asesino. Dicen estos crímenes, que el horror de ese genocidio continúa, aunque lo niegue Néstor Morales, el director de la emisora fascista Blu Radio y cuñado del presidente electo Iván Duque, en entrevista a Jorge Rojas, el coordinador de la campaña presidencial de Gustavo Petro.
Pero como primero caen farsantes y embusteros, justo cuando Néstor Morales argumentaba sobre la inexistencia de un genocidio y de la aparente “casualidad de los hechos”, ayer 4 de julio de 2018 y cuando el director de la Blu Radio, intentaba refutar la causalidad política de los asesinatos en el en el caso de Ana María Cortés, la coordinadora de la campaña de la Colombia Humana en Cáceres (Antioquia), llega la noticia del homicidio de Margarita Estupiñán en Tumaco, hecho ya conocido por redes sociales un día antes.
Ella también fue coordinadora de la campaña de Petro en Tumaco, así como Felicinda Santa María era activista de ese movimiento político, desde una junta de acción comunal -JAC- del Barrio Virgen del Carmen de Quibdó (Chocó) y Luis Barrios, lo fue como dirigente comunal de Palmar de Varela (Atlántico), aunque en el pasado aspiró al Concejo de su municipio por el CD de Uribe. No obstante, el asesinato que más llama la atención es el de Ana María Cortes.
Primero, porque se trató de una reconocida defensora de derechos humanos – antigua trabajadora de la Personería- que venía denunciando amenazas. Segundo, porque venía haciendo seguimiento al caso de Hidroituango, que involucra en el mismo calabazo, a Sergio Fajardo y Álvaro Uribe, cuando eran Gobernador de Antioquia y presidente de Colombia, respectivamente, en el año 2010. Tercero: el protagonismo del comandante de policía en Cáceres, quien actuando con las mañas y modelos de los paramilitares, persiguió a un líder de la Colombia Humana: Gustavo Marulanda.
Contra esta persona, el comandante policial que lo debía proteger le pedía que se fuera del pueblo, que allí no lo querían. Y cuarto: el rumor manejado por las autoridades para ocultar el genocidio y no intervenirlo castigando a los asesinos, como debieran hacer en el cumplimiento del deber: en el caso de Ana María Cortés, las fuentes policiales han hecho correr el rumor sin pruebas, que uno de los hijos de la líder asesinada era miembro del Clan del Golfo, uno de los tantos nombres que le dan a las mismas AUC, como comando central de las fuerzas paramilitares.
El ministro de (IN) defensa Luís Carlos Villegas, que explicó hechos similares, como “líos de faldas” en el pasado reciente, ahora dice que su despacho, investigaba a la víctima bajo la sospecha, de ser miembro del Clan del Golfo, lo cual equivale ni más ni menos a que era “cómplice de sus mismos asesinos”…Una canallada semejante, no se había visto en un servidor público, cómplice por inacción y omisión de este baño de sangre que no es de ahora. Pero mientras el ministro hace su labor rufianesca, en la Blu Radio, el esfuerzo por minimizar el genocidio continuaba con un descaro similar:
Una voz fascista femenina con sabor uribista en la Blu Radio a su turno, trata de negar la sistematicidad del crimen, aduciendo que desde el año anterior a la elección presidencial, hay un incremento de los asesinatos de líderes sociales. Y allí es donde la continuación de este genocidio, focalizado en líderes comunitarios, defensores de derechos humanos, sobre todo, pertenecientes a Marcha Patriótica o la Colombia Humana, tipifica como tal y como crimen de lesa humanidad.
De hecho, el Estatuto de Roma que orienta los procedimientos de la Corte Penal Internacional, caracteriza como genocidio, todo crimen sistemático – por lo repetitivo y organizado- en donde el Estado nación que ejerce el gobierno actúa por acción y omisión, contra un grupo nacional (Villareal, 2017): en este caso, grupos nacionales ligados a una ideología comunista o de izquierda- que no son lo mismo (Rozental e Iudín, 1983)- los cuales no obstante, fueron igualados como tal, por dos razones:
En primer lugar, por la doctrina militar norteamericana del enemigo interno y por la ignorancia programada en la formación del estamento militar, también orientada por el ejército norteamericano, al cual obedecen, las que debieran ser nuestras fuerzas militares, que a consecuencia de su entrenamiento, siguen viendo en la izquierda y el comunismo, una especie de “misma vaina”, falso predicamento que en ocasiones, se extiende a cualquier tipo de pensamiento distinto, así se trate de liberales como Jorge Eliecer Gaitán, Luís Carlos Galán; o conservadores como Jesús María Valle, cuando ejercen un rol que afecta los intereses políticos del gobierno gringo.
En este sentido, esto que pasa con los líderes de base de la Colombia Humana, no es más que una consecuencia de los parámetros ideológicos militares instalados en Colombia en 1962, cuando el general William Yarborough llega de Fort Bragg con la consiga de quitar el agua al pez, estrategia paramilitar surgida como parte de los acuerdos de la “Alianza para el progreso”, ideada para evitar la expansión comunista en el continente(Vega, 2014), durante el gobierno de Guillermo Valencia, protagonista de uno de los actos más irresponsables y torpes de un presidente colombiano en el poder.
Pues bien, este mandatario aprovechó este plan para echar gasolina a la candelita de rebeldía, que había dejado el magnicicio de Gaitán: los restos de las guerrillas liberales que habían quedado dispersas en el Tolima como repúblicas agrarias y una insurgencia campesina – liberal y comunista- que pedía en lugares como la Hacienda el Deivis o Marquetalia, inversión del estado y vías de comunicación (Duque, 2017). Su líder en el senado era otro promotor de guerras: el sanguinario Laureano Gómez, una mezcla de José Obdulio Gaviria y Fernando Londoño, actuales.
Por eso, la respuesta del gobierno no fue ni inteligente ni pacífica: bombas y bombardeos, ataques sicariales a las comunidades liberales de pequeños propietarios de tierra, por unas fuerzas paramilitares ordenadas por el general Yarborough, de campesinos conservadores provenientes del esquema chulavita, apoyados por curas y obispos (Duque, 2017). De esta candelita surgiría el incendio forestal de las Farc, como una organización militar de antiguos campesinos que debían organizarse militarmente, para no ser masacrados a machete y bala, por las fuerzas paramilitares de entonces, padres de las actuales AUC.
Hoy día, Paloma Valencia, nieta del presidente que dio origen a las Farc con su torpeza hace 60 años, hace todo lo posible como representante de los crímenes y despojos de su clase social, para hacer trizas la Justicia Especial para la Paz – conocida como JEP – y gracias a la guerra que tanto ansía, impedir que sus pares multimillonarios, digan la verdad y reparen a sus víctimas, entre ellos, el mesías de la ultraderecha colombiana, el expresidente Álvaro Uribe Vélez, que trata de representar a las fuerzas militares, las mismas que hoy son beneficiarias de la JEP a pesar de sus crímenes, siempre y cuando reparen y digan la verdad.
Entonces, el Baile Rojo, nombre como fue bautizada la operación de exterminio de los opositores de la Unión Patriótica, no es un incidente histórico que surge en los años 80, donde el Estado se une con el narcotráfico, para asesinar a las bases sociales del liderazgo comunitario, que militaba en la izquierda y el partido comunista (Siastoque, 2015), sino, una práctica de exterminio de las bases populares, que va mucho más atrás en la historia de la infamia, a los pájaros y chulavitas de la hegemonía conservadora de los años 30, perros guardianes del régimen del terror de entonces.
Galeano (2001) en memorias del Fuego, Tomo II, cuenta como la naciente élite de terratenientes colombiana, había gozado de tanto prestigio por sus prácticas criminales entre sus pares del continente, que ya en el siglo XIX exportaba paramilitares a escenarios bélicos de la época – como sucede ahora con la experiencia de Uribe llevada a Honduras, México y Guatemala- y que fueron, por ejemplo, las guerras del Chaco, la guerra contra Artigas en Uruguay, o el exterminio de negros y gauchos en la Argentina, durante el gobierno racista de Domingo Faustino Sarmiento, deseoso de blanquear la tez y el biotipo de su país.
“Cepo Colombiano”, se llamaba a una tortura que enseñaron nuestros matones de exportación para la época: colgar a la víctima y amarrarlo al fusil – que estaba a sus espaldas- con tiras de cuero mojadas, las cuales al secarse le quebraban la espina dorsal al prisionero. De esa calaña está hecha nuestra clase dirigente y no nos extrañe que el ministro de (IN) defensa Luis Carlos Villegas, haya desarrollado una táctica igual de perversa: asesinar moralmente a la víctima, llamándola infiel= “líos de falda”; y ahora narcoparamilitar, infamia con la cual este engendro, acusa a Ana María Cortés la dirigente asesinada de la Colombia Humana.
El nuevo Baile Rojo, se nutre de la misma calaña de una clase dirigente traidora de todo pacto, heredera del arzobispo Caballero y Góngora, cuando apuñaló por la espalda, al líder comunero José Antonio Galán, en el siglo XVIII. La misma que en representación de los grandes cacaos o grandes multimillonarios, latifundistas y banqueros, en cabeza de Santos y Uribe, protagonizaron una pelea por el reparto del botín o mermelada y la aprovecharon, para usurpar el estatuto de la oposición, que sirvió a su vez, para montar a un procurador nefasto como Alejandro Ordoñez Maldonado, el cancerbero de la privatización de la basura.
Santos con su ministro de guerra que niega la existencia de los criminales a pesar de los muertos, Santos el que tampoco hace nada porque también niega los muertos. Uribe que también los niega, pero rodeado de grupos armados por el mismo Estado, hacen parte de la misma calabaza de los mismos socios que ordenaron la muerte de Jaime Garzón (El Espectador, 2016) y que han dicho que sólo se trató de algunas manzanas podridas, a pesar de un número de víctimas superior a cinco mil, industria de la muerte sin divisa guerrillera, disfrazados de insurgencia para cobrar asensos y recompensas en las fuerzas armadas y que aparece en nuestra historia como “falsos positivos”.
Dice Carlos Mark que la historia se repite como tragedia y como comedia. En este caso la historia se repite como brutal tragedia. Así como narró María Elvira Bonilla (2014), el primer asesinato del Baile Rojo en su primera parte: “El 30 de agosto de 1986 muere Leonardo Posada en los brazos de Lucho Garzón en Barrancabermeja. Uno de los 14 congresistas que venía de elegir la Unión Patriótica” (El Espectador, párrafo. 1). Acá se trata de impedir a balazos que la Colombia Humana pueda tener los líderes para alcanzar las alcaldías y gobernaciones, proyectadas por Gustavo Petro en su discurso del 17 de junio a las nueve de la noche.
Mientras esto pasa, calla la OEA, calla la Unión Europea, calla la ONU, callan los cantantes como Juanes, Carlos Vives, Shakira, Maná, Maluma o Rubén Blades, quienes en el caso de Venezuela ponían el grito en el cielo día tras día y hasta conciertos SOS Venezuela hicieron. Por Colombia toda esta cuerda de farsantes no han dicho ni pío, pues este genocidio no está desarticulado de un escenario geopolítico regional hemisférico, donde destacan, la prisión arbitraria y sin pruebas contra Lula Da Silva; o el proceso kafkiano contra Rafael Correa, igualitico a la trama de El Proceso del novelista checo, en el cual, el juez, el defensor y el público están sintonizados en un libreto condenatorio, por muy a favor del acusado que sean las pruebas.
Este segundo Plan Cóndor, parte de la misma Estrategia que trajo el promotor “bueno” de masacres de John F Kennedy, asesinado por unos hampones peores que él, con su “Alianza para el Progreso”, convenio de sumisión que estableció la doctrina del enemigo interno y la seguridad nacional – la de ellos no la de Colombia, Honduras o Ecuador- a cada fuerza militar al sur del Rió Bravo, es esa la misma doctrina que no tocaron ni tocarán ni con el pétalo de una rosa, en las fuerzas militares que en el papel aparecen como de Colombia, y que siguen viendo a cualquier opositor como un demonio =comunista= izquierda, al que se justifica matar.
Esa es la misma doctrina que le pagó a Gustavo Bolívar para exaltar la heroica lucha contra el comunismo de los paramilitares en la novela paraca, Los 3 Caínes de RCN. Hoy Gustavo Bolívar está en la Colombia Humana, pero no le ha pedido perdón al pueblo colombiano, por ese veneno peligroso que lavó la cara a los asesinos que diez millones y pico de colombianos eligieron, y que ahora tratan de justificar los asesinatos de líderes sociales, sólo por pensar diferente a ellos: en eso consiste el fascismo.
Hoy a los curas de las parroquias godas que promovían y seleccionaban a los pájaros y los chulavitas durante la hegemonía conservadora, se le han unido los pastores “vangélicos”, los mismos que se confabularon con el brazo político del paramilitarismo para elegir a Iván Duque, con el cuento de que Petro era un demonio que fritaba niños de pechos en una paila de aceite hirviendo, aprovechando la mentalidad colombiana neocalvinista, negocio de la fe basado en el miedo y la compra venta de milagros económicos y físicos, a cambio de un comportamiento ejemplar.
Esos pastores y fieles pecadores lo mismo que yo, a los que escribo sin la E, porque no son cristianos sino fariseos profesionales, tan perversos y mentirosos como cualquier mundano, fueron los mismos que le mintieron a sus seguidores, omitieron descaradamente recordarle a sus afiliados, qué grupo y tendencia política, impulsó en la Constitución de 1991, la sagrada libertad de cultos, junto a Navarro Wolf, Héctor Pineda y Camilo González Pozos, y de la que tanto se han beneficiado las iglesias de garaje, que no pagan impuestos.
Ahora el paramilitarismo, con blindaje religioso, mediático, dueño de los poderes políticos y fácticos del Estado que lo parió, se dedica después del desarme de la insurgencia, a amedrentar a todo lo que piense, sienta o esté en desacuerdo con su visión ultramontana del mundo: amenazaron bajo el gobierno de Santos en 2016, a Arnobis Zapata en Montelíbano, por hacer pedagogía sobre los acuerdos de La Habana. Con la victoria de Duque, se renovaron las amenazas contra el líder defensor social de Puerto Libertador Over Manuel Pila Cruz.
Santos y Uribe que son cucarachas del mismo calabazo, cuyo punto de intersección visible es el ministro de (IN) defensa Luis Carlos Villegas, han apoyado tanto a las fuerzas paramilitares a las que tanto han negado, que ahora el latifundismo terrófago paisa, amenaza hasta los líderes chocoanos de Belén de Bajirá. Ya los paramilitares, así como le dijeron a la profesora del Sur de Bolívar, le advierten a la comunidad, que ellos se van a quedar con los territorios que no le pertenecen, porque ellos consiguen lo que quieren a las buenas o a las malas. Así haya un fallo técnico y legal: el estado paramilitar, nuestra dictadura, se quitó la máscara.
Por: Nicolás Ramón Contreras Hernández
Referencias bibliográficas e Infográficas
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