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Apuntes sobre socialismo desde abajo y poder popular

Silvio Frondizi o las letras que sangran

En contraste con el empirismo reinante en la mayoría de la izquierda actual, Silvio Frondizi tiene el inconmensurable mérito de haber planteado un programa revolucionario para la Argentina, intentando establecer una caracterización de conjunto de las tareas objetivas que deben resolverse en un determinado estadio del desarrollo del país.

“Comunicado al pueblo argentino: (…) a las 14,20 fue ajusticiado el disfrazado número uno, Silvio Frondizi, traidor de traidores, comunista y bolchevique (…) murió como mueren los traidores, por la espalda (…) cumplimos lentamente, pero sin pausa, nuestra palabra, y no no nos identifiquen con los mercenarios zurdos de la muerte, sino con patriotas peronistas y argentinos que queremos que del dolor actual nuestro país tenga un futuro argentino y no comunista (…) pueden encontrarlo en el acceso al centro recreativo ezeiza, pasando el primer puente con barandas de madera, 50 metros sobre la mano derecha

Viva la patria. Viva perón. Vivan las fuerzas armadas. Mueran los bolches asesinos.

Alianza Anticomunista Argentina. Comando tres armas”

27-09-1974

Con el tiempo nos hemos acostumbrado a pensar la figura del intelectual como la de una persona en la cual carne y espíritu están separados. En la izquierda los diferentes agrupamientos tienen, es cierto, sus propios intelectuales, a su vez constructores ávidos de la organización y valientes luchadores en los movimientos. Pero muchas veces no nos parece creíble que intelectuales solitarios se jueguen de cuerpo entero por sus ideas. Silvio Frondizi era una de esas personas. Pensaba con agudeza, y ponía el cuerpo en las disputas que su mente adivinaba necesarias, impostergables. Por esa razón, fue asesinado hace 41 años.

Nació en el seno de una familia de profesionales liberales. Sus padres eran inmigrantes italianos, como los ascendientes de la mayoría de los argentinos, aunque quizás mejor ubicados que sus connacionales. Silvio provenía de la universidad, era abogado, y sus trabajos tenían al principio una firme devoción liberal. Llegó al marxismo a través de la vertiente denominada humanista, primero a través de Henri Lefebvre y luego a través de muchos otros autores de la llamada new left. Aunque no se reivindicaba trotskista, se parapetó inequívocamente sobre la teoría de la revolución permanente. Por supuesto, esto no le parecía simpático a los autodenominados ‘comunistas’ que, en ese entonces estaban haciendo yunta con el embajador estadounidense Braden.
Sobre el peronismo, Silvio Frondizi explicó: “ha sido la tentativa más importante y la última de la realización de la revolución democrático-burguesa en la Argentina, cuyo fracaso se debe a la incapacidad de la burguesía nacional para cumplir con dicha tarea”. La suya fue una de las pocas posiciones marxistas que permitió un acercamiento positivo al problema. A diferencia de la prodigiosa obra de Milcíades Peña, que no dejaba de reducir este fenómeno a una apoyatura del imperialismo inglés. A pesar de haber sido echado de su cargo como profesor de la Universidad de Tucumán por la Revolución del 43, Silvio Frondizi escribió “un libro donde critica a la Unión Democrática y prevé su derrota frente al peronismo” -como señala Osvaldo Coggiola en su Historia del trotskismo en Argentina-. Rechaza la etiqueta de fascista y pone de relieve que lo que inquieta a los partidos tradicionales es con este movimiento la clase obrera toma mayor gravitación en la situación política del país.

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En contraste con el empirismo reinante en la mayoría de la izquierda actual, Silvio Frondizi tiene el inconmensurable mérito de haber planteado un programa revolucionario para la Argentina, intentando establecer una caracterización de conjunto de las tareas objetivas que deben resolverse en un determinado estadio del desarrollo del país. Algunos dicen que en “La Realidad Argentina” anticipó el fenómeno de la globalización, otros que su “teoría de la integración mundial” no era más que una fantasía reaccionaria, dado que el capitalismo decadente no puede más que resquebrajarse. Lo cierto es que nadie siquiera ha intentado superarlo.

Su hermano radical sería presidente de Argentina luego de acordar con Perón el apoyo durante la primera elección presidencial tras la proscripción, a quien había ayudado a derrocar. Una vez en el poder, Arturo traicionó a sus votantes: entregó el petróleo a los norteamericanos (proceso que ya había iniciado el General), reprimió brutalmente a los obreros (Plan Conintes) y autorizó la privatización de la educación superior para que la Iglesia pueda emitir títulos habilitantes. Esto lo enfrentaría, por supuesto, con Silvio, y también con otro hermano de ellos: Risieri, rector de la Universidad de Buenos Aires.

En ese tiempo, Silvio conducía el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) Praxis, fundado en 1956. La agrupación había surgido hacia 1945 del entorno de alumnos y amigos de este profesor del Colegio Libre de Estudios Superiores, con el nombre de “Acción Democrática Independiente”. Praxis tenía su centro en Cangallo 4474, donde él vivía (y de donde seriá secuestrado por la Triple A).

La pequeña liga socialista, según el peruano Ricardo Napurí, en esa época miembro de su dirección, en su mejor momento tenía 200 miembros, y experimentó durante los años del gobierno de Arturo cierto crecimiento: toda la izquierda, desde el PC a “Palabra Obrera” (los seguidores de Nahuel Moreno que en esos años actuaban en el marco del peronismo), había llamado a tragarse el sapo. Silvio y el MIR-Praxis agitaron el “voto en blanco”. En ese entonces, el MIR Praxis incluso reclutó a un puñado de jóvenes provenientes de la juventud de la UCRI. Entre ellos se encontraba Ramón Horacio Torres Molina, también abogado, que tendría destacada actuación en el movimiento guerrillero de los 60’s y 70’s (al igual que muchos otros ‘praxistas’, los cuales poblaron prácticamente todas las organizaciones armadas de esos años).

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El MIR-Praxis tuvo otro mérito enorme: saludó inmediatamente la Revolución Cubana, algo que sólo compartiría con la despreciada corriente ‘posadista’ del trotskismo. El MIR-Praxis se puso en contacto con el Che Guevara e intentó contribuir a su desarrollo político, gracias a Napurí que conectó a Silvio con el Che. Guevara le ofreció a Silvio ser rector de la Universidad de La Habana, pero éste no aceptó. Él quería traducir las lecciones de esa experiencia política hacia Argentina. En vez de dedicarse a ensalzar lo que otros habían hecho, prefirió hacer la prueba él mismo.

 

A primera vista podría intuirse que Silvio pensó que una de las claves de los barbudos se encontraba en aquello que los marxistas consideraban era su principal debilidad. Algo así como que su falta de formación les había predispuesto a dirigirse a las masas con un lenguaje más abierto que el del socialismo, y que eso, al complementarse con una práctica evidentemente rupturista, les había resultado. Sea como fuere, el MIR-Praxis no soportó el viraje que Silvio intentó imprimirle. En 1961, el dirigente lanzó un folleto llamado “Bases y puntos de partida para una solución popular”, donde las referencias al clasismo anticapitalista empezaban a desaparecer. El grupo estalló. A juzgar por el derrotero de quienes lo abandonaron (justamente muy impactados por Cuba), lo que más les incomodó no fue tanto el intento de dialogar con las bases peronistas en un lenguaje populista, sino la idea de desarrollar una alternativa electoral. Sólo un puñado de ‘praxistas’ -Jorge Altamira, Julio Magri, Alberto Guilis, Marcelo Grammar y Claudio Perinetti- serán fundadores, en la segunda mitad de 1963, de la agrupación Política Obrera, antecesora del actual Partido Obrero.

Continuó como profesor. A pesar de que todo el trabajo político que con mucho esfuerzo había construido se escurrió entre sus dedos como la arena, Silvio no era un hombre que iba a estar lamentándose sin hacer nada. En 1963 fue detenido por la policía mientras daba un curso en la Universidad de Córdoba. En 1966, allí mismo, durante una exposición sobre economía, un grupo de bestias pertenecientes al grupo Tacuara atacó el auditorio.

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Hay gente que necesita luchar, sea donde sea, porque sino su alma no respira. Será por eso que Silvio se entregó a la defensa de los presos políticos: para respirar. Silvio enfrentó a Onganía al asumir “la defensa de centenares de obreros y estudiantes apaleados sin miramientos”, como él mismo contó. Sería, por lo tanto, objeto de sistemáticas calumnias en el diario La Razón donde se lo acusó de planificar el asalto del gobierno. En 1971, el decano de Filosofía y Letras de la UBA le inició acciones legales por dar una charla que organizaban los estudiantes.

Al poco tiempo, Silvio quedó como director del periódico “Nuevo Hombre”, impulsado por el PRT. Un lector lo acusó de gorila. Su respuesta fue que lejos de intentar “dividir aguas entre peronistas revolucionarios, más bien las dividiríamos entre peronistas burocratizados y burgueses, y marxistas de escritorio, burgueses también en última instancia”. El periódico hizo énfasis en la denuncia de las acciones criminales de las fuerzas parapoliciales. En 1972, le pusieron una bomba en su estudio de Corrientes 2080, 1°A. Pero Silvio siguió. Como una ironía de la historia, la frase radical insignia -“que se rompa, pero no se doble”-, fue tan esquiva a su hermano Arturo como precisa para definirlo a él.

Un hecho ocurrido poco antes de su asesinato -recordado por Horacio Tarcus en El marxismo olvidado en la Argentina-, lo pinta de cuerpo entero. El general Benjamín Menéndez había ejecutado fríamente a varios integrantes de un comando del ERP, en Catamarca. Silvio y otros abogados fueron a investigar lo ocurrido y a defender a los prisioneros restantes. Menéndez emitió una orden para los letrados: debían desnudarse antes de ingresar al terreno de los hechos. “Yo no voy a desnudarme. Soy Silvio Frondizi” respondió. Se miraron fijamente por unos minutos y el genocida en formación, admitió: “Está bien, pase doctor”.

Silvio dignificó la figura del intelectual. Silvio fue un hombre de letras, sí. Pero no un hombre de letras cualquiera. Con Silvio, las letras sufrieron la cárcel, fueron golpeadas, escupidas, acribilladas, arrastradas por el fango con odio por aquellos que quisieron hundir a los trabajadores en la miseria, la incultura, la deshumanización. Las letras de Silvio vivieron al son de las calles. Las llenó de vida con la esperanza de encontrar una salida en aquellos tiempos oscuros. Al retomar la obra de Silvio Frondizi, las letras siguen sangrando: hay heridas que nunca cierran.

Por Lucas Malaspina – @thebadthorn

Silvio Frondizi o las letras que sangran

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