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Apuntes sobre socialismo desde abajo y poder popular

Latinoamérica ante sus pandemias

Especial para ContrahegemoníaWeb.

El epicentro mundial de la pandemia de Coronavirus se ha trasladado en las últimas semanas a Latinoamérica. Países como Brasil, Ecuador y Chile viven procesos de desoborde de sus sistemas de salud, agravados por  estructuras socioeconómicas que distan de las europeas en la reproducción de larga duración del saqueo y la dependencia. Se ha dicho que de la pandemia “podemos salir mejores”, pero pareciese que más bien está operando como un proceso de profundización tanto de las difíciles condiciones materiales de nuestros pueblos como de las disputas de toda índole que se suceden en la región. Con informes económicos poco alentadores para todo el continente, son muchas los desafíos y pandemias que nos arrasan ¿De dónde venimos y hacia dónde vamos en Latinoemérica?

A modo de introducción: el anticomunismo sin comunismo en tiempos de discurso.

            El diario La Nación de la Argentina, esa “tribuna de doctrina” de la derecha conservadora regional, publicó varias notas llamativas pronosticando el devenir de la pandemia. El 14 de marzo titulaba “Qué países están más preparados para enfrentar una emergencia sanitaria” valiéndose de los colores del semáforo para la ilustración: en verde los mejores preparados: EEUU, Francia, Inglaterra, nada en el tercer mundo, claro; en amarillo los intermedios: Brasil, Argentina, Cuba, Chile, todos por igual; en rojo los peores: Venezuela abajo, bien abajo y bien rojo, y algún otro país bananero de por ahí, se muerde los dedos para no escribir. Un mes después repetía la hazaña bajo el insistente título “Coronavirus: los países de la región mejor preparados para enfrentar la crisis”, colocando a Piñera como imagen ilustrativa de buen manejo económico-pandémico y a Brasil con medidas “en tiempo record”.

Todo lo contrario ha sucedido. Y es que la pandemia de la “mediocracia” se ha consolidado como la espada más eficaz para la reproducción sistémica. A la editorialización sin frenos ni tapujos, se han sumado los “neomedios” en las redes sociales que gritan lo indecible, y el poder de la big data para correr, teclados mediante, el sentido común tan a la derecha y a posiciones tan promercado que, por ejemplo, el rescate de la empresa Vicentin por el gobierno argentino -medida progresiva y necesaria que a la vez tiene el riesgo de que el Estado asuma una vez más las deudas privadas- fue presentada como la toma del palacio de invierno; pero, sabemos, no hay comunismo alguno a la vista. El anticomunismo sin comunismo es cada vez más utilizado como un eje articulador en la batalla discursiva, con sus frutos más acabados en el Brasil de Bolsonaro y en la biblia de Luis Fernando Camacho y Jeanine Añez. Si bien en algunos países es tomado casi risueñamente -y algunas derechas mantienen un mínimo decoro discursivo-, ha mostrado su eficacia para producir movilizaciones insospechadas en toda la región. Claro, esta reacción conservadora radicalizada responde a procesos mucho más profundos, contradicciones que emergen con fuerza ante el deterioro de las condiciones materiales de buena parte de la población, y también como trincheras de defensa ante procesos de avance como el feminismo o las medidas más progresivas de los gobiernos en las últimas dos décadas. Pero los movimientos políticos se constituyen a partir de ejes articuladores que justamente aúnan esas reacciones. Camacho, Bolsonaro o Patricia Bullrich actúan -o lo intentan, según el caso- de encarnaciones de esas demandas que se expresan, casi como ironía ante el retroceso regional, en un férreo anticomunismo sin evidencia contraria.

Discutir entonces la vinculación y el peso específico de lo que la literatura marxista (y más allá) ha llamado “estructura” y “superestructuras” parece una tarea a reconsiderar permanentemente a la luz del poder discursivo creciente de las mediaciones construidas por los sectores dominantes. La esencialización del discurso como constitutivo de lo social, el haber dejado de lado los análisis de clases y el estudio de la composición y  el funcionamiento de los modos de producción en pos de teorizaciones centradas en las estrategias de encadenamientos y disputas de sentido, puede haber llevado a lecturas teóricas y estrategias políticas donde parecerse al enemigo mediatizado como forma de poder deviene en un “lavado” de consignas, objetivos y horizontes, participando del corrimiento a la derecha del sentido común. Pero su contrario, la esencialización de la estructura material y la composición de clases para la explicación del devenir social, la interpretación como “conflictos interburgueses” de cada clivaje latinoamericano, o el desconocimiento del creciente poder mediático, de las estrategias basadas en el control de la big data, para influir y distorsionar a niveles “terraplanistas” las interpretaciones de buena parte del pueblo de lo que sucede a su alrededor, puede haber llevado también a estrategias estériles que no logran intervenir en la correlación de fuerzas ni ser opción para las mayorías.   

 Así, sin un estudio de las desigualdades de clases de la sociedad chilena no puede explicarse los levantamientos populares y el estado de insurrección que durante meses vivió ese país, pero sin una comprensión de los manejos mediáticos discursivos es difícil comprender la llegada de Bolsonaro al poder. Lo que es seguro es que, en las disputas por venir, la pandemia mediática debe ser también abordada, y la región solo parece retroceder. En Argentina por ejemplo la ley de medios, sancionada en 2009 fruto de largas luchas y discusiones, fue borrada en su esencia por decretos de Mauricio Macri y no aparece hoy como horizonte de posibilidad del gobierno. Los medios, en cambio, siguen jugando como el principal partido político con niveles de agresividad y coordinación continental muy superiores y extremos a lo que puedan ser las muy medidas-medidas que están dispuestos a tomar la mayoría de los gobiernos.

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Evitar que el anticomunismo sin comunismo devenga en pandemia, reimpulsar la lucha por la desconcentración mediática, radicalizar, salir para adelante, y revisar las teorizaciones y estrategias respecto del poder y la composición social parecen objetivos centrales para los tiempos pospandémicos.

Coronavirus y modelos en disputa: Estado, Mercado y Comunidad

Encasillar es siempre una tarea difícil y necesariamente inexacta, pero sobre la disputa de modelos de gobiernos en Latinoamérica se ha tendido a ver, como es el caso del Foro Social Mundial o el grupo Carta Abierta argentino, dos bloques antagónicos en la región: un bloque neoliberal afincado en países como Colombia, Chile, Perú o México (antes de la asunción de AMLO) y un bloque progresista donde se incluían al PT brasilero, el chavismo venezolano, el kirchnerismo argentino o incluso el gobierno del partido socialista cubano. Por su parte la izquierda tradicional, fundamentalmente de raigambre trotskista, ha tendido en cambio a poner el acento en las continuidades sistémicas de ambos bloques, sin preocuparse -ni en sus dichos ni en su acción política- por ser parte de dicha disputa. Teorizaciones como el uso de la “revolución pasiva” gramsciana han respaldado también esta visión. Finalmente, otro sector de la izquierda con una raigambre más “latinoamericanista” y bajo la idea de “nuevos movimientos sociales”, sostuvo que se trataba más bien de tres modelos, diferenciando el bloque progresista entre aquellos más “centristas” –el Frente Amplio, el PT, el kirchnerismo- y los de corte más “socialista” nucleados en el ALBA: Cuba, Venezuela, Bolivia y, más a regañadientes –o en algunos casos partiendo aguas-, el Ecuador correista.

Claro que estos imprecisos casilleros, y más así sucintamente presentados, tienen varias dificultades a la hora de caracterizar la disputa regional prepandémica. En primer lugar porque no reconocen el peso de la geopolítica más allá de la aldea regional. El rol que desempeñan los EEUU, China y Rusia, como actores centrales pero no únicos de la disputa de recursos naturales y mercados, distingue solo relativamente entre un modelo u otro de gobierno. Claro que para el caso venezolano o cubano hay una diferencia evidente en la política internacional de las grandes potencias que operan en lo interno de nuestros países, pero para en otros casos parecen estar dispuestas a hacer negocios con uno u otro bloque sin demasiados problemas. En segundo lugar porque no se trata de tableros estáticos, no solo por la evidencia de cambios de modelos en uno u otro país, que se han llevado puesto conceptos de moda como “posneoliberalismo” en pocos años, sino porque el devenir de un mismo partido o sector en el poder ha sido cambiante: valga ver el “bolsonarismo” como un fenómeno difícil de predecir en el propio sector neoliberal brasilero una década atrás. Ello además de las diferencias al interior de los supuestos bloques, pues las variables comparativas entre Cuba y Nicaragua, por ejemplo, no parecen arrojar grandes similitudes. En tercer lugar la mirada de bloques pone el acento en el manejo no ya siquiera del Estado sino de los poderes ejecutivos de cada país, lejos de considerar la pugna a partir de la caracterización de movimientos que, como el caso del chavismo, presentan fuertes disputas internas y corrientes disímiles en su estructura, con formas de organización u horizontes y objetivos a veces difíciles de compatibilizar.

Quizás una variable a pensar en estos bloques, y también en relación a la llegada del coronavirus, sea la prioridad que los distintos modelos le han dado a tres esferas centrales: Mercado, Estado y Comunidad. Huelga describir la política promercado de los países más netamente neoliberales, el reino del sistema financiero bajo el antifaz de la autoregulación mediante la oferta y la demanda. Además es difícil discutir, al menos sin “terraplanismo económico”, sus objetivos resultados. Al privatizar el acceso a la salud, disminuir la capacidad de ahorro y consumo, y destruir los lazos de solidaridad y comunidad -tanto mediante sus aparatos de difusión de la ideología como de políticas sociales desmanteladas-, solo La Nación podía suponer un resultado opuesto al que finalmente se dio. EEUU, Brasil, Chile, Ecuador y Perú presentan así los resultados más desbastadores en el triste ranking de las filminas.

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Por otro lado se ha dicho mucho desde el progresismo y sectores de la izquierda que será el Estado quien salga fortalecido de la pandemia, pues habría demostrado su rol necesario en la planificación y el cuidado de la salud. Ciertamente aquellos países con centralización en las decisiones, que priorizaron desde allí las medidas preventivas, y con cierta tradición en el peso del Estado en cuestiones como la salud y la educación, han ofrecido mejores resultados para contener la pandemia. Así, Argentina -pese a la aventura macrista- encabezaba por ejemplo la cantidad de camas hospitalarias disponibles por habitantes en toda la región, duplicando a Chile y triplicando a Colombia.

Pero poco se dice que dos de los países con mejores índices del continente frente a la pandemia son Cuba y Venezuela. El desarrollo de la salud cubana desde la prevención y el paradigma de la salud comunitaria es bien conocido, y lleva en su nombre la inclusión de la tercera esfera mencionada: la comunidad. Nos referimos a las experiencias heterogéneas que comparten el haber constituido organización popular con ciertos niveles de autogestión de sus recursos y decisiones, más allá de su grado de desarrollo y de los distintos vínculos que puedan tener con el Estado: los CDR cubanos, las comunas venezolanas, las autonomías indígenas bolivianas, los caracoles zapatistas, las ocupaciones brasileñas de los sin tierra y los sin techo, etc.

Respecto del coronavirus podría arriesgarse a pensar entonces que, en los modelos mencionados, no solo el Estado juega un rol capital en la organización social y, en este caso, el sistema de salud, sino que el fortalecimiento de los lazos comunitarios y la solidaridad social tiene también un rol preponderante. Por ejemplo cuando mencionamos la heterogeneidad del bloque chavista, referimos también a que un importante sector del movimiento es el comunal. Las comunas venezolanas son el resultado de un largo proceso de transferencia de poder –de recursos, de autodeterminación y autoorganización- que en buena medida comenzó con el impulso estatal, “desde arriba”, pero que se sustenta también en lazos históricos afro-caribeños-llaneros. Excede a este escrito detenernos en su difícil presente y porvenir (con un gobierno que ciertamente parece estar lejos de priorizarla), pero incluir la esfera comunal a la hora de analizar las disputas latinoamericanas y sus modelos, ayuda a correr el horizonte de lo posible, precisar los alcances de las rupturas con la hegemonía neoliberal, y comprender mejor el rol de sistemas comunitarios de salud para el caso de la pandemia.

Nicolás Maduro ha explicado y sustentado razonablemente lo sucedido con el coronavirus en su país a partir de cuatro puntos basados, según relata, en las experiencias de China y Corea del Sur: 1) la cuarentena temprana, tomada desde el 16 de marzo, llamada “cuarentena social, colectiva, consciente y voluntaria” sin estado de sitio ni suspensión de garantías, que alcanzó el 85% de acatamiento el primer mes en un país que ciertamente arrastraba un bajo nivel de actividad económica. 2) un “despistaje”, según lo llama, ampliado y personalizado basado en el sistema del Carnet de la Patria que poseen casi 20 millones de habitantes. Mediante un sistema de big data que utiliza el carnet, se realizó en conjunto con la OMS una encuesta que relevó 150 mil casos sospechosos. Y, utilizando el sistema “Barrio Adentro” de salud comunitaria que cuenta con 25 mil médicos de familias, se visitó casa por casa a esa población, detectando y descartando tempranamente los casos. 3) el tratamiento con una batería de medicamentos combinados que contó nuevamente con la asistencia de China y Cuba (que envió 1200 médicos extras a Venezuela durante la pandemia) para aminorar los síntomas y las muertes y 4) una garantía de hospitalización en un país que, siempre según relata el presidente, cuenta con 23500 camas en los llamados Hospitales Centinelas, los Centros de Diagnósticos Integrales barriales creados por Chávez, y el sistema privado de salud, de las cuales 4500 son de cuidados intensivos.[1]

Vemos entonces cierta correlación entre los modelos sostenidos en cada país y los grados de afectación del coronavirus. A más mercado peor ha sido su efecto, a más Estado, pero también más desarrollo comunitario, mejor ha sido su contención. Claro ¿qué hacer con las excepciones como el Paraguay? Es evidente que muchos otros factores influyen en esto, pero la tendencia parece clara.

Finalmente valga recordar que, previo al impacto del coronavirus, se sucedían importantes reacomodos en la correlación de fuerza de estos modelos en pugna, entre ellos un auge de las luchas populares en varios países de la región. Además de las grandes revueltas en Perú y Ecuador, lo más llamativo fue sin duda el “descongelamiento” de dos de los países que se presentaban como los más estables en la región, como ejemplos a seguir de sus respectivos modelos: en Chile las revueltas llevaban ya seis meses, con una violenta respuesta represiva que acumuló más de 30 muertes sin lograr detener en absoluto las protestas. Santiago vivía una situación insurreccional, con buena parte de la ciudad tomada o en estado de excepción, mientras Piñera bajaba al 5% de aprobación a su gestión. La pandemia parece haber tendido la mano a un presidente que luchaba por mantenerse a flote. En Bolivia los éxitos socioeconómicos de la larga gestión de Evo Morales, en una estabilidad que tras los sucesos de 2008 con la rebelión en la medialuna fértil parecía envidiable, no alcanzaron para frenar el golpe de Estado en su contra que en casi un abrir y cerrar de ojos lo desalojó del poder. Hoy Bolivia presenta también su sistema de salud colapsado, habrá que evaluar las culpas de problemas estructurales no resueltos en la gestión del MAS, pero también las políticas de endeudamiento y achicamiento estatal de una presidenta sin legitimidad alguna y con un profundo odio a las mayorías indígenas que habían conquistado importantes espacios de autonomía. Ciertamente, una pandemia que se creía erradicada parece volver a amenazar la región: el golpismo militar.

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El después

El pasado 10 de junio se realizó una reunión virtual del bloque del ALBA que, además de sus presidentes y cancilleres, contó con la participación de la CEPAL en la figura de su secretaria ejecutiva Alicia Bárcenas. Bárcenas brindó un informe detallado de los estudios del organismo sobre el impacto socioeconómico de la pandemia con un inicio alarmante: “los efectos del Covid 19 van a generar la peor recesión que ha sufrido la región en su historia”, es mucho decir. La caída general del PIB en 2020 será, “por lo menos” según dijo Bárcena, del 5,3% (mayor en las economías sudamericanas que en las caribeñas). El comercio sufrirá una caída del 15%, y el turismo y las remesas un 20%, con el cierre de cerca de dos millones de empresas. Esto llevará, siguiendo el informe, a un drástico aumento del desempleo (a 38 millones de personas), de la pobreza (a 215 millones, sumando casi 30 millones más a la situación prepandémica) y de la desigualdad. Además, como es esperable, Bárcenas destacó que la pandemia ha evidenciado las estructurales deficiencias de la región en su sistema de salud, en su sistema de bienestar en general, y en su sistema productivo, por lo que se necesitará no solo reorientar los presupuestos nacionales sino también de financiamiento externo a bajo costo. El informe subrayó la baja carga tributaria de las grandes fortunas en un sistema impositivo no progresivo, la enorme evasión que dichas fortunas realizan alcanzando el 6,3 % del PIB general “la mitad del gasto social de nuestra región”, y el pago de la deuda externa que supera al gasto regional en su sistema de salud. Finalmente, entre otros aspectos como la escasa producción de equipos médicos que no llega al 4% de lo necesario, subrayó que salir de la pandemia y sus efectos será un proceso largo que sucede justamente en un momento extremadamente complejo de la situación mundial, con una gran debilidad del multilateralismo internacional. La CEPAL realizó una propuesta concreta de emergencia en la reunión: establecer en toda la región un ingreso básico para toda la población bajo la línea de pobreza universal “equivalente a una línea de pobreza por lo menos”, destacando que solo la evasión tributaria antes mencionada representa tres veces más del dinero necesario para implementarlo.[2]

Como vemos, el efecto del coronavirus sobre la clase trabajadora de toda Latinoamérica, en una situación ya de por sí compleja tanto por  sus históricas deficiencias y saqueos como por las disputas recientes -con el avance de las medidas neoliberales-, es muy poco alentador. Y esto independientemente de las políticas de salud adoptadas: el ejemplo regional de “priorizar la economía por sobre la salud”, el Brasil de Bolsonaro, no solo se unió a EEUU como los únicos dos países del planeta en superar el millón de contagios, con cerca de 50mil muertos, sino que su economía se contrajo un 9,7% en el mes de abril y un 15% respecto del mismo mes del 2019.

Que la pandemia haya puesto en evidencia las falencias de los apotegmas pro mercado, la necesidad de un Estado presente en las economías subdesarrolladas, o –dando un paso más- el horizonte estratégico de transferir a sectores organizados de la comunidad poder, recursos y autonomías, poco significa para el porvenir. Menos en un contexto donde instituciones como la CEPAL, dependiente de Naciones Unidas, aparecen con miradas y objetivos más avanzados que las intenciones y prácticas de la mayoría de los gobiernos regionales.

El momento es muy difícil porque se conjugan crisis estructurales y coyunturales con una marcada debilidad de la izquierda y un sentido común derechista y promercado ¿Cómo “salir mejores” así? Lo que es seguro es que si no se afectan las grandes fortunas y se aplican políticas redistributivas, los pasos serán en contra. Y no parece estar avanzándose en ese sentido siquiera aun con las herramientas que brinda el marco de la legalidad capitalista. Basta nuevamente ver la reacción a un supuesto impuesto a la riqueza por única vez y de escaso alcance que se insinuó y jamás llegó en la Argentina, al menos por ahora; o el propio informe de CEPAL respecto del sistema tributario que, de tener difusión mediática, sería presentado como prensa de un partido obrero internacionalista, con los ojos del más férreo anticomunismo sin comunismo. Ni la razón ni el deber ser marcan el porvenir de la historia, dependerá de las luchas que podamos llevar adelante, de la correlación de fuerza de los modelos, del grado de movilización de todos los pueblos latinoamericanos para enfrentar a los grandes ganadores de todas las pandemias.


[1] Ver, entre otras, la entrevista realizada por Alfredo Serrano Mansilla, disponible en https://www.youtube.com/watch?v=8EkJ5tZKIuI

[2] La reunión completa, con el informe de CEPAL, puede verse en: https://www.youtube.com/watch?v=0vrlRzZVl8w

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