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Mujeres trabajadoras: entre la fábrica y las tareas domésticas

A nadie sorprende hoy día la afirmación de que buena parte de la historia ha sido siempre abordada desde una perspectiva androcéntrica, es decir focalizada en la experiencia masculina como sujeto pretendidamente universal, pero que poco o nada tiene de general si se analiza el pasado atendiendo a la diversidad sexual y de género. El mundo del trabajo tampoco escapó a esas lecturas patriarcales, por cuanto aquí queremos acercarnos a la historia de fines del siglo XIX e inicios del XX a través del ojo de la cerradura para observar ese mundo laboral desde el registro de las mujeres trabajadoras.

Durante el cambio de siglo, el desarrollo fabril conllevó una rápida inserción laboral en esos espacios tanto para hombres como para mujeres. A pesar de ello, el acceso al mercado laboral fabril fue desigual y conllevó la profundización de la diferencia sexual en la división del trabajo, manifestándose como otra forma de opresión para las mujeres mientras para los hombres constituía su transformación en sujetos de derechos (1). Por mucho tiempo se ha creído que el tránsito desde una producción tradicional a una fabril y moderna había supuesto la progresiva retirada de las mujeres del mercado laboral asalariado y su retraimiento al espacio doméstico. Hoy día esa hipótesis se encuentra fuertemente discutida y son numerosos los estudios que demuestran que avanzado el siglo XX la cantidad de mujeres que trabajaban como asalariadas era muy significativo. A inicios del siglo, había muchos rubros ocupados mayormente por mujeres, como los talleres de costura, las fábricas de cigarrillos, botones, fósforos, velas, entre otros. Pero también empezarían a hacerlo en sectores industriales de mayor calado, como los frigoríficos de la industria cárnica y del pescado. Como afirma la historiadora Marcela Nari (2), a mediados del siglo XIX el trabajo femenino no sólo era tan normal como tener hijxs, sino que también constituía un vector moralizante. A inicios del siglo siguiente esa concepción se modificó, siendo el trabajo fuera del hogar considerado anti natural, degradante y por ende disolvente de la mujer y la familia. Así, ciertos oficios comenzaron a ser pensados como impropios para las mujeres mientras otros se fueron “feminizando”, fundamentalmente aquellos vinculados al cuidado de lxs otrxs y la educación (3).

El trabajo fabril e industrial pasó a constituir una tarea digna y deseable para los hombres, donde estos se erigían en proveedores del hogar, construyendo y reafirmando al mismo tiempo una singular forma de masculinidad triunfante que marcaría el período (4). En cambio, la mujer era cada vez más identificada con las funciones reproductivas, las cuales eran afirmadas desde una ciencia positiva que daba argumentos sobre la supuesta debilidad relativa de las mujeres y sus cuerpos, al tiempo que se ensayaban legislaciones laborales tendientes a su protección en tanto que mujeres-madres, no trabajadoras (5). De esta manera, se iba configurando un arquetipo de división sexual del trabajo entre hombres productores-proveedores y mujeres reproductoras-madres.

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Estas adscripciones generizadas a diferentes mundos, uno público, externo y varonil; el otro doméstico, femenino y hogareño, fueron configurando no sólo los vínculos sociales, sino también los laborales. La mujer, como reproductora social a partir de su condición gestante, fue prefigurada como un ser frágil que debía cuidar de la familia y protegerse de la inmoralidad y degeneración de un mundo externo hostil. Aquel mundo era el de los varones. Sin embargo, las condiciones sociales de vida no permitieron el sostenimiento de aquella lógica, la cual ha sido antes una representación patriarcal que un dato objetivo de la realidad. Resulta todavía frecuente escuchar que “antes” las mujeres se encargaban de la casa y no trabajaban, ya que el sostén salarial del hogar era el marido, pero que eso cambió muchas décadas después. El renovado campo de estudios del trabajo con perspectiva de género ha demostrado que este sentido común es infundado, puesto que las mujeres han sido sostenes de sus respectivos hogares siempre, tanto con sus labores hogareñas como con sus ingresos salariales. De esta forma, se ha pretendido que las mujeres fueran progresivamente desplazadas y confinadas al espacio doméstico configurando la idílica imagen del “ángel del hogar”, operando así un proceso de invisibilización y subrepresentación del trabajo femenino asalariado y fabril-industrial.

A inicios de siglo XX, aquella moral imperante que veía con malos ojos el trabajo fabril de las mujeres, sólo lo justificaba bajo casos de extrema necesidad económica y siempre como un complemento salarial al del marido. Una vez superada la coyuntura económica adversa, lo “natural” y esperable era que la mujer retornara a sus laborales domésticas. Esto respondía no sólo a la configuración androcéntrica de los espacios de desempeño laboral, sino también a que las mujeres que trabajaban fuera del hogar desatendían aquellas labores que les eran “propias” en sus hogares, entre ellas el cuidado lxs hijxs si tenían. Esta de-sujeción de las mujeres de su entorno y responsabilidad era leída como una degeneración que atentaban contra el cuerpo social, pues eran esas mujeres quienes engendrarían y educarían a las generaciones venideras.
Esta lectura del trabajo femenino fabril como supletorio, complementario y excepcional al del marido tenía su correlato en términos salariales, puesto que no eran interpretadas como trabajadoras, sino como puntales y auxilios económicos, por ende, sus sueldos siempre eran inferiores al de los varones, inclusive cuando realizaran iguales tareas. 
Por otro lado, esto conllevaba que buena parte de las labores que las mujeres desarrollaban fuera del hogar fueran codificadas como innatas. Es decir, trabajar como lavanderas, costureras, planchadoras o cocineras no constituía una cualificación laboral, un oficio aprendido, sino innato, un apéndice a sus laborales cotidianas domésticas. Así, sus trabajos siempre eran los más bajos de la escala salarial, puesto que “…las mujeres se incorporaron a la producción de mercancías, aparentemente, sin haber aprendido un ‘oficio’”, según explica Nari (6). Como sostiene esta autora, toda la educación de las mujeres en su infancia había girado en torno a aprender a ser mujeres, sin que eso constituyera un saber específico, una cualificación que debía ser adquirida. De esta manera, encontraba justificación ideológica y moral la inferioridad salarial de las mujeres.

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Caras y Caretas, 1916, Nro 940, p 57

Lecturas moralizantes y científicas buscaban justificar el anclaje de la mujer al hogar y a los varones de la familia, pero también lo hacía el marco legal, ya que el Código Civil de 1869 establecía que las mujeres poseían “incapacidades relativas”, por lo cual eran minorizadas, ingresando en el mismo plano que lxs niñxs. Esto hacía que su representación legal estuviera siempre mediada por la tutela de un hombre, sea su marido, padre o hermano. De igual manera lo estaba su salario, cuando disponía de uno, puesto que legalmente estaba bajo la tutela del marido o padre. Esta dependencia legal hacia el hombre duró hasta finales de la década del sesenta del siglo XX. Otro Código, en este caso el Penal de 1886, también se posaba sobre las mujeres, condenando de forma punitiva los abortos con hasta tres años de prisión, siendo tipificados como infanticidios en muchos casos. Si la mujer era un ser frágil que debía ser legalmente resguardado de los males del trabajo fabril y urbano por su condición de sujeto gestante, resulta evidente el vínculo entre maternidad y condena del aborto, discusión que habría de cruzar cómodamente el umbral del siglo XXI. En una clave similar, el fallido proyecto de ley laboral de Joaquín V. González de 1904 buscaba proteger a las mujeres de labores que pudieran poner en riesgo “su organismo”, reforzando el rol gestante antes que el laboral.

Revista Mundo Argentino, Año III, Nro 126, 04/07/1913

Sin embargo, el desarrollo industrial y fabril en el país, supuso un importante, aunque desigual, motor de inserción laboral tanto para hombres como para mujeres. La clase trabajadora argentina del cambio de siglo estuvo siempre poblada por mujeres que realizaban labores a tiempo completo dentro y fuera del hogar. El nuevo siglo encontró a miles de ellas ocupando lugares en fábricas, en el sector servicios y muchas otras actividades asalariadas. Ante la condena cultural muchas mujeres buscaron ser empleadas antes que obreras, sin embargo, muchas otras optaron o no tuvieron más remedio que la fábrica.
Los documentos oficiales y los discursos epocales lograron subrepresentar el verdadero impacto que las mujeres tuvieron en el mercado laboral, construyendo la idea de la retira femenina de las fábricas a las casas. No obstante, una vez descorrido el velo de los discursos, representaciones y lenguajes, encontramos un mundo obrero fabril en el cual las mujeres tuvieron importantes índices de inserción, aunque fuera en peores condiciones salariales, bajo acoso y presión permanente. Las limitaciones legales, así como un discurso moral que sacralizaba la condición materna y frágil de la mujer, no lograron, no obstante, evitar aquello que ya en los años veinte era visto con pavor y preocupación: las “fabriqueras”.

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Notas:
1 -Mirta Zaida Lobato, «Lenguaje laboral y de género en el trabajo industrial. Primera mitad del siglo XX», en Historia de las mujeres en Argentina, de Valeria Pita, María Gabriela Ini, y Fernanda Gil Lozano, vol. 2 (Buenos Aires: Taurus, 2000), pp. 92.
2 -Marcela Nari, «El feminismo frente a la cuestión de la mujer en las primeras décadas del siglo XX.», en La cuestión Social en Argentina (1870-1943), de Juan Suriano (Buenos Aires: La Colmena, 2000), 283.
3- Nari, pp. 285.
4- Graciela Queirolo, «El triángulo femenino en la Buenos Aires de primera mitad del siglo XX: entre el hogar, la prole y el mercado.», Boca de Sapo 19 (2015).
5 -Lobato, «Lenguaje laboral y de género en el trabajo industrial. Primera mitad del siglo XX».
6 -Marcela Nari, «El trabajo a domicilio y las obreras (1890-1918).», Razón y Revolución 10 (2002).
Disponible en: https://www.razonyrevolucion.org/textos/revryr/genero/ryr10-06-Nari.pdf.
7 -Graciela Queirolo, «El triángulo femenino en la Buenos Aires de primera mitad del siglo XX: entre el hogar, la prole y el mercado.», Boca de Sapo 19 (2015).

Fuente: Sudestada

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