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Sionismo y judeofobia, dos formas de racismo entrelazadas

La judeofobia (mal llamada “antisemitismo”) es una forma de racismo o discriminación contra les judíes. Uno de los orígenes de este racismo remonta a una rivalidad religiosa entre el Cristianismo y el Judaísmo, la cual existió desde los inicios del Cristianismo, a través de elementos como el mito del Deicidio – la acusación a les judíes como “asesines de Cristo”-, el rechazo de Jesuscristo como el Mesias por parte de les judíes (pues por eso permanecieron judíes; siguen esperando el Mesías porque afirman que nunca llegó), la competencia por fieles, etc. Considerándose como los verdaderos depositarios de la doctrina religiosa expresada en el Viejo Testamento y más tarde renovada en el Nuevo, muches cristianes consideraban a les judíes como “un pueblo terco, desobediente y hereje”, cuyos miembros serían juzgados en el final de los tiempos cuando ocurriría la segunda venida de Jesucristo. Una parte muy influyente de estas corrientes fueron los que abogaban por la restauración del antiguo reino de Israel, bajo la creencia de que esta profecía se realizaría cuando la “nación judía” fuera reestablecida en la antigua tierra de Israel según descrita en el Viejo Testamento. Así, al llegar el final de los tiempos, les judíes que nuevamente no aceptasen a Cristo arderían en el infierno mientras que la mayoría terminarían aceptándolo y convirtiéndose al Cristianismo.

Desde el siglo XVI en adelante, con el surgimiento del Protestantismo, muchos exponentes de esa corriente religiosa, en particular Lutero, abrigaban la esperanza que les judíes finalmente se convertirían al Cristianismo estimulados por la reciente ruptura de dicha corriente con la Iglesia Católica. Sin embargo, dado que las soñadas conversiones masivas no ocurrieron, Lutero y otros protestantes publicaron libros antijudíos donde denunciaban las “mentiras judías”, propagándose la convicción de que la única salvación y la segunda venida de Jesucristo ocurriría cuando les judíes retornaran a su antigua tierra bíblica, es decir Jerusalén y alrededores, la antigua Judea del Viejo Testamente, en otras palabras: Palestina.

Como vemos, los primeros pasos del Sionismo fueron dados en el mundo cristiano, en Gran Bretaña y otros países de Europa, e inspirados por una teología antijudía que veía a les judíes como herejes que obstaculizaban la redención.

En tiempos del Imperio Británico, esta teología prosperó a través de una elite política poderosa la cual además comenzaba a reconocer que, más allá de la promesa de la salvación espiritual, la implantación de una colonia de asentamiento judeo europea aliada en el medio del mundo árabe sería de gran valor estratégico para el Imperio.

Hacia mediados del siglo XIX, surgían las teorías raciales en Europa, en particular las del filósofo francés Joseph Arthur, conde de Gobineau (1816-1882), que afirmaba que la humanidad estaba dividida en razas, la superior, por ser la más pura, siendo la raza Aria. A éste le sigue Joseph Ernest Renan (1823-1892), quien atribuye al concepto de identidad nacional una cuestión espiritual, las razas están asociadas a las naciones y sus culturas, y así propone la existencia de la “raza semita”, atribuida a les judíes y árabes. Hoy sabemos que no hay base científica para estas teorías racistas, y en particular que la palabra “semita”, por su origen, no hace referencia a una raza sino a lenguas oriundas a pueblos de la región del noreste africano y Asia occidental. La mayoría de los “semitas”, por lo tanto, son árabes. El uso exclusivo de la palabra “semita” para definir a les judíes se lo debemos al periodista alemán Wilhem Marr, quien, inspirado por Gobineau y Renan, publicó un panfleto donde alertaba ante el peligro del sometimiento del “espíritu germánico” al “espíritu semita” (es decir, judío), y haciendo por lo tanto una invitación al activismo “antisemita” (es decir, antijudío). Así fundaba la primera organización “antisemita” militante, es decir, con una doctrina antijudía basada en la teoría de que les judíes eran una raza, la raza semita, que ponía en peligro al espíritu germánico.

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Las teorías judeófobas se expandieron por toda Europa rápidamente y provocaron persecuciones y masacres, exacerbadas además por crecientes nacionalismos que veían a sus connacionales judíes como extranjeros impostores y dignos de sospecha. Esto llevó a algunos judíos a plantearse la idea de que la judeofobia estaba demasiado enraizada en las sociedades europeas y que nunca conseguirían ser aceptados como iguales. Así nace el sionismo judío político, que acepta la idea antijudía de que les judíes somos un “pueblo apátrida”, nómade, con una nacionalidad extranjera (la nacionalidad judía). Vale decir, el sionismo judío acepta como verdaderos los conceptos discriminatorios y racistas antijudíos y los hace suyos. Como “pueblo o nación sin tierra”, era necesario fundar un Estado Nación. Si bien los primeros sionistas judíos de fines del siglo XIX pensaban en cualquier territorio mayormente despoblado para construirlo, rápidamente incorporan dentro de su doctrina el concepto central de sus predecesores cristianos: que el lugar indicado para crear el “estado judío” es Palestina, asegurándose así la empatía de importantes corrientes del cristianismo y el apoyo de influyentes sionistas cristianos del imperio británico. Recordemos que, iniciado el siglo XX, el Imperio británico ya abarcaba una población de cerca de 458 millones de personas y unos 35.000.000 km², lo que significaba aproximadamente una cuarta parte de la población mundial y una quinta parte de las tierras emergidas. Este poder inconmensurable, el mayor en toda la historia mundial, sería crucial para garantizar la implantación del sionismo en Palestina.

Sin embargo, la gran mayoría de les judíes del mundo permanecía indiferente e incluso en fuerte oposición al sionismo. No se sentían portadores de una nacionalidad diferente de aquella de las sociedades en las que habían nacido y crecido. De todas maneras, comienza la colonización y la limpieza étnica de Palestina a cargo de algunos grupos sionistas, primero a cuentagotas a partir de fines del siglo XIX, pero intensificándose después, especialmente a raíz de la Declaración Balfour en 1917, en el que el Imperio Británico, intuyendo ya una victoria en la I Guerra Mundial, se compromete a apoyar al sionismo para la construcción de “un hogar nacional judío en Palestina”. La implantación progresiva del proyecto anglosionista en Palestina provoca la creciente desposesión de les palestines, lo que les lleva a organizarse en resistencia, la cual llega a su máxima expresión entre 1936 y 1939, siendo cruelmente aplastada por el ejército imperial británico en los albores de la segunda guerra mundial.

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La creación del Estado de Israel por la fuerza en 1948 fue una excusa para acelerar más la limpieza étnica (Nakba), en la que el sionismo se apodera del 78% de la Palestina histórica, a través de la expulsión violenta de la mayoría de les palestines de sus barrios y poblados. La Nakba no terminó, continúa hasta el día de hoy.

En los años de la postguerra y en particular en los 60, a medida en que la descolonización y autodeterminación fueron siendo reconocidas cada vez más como derechos fundamentales de los pueblos colonizados, el colonialismo sionista se va tornando cada vez más indefendible. Entonces el lobby proisraelí apela a un arma silenciadora: la atribución al sionismo del monopolio de “lo judío”. Esto va acompañado de intensa propaganda y penetrante adoctrinamiento para convencer a les judíes del mundo a apoyar e identificarse con el sionismo. Así, se haría más fácil acusar a cualquiera que se opusiera al sionismo, es decir, a la ocupación y colonización de Palestina, de “antisemitismo” o antijudaísmo.

Entrado el siglo XXI, con el apoyo permanente de EEUU y la complicidad de la llamada “comunidad internacional”, Israel ya se ha consolidado como un estado de apartheid racista y un  modelo de supremacismo admirado por todas las ideologías supremacistas del mundo. Como esto viene quedando cada vez más en evidencia, el lobby israelí inventa el concepto de que el rechazo o condenas al Estado de Israel por sus crímenes racistas, es en realidad una “nueva forma de antisemitismo” o “neoantisemitismo”.  Israel, “el judío entre las naciones”, perseguido como siempre lo fue (de acuerdo a la narrativa sionista) a lo largo de toda la historia. O sea, no es que uno defienda la justicia y los derechos humanos, no es que uno condene los crímenes de guerra y de lesa humanidad (denunciados por muchas organizaciones expertas en derecho internacional), no es que uno denuncie las masacres, el apartheid, los encarcelamientos, la privación de derechos básicos como el derecho a la libre circulación, el racismo, el terrorismo de estado y todas las políticas genocidas antipalestinas; no, cualquier denuncia de los incontables crímenes cometidos por todos los sucesivos gobiernos del Estado de Israel, su ejército y su aparato de inteligencia con la permanente complicidad de una sociedad colonial que acepta y recibe con regocijo sus privilegios, es motivada por un “sentimiento antijudío”.

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Para reforzar esta idea, el lobby sionista ha introducido a través de una agresiva campaña una “nueva definición del antisemitismo” a través de una organización internacional llamada “Alianza Internacional para la Rememoración del Holocausto” (IHRA, por sus siglas en inglés), en la que se intenta igualar antisionismo con antisemitismo. Por supuesto, no podía faltar la palabra Holocausto para que nadie se atreva a decir que el Rey está desnudo. Como denunciado por diversas organizaciones políticas, sociales y de derechos humanos, así como agrupaciones de expertos en racismo, xenofobia y en particular judeofobia, esta definición y sus nefastos ejemplos, han sido diseñados para criminalizar la lucha palestina por su liberación del yugo del apartheid israelí y para silenciar a la solidaridad internacional con la causa palestina. Por ejemplo, hemos visto en el caso del partido laborista del Reino Unido, con ayuda de dicha definición, la destrucción sistemática de las posiciones a favor de los derechos palestinos liderada por el internacionalmente reconocido activista antirracista Jeremy Corbyn.  En Estados Unidos, esta definición ha sido usada como arma para intimidar a rectores de universidades y miembros del cuerpo académico para silenciar el activismo universitario a favor del boicot académico por Palestina, una legítima modalidad de lucha no violenta (parte del BDS) que busca concientizar acerca de la complicidad del fuerte sistema académico y científico israelí con el apartheid antipalestino estatal, y promover la solidaridad con la situación de persecución y restricción de la libertad académica que sufren las universidades palestinas ocupadas militarmente por el estado israelí.

Como no se puede tapar el sol con la mano, todas estas tácticas nefastas del sionismo están condenadas al fracaso. Es cada vez más difícil esconder el sistema racista israelí. Organizaciones mainstream de derechos humanos, como por ejemplo la internacional con sede central en EEUU Human Rights Watch y la israelí B’tselem, han publicado sendos informes con todas las evidencias del crimen de apartheid antipalestino. Comisiones de la ONU y su Asamblea General han denunciado y condenado repetidamente los crímenes del aparato israelí. En EEUU, el sionismo, como antaño, se apoya fuertemente en el sionismo cristiano representado principalmente por millones de fieles evangélicos que siguen creyendo en el final de los días y la segunda venida del Mesias, ya que cada vez más judíes se manifiestan explícitamente contra las injusticias sistemáticas cometidas por el estado de apartheid contra el pueblo palestino. Así como cayeron el nazismo y el fascismo en Europa, y el apartheid en Sudáfrica, llegará el día en que el sionismo y su sistema de apartheid en Palestina caerán. Es que la ola de la liberación viene creciendo, se agiganta cada vez más y no hay nada que puedan hacer para detenerla. 

David Comedi

Imagen: pintura del artista palestino Nayi Al-Ali

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