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Turquía: la izquierda kurda acaba con el “sultanato” del presidente Erdogan

La mayor pesadilla del presidente de Turquía se llamó en la noche del domingo Semo. Semo era uno de los miles de kurdos que, tras votar en masa, tomaron las calles de la ciudad kurda de Diyarbakir celebrando la entrada en el parlamento del Partido Democrático de los Pueblos (HDP). “Ésta es una victoria de kurdos, pero también de turcos, de alevíes, de armenios, de laz y de circasianos. El pueblo ha ganado”, declaró Semo a EL MUNDO.

Una amalgama de izquierdistas kurdos y turcos, aliados con ecologistas, feministas y minorías religiosas, ha contribuido este domingo al mayor descalabro que ha sufrido el islamismo turco en 12 años. El Partido Justicia y Desarrollo (AKP) perdió estrepitosamente la mayoría absoluta que ostentaba desde 2002. Para gobernar está obligado a negociar con las mismas formaciones que ha atacado con saña durante la campaña electoral.

Se tuerce el sueño del presidente Erdogan de instaurar una presidencia ejecutiva. Los más de 330 diputados que había pedido, en mítines encubiertos en los que violaba la neutralidad de su cargo ceremonial, se quedaron en 258 diputados con el 96% escrutado. Un cataclismo por el que respondió el primer ministro Ahmet Davutoglu, escuetamente, desde su ciudad natal de Konya: “No os preocupéis. Con permiso de Dios, esta es la decisión del pueblo”.

En cuatro años desde las últimas generales el AKP ha perdido más de 65 diputados. En este período el ‘milagroso’ crecimiento turco, impulsado por los islamocalvinistas con Erdogan de primer ministro, ha perdido fuelle. El país ha entrado en un período de turbulencia social azuzado por nuevas leyes contra las libertades, más represión en las calles y un discurso polarizador desde el ejecutivo y la presidencia.

Pero ayer llegaron los “sediciosos”, como el AKP se había referido al HDP en campaña, y giraron la tortilla. Ganaban el 12,19% de votos y 78 escaños con el escrutinio a punto de finalizar. Superaban así el 10% de voto que la Constitución golpista de 1980 impone para entrar en la Gran Asamblea Nacional, una barrera que se había colocado entonces para dejar fuera del hemiciclo a kurdos e islamistas.

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El HDP es heredero de anteriores siglas independentistas kurdas que, presentando candidatos independientes, consiguió poco más del 6% de votos en 2011. Esta vez el movimiento kurdo, a propuesta del fundador de la guerrilla PKK Abdullah Öcalan -encarcelado desde 1999-, apostó por presentarse como grupo. Para superar el 10% se ha aliado con varios partidos de izquierdas turcos, con minorías religiosas y otras organizaciones de la sociedad civil como feministas, ecologistas y LGBTI. El HDP ha renunciado al independentismo y se ha propuesto buscar un encaje territorial para los kurdos, dentro de Turquía, bajo un gobierno progresista.

La apuesta del HDP, co-liderado por el abogado kurdo Selahattin Demirtas y la editora socialista turca Figen Yuksedag, funcionó con creces. Si en Diyarbalir, bastión kurdo, logró un abultado 78.3% de apoyos, más sorprendió convertirse en tercera fuerza en Estambul, una ciudad lejos del sureste kurdo. Sus 12,45% de votos en la capital comercial turca evidencian el impulso que la izquierda no kurda ha dado a la causa. En total, la coalición ganó en toda Turquía tres millones de votos más respecto a la suma de candidaturas independientes kurdas en 2011.

El viernes pasado dos artefactos de origen turbio estallaron en medio de un mitin multitudinario del HDP. Dejaron cuatro muertos y numerosos amputados. Por eso el domingo se celebraba la entrada de la coalición en el parlamento con un punto de dolor. “Nuestro dolor es muy grande”, lamentaba Cemil, en medio de los fastos. “Después de tantos heridos merecíamos esta victoria”, añadía Hasan, junto a Cemil.

Tal era la ilusión con la empresa del HDP que con muletas, sillas de ruedas o camillas, incluso los heridos en el atentado del viernes acudieron a las urnas. “Ganaremos contra todas las presiones”, conjuraba Selahattin, que relajado pasaba la mañana de la jornada de votación en el vestíbulo del colegio electoral Ziya Gökalp. “Voto para que no haya más peleas y más guerras”, pedía Acar, una de las que reconocía, a la salida de las urnas, votar al HDP por primera vez.

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Durante la campaña, el HDP fue objeto de más de 60 ataques. Artefactos estallaron en sus oficinas de Adana y Mersin. En Bingöl, desconocidos acribillaron a tiros al conductor de un vehículo de campaña de la coalición. En Erzurum, una turba ultranacionalista asaltó un mitin y trató de quemar vivo a otro conductor del HDP. A ello se sumó la violencia verbal. Despectivamente, el ejecutivo y Erdogan tildaron al HDP, despectivamente, de ser partido de “armenios, ateos y homosexuales”.

El logro del HDP es también la cristalización en la política de lasprotestas antigubernamentales de Gezi de 2013. Hace justo dos años, la policía clausuró brutalmente una acampada que intentaba evitar la tala del arbolado de Gezi, en el centro de Estambul. La respuesta popular fue un gran movimiento de confluencia de todo tipo de facciones ideológicas, étnicas y religiosas, con la oposición al desafiante AKP en común.

Durante 10 días, hasta que las manifestaciones fueron duramente reprimidas, más de tres millones de personas participaron en protestas pro Gezi en 80 ciudades de Turquía. “El HDP tiene en su esencia el espíritu de Gezi”, explicaba Sinem a este rotativo, hace dos semanas, durante un mitin de la coalición en Estambul.

Selahattin Demirtas dedicó sus primeras palabras desde el balcón, en Estambul, a felicitar “a toda la gente que defiende las libertades, a los oprimidos, a los trabajadores, a las mujeres y a todas las minorías”. El copresidente dijo que los resultados son “una magnífica victoria”, una “victoria de la izquierda” y lanzó un dardo a los grandes derrotados del AKP, a los que llamó “arrogantes”.

El socialdemócrata nacionalista Partido Popular Republicano (CHP), el principal opositor, perdió un pequeño porcentaje y cuatro diputados respecto las últimas generales. Se quedó con 132 escalos, probablemente un trasvase al HDP. Al punto de las diez de la noche del domingo, el líder provincial del CHP en Estambul, Murat Karayalçin, pidió a través de la prensa a Erdogan que instara a su formación a formar gobierno de coalición.

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A partir de este lunes se abre un escenario incierto. Sin mayoría absoluta y, a priori, con una improbable coalición de los tres opositores del parlamento por diferencias políticas, al AKP no le queda otra que negociar. Un socio probable es el islamo nacionalista Partido de Acción Nacionalista (MHP), que subió votos y logró 82 escaños. Su vicepresidente, Oktay Vural, subrayó el domingo a Reuters que “sería correcto que nuestro cuartel general sopesara una posible coalición [con el AKP]”.

Sinan Ülgen, director del Centro de Estudios en Economía y Política Exterior (EDAM), cree que la opción de la coalición es óptima para “forzar a todos a moderar sus actitudes”. Además, recuerda que una coalición restará poder a Erdogan”. Al cierre de esta edición el Presidente no se había pronunciado. Él es el gran perdedor, al margen de los análisis que su ex partido, el AKP, haga para intentar explicar tamaño incumplimiento de su objetivo.

Elegido jefe de Estado por primera vez en votación popular en agosto de 2014, Erdogan se escudaba en aquella victoria electoral para justificar su presencia influyente en los consejos de ministros y sus continuos tics de dirigente político individualista. Desde dentro y fuera de Turquía se lo acusaba de “autoritario” por sus actitudes. Su pro otomanismo hacía que sus críticos lo llamaran irónicamente ‘El sultán’. Por ahora, no habrá “sultanato”.

 

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