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Tiempos violentos: terrorismo de Estado y capital financiero

(Para Marcha/ Contrahegemonía) Hoy entendemos ya que el ciclo comandado por el capital financiero es esencialmente: violencia. Incluso en estas tierras donde la violencia fue atroz, constó largo tiempo entender que ese periodo terrible y oscuro que comenzamos a atravesar a mediados de los ´70, no era obra de un grupo de sádicos desequilibrados que decidieron organizarse en comandos para secuestrar, torturar, robar niños, violar, matar, robar, corromper, atemorizar y un largo etcétera. Es más, aún quienes insistimos siempre en que esa violencia era producto y necesidad del sistema capitalista, no pudimos comprender hasta qué punto esa violencia desgarradora, no sólo era una necesidad histórica de las clases dominantes, sino que aún más profundamente, era parte del “adn” de la nueva etapa de dominación que estaba asomando en el horizonte como un sol negro que nos hundiría en la larga noche neoliberal. Desgarradora, vacua, fría y sangrienta noche neoliberal.

Treinta mil desaparecidos después, pero también luego de cinco mil gatillados por la policía, millones de pobres e indigentes, varios miles de kilómetros cuadrados saqueados y arruinados para siempre, espíritus y voluntades absolutamente vaciadas y quebradas, millones que no saben de esperanzas, violencias estructurales que se clasifican y multiplican como un muestrario de la catástrofe del capitalismo real: violencia familiar, violencia sexual, violencia de género (todas estas violencias patriarcales que se alían y complementan en el mapa de la dominación y desprecio), violencia policial, violencia patronal, violencia vecinal, violencia clasista, violencia imperialista, violencia guerrerista; violencias y más violencias. He aquí el núcleo duro del capital financiero, su gen constitutivo.

Extracción de plusvalía, apropiación por desposesión, consumo insultante, control minucioso, represión indiscriminada, todos y cada uno de los elementos constitutivos del funcionamiento sistémico es violencia sin más. Y a medida que avanza, se desarrolla y despliega esta etapa del capitalismo, van quedando cada vez más a la vista, los cadáveres de “aquellos que hoy yacen en el suelo” (Benjamin). Son inocultables. Quizás incluso no quieren ocultarlos. Las clases dominantes ya sin razones suficientes, sin posibilidades de consenso ante el festival de atrocidades que presenciamos, han encontrado en el terror un método eficaz para la dominación. El miedo hoy invade todo. Vivimos en sociedades controladas por el terror más atroz y profundo a todo y a todos. Una trama ondulada de nodos terroríficos, que se asoman y ocultan de modo indistinto, hacen del actual ordenamiento social una densa red en la que todas quedamos atrapadas e inmovilizadas en el terror.

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Cuarenta años después de que el terror más descarado se hiciera del poder estatal en Argentina, la fragmentación, la desconfianza y la parálisis son moneda corriente. El miedo a todo y a todos ha tomado nuestros cuerpos y lo sentimos cada vez que cruzamos un desconocido en medio de una noche solitaria, o atravesamos un control policial, o un desconocido nos pide un favor, o cuando vamos a comprar un faso al transa de la otra cuadra, o cuando el árbitro echa a tres jugadores en el clásico del barrio. Todo el tiempo la violencia está ahí, a punto de estallar, sostenida por una compleja red de mafia institucionalizada, asentada sobre todo en las policías, esas que se formaron, aprendieron, perfeccionaron y reproducen cotidianamente el horror setentista. Las policías, estas narcos-policías actuales, son la corporeidad de la violencia y el miedo que alguna vez vistieron de verde, pero hoy buscan refugio en un azul oscuro y perverso. Esas policías, son una versión zombie de esos comandos cívicos-militares que asolaron nuestras calles, son la columna vertebral del nuevo modo de dominación, que hoy en nuevos comandos cívicos-militares (narco-policiales) mantienen vivo el miedo más atroz.

A cuatro décadas de aquella institucionalización de la violencia descarnada, estamos asistiendo a un nuevo periodo de profundización y visibilización altanera de la violencia clasista, racista y machista, que como una revancha de clase festeja la posibilidad de mostrarse de modo obsceno, sin los tapujos que el pseudo-progresismo intentó opacar, por necesidad, pero también quizás por convicción. Hoy las manadas violentas que entrenó y encumbró la última dictadura militar, están nuevamente al acecho sedientas de venganza y sangre, y anuncian con luces y redoblantes sus planes de disciplinamiento, control y represión para quienes se atrevan a decir que “ya basta” de miedos e indignidades, que no estamos dispuestos a soportar esa vida de mierda que quieren imponernos por todos los medios.

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Quizás en momentos donde la Triple A, y el Comando Libertadores de América, y la junta militar, y los Blaquier, y los Martinez de Hoz y compañía hicieron de las suyas, a lo mejor, en aquel momento no podía imaginarse el nivel de violencia que esta nueva etapa del capital sería capaz de desplegar. Hoy, cuando ya existen numerosos y preocupantes signos de que las manadas sedientas de sangre han vuelto a la luz con la obsenidad de quien se sabe triunfante, nadie puede argumentar que fue tomado desprevenido. Hoy quienes resistimos, tenemos que ponernos de pie frente al miedo que intenta buscar nuevos escalafones, sabiendo que la violencia engendrada, practicada y ejecutada metódicamente durante cuarenta años, está hoy buscando nuevos horizontes. Resistir es la tarea. Con alegría, con dignidad, con entereza, pero sin ingenuidades: resistir.

Imagen: Carlos Alonso.

(*) Sergio Job es Abogado (UNC), Doctor en Ciencias Políticas (CEA-UNC), Diplomado en Seguridad Ciudadana (UBP), Profesor de Sociología Jurídica en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales (UNC), integrante del Colectivo de Investigación “El llano en llamas”. Militante del Encuentro de Organizaciones – Córdoba

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