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Apuntes sobre socialismo desde abajo y poder popular

Un balance de las PASO y algunas hipótesis sobre lo que vendrá

Culminó el primer tramo de una campaña donde lo dominante fue el marketing, la política entendida como administración de lo existente y un claro escoramiento discursivo hacia la derecha, todos elementos que terminaron por edificar una disputa electoral tan vacía que pone en tela de juicio el supuesto proceso de politización social de las décadas K. Una reflexión –a partir de analizar cada una de las fuerzas en pugna en estas elecciones– del escenario más factible de cara a Octubre, pero además respecto a lo que puede suceder en Diciembre cuando asuma el nuevo gobierno, resulta imprescindible para salir del cortoplacismo y reorientar esfuerzos, estrategias, acciones, de cara a un horizonte de transformación radical.

 

 

Se trata tan sólo de una primera instancia, una primaria de selección de candidatos en un sistema de vueltas electorales que se asemeja en algunos aspectos –tristemente– al de Estados Unidos. De los 15 candidatos iníciales tan sólo 6 fórmulas podrán finalmente presentarse a Octubre. Se trata de las encabezadas por Daniel Scioli-Carlos Zannini por el oficialismo, Mauricio Macri-Gabriela Michetti por Cambiemos, Sergio Massa-Gustavo Sáenz por UNA; Margarita Stolbizer–Miguel Olagiava por Progresistas; Nicolás del Caño-Myriam Bregman por el Frente de Izquierda; Adolfo Rodríguez Saá-Liliana Negre de Alonso por la Alianza Compromiso Federal.

Por otro lado, nuevamente se constató que después del 2001 no se pudo recomponer el sistema bipartidista entre el PJ (Partido Justicialista) y la UCR (Unión Cívica Radical) que fue lo que dominó el escenario político después de la última dictadura militar. El objetivo de los golpes fue, en palabras del historiador ingles Perry Anderson, generar las modificaciones estructurales socioeconómicas y subjetivas que volvieran intocables las relaciones de producción capitalista. El retorno a la democracia parlamentaria se basó en garantizar que, más allá de los matices, ninguno de los partidos mayoritarios cuestionaría ningún fundamento central del sistema y esa fue una realidad del conjunto de la región. Ese fue el rol del sistema político bipartidista para garantizar la gobernabilidad, reforzada por las experiencias de hiperinflación y desempleo brutal posteriores. El ciclo de luchas y la crisis económica de la etapa 1998-2002 rompió con esos esquemas. Para reconstruir el funcionamiento sistémico el Kirchnerismo tuvo que tomar en cuenta determinadas demandas surgidas en ese ciclo de lucha. Aún así, la recuperación del funcionamiento de la sociedad capitalista no pudo reestructurar el bipartidismo en su forma anterior. De hecho, reiteradamente funcionarios e intelectuales ligados al K han expresado su intención de contar con dos grandes polos de centroizquierda, obviamente con el FPV como actor central, y otro polo de centroderecha, preferentemente expresado por el macrismo. Ese modelo deseado se parece mucho al chileno, que justamente funcionó no tocando ningún elemento nodal heredado del pinochetismo. Ese razonamiento tiene mucho que ver con que el K prefiera como adversario electoral  principal al macrismo, algo que por cierto es lo que está sucediendo. El aspecto diferenciador con otras experiencias de la región es que en Argentina existió el 2001 y por lo tanto toda apuesta de gobernabilidad debía basarse en elementos que incomodarían a determinados sectores de la clase dominante. Aún así, todavía no se pudo consolidar una “normalidad” en base a un sistema de partidos sólidos. El PJ es más una liga de intereses locales cohesionada alrededor de quién maneja el control del Estado. La UCR, por primera vez después de 1916, ni siquiera puede presentar un candidato propio a las elecciones y en la mayoría de los casos los espacios que se presentaron son alianzas de distintos partidos, muchas de ellas armadas solamente para las elecciones y que desaparecerán si no logran sus objetivos.

Además, los resultados ya han iniciado toda una guerra de interpretación. El oficialismo hace hincapié en su victoria a lo largo de todo el territorio nacional, excepción de la CABA, San Luis, Córdoba y Mendoza, todas ellas derrotas previsibles. Hace uso de analizar la elección por candidatos y no por coalición, lo que le permite afirmar la existencia de una ventaja de alrededor de 14 puntos respecto a Macri. Afirma que bordeando el 39% en esta elección está muy cerca de sumar el 45% de los votos en Octubre o sacar 10 puntos de ventaja, superando el 40%, para ganar en primera vuelta. Considera que el macrismo no tiene asegurado los votos de Sanz y Carrio mientras que los votos que fueron a  Scioli le pertenecen plenamente.

Cambiemos, la segunda coalición, finalmente obtuvo alrededor del 30% sumando todos sus candidatos. Sus voceros aseguran que el oficialismo fracasó en su objetivo, que era llegar al 40%. Afirman que con este escenario Scioli no gana en primera vuelta sino que habrá ballotage en Noviembre donde creen que obtendrán la victoria porque la mayoría de la sociedad quiere un cambio. La dupla Clarín – La Nación, que actúan como voceros no oficiales de la oposición de la derecha orgánica, repiten la idea de ballotage, mientras suman los votos de todos los participantes de la interna de Cambiemos a nivel nacional pero no aplican el mismo criterio en la Provincia de Buenos Aires donde para realzar la elección de María Eugenia Vidal a gobernador –alrededor del 30%- mencionan sólo los porcentajes que sacó cada candidato de manera individual sin sumar los votos de Aníbal Fernández y Julián Domínguez, que juntos superan el 40%. Al mismo tiempo, al otro día de las elecciones instalaron la idea de que la distancia de Scioli respecto a Macri es de tan sólo 5 o 6 puntos, aprovechando la lentitud del escrutinio. Intentan ocultar que esa distancia se alargo a casi 9 puntos cuando se incorporaron al escrutinio las mesas de la Provincia de Buenos Aires. De todos modos la jugada principal del bloque Clarín-Nación-Techint será intentar por todos los medios la convergencia en una sola candidatura del macrismo y el massismo. Algo que, paradojalmente, encontrara fuertes resistencias en esos espacios aunque aún está por verse qué sucederá.

Desde el massismo se afirma que finalmente la mentada polaridad no existió y que ellos conservan posibilidades para desplazar a Macri en Octubre y entrar al ballotage. Suman los votos de Massa y De la Sota, con lo que arañan un 21%, pero ocultan que, salvo en Córdoba, no ganaron en ningún lugar del país y que la elección individual de Massa lo dejó en un lejano 14%.

Todos los candidatos de los partidos sistémicos mayoritarios juegan el juego de las mentiras en base a verdades parciales, que es la mejor forma de mentir.

Por fuera de la danza de las tres fuerzas con mayores posibilidades el “progresismo” de Stolbizer realizó una elección muy por debajo de sus expectativas previas –alrededor del 3,5%– mientras que Rodríguez Saá, aprovechando su inexpugnable feudo de San Luis y un porcentaje mayor que la media nacional en el resto de las provincias cuyanas y Santa Fe, superaba el piso de las PASO con un 2,11% de los votos.

La izquierda agrupada alrededor del FIT realizó una digna elección a nivel nacional, con alrededor del 3,3% de los votos y se convirtió en la única fuerza de ese perfil que superó las PASO. El terremoto interno lo generó el inesperado –al menos para quien esto escribe– triunfo de la lista del PTS, que se presentaba como la renovación del FIT, imponiéndose con la fórmula encabezada por Nicolás del Caño y Myriam Bregman a la liderada por Altamira (PO) y Giordano (Izquierda Socialista), quienes se presentaban como un espacio de unidad que buscaba ampliar el FIT y contaba con la participación de organizaciones provenientes del arco de la izquierda independiente, como Pueblo en Marcha o el apoyo público de figuras como la del Perro Santillán en Jujuy.

Asimismo, de cara al futuro, si estos resultados se trasladaran a Octubre un gobierno del FPV ya no contaría con el control de la Cámara de Diputados –aunque continuaría siendo la bancada más numerosa– y tendría algunas gobernaciones menos en su haber –ya no tiene Mendoza, podría perder Jujuy y alguna provincia más. Pero un gobierno proveniente de la oposición se encontraría en absoluta minoría en el Senado y la enorme mayoría de las provincias serían opositoras, incluida la estratégica Provincia de Buenos Aires

Por último, si bien es imprescindible estudiar y pensar  lo que ha sucedido en las elecciones, hay que tener en cuenta que el escenario electoral no es la realidad, sino apenas una parte –distorsionada– de ella. Las relaciones de fuerza entre las clases, los conflictos, tensiones y la complejidad de la sociedad capitalista dependiente que es la Argentina no pueden ser subsumidas sólo ni principalmente en la dinámica de las elecciones, aunque estas nos dan elementos que no podemos obviar y por eso planteamos este análisis.

Nos proponemos arriesgar cuál es el escenario más factible de cara a Octubre pero además hipotetizar respecto a lo que puede suceder en Diciembre, cuando asuma el nuevo gobierno, como ejercicio de reflexión pero sobre todo porque consideramos imprescindible para quienes pretendemos un cambio radical salir del cortoplacismo y reorientar esfuerzos, estrategias, acciones, de cara a ese horizonte. Lo haremos a partir de analizar cada una de las fuerzas en pugna en estas elecciones.

 

La estrategia K y el ¿Fin de ciclo?

Finalmente la candidatura de Scioli obtuvo alrededor de un 38,4% a nivel nacional. Si miramos apenas un poco hacia atrás no deja de generar cierto asombro la velocidad con la que Scioli -que para el progresismo K era la herramienta de la derecha dentro del movimiento nacional- ha transmutado para esos mismos sectores en una figura del proyecto a la que incluso se la pretende adornar con algunos ribetes progresistas. Ese vertiginoso cambio en algún sentido resulta cómico, aunque seguramente será menos risueño si el exmotonauta termina por llegar a la presidencia. Ese asombro que mencionamos no incluye en nuestro caso la decisión de Cristina de ungir a Scioli como candidato. Quienes hace mucho tiempo sosteníamos que el K desembocaba en esta salida electoral entendemos que el proyecto central pasa por mantener el control -o el intento de control- de la mayoría de los resortes de poder, es decir la cultura política del pragmatismo y el culto al manejo del aparato estatal y sus recursos –que es como entienden el problema del poder- que son elementos nodales de la cultura del peronismo, pejotizado desde hace décadas en Argentina. Cultura de la que el K forma parte por derecho propio, aunque algunos de sus adherentes progres continúen sorprendiéndose. Eso los llevó a inclinarse por el candidato que medía más en las encuestas. La jugada principal consiste en intentar ganar en primera vuelta en Octubre, en primer lugar intentando superar el 40% con una distancia del 10% respecto al segundo. Los resultados de las PASO establecen que es  posible que eso suceda, aunque la dificultad estriba en que seguramente aumentará la polarización en Octubre acrecentando los votos de Scioli, pero también los de Macri. Otra opción reside en superar el 45%, ubicados en primer lugar. Una parte de los votos de las PASO terminan, a la hora de la elección presidencial directa, por volcarse hacia otras fuerzas. Octubre no será una repetición simétrica de Agosto, tal como no lo fue en el 2011. Recordemos que en esa oportunidad Cristina Kirchner obtuvo el 50% de los votos en la primaria y luego el 54%, así como Hermes Binner rondó el 12% en las primarias, para llegar al 16% en la elección presidencial.

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Obligar a Randazzo a bajarse de su candidatura resultó central para  concentrar todo los votos de los seguidores del FPV en una sola nominación. De haber persistido esa interna el K hubiera corrido el riesgo de que, aun ganando el FPV, en la suma de cantidad de votos frente a los demás partidos, el ganador individual sacase menos votos que Mauricio Macri.

Para Octubre Scioli trabajará sobre el voto PJ antiK, encarnado en lo que obtuvo De la Sota, Verna en La Pampa, Rodríguez Saá e incluso algunos votantes de Massa. No es improbable que lo consiga, al menos para superar bien el 40%. De quedar a las puertas del 45% el escenario de ballotage en noviembre torna el resultado final mucho más imprevisible aunque sin duda el adversario preferido es Macri porque en ese caso el FPV podría igual imponerse.

Lo cierto es que en cualquiera de las dos posibilidades que le permitirían ganar en primera vuelta, Scioli parece más cerca de un triunfo. La imagen importante que mantiene Cristina, aunque esto no se trasladó totalmente hacia los candidatos del FPV; el escenario -hasta hoy- de una economía que, más allá de los evidentes indicios de agotamiento del modelo neodesarrollista, está lejos del escenario de derrumbe y golpe de mercado profetizado y deseado por los gurúes de gran parte del establishment; el convencimiento de franjas importantes de la población de que votar a Scioli es lo necesario para defender determinadas conquistas; la capacidad del K, de mantener a la gran mayoría de los gobernadores e intendentes dentro del armado gubernamental; lo importante de los votos alcanzados por la suma de las dos fórmulas a la gobernación en Provincia de Buenos Aires acompañado por una buena elección en las provincias del NOA y el NEA, son elementos que posibilitaron lo alcanzado en las PASO y proyectan el posible triunfo de Octubre.

Un análisis social del voto del FPV indica que es en los asalariados y los lugares de mayor pobreza donde crecen sus votos, mientras que disminuyen en las zonas de los grandes centros urbanos donde predominan las clases altas y medias, que mayoritariamente tienden a ser refractarias al K, aunque este retiene su hegemonía sobre las capas medias urbanas progresistas.

Aun así, no deja de ser cierto que los votos alcanzados están lejos del 50% cosechado por Cristina en las PASO del 201. Hay un desgaste. El triunfo no está totalmente garantizado pero el macrismo necesita una transferencia masiva de los votos de Massa en Octubre o en su defecto una aguda crisis económica –golpe de mercado– en los próximos meses o un hecho estilo muerte de Nisman para volcar de su lado, antes que su volátil impacto se disipe, a porciones significativas del electorado que le permitan ganar en octubre o al menos llegar con comodidad al ballotage. Las tres cosas no son descartables –estamos en Argentina–  pero resultan  poco probables en los próximos dos meses.

A su vez, está claro que la estrategia diseñada por el núcleo duro del K consistía –y consiste– en poner el vicepresidente, colocar la mayor cantidad posible de legisladores de La Cámpora y los movimientos más afines, para garantizarse en el peor de los casos una bancada propia y gobernar la estratégica Provincia de Buenos Aires con figuras afines.

La importancia decisiva de ésta –con el 37% del electorado nacional- amerita un análisis más pormenorizado. La negativa de Randazzo a encabezar la lista como gobernador generó el escenario no deseado de dos listas encabezadas por Aníbal Fernández –obtuvo el 52,47% de los votos de la interna- y Julián Domínguez, un candidato estrechamente vinculado a la iglesia con llegada a Francisco-Bergoglio y que contó con el apoyo de la mayoría de los intendentes del conurbano, incluida La Matanza, aunque el 47,53% de los votos cosechados igualmente lo dejó afuera. La victoria del primero, por un estrecho pero decisivo margen, deja una serie de elementos para reflexionar. Fue una interna feroz donde no se dudó en buscar aliados externos -incluido el grupo monopólico Clarín-. El apoyo de gran parte de la estructura del PJ no pudo impedir la derrota a manos de una figura más conocida. Está claro que la denuncia contra Fernández fue desestimada por gran parte de los votantes del FPV. Aún así, la virulencia de la campaña y las facturas cruzadas dejan una serie de heridas que, más allá de las declaraciones públicas, y la reunión entre las formulas enfrentadas el día posterior, no serán tan simples de cicatrizar. Es conocida, además, la resistencia de buena parte de los barones del conurbano a la candidatura de Martín Sabbatella como vicegobernador, alguien que pese a todos sus esfuerzos por lavarse la cara, sigue siendo considerado por el recalcitrante aparato del conurbano como “un comunista”. Ese rechazo es una carta que por lo bajo juega el massismo para que la candidatura de Felipe Solá –con un 19,5% en las PASO- desplace del segundo lugar en Octubre a María Eugenia Vidal de Cambiemos. La idea es que  algunos intendentes del FPV trabajarán por el corte de boleta a favor de Solá. En particular apuestan a los barones del conurbano derrotados sorpresivamente como Raúl Othacehé en Merlo, que se fue al Frente Renovador y volvió pero lo obligaron a someterse a una interna que terminó perdiendo o Mariano West en Moreno. Parece improbable que esa maniobra tenga posibilidades de tener tal envergadura como para amenazar el  triunfo de Fernández-Sabbatella en Octubre dado que el gobierno nacional desarrollará toda una gama de presiones y promesas para reducir esa posibilidad. Aun así, no es descartable que esa situación se dé en alguna medida pero eso puede acercar más al massismo a la segunda posición de Vidal que al FPV. A su vez,  el macrismo y sus aliados intentarán limar todo lo posible el porcentaje de UNA. De todas maneras, más allá de las especulaciones futuras, la cosecha de votos de las dos formulas a gobernador sumadas implican una fuerte elección del FPV sin ser rotunda. Una vez más la provincia de Buenos aires se erige en el lugar donde sacan distancias decisivas respecto a sus opositores. Es allí -y sobre todo en el conurbano bonaerense- donde reside la llave de la victoria de Scioli y, salvo una catástrofe, Fernández será el próximo gobernador.

Dado que existe una situación de abroquelamiento profundo en espacios considerables de la sociedad, las denuncias encabezadas por Clarín y La Nación son sencillamente dejadas de lado por el electorado afín al FPV, como se evidenció en el caso Fernández. Más aún, esas denuncias hacia el votante del FPV probablemente tuvieron un efecto boomerang que fortaleció el voto al actual jefe de gabinete. Dicho sea de pasada, el hoy candidato a gobernador del FPV terminó probando la técnica de las operaciones políticas que él mismo puso en práctica cuando salió públicamente a defender la versión oficial duhaldista de un enfrentamiento entre piqueteros, después del asesinato de Darío y Maxi en Avellaneda, así como armó la supuesta culpabilidad del Pollo Sobrero y Pino Solanas tras la quema de trenes por usuarios furiosos, operación que buscaba tapar los desastres ferroviarios de la administración K.

Una mirada de gusto amargo pero veraz deberá recordar que dos de los tres principales candidatos a gobernador están comprometidos en el apoyo a la masacre de Avellaneda en el 2001 –agregamos a Felipe Solá- y la restante es la candidata del macrismo con lo que no hay mucho más que agregar.

Con todo, en su mayoría las bases sociales del K están convencidas del carácter progresista de Fernández tanto como que votar a Scioli es el mal menor que hay que tolerar. De la misma manera, ninguna medida que tome el gobierno mella el convencimiento de por lo menos un 25% de la sociedad de estar frente a una dictadura autoritaria que es, además, el gobierno más corrupto de la historia. La porción que oscila lo hace más o menos influenciada por esos polos, según las circunstancias y por su situación económica en el momento de votar.

A su vez, existe una porción, aún minoritaria pero visible – que en cierta medida expreso el voto al FIT u otras variables de la izquierda, pero que excede bastante la cosecha electoral de ese espacio- que cree que resultan necesarios cambios estructurales y comienzan a entrever que el proyecto neodesarrollista se asemeja cada vez más a las propuestas que afirman combatir. Esa deriva es una tendencia no sólo local sino que tiende a profundizarse en toda la región donde predominan gobiernos de esa extracción. El caso más extremo es el del PT de Dilma y Lula que, al mismo tiempo que son acosados por la derecha con una ofensiva con características golpistas, llevan adelante un feroz plan de ajuste que ha introducido a Brasil en una aguda recesión.

Este resultado electoral y el probable triunfo de Scioli en Octubre amerita pensar detenidamente qué se está diciendo cuando se habla del fin de ciclo del K, al menos cuando se lo hace desde la izquierda. Si esa frase se refiere a que por primera vez el candidato presidencial no lleva el apellido Kirchner y que esta es una salida pactada con un polo que no es del riñón más puro del K –lo que implica que por primera vez el K no controlará todos los resortes gubernamentales– todo eso es cierto pero no hay que confundir eso con creer que el K va a desaparecer o diluirse rápidamente cómo identidad política. Tiene un espacio propio importante, movimientos sociales y estructura, fuerza a la hora de movilizar y, sobre todo, una capacidad hegemónica sobre ciertas franjas que históricamente se referenciaron con propuestas de centroizquierda de distinto tenor que tiene posibilidades amplias de mantenerse. Hay allí una serie de temáticas simbólicas –nacionalismo light, revisionismo histórico aggiornado, latinoamericanismo, derechos humanos, etc.– que el K ha reactualizado construyendo determinados elementos identitarios que sin duda tienen un fuerte anclaje en los recursos estatales pero que no se reducen exclusivamente a ellos. Es cierto que ese imaginario tendrá que pasar la prueba de su compromiso –al menos inicial, después se verá- con determinadas políticas gubernamentales que girarán alrededor de profundizar el ajuste, aunque se lo siga disfrazando de sintonía fina.

Está claro que el conjunto del bloque dominante, incluida la fracción que ha sido parte del proyecto K en esta etapa,  quiere devaluar –la Unión Industrial pretende que existe entre un 25% de atraso cambiario-, competir en exportaciones vía salario más bajo, subir las tarifas de los servicios públicos, reiniciar un ciclo de endeudamiento, negociando con los fondos buitres y generando las condiciones para un salto en la llegada de inversiones de capital extranjero, mantener en caja con la dureza necesaria el conflicto social aunque sin suicidarse -lo que implica mantener ciertos aspectos redistribucionistas del neodesarrollismo- así como alejarse del eje de Venezuela-Bolivia-Cuba, reformulando la política internacional. A su vez, la propia UIA elegirá próximamente como nuevo presidente un ejecutivo de la trasnacional argentina Arcor, el ejecutivo Adrián Kaufman, ya que los grandes grupos económicos esperan ser interlocutores privilegiados sea cual sea el resultado electoral. En todo caso los ritmos, las profundizaciones o no de esas medidas, los gestos compensatorios –aspectos en los que en el propio poder económico aún no hay pleno acuerdo– obviamente variarán si el elegido es Scioli o Macri, aunque seguramente menos de lo que muchos hoy quieren aceptar.

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En todo caso, más que en el plano político, simbólico, cultural quizás se puede hablar de fin de ciclo si se pone en discusión que el proyecto neodesarrollista, sin modificar elementos estructurales del capitalismo dependiente Argentino,  ha llegado a un tope. Insistimos en el carácter más global de ese proceso pero en el caso Argentino lo que afirmamos salta a la vista si se mira la profundización extractivista, el peso de la extranjerización en la economía, las ganancias extraordinarias del capital financiero en estos años, la industrialización dependiente y atada a la relocalización de los procesos productivos -como se evidencia en las importaciones de las fábricas de ensamble de Tierra del Fuego o las autopartes para las fabricas extranjeras automotrices radicadas aquí- o el fenomenal deterioro de la infraestructura y el transporte junto a la falta de vivienda, que se ponen en evidencia con cada tormenta intensa, como está sucediendo una vez más en la Provincia de Buenos Aires. Es eso lo que está haciendo metástasis en la estructura socioeconómica de la Argentina. A su vez, las medidas redistribucionistas que han convivido con estos elementos estructurales tienden a tener menores posibilidades de aplicación –de no mediar cambios más profundos– dada la continuidad de la crisis global del sistema capitalista, la recesión en Europa y sobre todo en Brasil, principal mercado de las exportaciones argentinas. A eso se agrega el freno de la economía China  -el segundo mercado del país-, el fin del ciclo de alza del precio de los commodities a nivel mundial y la repetición de la cíclica falta de acceso a divisas que sufre el país. Eso se produce ante el descenso de las exportaciones primarias, núcleo de su inserción comercial mundial y la consiguiente disminución de la capacidad de captar dólares junto a una mayor demanda de divisas por el alza de la necesidad de importaciones de equipamiento, insumos y repuestos para la industria, que deben ser pagadas en esa moneda. Esa situación, que se repite en distintos momentos de la historia del país, evidencia su condición de capitalismo periférico y subordinado.

Ante ese escenario, Scioli da pasos constantes para construir su propio espacio de poder que obviamente se multiplicará si es presidente. Cuenta con un núcleo de gobernadores que acompañaron al K pero que ya asoman como sciolistas decididos, en particular el adalid de la megaminería y gobernador de San Juan, José Luis Gioja. La mesa sindical Scioli Presidente ha convocado kirchneristas como el secretario general de la UOM, Antonio Calo y connotados moyanistas como Omar Plaini, al mismo tiempo que ya se llevan adelante negociaciones entre la CGT K, la de Moyano y Barrionuevo para unificar una nueva central obrera con capacidad de negociación con el próximo gobierno, tal como hacen los grupos económicos. Para acercarse a los espacios supuestamente más díscolos del K, como el Movimiento Evita, Scioli -en la emblemática fábrica IMPA- ha prometido un Ministerio de Economía Popular en la que la CTEP, hegemonizada por el Evita, será, de concretarse, el actor central. A no sorprenderse demasiado entonces si ciertos espacios del kirchnerismo “duro” son atraídos a la órbita de los armados más afines al motonauta.

Por supuesto, sigue siendo una gran incógnita en qué medida y en qué momento –difícilmente sean los meses iníciales del hipotético nuevo gobierno- se puede dar un enfrentamiento entre los dos polos del FPV-PJ, aliados por conveniencia. Doble motivo para reafirmar, dicho sea de paso, la necesaria y sana distancia de los movimientos populares y la izquierda en general de las estructuras de cooptación que arman espacios K, como el Movimiento Evita, para traccionar a su hegemonía a distintas construcciones, en particular territoriales o campesinas.

Con toda probabilidad, de ser presidente, una de las jugadas políticas centrales  de Scioli consista en el llamado a un pacto social de unidad nacional que congregue a empresarios, partidos sistémicos y la burocracia sindical bajo el manto del desarrollo y el aumento de la productividad, palabras que repite obsesivamente en todos sus discursos. Esa puede ser la manera de intentar hacer pasar mecanismos que retrasen el salario y eleven la productividad de la fuerza de trabajo.

 

El macrismo: la variable neoliberal pura

Hacer un análisis certero del bloque del Pro y sus aliados subordinados, con la enésima defección de la UCR más la Coalición Cívica de la incalificable Lilita Carrio, es importante de cara al futuro. Macri obtuvo alrededor del 24% de los votos en las PASO y con la suma de Ernesto Sanz y Carrio trepó al 30%. Algunos analistas, ante el reciente nuevo fracaso de Del Sel en Santa Fe, los escasos tres puntos que separaron a Rodríguez Larreta de Martín Lousteau en el ballotage de la CABA y la distancia respecto a Scioli en las PASO, minimizan el peso del macrismo y lo ubican como un supuesto partido vecinal con barreras estructurales para cruzar la General Paz. Esa mirada se potenciará si Macri es finalmente derrotado en Octubre y no logra el ballotage en Noviembre, que es la única variable que podría otorgarle alguna posibilidad de triunfo.

Pensando en términos de la política sistémica, un error estratégico del macrismo seguramente fue haber seguido los consejos del simpatizante de Hitler, Duran Barba, de rechazar la posibilidad de acuerdo con el espacio de Massa para mostrarse no contaminado de ninguna cercanía con el peronismo. Es difícil pensar en una alternativa capaz de ganar elecciones nacionales –ni hablar si se trata de garantizar la gobernabilidad– sin una pata considerable del PJ.

Pero si lo pensamos desde construcciones revolucionarias deberíamos ser mucho más cautos y menos superficiales respecto a la valoración de la acumulación de ese espacio en términos sociales. Si miramos la construcción del macrismo en el 2011 y la actual, su crecimiento salta a la vista. Sigue arriba del 50% en CABA sin la candidatura del propio Macri, Del Sel perdió en Santa Fe pero estuvo a poquísimos votos de ganar, creció notablemente en Córdoba, Entre Ríos, La Pampa, Mendoza y va a ampliar fuertemente su bancada de diputados y senadores a nivel nacional. Logró instalarse como la principal opción anti K, subordinando a su armado a partidos con más estructura nacional, como la UCR. Su candidata en la Provincia de Buenos Aires, la hasta aquí desconocida María Eugenia Vidal, cosechó un importante porcentaje de los votos y el PRO ha crecido con intendentes propios en muchas provincias del país. Aún si la alianza Cambiemos se desarma después de las elecciones –lo más probable, de no ganar– el macrismo es el polo que más beneficios ha obtenido de esa coalición en términos de referencia nacionales. Aunque la UCR se haya garantizado la gobernación de Mendoza, otras que están por verse, como en Jujuy y la renovación de algunos diputados y senadores que quizás sean más que lo que podría haber conseguido sin esta maniobra,  todo eso queda eclipsado por la pobrísima elección de Sanz y ni hablar si Cambiemos es finalmente derrotado. Mucho más importante que todo lo anterior es que el macrismo es el que mejor encarna los elementos identitarios del neoliberalismo más recalcitrante, que tiene bases sociales importantes en la sociedad Argentina.

La estructura social del país con su acentuada fragmentación social, el persistente vaciamiento de la educación y la salud pública con el consiguiente desplazamiento de importantes franjas de la población –alrededor del 50% en CABA– hacia la educación privada y las prepagas, el crecimiento de los barrios privados y, peor aún, el sueño de muchos de vivir en esos barrios, la gran herramienta hegemónica de la inseguridad, el peso de las capas medias asociadas a fenómenos como la sojización, son, por mencionar algunos aspectos, solidas bases para que crezca una opción de derecha con fuertes perfiles tecnocráticos. Los elementos simbólicos conservadores permean fuertemente a amplias capas medias y de asalariados convencidos de que su mejor posición social obedece a su supuesto esfuerzo individual mientras el Estado sostiene con planes a quienes no quieren trabajar ni esforzarse. Ese es un núcleo central del neoliberalismo a nivel mundial, la idea de que la exclusión es culpa de los excluidos. Se observa en el mundo y en la región que esas interpelaciones se apoyan en franjas sociales más proclives a movilizarse bajo banderas reaccionarias disputando las calles en determinadas coyunturas, posibilidad que las propuestas de derecha no tenían en otros momentos históricos, al menos en Argentina. El carácter volátil de esas movilizaciones no debe hacer perder de vista su reiteración. Es sobre esas fracturas sociales y sobre ese imaginario que puede consolidarse un espacio orgánico con posibilidades de construir hegemonía. Es cierto que esas propuestas aun tienen límites sociales claros después del 2001, pero también lo es que han crecido persistentemente y negarlo es suicida. A su vez, las divisiones y dificultades serías para resistir al macrismo y sus medidas en CABA, incluidos todos los espacios de la izquierda, requieren de un análisis más detenido con alguna dosis importante de autocrítica.

Decíamos que el macrismo depende ahora de la alianza UNA para albergar alguna esperanza de cara a Octubre pero es improbable una transferencia en bloque de esos votos a su espacio.

 

El massismo y De la Sota: el PJ anti K

Massa obtuvo alrededor del 14% de los votos a nivel nacional a los que, si se suman los de De la Sota, que ganó en Córdoba y rondo el 6% en la nacional, eleva el resultado a casi el 21% de los votos.

La existencia de una tercera fuerza con ese porcentaje de votos hace que no se pueda hablar de una polarización. La pregunta que cabe es si cuando las encuestadoras hablaban del derrumbe de las aspiraciones del massismo, ubicándolo por debajo del 10%, no se trataba en realidad de una fenomenal operación para obligarlo a bajarse, algo que estuvo a punto de suceder.

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También es cierto que de aquel que amenazaba con transformarse en una topadora nacional en el 2013 a este resultado, la merma es más que evidente.

Las ansias hegemónicas del macrismo y su estrategia desperonizadora lo llevaron a desechar la posibilidad de una interna que incluyera a Massa. Algo que grandes fracciones del poder económico lamentan, aunque también juegan la carta de negociar con Scioli.

La fortaleza de UNA estuvo en la Provincia de Buenos Aires y en Córdoba,  más algunas provincias del norte, mostrando sus agudas dificultades para transformarse en una fuerza de dimensión nacional. Massa apeló al discurso más neofascista posible respecto a la inseguridad, ocupando franjas en el conurbano que ya habían expresado con anterioridad Aldo Rico y Patti, aunque su electorado no abreva sólo en esa porción social, que compartió con el macrismo. Su discurso tras el cierre de las PASO de “ley, orden y progreso” parafraseó los tópicos centrales de la vieja oligarquía terrateniente positivista de la generación del 80’.

Las expectativas están en facturarle al macrismo todo lo posible su rechazo a la unidad,  endurecer su discurso antiK para sacarle al macrismo votantes virulentamente anticristinistas y amenazar su segundo lugar y, en especial,  hacer crecer la candidatura de Felipe Sola en la Provincia de Buenos Aires.

Es difícil que repita estos resultados en Octubre, donde las elecciones se polarizaran más. Deberá además volver a resistir presiones mediáticas intensas para que baje su candidatura y, de no lograrlo, intentarán desgastar su imagen. El problema que tiene Massa es que si decide bajarse, dejaría afuera a muchos apoyos que pusieron plata para la campaña y que con estos porcentajes se aseguran entrar en las distintas legislaturas e intendencias, por lo que podría pagar un costo político considerable. Una jugada posible, apadrinada por la tríada Clarín-La Nación-Techint, es la carta de que Cambiemos baje la candidatura de Vidal a la gobernación a cambio de que Massa retire la suya a la presidencia, pero puede ser un acuerdo que tenga un efecto boomerang en una franja de los votantes del massismo.

Algunos estudios indican que una posible transferencia de votos del espacio de UNA a Macri puede existir, pero también que votantes de De la Sota –e incluso algunos del propio Massa– lo hagan por Scioli, con lo que esa hipotética transferencia de votos hacia el macrismo se anula y termina por ser el actual gobernador de la Provincia de Buenos Aires el principal beneficiado.

 

El Centroizquierda

La cosecha de votos de Margarita Stolbizer llegó a un 3,5%, muy lejos de las intenciones de disputar un tercer lugar que albergaron en algún momento. Está claro que el voto principal proviene de radicales disconformes con el acuerdo con Macri pero su más que moderado número alerta que la derechización no es sólo de sus dirigentes sino de la base social que aún expresa la UCR. Hay una probabilidad de que algunos de los votos de Ernesto Sanz en la interna de Cambiemos se trasladen hacia Stolbizer en Octubre, pero dada la magra cosecha del radical esa transferencia no adquiriría una envergadura notable. El gran tema de este “progresismo” ha sido que su espacio social lo ha ocupado claramente el K y sus alianzas siempre hacia la derecha para enfrentar al K les ha quitado una y otra vez legitimidad.

El Frente Popular encabezado por Víctor De Genaro, que ha quedado fuera de la elección presidencial por no superar las PASO con un pobrísimo 0,50%, es parte de ese fenómeno de desgaste de la centroizquierda. Cabe agregar en este caso una mención para el nivel de dilapidación de lo que supo ser un espacio con importante inserción social,  a través de la CTA y la Constituyente Social. Este deterioro pone en evidencia la magnitud del error de ciertas organizaciones del espacio de la izquierda independiente que se lanzaron, con anterioridad, a la arena electoral de la mano de referentes de este espacio.

 

La Izquierda

Decíamos que el FIT quedó como el único espacio nacional de izquierda que superó las PASO, dado que ni el MST de Alejandro Bodart -0,44%- ni el MAS de Manuela Castañeira -0,47%- pudieron siquiera acercarse al techo del 1,5% que fijan las primarias. Experiencias locales, como las de Patria Grande en la Provincia de Buenos Aires, apenas llegaron al 0,40%, aunque en determinados distritos se acercaron o superaron el 2% (Tandil, La Plata, Lujan, San Andrés de Giles) pudiendo presentar candidaturas locales. El caso más relevante, fuera del FIT, lo constituyó una vez más la candidatura a diputado nacional de Luis Zamora en CABA que logró el 3% de los votos a pesar de no llevar candidato a presidente y por ende estará presente en Octubre, aunque sigue siendo un fenómeno puramente local.

Pero sin duda la elección del FIT confirma que es la fuerza instalada a la izquierda del K que la sociedad visualiza. Sus resultados están claramente por debajo de los que obtuvo en 2013 pero esas eran elecciones legislativas y las fuerzas minoritarias disminuyen fuertemente los votos en elecciones presidenciales. Una comparación más pertinente con las PASO del 2011 evidencia que tuvo una mejora considerable. Dado que se viene un ciclo de luchas de resistencia, contar con legisladores que hagan de caja de resonancia de esas luchas y se solidaricen activamente con ellas –como sucedió en el reciente conflicto de la línea de colectivos 60 que une el conurbano con la CABA– es muy importante. A su vez, se trata de una alternativa que plantea la necesidad de una salida anticapitalista poniendo sobre la mesa una proyección socialista, enfoque estratégico al que creemos que no hay que renunciar bajo ninguna circunstancia. Aún así, la campaña estuvo más centrada en la diferenciación entre las dos listas del FIT que en problematizar con mayor profundidad y eficacia propuestas concretas para todos los niveles de agotamiento del modelo desarrollista, algo que nos parece necesario modificar de cara a Octubre. El triunfo de la lista del PTS en la interna tuvo como un elemento clave la excelente elección en Mendoza, donde obtuvo el 9% de los votos totales de la provincia, mientras que la lista liderada por el PO prácticamente no figuró. Pero sería erróneo atribuir ese triunfo sólo a ese factor. En Neuquén, Jujuy, Tucumán, también Del Caño-Bregman obtuvieron diferencias significativas además de ganar en otras provincias. La fórmula Altamira-Giordano se imponía en la Provincia de Buenos Aires, CABA y Córdoba, todos distritos clave, pero no lograba en ninguno de ellos diferencias rotundas. Incluso en un histórico bastión del PO como Salta, la elección del FIT en general y de ese espacio en particular no equilibraba la abrumadora cosecha de Mendoza de la lista ganadora. Si uno trata de buscar las razones está claro que el crecimiento del trabajo sindical del PTS de los últimos años, el persistente trabajó de género o alrededor de la diversidad sexual y las innovadoras iniciativas comunicacionales, como La Izquierda Diario en internet, más un perfil combativo muy visible en distintos conflictos y, sobre todo, un perfil generacional que convenció a muchos/as de que efectivamente representan una renovación necesaria de la izquierda, entran seguro en la lista de los motivos del triunfo. La contracara es que el PTS se ha mostrado radicalmente opuesto a ampliar el FIT, cuestionando acercamientos como los de Pueblo en Marcha, el Perro Santillán u otros espacios, mientras que tanto el PO como IS han tenido una política mucho más abierta. En su visión la dirección del PTS parecería autoadjudicarse el rol de salvaguardar la pureza ideológica del FIT, reduciéndolo al acuerdo de partidos previamente existentes. No es ese, a nuestro juicio, el camino que debe seguir la izquierda si pretende genuinamente superar el papel testimonial que le asigna el sistema. Todas las visiones que prioricen la autoconstrucción de su fuerza y que piensan alianzas sólo de manera hegemónica –por cierto, vicio no sólo atribuible al PTS– pueden alcanzar éxitos coyunturales pero terminarán estrellándose, como le sucedió al MAS o a otras experiencias con anterioridad. En las próximas elecciones de Octubre la izquierda puede mantener sus votos, a pesar de la mayor polarización o incluso aumentarlos porque puede atraer los votos de las fuerzas que no lograron superar las PASO. Eso permitiría la posibilidad de ganar algún legislador nacional más en otros distritos, además de la muy probable banca de Mendoza. Si este resultado interno no es procesado de manera unitaria y la campaña nacional se fragmenta, el FIT limita sus posibilidades, no sólo en términos electorales, sino de cara al futuro. Eso es lo que resulta más preocupante y permite que se puedan albergar dudas respecto de la perdurabilidad del acuerdo más allá de esta campaña. Una recomposición en términos estratégicos de una izquierda que pueda aportar a la construcción de un bloque histórico tiene que ser capaz de construir de manera unitaria, no sólo en las elecciones sino en los conflictos por abajo. Las legítimas disputas tienen que procesarse sin pretender destruir al más cercano para crecer en fuerza propia a sus expensas. Una fuerza que aporte a una identidad contrahegemónica inexorablemente deberá albergar tradiciones emancipatorias diversas, explorar síntesis tentativas, encarar espacios culturales, simbólicos y de producción teórica unitarios, construir multiplicidad de mediaciones por abajo plenos de una genuina democracia de base que generen espacios para la enorme mayoría de luchadores y luchadoras que no se encuentran encuadrados en estructuras orgánicas partidarias. La tarea es crear una identidad de los de abajo que por definición no puede ser subsumida en una herramienta o partido único.

Por cierto, para esas luchas y tareas de la resistencia que se avecinan quizás los espacios que supieron surgir al calor del ciclo de luchas que condensó el 2001 y que pusieron/ponen el centro en la construcción de Poder Popular entendida como autoactividad y autoorganización de los/as explotados, tengan un aporte que hacer. Para eso deberán/deberemos autodemostrarse/nos no sólo que se superaron falsas dicotomías respecto a si es antagónico con la revolución participar de disputas electorales o disputar niveles determinados del Estado. La recomposición de ese espacio sólo será posible si contribuye efectivamente a modificar las relaciones de fuerza en el seno de la sociedad civil. Eso requiere inexorablemente  refundar sus niveles de inserción social así como repensar las características de las mediaciones que construye. A la vez, deberá pugnar por radicalizar los conflictos venideros en marcos unitarios más amplios y alejarse de las tentaciones sectarias o de pensar la política como si se tratara de un juego de ajedrez. Si el escenario venidero muestra serías dificultades para quienes no renunciamos a transformar profundamente la realidad existente, tampoco será tan simple para las distintas variables de poder domesticar el conflicto social en la Argentina de los próximos años.

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