La preocupación por el desarrollo económico ha sido una constante en los países “atrasados”. Desde mediados del siglo pasado se ha venido discutiendo y analizando cuáles son los obstáculos para superar el cuadro de subdesarrollo y cuál sería el sujeto histórico que podría emprender tal tarea y de qué manera. En América Latina esta problemática ha sido abordada, desde diferentes ópticas, por el liberalismo, el estructuralismo, el neoinstitucionalismo y las distintas vertientes de la teoría de la dependencia y del marxismo.
Naturalmente, las conclusiones a las que arribaron los representantes de dichas corrientes han sido bien disímiles, siendo que para unos el agente del desarrollo podían (y debían) ser las oligarquías exportadoras de materias primas y para otros el capital extranjero, las incipientes burguesías industriales nacionales, la burocracia estatal o la clase obrera y otros sectores populares.
Con la hegemonía del neoliberalismo esta discusión fue marginada al quedar relegada toda preocupación por el crecimiento económico a las manos “impersonales” del mercado, dado que, se supone, éste asigna los recursos de la manera más eficiente. Desde esta concepción, el máximo nivel de crecimiento económico posible (no de desarrollo) estaría dado por la proliferación y la expansión de empresas insertas en sectores que cuentan con ventajas comparativas, en tanto las firmas de rubros tradicionalmente no competitivos deberían reconvertirse o desaparecer, generando de esta manera una mayor eficiencia agregada en la economía y una elevación general en el nivel de productividad.
Contrariamente a lo pregonado por la ortodoxia económica, pero sin demasiadas sorpresas para los críticos del neoliberalismo, algunos de los principales resultados de la aplicación del programa neoconservador en la Argentina durante la década de 1990 (con sus prolegómenos desde 1976) han sido la enajenación del patrimonio público, un drástico proceso de desindustrialización, una suba exponencial de la deuda externa y, como “frutilla del postre”, cuatro años consecutivos de caída del producto con un costo social altísimo, entre otras dimensiones en materia de niveles de desempleo, precarización laboral, pobreza e indigencia.
Como ha sido analizado de manera exhaustiva por numerosos investigadores, la etapa que se abre en nuestro país con las primeras reformas neoliberales impulsadas por la última dictadura cívico-militar (1976-1983) derivó en la conformación de un nuevo poder económico hegemonizado por un conjunto de grupos empresarios locales y conglomerados extranjeros. En esa primera etapa de reformas el “mercado” lejos estuvo de ser omnipresente dado que el Estado, bajo diversas modalidades, tuvo una participación activa y determinante en el crecimiento y la consolidación de los estamentos empresarios dominantes, rasgo que se afianzaría con el correr del primer gobierno democrático. Por su parte, la profundización de las políticas neoliberales a comienzos del decenio de 1990 con epicentro en la convertibilidad y las reformas estructurales (privatización de empresas públicas, desregulación, liberalización comercial y financiera, etc.) desembocaron en un intenso proceso de extranjerización económica.
De allí que el poder económico haya estado concentrado fundamentalmente en estos dos núcleos centrales de la burguesía: los grupos nacionales y el capital extranjero. Justamente, son estas dos fracciones las que nos hemos propuesto analizar en este libro. Los conglomerados locales fueron el principal sustento civil y económico del proyecto refundacional implementado a sangre y fuego entre 1976 y 1983, al tiempo que crecieron significativamente durante el gobierno de Alfonsín y en los primeros años del menemismo; sin embargo, desde mediados de la década de 1990 entraron en una etapa de retroceso marcado, aunque signado por trayectorias heterogéneas en su interior. Si bien estos capitales no han desaparecido completamente, y menos aún lo ha hecho su capacidad de influir en el sistema político, en las últimas dos décadas el aumento en el predominio económico del capital extranjero ha sido muy acentuado, lo cual ha reforzado, en algunos casos de manera notable, ciertos aspectos estructurales del carácter dependiente de la economía argentina.
En ese marco, no resulta casual que tras la debacle de la convertibilidad diferentes exponentes de la clase política plantearan la necesidad de recrear una burguesía nacional. Así, por ejemplo, a comienzos de 2002 el entonces presidente Eduardo Duhalde señalaba: “A mí realmente me apena que cuando llamo a los grandes empresarios argentinos, en una mesa pequeña caben todos. Un país realmente grande, importante, es un país que cuando convoque a sus grandes empresarios, no tenga lugar porque son muchos. Eso es lo que quisiera para mi Argentina y para eso tenemos que trabajar. La mayoría de los grandes empresarios argentinos han vendido, se ha extranjerizado el sector empresario argentino y los que han quedado, han quedado porque quieren a su país, a su empresa, y tenemos que darles la mano que podamos, porque de ellos dependen cientos de miles de trabajadores”1.
La búsqueda por la reconstrucción de una burguesía nacional asociada al Estado como forma de recuperar un “proyecto nacional y popular” en la Argentina fue manifestada en forma recurrente durante distintos momentos de los gobiernos kirchneristas. A simple título ilustrativo cabe recuperar las dos referencias siguientes: “es fundamental que el capital nacional participe activamente de la vida económica en la reconstrucción de un proceso que consolide la burguesía nacional en la Argentina. Es imposible consolidar el proceso de una dirigencia nacional, es imposible consolidar un proyecto de país, si no consolidamos una burguesía nacional verdaderamente comprometida con los intereses de la Argentina, un fuerte proceso de capitalismo nacional que nos permita recuperar decisiones perdidas en todas las áreas de la economía” (Néstor Kirchner, 29/9/2003)2; “vamos a hablar claro, argentinos: hasta el año 2003 y basta mirar los números, la posición dominante en el sector financiero, era la banca extranjera. Hoy es la banca nacional y los banqueros son los mismos, no es que vinieron algunos más inteligentes. Lo que vino es un Estado que desarrolló la industria nacional que les permitió a ellos desplazar en el ranking a la banca extranjera y ser hoy más importantes… Lo mismo pasa con los industriales, con los empresarios, con los comerciantes” (Cristina Fernández de Kirchner, 9/7/2013)3.
En teoría, la concreción exitosa del objetivo mencionado sentaría las bases de un nuevo proyecto de país ya que se trataría de una clase empresaria consustanciada directamente con el devenir nacional. Se supone que el interés de una genuina burguesía nacional pasa por el desarrollo económico autocentrado, lo cual permitiría una mayor inclusión social y una menor dependencia económica. Ahora bien, esta idea de generar un proyecto de país propio a través de la recuperación de una burguesía nacional fue, en cierto sentido, parte del “clima de época” de estos años, ya que estuvo lejos de ser patrimonio exclusivo de gobernantes en el poder o de un determinado signo político, siendo que también se extendió, quizá impensadamente poco tiempo antes, entre algunos de los principales dirigentes de la oposición: “Me siento más cerca de las ideas de [Arturo] Frondizi. Siempre Frondizi sirvió como inspiración: la búsqueda de un espacio en el mundo y de lo que la Argentina debería emprender, entendiendo que hay que recrear una burguesía nacional y que hay que recrear un perfil productivo propio” (Mauricio Macri, 15/8/2004)4.
Sin embargo, más allá de los discursos y las intenciones, en la última década se han profundizado varios de los procesos característicos de la etapa neoliberal, entre los que se encuentran los muy elevados niveles de concentración y extranjerización de la economía doméstica. Estos elementos de continuidad, muchas veces soslayados, se manifestaron de modo diferente en la convertibilidad y en el período que se inicia tras su colapso. En efecto, como surge de los análisis que se incluyen en el Capítulo 1, pareciera haber variado la modalidad principal bajo la cual el capital extranjero ha extendido y consolidado su presencia en la economía argentina: mientras que en la década de 1990 predominó la “desnacionalización” (es decir, la venta de empresas nacionales a inversores foráneos), en la posconvertibilidad, si bien este fenómeno siguió manifestándose, el capital extranjero afianzó su protagonismo a partir de las diferencias estructurales y de comportamiento que presenta vis-à-vis el resto de las fracciones empresarias.
La consolidación de la extranjerización en los años recientes, y la pérdida de “decisión nacional” que ello acarrea para el Estado argentino, no implica que no haya habido lugar para el surgimiento y/o la consolidación de algunos grupos económicos locales “viejos” y “nuevos”. En ese marco, en el Capítulo 2 se analiza la relación entre el Estado y los empresarios nacionales y se concluye que la apuesta por la reconstrucción de una burguesía nacional derivó, en los hechos, en la expansión de actores que poco tienen que ver con fortalecer el desarrollo del país y disminuir los lazos de dependencia. Ello, por cuanto en la posconvertibilidad, pari passu el afianzamiento estructural de la extranjerización, el gran capital local parece haberse replegado a sectores que cuentan con ventajas comparativas basadas en los recursos naturales o bien a actividades que, por diferentes razones, no están expuestas a la competencia. En este contexto, las posibilidades de que estos grupos empresarios se conviertan en “campeones nacionales” que permitan complejizar el perfil productivo y posicionar a la Argentina de otra manera frente al mundo parecen ser más bien exiguas, cuando no inexistentes.
A partir del conjunto de los desarrollos analíticos que se realizan en los dos capítulos mencionados, de los que resulta posible identificar una diversidad de elementos estructurales que condicionan sobremanera el manejo de la coyuntura, el libro cierra con unas breves conclusiones en las que se busca reflexionar críticamente sobre las características del poder económico realmente existente en el país a comienzos del siglo XXI. Y, en ese marco, problematizar en qué medida los intereses de las distintas fracciones de la gran burguesía argentina y sus proyectos de país permiten superar las trabas al desarrollo nacional o si, por el contrario, las refuerzan.
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(*) Este texto perteneca a la “Introducción” del libro Restricción eterna. El poder económico durante el kirchnerismo, de Alejandro Gaggero, Martín Schoor y Andrés Wainer, Futuro anterior / Crisis, Buenos Aires, 2014.
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Notas
(1) En: http://www.presidenciaduhalde.com.ar/system/objetos.php?id_prod=1346&id_cat=49 (consultado el 21/1/2014).
(2) En: http://www.presidencia.gob.ar/index.phpoption=com_content&view=article&id=24456&catid=28:discursos-ant (consultado el 21/1/2014).
(3) En: http://www.presidencia.gob.ar/discursos/26564-acto-del-197d-aniversario-de-la-declaracion-de-la-independencia (consultado el 21/1/2014).
(4) En: http://www.lanacion.com.ar/627359-mauricio-macri-no-estoy-en-una-etapa-de-acuerdos (consultado el 21/1/2014).