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La Marcha de la Gorra

Como cada año desde hace casi una década, el cruce de Colón y Cañada será el epicentro en donde miles de personas se darán cita este miércoles 18 de noviembre, a las 17 horas, para participar una vez más de “La Marcha de la Gorra”. En su novena edición, esta movilización llevará como consigna central una frase que aún no fue definida, ya que se decide colectivamente en los encuentros previos que realizan una gran cantidad de colectivos sociales de la provincia, quienes durante semanas se reúnen para preparar aquello que muchos califican como el evento político más importante de Córdoba. “Después de la marcha del 24 de marzo”, se apresuran en aclarar algunos. Como sea, lo cierto es que son movilizaciones tan grandes como aquellas que conmemoran el inicio de la última dictadura, con la diferencia de que plantean demandas que atraviesan una realidad cotidiana actual (vinculadas con la violencia institucional como política de Estado). Demandas que podrían pensarse como “huellas”, que aún persisten en democracia, del proceso de terrorismo de Estado, que por supuesto, comenzó mucho antes de 1976.

Ahora es nuestra la ciudad

 

La Marcha de la Gorra es convocada cada año por el Colectivo de Jóvenes por Nuestros Derechos y confluye tras su bandera el más amplio espectro político. Dicho con rigor, no es una única columna la que marcha, sino una multiplicidad en movimiento.

La primera edición de esta marcha se realizó en 2007, bajo la consigna “¿Por qué tu gorra sí, la mía no?”. De allí en más, cada noviembre, un amplio espectro de la población cordobesa salió a las calles para exigir la derogación del Código de Faltas y el respeto de las garantías democráticas, en una provincia en donde no suelen cumplirse con frecuencia. Un ejemplo: durante los primeros siete meses de 2014 (tras el “acuartelamiento” policial de diciembre de 2013), se registraron en Córdoba siete casos de gatillo fácil. A fines de octubre de cada año la Policía solía difundir las cifras oficiales de aprehensiones en la vía pública. Pero desde 2011 ya no lo hace. Ese año hubo 73.100 detenciones en todo el territorio provincial, es decir, un promedio de 200 diarias. Dicho de otro modo: una cada 8 minutos. En la ciudad-capital las cosas son peores: entre 2009 y 2011, hubo un aumento del 54% en las detenciones. Y en 2014 se sumaron los “operativos humillación”, detenciones masivas en donde los aprehendidos fueron encerrados en “corralitos”, exhibidos ante la mirada atenta de los “vecinos alertas”.

La segunda marcha, en 2008, se convocó bajo la consigna: “Una oreja para los chicos”. La del año siguiente fue “Los jóvenes al centro”. La cuarta: “Contra el Código de Faltas. ¿Y los Derechos que nos faltan?”. En 2011, “Nos detienen por la cultura”. Con esta la quinta marcha se dio inicio a lo que se denominó “Alto Embrollo”, una forma de “dar visibilidad a las producciones culturales que surgen desde los barrios, como los talleres de poesía o comunicación, el hip hop, los grafittis”, cuenta Lucrecia Cuello, del Colectivo de Jóvenes.

Al año siguiente el lema fue: “Tu código trata de desaparecer nuestra alegría callejera”. Para la 7° Marcha de la Gorra, en 2013, el slogan fue “Tu seguridad nos limita, nuestra Resistencia es infinita” y el año pasado: “Más vale gorras embrollando, que la Policía matando”. En el marco de esta octava marcha se realizó por primera vez “La Gorra Literaria”, un ciclo de talleres, charlas y eventos que le sumó a Alto Embrollo el aporte de escritores, periodistas, poetas y comunicadores que buscan inscribir la “batalla cultural” en el marco de la pelea más amplia que vienen librando los movimientos sociales. Este año, el evento ya comenzó en octubre y se extenderá por un mes.

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Lucrecia Cuello, referente del espacio cuenta en diálogo con este cronista que si bien al principio el Colectivo de Jóvenes se reunía fundamentalmente para organizar la Marcha de la Gorra, con el paso de los años fueron asumiendo un trabajo durante todo el año. “Primero fue darnos cuenta que en el verano el nivel de actividad de las organizaciones anti-represivas disminuía, pero aumentaban las detenciones arbitrarias. Entonces comenzamos a realizar guardias en enero y febrero. Después se fue consolidando un grupo y hoy valoramos fuertemente el respeto que se nos tiene desde los distintos espacios políticos, que seguramente podrán tener muchas diferencias de criterios, pero que apuestan, o más bien debería decir, apostamos entre todos a cuidar el espacio de organización de la movilización. Es, creo, una forma de ver cómo es posible organizarnos, y salir a las calles más allá de las diferencias”, repasa la joven militante. Y remata: “Hoy en día no es sólo el problema de los pibes de la gorra, sino también de las trabajadoras sexuales, de los carreros… es un problema de todos”.

 

Putas, lumpenes y cirujas
Si bien ningún ciudadano queda libre de sospechas ante el Código de Faltas, son sobre todo los jóvenes de los barrios populares, y trabajadoras (como las “sexuales) y trabajadores (como los “cartoneros”) quienes más se ven afectados por esta política de policialización de la ciudad.

Sergio Job, abogado de la cooperativa de Carreros La Esperanza y militante del Encuentro de Organizaciones, destaca la importancia de que la marcha se haya sostenido, y plantea que esto muestra el “carácter altamente represivo del Estado policial cordobés, y de cómo viene estructurando su poder”, ante lo cual, de todos modos, “crece un proceso de resistencia cada vez más amplio y radical en sus posiciones, porque no se va por la modificación de un código represivo y persecutorio armado en función de los intereses de los de arriba, sino por su anulación”. También hace hincapié en que la marcha expresa “las batallas contra la violación de los derechos humanos actuales”, como lo son la discriminación, la segregación territorial y el racismo institucional. “El reclamo se ha vuelto generalizado para la población con vocación democrática, y suma nuevos sectores, como los carreros y las trabajadoras sexuales”, dice finalmente.

Desde hace una década y media, la Asociación de Mujeres Meretrices de la Argentina (AMMAR), enrolada actualmente en la Central de los Trabajadores de la Argentina (CTA) “Autónoma”, lucha por frenar la criminalización del sector.  Si bien en la propuesta oficialista de modificación del Código de Faltas se derogaría el artículo 45 (que sanciona la figura de “prostitución escandalosa”), desde AMMAR denuncian que sigue ausente en el debate ciudadano una “verdadera discusión a la hora de reglamentar los usos del espacio público y las limitaciones de las libertades individuales”. También que el Código cuenta con otros artículos que sancionan el “nudismo” y los “tocamientos indecorosos”, que no solo siguen marcando “una línea conservadora de potestad sobre el cuerpo y sus usos”, por parte del Estado, sino que además son las herramientas a través de las cuales los agentes policiales se valen para perseguir a las trabajadoras del sector, empujadas a vivir en la clandestinidad, en medio de abusos y la violencia “propia de las prácticas policiales” avaladas por la legislación vigente.

Respecto de cómo manejarse ante alguna de estas figuras que impulsan a la policía a realizar detenciones arbitrarias, el Frente Organizado Contra el Código de Faltas (FOCCOF) viene realizando una serie de talleres en todos los lugares en donde se los invita. También tiene una intensa actividad de denuncia sobre “las políticas represivas del Estado”. Así lo cuentan, en conversación con este cronista, Raúl y Julieta, quienes también anuncian que en un breve lapso de tiempo tendrán “subidos” a su página de Facebbok unos “cortos” que han elaborado para difundir las “razzias” policiales y los casos de gatillo fácil que se vienen sucediendo en la provincia. Junto con estos videos, comentan los jóvenes militantes, también difundirán lo que denominan una “cartografía”, un mapa interactivo donde podrán verse con claridad sobre qué espacios geográficos (en qué poblaciones) estuvieron concentradas dichas razzias. Además de apoyar a la Coordinadora de Familiares de Víctimas de Gatillo Fácil, el FOCCOF, junto con la Coordinadora Antirepresiva, el Portal de Noticias Mucho Palo y el Colectivo de Jóvenes, estuvieron realizando durante el año la proyección de la película-documental “Nunca digas nunca”, donde pueden verse los casos de los “asesinados por la democracia”.

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Uno de esos casos es de Nicolás Nadal. Sergio, su padre, integra la Coordinadora de Familiares de Víctimas de Gatillo Fácil, que se viene manifestando frente a Tribunales II una vez por mes, con el objetivo de “meter presión” para que las causas “no duerman”. Nadal caracterizó como “muy cruel” la actitud que está teniendo la Justicia respecto de estos casos. “A los pibes no los dejan vivir. La policía los maltrata. Como van a tener oportunidades en la vida si, cuando estudian, cuando trabajan, tienen problemas porque los paran por la calle, o viajando, los detienen. Hay chicos que hasta han perdido el trabajo”, agrega. “Los patrones no entienden, o no quieren entender. La policía, en vez de cuidarlos como ciudadanos, los molesta. A ellos, porque son laburantes, son pobres. A los de los country no los molestan”, remata.

 

El código en cuestión
Visto desde el enfoque de “derechos”, tan boga hoy en día, uno de los problemas del Código de Faltas es que limita el ejercicio de derechos que están presentes en la Constitución Nacional, como por ejemplo, el derecho a transitar libremente por la vía pública. Así que se podría entrar en un largo debate respecto de la inconstitucionalidad del mismo. Y aun partiendo del supuesto de su legalidad, ya ha quedado más que claro que funciona como una suerte de “pase libre” para la policía. Al cierre de la edición de esta nota comenzaba el juicio contra Pablo Márquez, un comisario pasado a retiro acusado de presunto “abuso de autoridad y coacción reiterada” por ordenar detenciones arbitrarias con el fin de “inflar los números” de las estadísticas de los operativos policiales. Entre 2005 y 2012 Márquez fue profesor en la escuela de Suboficiales de la Policía de la Provincia de Córdoba. Allí impartía clases sobre… “Prevención Policial y Código de Faltas”. En marzo de este año fue retirado de la fuerza, luego de que dos policías pusieron en evidencia sus maniobras y lo denunciaran. El abogado que los representa es Carlos Nayi, quien ha destacado el hecho de que dichas prácticas estuvieran legitimadas por la plana mayor de la policía (en ese entonces encabezada por el comisario general retirado Alejo Paredes). De allí que Márquez haya insistido en que la gestión policial “le soltó la mano”. Se refiere al ahora Jefe de Policía Julio César Suárez, quien fuera uno de los pioneros de esta dinámica de “inflar los números”, cuando era jefe de unos de los distritos más “calientes” de la capital provincial. Entre 2004 y 2005, Suárez promovía la competencia: medir qué Distrito detenía a más ciudadanos por día. La pareja policial que efectuaba más detenciones, era “premiada” con una foto que, por el lapso de un mes, quedaba colgada en las paredes del CAP con sus rostros sonrientes, marcando la tendencia de aquello que el periodista Waldo Cebrero denominó la “mac-donalización” de la fuerza.

 

Microfascismos y políticas de estado
Es el Estado, claro. Son los medios hegemónicos de comunicación. Las “lógicas de temor y control” de las que habla Esteban Rodríguez Alzueta. La ciudad enrejada, el mundo “domos” que aparece en las canciones de la banda de rock Besadores enjaulados. Son las macro-políticas de “los de arriba”, claro. Pero también son los microfascismos que circulan horizontalmente. Esa suerte de “fascismo molecular”, rudimentario, que organiza los valores hegemónicos de nuestra sociedad, y que pudo verse expresado en esa “voluntad de linchamiento” que recorrió ciertos rincones de nuestra patria en los últimos tiempos, y que no puede ser pensado sino en el marco de cierto imaginario colectivo, de la encarnación de un nuevo mal, de un demonio post-dictatorial, que es la expresión sincera y descarnada de una violencia poblada de prejuicios y amasada en infinidad de conductas, de comentarios y silencios cotidianos, sobre el que se monta una ideología claramente de derecha, pero también, donde anida cierta indiferencia que se expresa luego en sentido común, el más común de todos los sentidos, como dijo un marxista italiano alguna vez. Sentido común que es puesto en cuestión cada vez que una porción de la población se organiza, y lucha por cambiar la situación en la que se encuentra.
Una marcha generosa

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La Marcha de la Gorra es una movilización generosa, donde tienen cabida, en su interior, muchas marchas. Suele haber mucho ritmo, muchos colores y alegría.  Participan de ella miles de jóvenes que integran organizaciones sociales, espacios comunitarios y culturales, bibliotecas populares, agrupaciones estudiantiles, partidos políticos, grupos de amigos o que simplemente se sienten interpelados como ciudadanos y ese día se movilizan. O más bien, que ese día pueden sentir que son ciudadanos de esa República Burguesa que, el resto del año, les niega sus más elementales derechos, ya no el de protestar, sino tan solo el de transitar libremente por la ciudad. Porque en una tarde “normal”, no podrían hacer los mismo, con excepción de verse expuestos a ser detenidos por la policía, molestados, seguramente encarcelados. Así que ese día se “desquitan”: cantan, saltan, bailan. Cada uno puede sumarle sus colores y sus cánticos, sus consignas y estilos a la movilización.

Es una marcha tan rara que contiene una amplia diversidad. Además de las banderas de las distintas fracciones políticas hay grupos de teatro que realizaban “intervenciones”, otros que hacen grafitis en las paredes que se cruzan a su paso. Suele haber murgas, batucadas y comparsas. Y cajones peruanos. Y muchas fotografías: de los fotógrafos (profesionales de los medios y amateurs), y de los cientos de muchachos y de chicas que se fotografiaban con sus celulares, como quien está en un cumpleaños, o en una fiesta. Por supuesto, no están ausentes las banderas y pancartas, con consignas y nombres, que dan cuenta del flagelo que está en el origen de la protesta: la brutalidad policial, las detenciones arbitrarias e incluso, los asesinados en casos de “gatillo fácil”.

De allí que la multitud que se expresa con arte, con alegría, no por eso olvida el reclamo político que la incita. Una exigencia que se dirige a la institución policial, a la corporación judicial, al gobierno de turno (un turno que lleva ya década y media), y también, a los “buenos vecinos”, esos que con sus comentarios y prejuicios aportan cada día a estigmatizar a una importante cantidad de jóvenes y adolescentes que, con sus viseras, su vestimenta, sus bandas de música y sus modismos, intenta hacerse un lugar generacional en la sociedad. En clara sintonía con la banda de rock Los Gardelitos, ese día asumen que la ciudad les pertenece. Por eso marchar, en ese contexto, implica no solo protestar, sino rescatar un momento de amistad, de compañerismo y de camaradería, donde todos son pares.

Marchar. Cantar. Bailar. Y por qué no, darle al bombo con su más generoso rencor.

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