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Apuntes sobre socialismo desde abajo y poder popular

Argentina: la CEOcracia, la añorada mediocridad burguesa y lo inédito viable

Los grandes medios de comunicación masivos (controlados por empresas privadas) de Argentina han presentado el desembarco de los y las gerentes de empresas transnacionales en los ministerios y secretarías del Estado nacional y en la provincias como la posibilidad de una gestión óptima, basada en la pura expertise. Y si bien muchos de ellos y muchas de ellas poseen dilatados (y por lo general, infaustos) antecedentes en la gestión pública, para la distorsionada percepción de importantes sectores de la sociedad no dejan de aparecer como simples especialistas en áreas determinadas. Es decir: como sujetos no-políticos, capaces de tomar decisiones absolutamente imparciales y estrictamente técnicas, guiados y guiadas por una racionalidad universal. Esa condición les otorgaría un aura de santidad. Vale decir: una paradójica santidad desapasionada.

Estaríamos frente a ciudadanos y ciudadanas ilustres y sin ideología que vienen a hacernos un enorme favor, dispuestos a sacrificarse por la patria, resignando dinero, comodidades y carreras personales exitosas. Pero el/la CEO (Chief Executive Officer) posiblemente remita a la figura menos adecuada para la función pública, mucho menos para una función pública ejercida con criterios democráticos básicos. Su actividad, por naturaleza, está alejada de toda significación social y política y no se caracteriza precisamente por estimular la solidaridad social extensa y las formas no jerárquicas de participación y toma de decisiones. Su imagen del mundo y su sistema de valores (¡sí, tienen ideología!) son absolutamente empresariales y de ellos dependerán sus elecciones y la interpretación de los resultados. La neutralidad del CEO es la neutralidad del mercado. Poseen el mismo grado de desapego. Asimismo, los modos de gestionar conflictos de la CEOcracia no parecen ser los más adecuados para el Estado. Por esto, y por otros motivos que no desarrollaremos aquí, los problemas de gobernabilidad son inherentes a la CEOcracia.

 

La nueva derecha ha llamado a “desideologizar”. La negación del carácter ideológico de su praxis remite a un mecanismo que, conciente o inconcientemente, pretende contrabandear bajo el paquete de lo “normal” o lo “natural” una ideología anacrónica, liberal-conservadora, antidemocrática, contraria a todo interés nacional-popular. Una ideología de mercado y por eso de baja intensidad aparente (o mejor: de baja simbolización aparente). La única verdad es la realidad. Y la realidad es el mercado.

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Pero la nueva derecha, a diferencia de la vieja, intenta mantener su ideología en el terreno del “curriculum oculto”. Su destreza para el contrabando le permite pasar por alto, por ejemplo, los objetivos estratégicos perseguidos, los modos y medios para lograrlos, el conflicto de intereses, las lógicas antidemocráticas y autoritarias, etcétera. Una formula de la nueva derecha podría enunciarse así: contrabando ideológico y marketing político. Le ha servido para ganar elecciones ¿le servirá para gobernar?

 

En primera instancia podemos percibir dos cosas: la eficacia de los grandes medios de comunicación masivos (controlados por empresas privadas) en la manipulación del sentido común con el fin de inhibir el desarrollo de cualquier conciencia práctica y el peso que conservan las racionalidades neoliberales. Por ejemplo, es evidente la influencia de los postulados de la economía neoclásica en el sentido común de una parte importante de la sociedad que, sin filtro, de modo a-crítico, acepta las modelizaciones extremas de comportamientos y situaciones sociales, los enfoques mecanicistas a la hora de explicar las relaciones entre variables, las ideas que plantean que el todo es siempre una suma de las partes, que la economía está emparentada con la técnica mucho más que con la política, que los sujetos son siempre homogéneos, etcétera.

 

Estas designaciones de gerentes en la cima del Estado implican la inminente extensión de la racionalidad de mercado al conjunto de las prácticas estatales y a los dominios extraeconómicos (y que, en breve, para desgracia del los trabajadores y las trabajadoras dejarán de serlo).

 

Se trata del modelo empresarial de desarrollo, donde los sectores corporativos adquieren cada vez más peso en las estructuras estatales. En Argentina, a partir del 10 de diciembre de 2015, General Motors, IBM, Telecom, Shell, LAN Argentina, Deutsche Bank, Fondo Pegasus, Techint, Monsanto, entre otras empresas, dispondrán del Estado para consolidar sus posiciones en el mercado. Antes podían presionar, influir, condicionar y hasta imponer, pero ahora todo indica que estos sectores convertirán a las estructuras estatales en sus apéndices. Casi como un “departamento” más.

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Se trata de un modelo que alienta la interferencia de lo privado en lo público con la consiguiente disminución del control estatal de las políticas públicas. El neoliberalismo, no sólo es el proyecto de recomposición de la clase capitalista, es una estrategia de gestión de la crisis del capital con sus clasificaciones y jerarquizaciones particulares.

 

El desembarco de este estrato gerencial, el reforzamiento de su poder,  constituye un avance la burguesía trasnacional, de los grandes exportadores, de las grandes corporaciones y de sectores de la burocracia sindical sobre el aparato estatal.

 

Comienza a instalarse velozmente lo que será el “clima cultural” de la gestión de Mauricio Macri: un clima pro-negocios, pro-empresarial, pro-patronal, pro-mercado. Esto es: un contexto con poco espacio para la responsabilidad comunal o ideas por el estilo. Esas discursividades quedarán para las segundas líneas, sin poder decisorio importante. Otra formula macrista parece ser: gerentes por arriba y ONGs y “voluntariado” por abajo.

 

El extractivismo (y el narcotráfico) están de parabienes. Como se suele decir: tendrán viento de cola junto al resto de las actividades fundadas en el deterioro de la solidaridad social. A propósito, CEOs y narcos coinciden tanto en la racionalidad instrumental y en la racionalidad del cálculo costo-beneficio como en el vacío emocional con el que toman sus decisiones y perpetran sus crímenes.

 

El desembarco de los y las gerentes, el “gobierno directo”, también es un signo inequívoco de que el capital no quiere dilaciones en el proceso de recuperación de rentabilidad. También es un signo de la corriente socio-histórica que el macrismo representa. Una continuidad de las tradiciones más reaccionarias y retrogradas de la Argentina.

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Ante este panorama, para muchos y muchas, la gestión saliente adquiere cierta luminosidad.

 

Frente al Estado-oficina de las clases dominantes promovido por Macri, termina siendo idealizada la típica mediocridad burguesa. Se añora por anticipado a ese Estado mucho más cercano al ideal del Estado burgués: capitalista colectivo, mediador de intereses, negociador de lenguajes y de las relaciones de poder, etc. Frente a la restauración neoliberal se pondera la matriz neo-desarrollista. Frente a la “gubernamentalidad” neoliberal se realza la “gubernamentalidad” neo-desarrollista. Frente a los organigramas empresariales, la ley y la burocracia tradicionales aparecen como un remanso de agua fresca. En este escenario… ¿tiene alguna posibilidad de consolidarse un proyecto que aspire a la transformación radical de la sociedad argentina? ¿Es irreversible que en el mediano plazo (4 años, por ejemplo) se imponga el proyecto probable por sobre el proyecto deseable?

 

Confiamos en que la lucha contra el gobierno de los y las gerentes produzca la ética y la mística (en concreto: la subjetividad crítica) que le permita al pueblo argentino ir más allá de ambas matrices capitalistas, de ambas gubernamentalidades burguesas y de ambas praxis dominantes, para exceder la tendencia “más probable”. Esto es: defender lo conquistado por el pueblo argentino, resistir el proceso de desintegración social que impulsa la derecha y, al mismo tiempo, luchar por cambiar la sociedad actual.

 

¿No será el tiempo de pensar en fundar una política por fuera de la –ahora añorada– mediocridad burguesa? ¿No será el tiempo de conciliar lo urgente con lo importante?

 

Tal vez sea el tiempo de elegir –siguiendo a Paulo Freire– el horizonte de lo inédito viable. Esto es: asumir y militar el sueño posible que sólo se consigue a través de una praxis radicalmente liberadora.

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