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Apuntes sobre socialismo desde abajo y poder popular

Venezuela: recalculando (para vencer)

Depuración decía el cartel ayer por la tarde en la Plaza Bolívar. Una señora, un grupo de personas, conversaciones con gritos, una espontánea marcha ante las cámaras. Depuración, y muchos estaban de acuerdo. No eran los únicos. También en redes sociales, en grupos de whatsapp, en conversaciones en la oficina, en la calle ante los dirigentes. Como una certeza de que no haber podido no sucedió por el peso del otro, por su legitimidad popular, sino debido a incapacidades propias. Depuración entonces. Que es lo mismo que decir que demasiadas responsabilidades son internas, que algo no está bien, algo que se venía arrastrando, quedó en evidencia el domingo, y que debe ser remediado. De manera urgente.

Nicolás Maduro lo dijo el 6 a la noche: triunfó circunstancialmente la guerra económica. En la capacidad de mantenerla durante más de dos años estuvo el acierto mayor de quienes buscan la revancha clasista. Fedecámaras, Fedeagro, el Estado norteamericano, los partidos tradicionales, las clases medias y altas, las derechas continentales y un largo etcétera. La fila de quienes han deseado y actuado para reconstruir el orden perdido es larga. Nada de eso es nuevo. Tampoco decir que su proyecto restaurador conlleva la ejecución de un genocidio. No bastará nunca con prohibir al chavismo, su nombre, su música, su iconografía, arrancar centros de salud, miradas de Chávez en los edificios, misiones sociales, leyes de derechos y poder popular. El movimiento político que ha dado un giro de 360 grados en la historia venezolana está arraigado en las clases populares. Es la identidad de millones. Todos lo saben, en particular ellos. Quieren quemar el agua, el pez, la arena, todo. Solo así podrían volver al país añorado, que será peor que antes.

Por qué no pudimos entonces. Esa es la pregunta que anda quemando en las redes, en los silencios, en la lectura compulsiva de textos, en los debates colectivos que se van multiplicando. Depuración sintetizó el cartel, ¿de qué? La hora de los señalamientos. Una palabra dicha a media o alta voz: traidores. Cada quien apuntando hacia direcciones diferentes: pueblo que recibió beneficios y no votó, dirigentes corruptos etc.

Puede pensarse que lo sucedido, más que un asunto de traidores -que hubo y habrá siempre, aunque culpar al pueblo es la ceguera mayor que pueda existir en estos momentos- es el resultado de tendencias que fueron madurando. Hugo Chávez las expuso en el Golpe de Timón: funcionarios desconectados del pueblo, sin apuesta a las comunas ni a una economía productiva, entre otros puntos. Engolosinamiento petrolero, estatal, concepciones políticas demasiado claras. Partió diciéndolo, marcando por dónde encauzar la política revolucionaria. ¿Qué de eso se siguió arrastrando? Demasiado. Y sin Chávez como reorientador permanente, disciplinador de ministros, constructor de hegemonía. La conducción de la revolución no tomó la apuesta comunal como meollo del proceso. A tres años de la consigna “comuna o nada” resulta llamativo constatar la ausencia de las comunas, del proyecto nodal de poder popular, en el debate público, político, comunicacional. No solamente la ausencia sino también los frenos permanentes. Con excepciones. Nicolás Maduro por ejemplo y sobre todo.

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No se trata de idealizar las comunas, ni el universo de la organización popular. Tienen estas, como todo proceso sus tensiones, tiempos de maduración, dificultades, traspiés. No existe movimiento sin contradicción. Son, y de eso no hay duda, el espacio donde debe construirse el socialismo venezolano. Así lo repitió Hugo Chávez. Dónde sino dar vida al nuevo Estado, sus Parlamentos Comunales, un gobierno colectivo que pueda legislar, fiscalizar, ordenar, manejar de forma autogestionaria nudos centrales de la economía. Las comunas son más que las comunas: son el debate por el poder. Por eso no salen en televisión, las transferencias de recursos y competencias suceden a cuentagotas y con destiempo. La mayoría de la conducción no mira en esa dirección. Ni antes del Golpe de Timón -que por eso sucedió- ni hasta llegar al 6D.

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No existe una respuesta única que dé cuenta de por qué sucedió el resultado del domingo. Hay aproximaciones, construidas desde conversaciones, asambleas, relectura de textos construidos a lo largo de este año que indicaban que podía suceder. Apunto, en esta complejidad, dado el peso de las responsabilidades, hacia parte de la conducción. Su distanciamiento con una realidad popular marcada por la agudización de la guerra económica, por un desgaste difícilmente medible por quien no realiza treinta horas de cola por semana, corre y se empuja para comprar pollo, ve cómo los márgenes de su vida diaria se achican sin pausa. No se trata de que un ministro deba realizar treinta horas de cola semanales, pero sí de construir las formas de mantener el pulso popular, práctica vital en estos escenarios. El Gobierno de Calle fue, para quienes quisieron que así lo sea, uno de esos puentes esenciales después de la victoria de Nicolás Maduro en abril del 2013.

A la distancia creciente entre conducción y base -un universo de millones, organizados, desorganizados- se sumó la falta de medidas de fondo para frenar la guerra económica, revertir la iniciativa. Se multiplicaron las acciones coyunturales -como el aumento de sueldo, entregas, consumo- que, eficaces en otras etapas, perdieron contundencia en el actual escenario. Sin respuestas productivas -¿cuántas fábricas y planes de siembra fueron impulsados, inaugurados?- sin fiscalizaciones populares, con una ley de precios justos manejada por sectores privados hasta su reciente modificación, sin nacionalizaciones. Por ejemplo. Y esa dinámica incesante de carrusel/calesita ministerial: tres ministros de comunas y comunicación en menos de tres años, fusiones de instituciones para quitar a un funcionario y redoblar el poder de otro, entre tantas lógicas desgastantes autistas. Parte del equilibrio de poder en la conducción de la revolución se fue resolviendo con ministerios, vicemininisterios, cajas y cargos electorales. Porque sí, existen miradas encontradas, diferentes formas de posicionarse ante la lucha de clases desatada en Venezuela. El resultado: la ausencia de políticas estratégicas desde muchos espacios institucionales, manejados como cuotas de poder.

Políticas vitales. Porque es mentira aquello de que “todo lo que viene de arriba hace agujeros” y que “desde abajo solo crece el pasto”. El ciclo virtuoso de la revolución bolivariana estuvo y seguirá estando en esa tensión creadora entre impulso/resistencia por parte del Estado al empoderamiento popular, y ese recibir/disputar por parte del universo amplio de la organización popular. En el centro, y como iniciador de ese ciclo, siempre estuvo Hugo Chávez, frenando las lógicas estatistas, llamando y obligando a más al movimiento popular, empujando los límites siempre más lejos, hasta llegar al objetivo estratégico del Estado comunal.

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Cuando ese ciclo se detuvo -la ausencia de Chávez trajo riendas sueltas para las peores tendencias de la conducción- sobrevinieron pantanos, una situación vivida a lo largo de este año. Con excepciones. Algunas de ellas: el movimiento comunal, ciertos consejos presidenciales de gobierno popular, los mercados comunales desde el mes de agosto, fábricas puestas a producir por los obreros -en particular en Lara- experiencias campesinas en tierras recuperadas. Desde la voluntad y la legitimidad dada por Nicolás Maduro. Con la ausencia real de transferencias. Se sabe, desde hace demasiado tiempo, que las comunas agrícolas y las organizaciones campesinas requieren camiones y centros de acopio. Que ahí está una de las respuestas a la producción y distribución. Se sabe también que los camiones no llegan. Y sí son entregados miles de taxis.

Nada de esto es nuevo. Se fue arrastrando dejando surcos cada vez mayores. Su agudización en un escenario de guerra -económica, comunicacional, violenta, geopolítica- desembocó en una campaña estatal marcada por una consigna: Por Chávez, como sea. Sin propuestas de cara al 2016. Sin futuras medidas a ser tomadas, formas de resolver los angustiantes golpes diarios de millones de personas desde hace años. Una campaña defensiva, sin capacidad de hablar del día de después de los comicios, solo de lo que pasaría en caso de regresar la oposición. Defender sin profundizar. Contra las cuerdas. Con el nombre de Hugo Chávez como un cheque en blanco.

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Se sabe lo que viene. La mayoría calificada en manos de la oposición. El intento de referéndum revocatorio, derogación de leyes -la de tierras, trabajo, precios justos, suelos urbanos etc-, cambio del Tribunal Supremo de Justicia. Entre otras medidas. En Venezuela no existe la posibilidad de cambios de gobierno. Se trata de la dinámica revolución/contrarrevolución. La primera ha ido demasiado lejos para las clases dominantes y el imperio. Buscan la revancha acumulada, el aleccionamiento histórico, no solo para la experiencia bolivariana sino para todo el continente.

Por eso han llevado acciones de guerra durante todo este tiempo. Acaparar medicinas, alimentos, productos de primera necesidad ¿Qué nombre le corresponde a eso? El pueblo no fue a votar el 6D en libertad democrática. Quien es obligado a realizar treinta horas de cola por semana para conseguir -o no- medicinas y alimentos, ¿está enmarcado en una trama democrática a la hora del voto? Empujar el razonamiento lleva a preguntarse por los límites del sistema tal y como está planteado. Porque nosotros respetamos la democracia. Ellos no. Son capaces de asesinarnos en masa y luego, una vez aplicado el genocidio, hablar de excesos. “¿Eso es la democracia? ¿Tener que votar por un proyecto sino por miedo a lo que se viene desatando desde la guerra de la oposición?” escribió Fidel Díaz Castro sobre el 6D. ¿No llegan todos los procesos revolucionarios a la encrucijada vivida por la experiencia chilena, sandinista y ahora por la venezolana?

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Comuna o nada. En esa consigna está el nuevo Estado. Es decir la construcción de una nueva institucionalidad, con Parlamentos Comunales, de calle, un nuevo orden democrático, la destrucción del actual, armado por las clases dominantes con concesiones ganadas a través de luchas populares. El debate por el poder, siempre. Contra el enemigo histórico y al interior del proceso revolucionario. La construcción efectiva de la democracia participativa y protagónica, con formas radicales, con tareas cada vez mayores. Ahí está y siempre estuvo la diferencia central con los proyectos progresistas del continente, que nunca se propusieron ir más allá de la democracia representativa. Que no quisieron debatir uno de los pilares centrales del orden excluyente.

El proyecto de la revolución bolivariana no está en crisis. La crisis reside en que ha quedado frenado por una parte demasiado grande de la conducción que continuó viviendo del estatismo, la multiplicación de cargos, el cierre de instituciones y remoción de cargos para tapar casos severos de corrupción etc. Que reprodujo la idea del socialismo como consumo y beneficios, una lógica con gran permeabilidad popular. En un escenario de baja del precio de petróleo, reorganización de las derechas continentales, alarmas rojas sonando en cada punto cardinal. No se puede defender sin profundizar. No se profundiza sin pueblo organizado conquistando nuevas esferas de poder. ¿Deficiencias del movimientos popular? Sin dudas. Ahí están debatiendo, rearticulando, viendo cómo asumir la nueva etapa que demandará más que nunca su protagonismo.

Ahora el tiempo viene como un disparo de frente. Cada vez más veloz. La fuerza del chavismo sigue viva. En números: con respecto a abril del 2013 la derecha sumó 344 mil votos, mientras que el chavismo perdió un millón 990 mil votos. El debate es con la conducción y en todo el amplio movimiento chavista. El nudo está dentro. Sintetizado por muchos en depuración, una palabra amplia, cargada de no saber exactamente cómo, aunque sí de la certeza de que debe ser hecho. Maduro, en ese camino, pidió en la noche del martes el cargo a todos sus ministros, y el miércoles por la tarde sostuvo un debate a cielo abierto ante el Palacio de Miraflores con parte de las organizaciones populares. Ahí está para muchos una de las soluciones centrales: el puente directo del presidente con el pueblo organizado. Se acelera o la ola caerá con demasiada fuerza. Ellos lo han anunciado, es su plan desde el inicio de la revolución. No han cambiado. Ahora tienen más poder.

La nueva etapa de la revolución se abrió. Nada está perdido. Una fuerza histórica sigue de pie, “los hijos de Chávez no se dejarán doblegar” como se escucha en las calles. Se trata de un pueblo con un recorrido insurgente, constituyente, la capacidad de desplegar una potencia creadora que puede renovarse. Solo existe una opción: vencer o vencer. Deberemos actuar mejores que antes.

 

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