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Detrás de la crisis entre Arabia Saudita e Irán

La escalada de tensiones entre las dos potencias del Medio Oriente tiene un trasfondo complejo, que excede la ejecución del clérigo Nimr Al-Nimr. Disputas al interior del Reino, las guerras en Siria y Yemen y la caída del precio del petróleo se combinan en un cóctel de consecuencias imprevisibles. Las tensiones entre Arabia Saudita e Irán tienen una historia que se remonta a la Revolución Islámica de Irán en 1979 e, incluso, a años anteriores. La enemistad está vinculada a una lucha por el control hegemónico de la región de Medio Oriente. El comienzo de su último capítulo puede ser fechado en el año 2003 con la invasión de Estados Unidos a Irak y la implementación de un cambio de régimen en el país árabe gobernado por Saddam Hussein.

Mariela Cuadro*/ Resumen Medio Oriente/Notas, 13 de enero de 2016.

La escalada de tensiones entre las dos potencias del Medio Oriente tiene un trasfondo complejo, que excede la ejecución del clérigo Nimr Al-Nimr. Disputas al interior del Reino, las guerras en Siria y Yemen y la caída del precio del petróleo se combinan en un cóctel de consecuencias imprevisibles.
Las tensiones entre Arabia Saudita e Irán tienen una historia que se remonta a la Revolución Islámica de Irán en 1979 e, incluso, a años anteriores. La enemistad está vinculada a una lucha por el control hegemónico de la región de Medio Oriente. El comienzo de su último capítulo puede ser fechado en el año 2003 con la invasión de Estados Unidos a Irak y la implementación de un cambio de régimen en el país árabe gobernado por Saddam Hussein.

Este último estuvo sostenido sobre las tribus sunnitas iraquíes. Una vez derrocado e instaurada la democracia liberal, los shiítas, mayoría de la población, accedieron al gobierno y llevaron una política sectaria en contra de los desplazados sunnitas. La llegada al poder del shiísmo iraquí modificó el equilibrio existente hasta dicho momento entre Arabia Saudita e Irán, puesto que el nuevo gobierno en Irak se asoció con la República Islámica. Si bien desde la salida del primer ministro iraquí Nuri Al-Maliki, negociada por Riad y Teherán, Arabia Saudita ha conseguido acercarse a su vecino árabe, abriendo una embajada por primera vez en más de 24 años, el equilibrio no ha sido recuperado.

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Además de Irak, otros campos de disputa abiertos entre Arabia Saudita e Irán son Siria y Yemen. En el primer caso, la Casa de Al-Saud está buscando derrocar a Bashar Al-Assad, aliado de Irán, a través del envío de armamento y dinero a ciertos grupos de la oposición. En Yemen, está al frente de una intervención militar abierta que ya lleva diez meses y que provocado al sureño país de la Península Arábiga una situación de catástrofe humanitaria. Allí se encuentra apoyando al presidente Abd Rabbuh Mansur Hadi, derrocado por la tribu shiíta de los Houthi en alianza con el ex presidente Saleh y, de acuerdo a Riad, también por Irán. Luego de la ruptura de relaciones y el retiro de su personal diplomático de Teherán el día 3 de enero, la embajada iraní en Saná, capital de Yemen, fue bombardeada. El gobierno persa responsabilizó del ataque a las fuerzas saudíes.

La mencionada ruptura de relaciones se dio luego de la ejecución del clérigo shiíta saudí Nimr Baqir Al-Nimr en Arabia Saudita. Su ejecución, junto a la de otras 46 personas acusadas de terrorismo, fue seguida de manifestaciones violentas contra la embajada saudí en Teherán y contra su consulado en Mashhad que derivaron en la quema del edificio de la monarquía del Golfo. El reino sospecha que el gobierno iraní fomentó activamente los incidentes. De acuerdo al ministro de Defensa, vice príncipe heredero e hijo del rey Salmán, Mohammed Bin Salmán (MBS), la ruptura de relaciones tuvo como objetivo evitar una intensificación del conflicto que obligara al reino a una respuesta bélica. De este modo, el príncipe descartó una guerra con su vecino persa.

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La política doméstica saudí cumple un rol destacable en el conflicto. Nimr Al-Nimr, condenado en 2014 bajo cargos de terrorismo, era un defensor de la minoría shiíta saudí, concentrada en su gran mayoría en la Provincia Oriental, donde se encuentra la mayor cantidad de reservas de petróleo del país. Esta minoría tiende a ser discriminada política, económica y socialmente por la elite religiosa saudí que considera al shiísmo herético. En este marco, el sheikh apuntaba a la caída de la Casa de Al-Saud y a lograr cierta autonomía de la región saudí de mayoría shiíta. Para dicho fin, no despreciaba el apoyo que podía proporcionarle una potencia extranjera como Irán.

Además de la cuestión sectaria al interior del reino, otro factor doméstico a tener en cuenta para explicar la creciente tensión entre los vecinos son los profundos cambios en el gabinete impuestos por el rey Salmán a su llegada al trono en enero de 2015. Dada su avanzada edad, Salmán decidió que era necesario establecer la línea de sucesión saltando por primera vez desde la creación del tercer Estado saudí en 1932 a la generación de los nietos del fundador. Tarea compleja, pues se calcula que hay varias decenas de ellos en condiciones de ser herederos del trono. Salmán tomó la decisión de otorgar ese beneficio a los nietos de la rama Sudairi, colocando en el lugar de príncipe heredero al hijo de su hermano, Muhammad Bin Nayef, y en el de vice príncipe heredero a su hijo, MBS. Asimismo, ambos fueron ubicados en posiciones estratégicas de gobierno del reino.

Si bien siguiendo un antiguo consejo del fundador los problemas al interior de la familia real buscan solucionarse a puertas cerradas, varios analistas afirman que muchos príncipes se sintieron desplazados. En este contexto, a fines del año pasado, uno de ellos -cuyo nombre permanece en el anonimato debido a cuestiones de seguridad- publicó dos cartas llamando a un golpe de Estado contra Salmán.

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La situación de gobernabilidad es aún más delicada debido a la caída mundial de los precios del petróleo cuyo valor Brent perforó el piso de los 40 dólares por barril, existiendo analistas que prevén la posibilidad de que llegue a los 20 dólares. En términos generales, se coincide en que la crisis es producto de una política intencionada de Arabia Saudita que, ante el avance de la producción de petróleo de esquisto vía fracturación hidráulica en Estados Unidos, decidió aumentar su producción de modo tal de mantener su cuota en el mercado mundial. El bajo precio del petróleo, además, le permite perjudicar económicamente a Irán quien, liberado de las sanciones por el acuerdo en torno a su programa nuclear firmado con los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas más Alemania, podría volver a competir a nivel global.

Sin embargo, esta estrategia también tiene efectos negativos sobre las cuentas saudíes que dependen de la exportación del crudo. Existe una marcada disminución en las reservas saudíes, necesarias, por otra parte, para mantener una fuerte política de bienestar basada en subsidios sobre combustible y bienes básicos, y en salud y educación gratuitas, sin contrapartida impositiva que pese sobre la población.

En este contexto, se entiende la negativa a la guerra expresada por MBS en la referida entrevista: un frente abierto directo con Irán requeriría sumas de dinero que dejaría en una situación de extrema vulnerabilidad económica (y, por tanto, política) al reino. Sin embargo, la intensificación del conflicto entre las dos potencias regionales parece no tocar fondo. La creciente tensión, sumada al monótono caos en el que está sumido Medio Oriente, contribuye a generar condiciones de posibilidad para que cualquier pequeño movimiento inesperado desencadene un fuego cuyas fronteras se desconocen.

*Doctora en Relaciones Internacionales. Coordinadora del Departamento de Medio Oriente del Instituto de Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de La Plata.

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