La burocracia cada vez más poderosa, la política de clanes, el saboteo al proceso comunal, la corrupción, son elementos del movimiento chavista. Nacieron en su seno -con arribistas, oportunistas, traidores- no son ajeno ni cayeron -siguiendo a Cooke- del cielo.
La burocracia no cae del cielo, depende de las limitaciones del movimiento. Escribió John William Cooke, 52 años atrás. Hablaba desde el peronismo, que definía como el punto más alto al que había llegado la clase trabajadora argentina.
También como un gigante miope e invertebrado.
John William Cooke conocía Caracas. Había acompañado a Juan Domingo Perón en sus días de exilio, cuando era recibido por la dictadura de Marcos Pérez Giménez. Fue en esa ciudad donde el 25 de mayo de 1957 el General escapó de un coche-bomba. El auto explotó en el barrio de La Candelaria, sin nadie dentro.
Se salvó por mandar a su conductor a comprar carne para un asado en vez de hacer el recorrido exactamente igual de cada día. De haber muerto, el sucesor, por instrucciones, debía ser el mismo Cooke.
Peleaba desde dentro Cooke. Contra los techos bajos -la indigencia teórica arrastra a los desastres estratégicos, decía- las políticas reformistas de grupos y no de masas, la liturgia estéril. Se debía superar, escribió, el reformismo, el burocratismo y la improvisación para avanzar en una política revolucionaria. El salto superador debía darse desde el punto en el cual se encontraba el pueblo.
Podíamos decir: el chavismo actual tiene que ser superado por el propio chavismo.
La burocracia cada vez más poderosa, la política de clanes, el saboteo al proceso comunal, la corrupción, son elementos del movimiento chavista. Nacieron en su seno -con arribistas, oportunistas, traidores- no son ajeno ni cayeron -siguiendo a Cooke- del cielo.
Son una marca de las limitaciones históricas.
Cómo superarlas, pasarles por encima, quitarles poder, son preguntas urgentes. No se trata de cambiar nombres, hacer enroques de dirigentes comprobadamente ineficientes, sino de construir política y correlación de fuerzas para desplazar a esos sectores.
Ser burócrata en Venezuela es cómodo. Casi nunca se es interpelado por movilizaciones, reclamos, presiones, golpes de puertas y pateadas de mesas. Y sobran motivos: ineficiencia, falta de respuestas, saboteo, pérdida de papeles, trámites interminables para registrar una comuna, empresa de propiedad social, pagos que no se realizan, desviación de recursos, la lista es larga.
Interminablemente contrarrevolucionaria.
Acentuada por la rotación permanente de ministros: los burócratas -equipos de trabajo- pasan de puestos de dirección en dirección dejando montañas de nada tras su paso. Peor: deudas, reclamos, desmovilización popular, proyectos financiados inconclusos que nadie sigue ni revisa ni controla. Funcionan sobre la base de la impunidad que, se sabe, solo genera más impunidad.
Son parte del chavismo. De la vieja política, que el mismo movimiento debe desplazar. Con una estrategia de poder por parte de la organización popular, comunal, y sectores que desde dentro del Gobierno, el Psuv, empujan el proyecto estratégico.
Por fuera del chavismo no hay nada: la identidad popular es chavista.
Aun aludiendo a la operación política tan de moda en los últimos tiempos: ser chavista pero no madurista. Se llega por esa senda coincidir con la oposición. A firmar el referéndum revocatorio, por ejemplo.
La claridad de Cooke venía entre otras de pensar y actuar desde el seno del movimiento de masas. Disputar ahí, interpelar, criticar, para avanzar. Y organizarse para, como sostenía Chávez, tener razón y fuerza. Solo con razón no alcanza. Tampoco con 2.0, artículos de opinión, actos medianamente heroicos y esporádicos.
Somos nuestra propia contradicción. Resumida por el primer teniente de la Milicia Bolivariana de Guasdualito de la siguiente manera:
queremos que el pueblo se organice, pero no participamos.
Estar dentro de la trama popular permite comprender las costuras finas de una cultura política, la formación de los cuadros altos y medios, la gestación y consolidación de las tramas burocráticas, todo el dinero que fue invertido y no logró plasmarse en obras finalizadas, operativas. Porque fue mucho. Cerca del pueblo por ejemplo están los cimientos de lo que iba a ser el matadero más grande del continente. La plata llegó y todo quedó a mitad de camino, botado en el monte como dice un compañero.
-La regaladera y falta de seguimiento dañaron la revolución, dice una compañera.
El chavismo hoy se parece mucho a un gigante invertebrado. El enemigo golpea y golpea desde su escondite. Con una estrategia: hambrear a la gente. Para desgastar el estómago, la paciencia, la moral, porque sabe que la fuerza principal es el pueblo. Con fragilidades que emergen producto de la guerra prolongada, como no podía ser de otra manera.
Lo crítico es la complicidad de actores del proceso. Recorrer la frontera es suficiente para darse cuenta de que nada sería posible sin la participación protagónica de sectores del chavismo. Los números están ahí: en el 2014 el 40% de los alimentos de Venezuela se iban por la frontera. Dos años después, con un año de cierre oficial de frontera, la cantidad es la misma.
O el enemigo despliega un poder incontrolable, o el enemigo también somos nosotros.
Y nadie cayó del cielo.