En esta segunda parte del trabajo, un análisis del período que se abre con el golpe de 1955 hasta el retorno de Perón en 1973. La construcción de una identidad popular resistente al calor de la lucha de clases. La Resistencia Peronista. El liderazgo pendular de Perón desde el exilio y el papel de Cooke. Las corrientes “alternativistas” y “movimentistas” al interior de la izquierda peronista.
La cultura de resistencia
El golpe de 1955, en particular a partir del gobierno de Aramburu, expresó un escenario de revancha de clases del gran capital contra los trabajadores. El objetivo concreto era destruir -o al menos debilitar- el poder y las atribuciones de las comisiones internas y los cuerpos de delegados en las fábricas que, como vimos en la primer parte de estas notas, se habían multiplicado durante los gobiernos peronistas. Reconfigurar las relaciones de fuerza entre capital y trabajo era fundamental para el poder económico para llevar adelante una nueva etapa de acumulación capitalista. Ésta consistía en mantener deprimidos los salarios atando todo aumento a cláusulas productivas. Los trabajadores debían admitir incrementar el ritmo de producción para mantener un salario que siguiera la escalada inflacionaria dictada por la suba de precios. Una meta empresarial era borrar varias de las cláusulas establecidas en las convenciones colectivas de trabajo conquistadas durante la década peronista. En especial aquellas que le impedían a la patronal hacer cumplir a los obreros distintas tareas dentro de las fábricas, aspecto básico si pretendían lograr aumentar la productividad obrera.
Es esta ofensiva clasista del gran capital para restablecer la autoridad patronal la que se encuentra detrás de las detenciones, torturas, listas negras, la intervención de la CGT y los sindicatos por oficiales de las Fuerzas Armadas y la persecución de la identidad del peronismo implementadas por la dictadura militar. El mecanismo se hacía visible por medio del decreto 1461 que establecía años de cárcel por el solo hecho de tener una imagen o la mención de Juan Domingo Perón o Evita o cualquier símbolo relacionado con el peronismo.
Ese ataque presuponía que la identidad del peronismo desaparecería por la combinación de represión y la ausencia de lo que definían como mecanismos populistas y clientelares que el Estado había desarrollado en el período anterior. Dado que en el arco golpista antiperonista el imaginario construido partía de la pasividad de los trabajadores, suponían que eliminado Perón y sus supuestas dadivas de la conducción del aparato estatal, automáticamente desaparecería el peronismo como fuerza rectora arraigada en los trabajadores.
Sin embargo el efecto logrado fue exactamente opuesto al buscado. Enfrentadas a esa situación las clases populares darían lugar a la gestación de una cultura popular de resistencia.
El ataque que sufrieron los trabajadores en todos los planos de su vida cotidiana incluyendo sus supuestos culturales; el intento del capital de modificar las condiciones de trabajo en las plantas fabriles; el retorno a una situación de exclusión de la ciudadanía, como la vivida durante la década infame; la proscripción del movimiento peronista y el exilio forzado de Perón; las vivencias diarias de humillación, persecución y estigmatización fueron todos factores que configuraron un cruce de experiencias que llevó a la mayoría de la clase obrera a constituir una identidad cultural de resistencia. Los valores que la articulaban se basaban en la legitimación de la acción directa y la resistencia violenta a la opresión, expresada en la aparición de los clandestinos comandos de la resistencia y la multiplicación de atentados y sabotajes por medio de los legendarios caños; en el desarrollo de relaciones interpersonales asentadas en el compañerismo y el culto a la valentía; en el rechazo a las élites burocráticas, incluyendo los políticos y sindicalistas peronistas que habían defeccionado en 1955; en el aprecio por las acciones espontáneas; en lenguajes, símbolos, fechas conmemorativas comunes, formas de vestir y relacionarse que soldaban esa cultura y se transformarían en un componente épico y mítico de la identidad del conjunto del peronismo como movimiento político.
Como lo señala el historiador Ernesto Salas, los canales de sociabilidad popular que constituían esa cultura de resistencia abarcaban
“…una red de estructuras informales de organización y comunicación formada por los comandos de la resistencia, las comisiones internas de fábrica y las organizaciones juveniles políticas. Estas organizaciones informales ocupaban espacios seguros: los barrios, los clubes, las fábricas, las casas, las cárceles, los estadios de futbol, etc.”.
Es en los espacios de la vida cotidiana de las clases populares donde se asentaba esa identidad y de allí su fortaleza para resistir las ofensivas del bloque dominante durante 18 años. Esa subjetividad nunca pudo ser canalizada por ninguna de las estructuras que el peronismo constituyó en esa etapa, como el degradado Partido Justicialista. Tampoco por medio de aquellas que pretendían representar el carácter movimientista del peronismo -62 organizaciones, rama femenina, etc- o las distintas variantes neoperonistas, sobre todo provinciales, que pretendían aprovechar la proscripción del peronismo. Por el contrario, un rasgo de esa identidad era su fuerte desconfianza hacia la dirigencia que encabezaba esos espacios organizativos.
Esta cultura resistente no sería inicialmente atributo exclusivo de ninguna corriente en particular del peronismo, dado que en esa etapa aún no se había diferenciado lo que, con precisión, podríamos definir como un espacio de izquierda al interior del movimiento. Cuando el contexto se modificase, esa herencia sería particularmente reivindicada por quienes sostendrían lecturas más radicales sobre los cambios que necesitaba el país y el rol que entendían, debía jugar el peronismo en ese proceso.
La constitución de la izquierda peronista
En el desarrollo de ese proceso de exclusión de los trabajadores y las mayorías populares se fue consolidando una suerte de campo político común, específico, con un perfil propio y diferenciado tanto al interior del movimiento político liderado por Perón como frente a las diversas tradiciones y corrientes de izquierda. Podríamos denominar ese campo ideológico como Izquierda Peronista (en adelante IP) o Peronismo Revolucionario (PR). Las diferentes fases y vertientes de la constitución de ese espacio exceden por lejos el espacio de estas Notas pero sí nos interesa destacar determinados aspectos.
La IP se constituyó en diálogo e interacción con esa cultura resistente y en cierto sentido se la puede considerar uno de sus retoños, pero esa relación estuvo cruzada por tensiones y contradicciones. De hecho, un elemento constitutivo de la IP fue su convicción de que la heroica lucha de la primera resistencia había sufrido una serie de derrotas, sobre todo durante el gobierno de Arturo Frondizi, fruto de sus deficiencias internas y no sólo por la eficacia de la represión. Para muchos grupos el carácter en gran parte espontáneo de las luchas del período eran un elemento sustancial de debilidad que conducía a la derrota. Era necesario pasar a formas organizativas más centralizadas y disciplinadas que desarrollaran estrategias de lucha más radicales. Esa definición suponía el impulso a la lucha armada bajo la forma de guerrillas. También la necesidad de crear espacios organizativos propios no atados a las estructuras oficiales del peronismo en el país que, por definición, eran o ineficaces o directamente cómplices del sistema de dominación vigente.
A medio camino entre la primera resistencia y la cristalización de la IP, en 1959 aparecía Uturuncos, la primera guerrilla del siglo XX. Creada por los militantes de los comandos de la resistencia urbanos su zona de expansión sería Tucumán y Santiago del Estero: En ese escenario sus miembros operarían durante casi un año antes de ser desarticulados por la represión.
El ejemplo de la revolución cubana sería decisivo para el crecimiento de las futuras organizaciones político militares, pero el impulso inicial a la lucha armada provino de un balance de las limitaciones de la resistencia peronista y la necesidad de encontrar nuevas formas de lucha que permitieran pasar a la ofensiva. Es importante recordar esto porque desmiente las visiones extendidas que asocian la radicalización de toda una generación exclusivamente al influjo de la revolución caribeña.
Una figura central de ese tránsito hacia la conformación de un espacio con definiciones programáticas y estratégicas propias es la de John William Cooke. El ex delegado de Perón –justamente desplazado del cargo por el General por la radicalidad de su acción y pensamiento- arribaba a diversas conclusiones tras los años en que intentó llevar adelante una línea insurreccional. Las diferencias de proyectos en el peronismo se tornaban insalvables porque expresaban mucho más que trayectorias sinuosas y traiciones de ciertos personajes. Por el contrario, la existencia de esos conflictos tenía su base en diferencias de clase, lo que obligaba a delimitar proyectos antagónicos. Para Cooke el peronismo debía transformarse en un partido revolucionario con hegemonía de los trabajadores, expresando en acto toda la potencialidad revolucionaria de la clase obrera peronista. La excepcional metáfora utilizada por Cooke del “gigante invertebrado y miope” para describir los límites del peronismo sólo se podía modificar si se juntaba base revolucionaria con dirección y teoría revolucionaria. Una vez más, sin negar el carácter determinante del impacto de la revolución cubana, debemos decir que esas concepciones no son un producto unilateral de su encuentro con la revolución, Fidel y el Che sino una constatación o reafirmación. El sentido previo de sus reflexiones, fruto de un balance de su experiencia de lucha, encontraba un proceso histórico que las ratificaba.
Decir que el conjunto de la IP llegaría a las mismas conclusiones que Cooke sería a todas luces erróneo. Las referencias ideológicas que permitieron la articulación de la IP fueron siempre laxas y flexibles, sujetas a reacomodamiento permanentes y surcadas por diversas tensiones de distinto tipo. En ese sentido, nos parece necesario diferenciar nuestra visión de aquellos trabajos que suponen una supuesta homogeneidad de la izquierda peronista a partir de la identidad común y el objetivo explícito compartido, de transformar la sociedad de manera revolucionaria. Por el contrario, la IP jamás fue homogénea ideológicamente y, a su interior, surgieron todo tipo de agudas polémicas. Una de las limitaciones principales para el desarrollo de esta corriente devenía paradójicamente de considerar a Perón como la conducción estratégica. El líder en el exilio manejaba una concepción pendular de su liderazgo que implicaba apoyarse paulatinamente en corrientes y figuras conciliadoras o combativas, según le conviniera. Si aparecía un desafío a su conducción, como el que encarnó la burocracia sindical vandorista, Perón se apoyaba en estructuras radicalizadas como el Movimiento Revolucionario Peronista (MRP) en 1964 o la CGT de los Argentinos conducida por Raimundo Ongaro en 1968. Si consideraba que era necesaria una conducción más negociadora con los factores de poder, renegociaba con la burocracia sindical y política del peronismo y automáticamente desautorizaba públicamente esos espacios conducidos por la IP, reduciéndolos significativamente en su poder. Esa estrategia pendular, que le permitía seguir conduciendo el peronismo desde el exilio, era mortal para la IP. Si se autoorganizaba como espacio y disputaba la dirección del movimiento su estrategia y legitimidad remitía en última instancia a las directivas del líder. Si su estrategia política chocaba con lo que Perón consideraba necesario en cada momento toda su acumulación quedaba cuestionada. A su vez, su pertenencia como ala díscola del movimiento le aseguraba un grado de inserción entre los trabajadores y el pueblo que le permitía, en determinadas coyunturas, un veloz desarrollo. Las implicancias de esa contradicción son múltiples y, como podemos entrever, determinantes en coyunturas futuras. La resolución de esa contradicción no fue igual en el conjunto de la izquierda peronista.
Alternativistas y Movimientistas
Ya hemos indicado que los planteos de Cooke venían tomando claramente en cuenta las diferencias políticas que se desarrollaban con Perón. Sus posiciones son el germen de las corrientes del peronismo alternativo -una de las vertientes del peronismo revolucionario- que consideraban que la conducción estratégica de un proyecto revolucionario no podía estar en manos de Perón. Eso incluía la necesidad de organizarse por fuera de las estructuras oficiales del movimiento peronista.
La práctica de este sector de la IP estuvo signada por un decidido discurso clasista que puso como centro de su accionar a la experiencia de la clase obrera y la necesidad de lograr la autonomía política y organizativa de ésta, priorizando la contradicción antagónica de los trabajadores con las diversas fracciones de la burguesía
Esas concepciones se pueden encontrar, en mayor o menor grado, años más tarde en determinados sectores de las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP), el Peronismo de Base (PB) o en los espacios que fundaría el emblemático joven militante de la resistencia Gustavo Rearte, en particular la Juventud Revolucionaria Peronista (JRP) o el Movimiento Revolucionario 17 de Octubre (MR-17).
En tensión con los enfoques anteriores, dentro de la IP se constituyó otra vertiente que asumió características hegemónicas a principios de los 70’. En esa visión el peronismo en su conjunto era considerado un movimiento de liberación nacional bajo la conducción estratégica del general Perón. El movimiento nacional debía ser expurgado de los dirigentes traidores que impedían la conjunción de un pueblo revolucionario con su líder. En su análisis, sin negar la contradicción de clase, se priorizaba la contradicción liberación o dependencia, por lo que lo determinante era la unidad del peronismo –liderado por sus corrientes más combativas- como movimiento antiimperialista. La expresión de mayor desarrollo de ese polo de la IP la constituyó Montoneros. La organización político militar era la vanguardia que debía llevar adelante las formas más elevadas de lucha para lograr el regreso de Perón y el retorno del peronismo al gobierno. En la recreación de la historia de lucha iniciada en 1955 Montoneros se veía a sí mismo como la continuidad natural de la resistencia peronista. En esa reconstrucción la larga lista de contradicciones y tensiones que habían atravesado diferentes espacios de la IP, en particular con el propio Perón, desaparecían del análisis o disminuían su importancia. Se trataba de un enfoque fuertemente acrítico de la historia del movimiento. Una de las razones de ese enfoque se debía a que los sectores que hegemonizarían una organización tan diversa como Montoneros provenían mayoritariamente de una generación posterior a la de la primera resistencia. Muchos de ellos eran hijos de familias virulentamente antiperonistas y se habían radicalizado por medio de las corrientes tercermundistas que se desplegaron al interior de la Iglesia argentina en el contexto del Concilio Vaticano II. Esas corrientes, llenas de rechazo al apoyo de la Iglesia al golpe de 1955, en su mayoría tendían a idealizar a los gobiernos peronistas y al propio Perón.
En la coyuntura iniciada tras la insurrección popular del Cordobazo de 1969 contra la dictadura de Onganía, se iniciaba una crisis orgánica que ponía por primera vez en jaque al sistema de dominación de la Argentina. La crisis de hegemonía abierta tras 1955 empezaba a recorrer un camino donde, al menos embrionariamente, se esbozaban proyectos propios de las clases subalternas ajenas a las diferentes fracciones de la burguesía. Se trataba de una crisis de dominación que se expresaba en todos los planos de la realidad sea económico, político, cultural y desbordaba al propio Estado, incapaz de garantizar un orden político estable. Ese ciclo de protestas abarcaba un amplísimo espectro de actores sociales que incluía al conjunto de la IP, pero también a una enorme gama de corrientes de izquierda, críticas del peronismo y de las viejas tradiciones reformistas de la izquierda argentina, que encontraban espacio social para su crecimiento. Incluía dirigentes obreros clasistas, organizaciones armadas procedentes de diferentes tradiciones, curas tercermundistas, coordinadoras estudiantiles radicalizadas y militantes campesinos combativos que darían lugar a las Ligas Agrarias.
En lo que respecta a la IP, las FAP fueron inicialmente la organización armada peronista de mayor envergadura y prestigio e incluso protegieron a los militantes montoneros ante las primeras caídas provocadas por el ajusticiamiento de Aramburu y la toma de la localidad de La Calera. Sin embargo, cuando el régimen buscó dar una salida electoral que intentó controlar bajo la dirección del Gran Acuerdo Nacional (GAN) ideado por Lanusse, muchas organizaciones –entre ellas las FAP- verían esa posibilidad como una trampa de la que había que apartarse. Por el contrario, Montoneros ve en determinado momento que las elecciones eran una opción política posible y se lanza a una multiplicación de las organizaciones de base estructurando la campaña electoral de 1973 bajo la consigna del “luche y vuelve”. Es la etapa donde una pequeña organización se transforma vertiginosamente en una herramienta política masiva que alberga a decenas de miles de jóvenes y pone en el centro del escenario político la idea del socialismo nacional.
Tras 18 años de proscripción, con una clase obrera mayoritariamente peronista y con altos grados de combatividad, en un contexto de simpatías de franjas considerables de la población hacia las organizaciones armadas, con un líder exiliado que parecía apoyar sus acciones y empezaba a hablar de socialismo, dueños de una capacidad de movilización multitudinaria, la conducción y la amplia militancia de Montoneros cree que ha llegado la hora de las transformaciones estructurales bajo la conducción de Perón. No sería lo que sucedería. Paradojas de la historia, los sectores de la IP que tenían una lectura más profunda de las contradicciones del peronismo y del propio Perón equivocan su política en la coyuntura y su capacidad política queda reducida momentáneamente a expresiones marginales. Quienes aciertan en la coyuntura y crecen masivamente lo hacen bajo lecturas estratégicas que los conducen a un fuerte desengaño. El problema de la continuidad o discontinuidad de las experiencias históricas, en este caso la fisura entre la primera resistencia peronista y las experiencias iníciales de la IP frente al grueso de la generación setentista, constituye una parte de la explicación de una tragedia histórica.
Conclusiones provisorias
A esta altura de nuestro recorrido es bueno ir elaborando una serie de conclusiones que revisaremos y ampliaremos en las Notas posteriores:
Uno: Las identidades populares y en especial la que aquí denominamos identidad cultural de resistencia no pueden ser construidas desde fuera de esa experiencia. Son fruto de la dinámica de lucha de clases. Las organizaciones revolucionarias pueden alimentar, potenciar y ayudar a radicalizar sus componentes más disruptivos, aquellos a los que Gramsci denominaba los núcleos de buen sentido presentes en las clases populares. No pueden suplirlos o inventarlos por sí mismas a riesgo de constituirse en una traba, en un problema para las luchas populares y no en una herramienta de aporte. Los espacios de sociabilidad de los trabajadores, que actuaron como los canales por donde circulo y se reconfiguro esa cultura de resistencia, fueron el centro del ataque de la dictadura militar de 1976 y de lo que vino posteriormente, una democracia parlamentaria que no cuestionaba ninguno de los pilares fundamentales en los que se asentaba la dominación. Un proyecto emancipatorio actual debe insertarse, dialogar, cruzarse, “mestizarse”, sin diluirse ni festejar lo existente, con los espacios de sociabilidad de los trabajadores y las clases populares actuales. Estos no son iguales, como veremos, a los que se conformaron en la etapa 1955-1973. Sin repensar esto no hay estrategia de Poder Popular que pueda trascender de la inserción local y transformarse en proyecto orgánico.
Dos: la IP es una de las tradiciones revolucionarias de la Argentina que no puede ser negada si se piensa en una síntesis de las corrientes emancipatorias de nuestro país y en el rescate y continuidad de las tradiciones de lucha de nuestro pueblo. Eso no significa concebirla en oposición a otras tradiciones ni evitar analizar críticamente su trayectoria. Mucho menos avalar un intento de recreación de un espacio que omita un balance del ciclo Kirchnerista, donde la mayoría de los grupos y figuras que reivindican ser herederos de esta corriente se asimilaron –con honrosas pero escasas excepciones- al proyecto de reconstitución de la gobernabilidad sistémica. Creemos que el rescate de la IP para las nuevas generaciones pasa por poner de relieve que surgió en un contexto de alza de las luchas populares y en dialogo fértil con esa cultura resistente que describimos más arriba; que se constituyó en base a un proyecto de sociedad socialista –con todas las ambigüedades que podamos remarcar- y no de construcción de un capitalismo “bueno” o “social”; qué señale que la mayoría de sus vertientes se armaron por fuera de las estructuras oficiales del Movimiento Peronista, por no hablar del Partido Justicialista, e incluso en muchos casos explícitamente en contra de esos espacios institucionales. Pretender apropiarse de esa historia para justificar y dar legitimidad a las estrategias de asimilación al capitalismo y para llevar a la militancia a la lucha por el “poder” dentro del PJ es la negación de los procesos más genuinos que dieron lugar a la IP y una falacia histórica. Los discursos que justifican los comportamientos actuales de adaptación a lo instituido por el contexto histórico diferente destilan posibilismo por todos sus poros y omiten que justamente las características de esos cambios estructurales hacen imposible el retorno a una era de capitalismo keynesiano más redistributivo. El devenir actual del ciclo de gobiernos “progresistas” pone hoy más en evidencia que nunca ese problema.
Tres: el problema de la continuidad histórica de las experiencias de lucha populares es determinante, cómo se puede observar en el corte entre la primera resistencia peronista y las organizaciones político militares peronistas dominantes en los 70’. Walter Benjamin señalo que por definición lo que aparece como continuidad histórica es una construcción que festeja y reproduce la continuidad de los que dominan. La historia aparece como una sucesión de victorias de los poderosos. Las luchas de los vencidos, de los dominados aparecen como irrupciones discontinuas, esporádicas. Pero para Benjamin cada nuevo combate de los oprimidos pone en cuestión no sólo la dominación presente sino también las victorias de los dominadores en el pasado. Ponen en cuestión la legitimidad del poder de quienes dominan en el presente y de quienes han dominado en el pasado.
Desde nuestro presente una tarea, un aporte estratégico de las herramientas revolucionarias es actuar como vaso comunicante, como hilo conductor que ayude a articular esas resistencias, a ponerlas en relación, a que formen parte central de las identidades populares. A tratar de suturar los cortes históricos desde abajo y ayudar a evitar el enorme problema de que las generaciones que ingresan al conflicto no tengan en cuenta los balances y las conclusiones de las generaciones de luchadores precedentes.
En las próximas Notas volveremos sobre estas cuestiones y sobre el momento de inflexión del tercer gobierno peronista(1973-76). (Continuará)
Bibliografía
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