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Apuntes sobre socialismo desde abajo y poder popular

Cómo desaparecer a un desaparecido

Una vez más – y dentro de una lógica a la que estamos tristemente acostumbrados quienes participamos al interior del campo popular argentino-  nos encontramos en presencia de una auténtica invariante de nuestra historia: la difamación sobre los sectores populares, por parte del Estado, más allá de cuál sea la fuerza política que lo comande.

Dicha estrategia se manifiesta de diversas formas. Las mismas abarcan desde la lisa y llana mentira, pasando por la exageración -léase impostación de hechos menores presentados como trascendentes- para abrir paso a la estigmatización y persecución de los sectores en lucha.

El problema radica en que tales mecanismos gozan de un público siempre receptivo a tal tipo de interpelación. Y la variedad de recursos utilizados resulta ser tan pobre como indemostrable, más no por ello menos efectivos.

La reciente acusación a Resistencia Ancestral Mapuche (RAM) como grupo terrorista puede enmarcarse dentro de una extensa saga histórica, que se remonta al siglo XIX –con las iniciales persecusiones  a los “vagos y malentretenidos”- y que reaparece toda vez que el Estado siente algún interés estratégico amenazado, o ni siquiera…

En ciertos momentos -como en este caso que nos convoca a la escritura-, dicha metodología puede servir como chivo expiatorio para intentar ocluir un hecho oprobioso, como resulta ser la desaparición forzada de Santiago Maldonado, en el marco de una represión de la Gendarmería sobre el pueblo Mapuche, en lucha por sus tierras ancestrales.

Desinstalar el tema, o sea intentar sacarlo de la agenda,  aparece como la amarga receta en cuestión. Sembrar dudas sobre el paradero de la víctima se retroalimenta con versiones de personas que supuestamente lo han visto, en un claro intento de desviar el foco de atención del hecho macabro de una nueva desaparición que toma estado público[1].  Y esto ocurre en el país de la dictadura de la desaparición de personas, aquella que se permitió inclusive robar la descendencia de quienes martirizaba.

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A sabiendas de que el hecho en sí no permite inscripción racional instantánea, el sembrado de noticias –tan múltiples como falaces- y la estigmatización del grupo al que Santiago estaba apoyando permiten “ganar tiempo”, más aún en una semana previa a una elección, que si bien primaria y legislativa resulta importante para el gobierno actual.

Creemos tener certeza respecto de la existencia de consensos simbólicos que permiten establecer sentidos comunes que se difunden cotidianamente por canales cada vez más interconectados y porosos.

Existen tantas y tan variadas máquinas reproductoras de sentido que realizar su enumeración y –más aún-intentar un análisis sesudo de sus producciones discursivas se vuelve una tarea que excede con creces los límites de estas líneas.

Aprendimos con M. Foucault[2] que el poder secular se in-corpora mediante la sacralización de las instituciones, tecnología de poder estatal mediante el cual intentaba paliarse la pérdida de la legitimidad divina de la soberanía monárquica, reemplazándola por la omnipotencia terrenal del “temido Leviatan”.

Si existe una tendencia generalizada hacia la certidumbre (“quiero y necesito creer en algo…”), podemos afirmar el estar en presencia de un presente surcado por múltiples –y honestamente poco sofisticadas- estrategias de verosimilitud.

Los medios de comunicación masivos –si bien algo mermada su influencia por la proliferación de información alternativa en formato sobre todo digital- perviven actuando como usinas generadoras de miedo social, dictando los modos y las formas de una actitud individual defensiva que nos atrevemos en llamar “subjetividad asustada”.

Actuando como mecanismos re-productores de una lógica de acumulación simbólica signada por la estigmatización, el desprecio o la lisa y llana agresión, traman vínculos que se materializan en los cuerpos bajo el formato del terror. Se teme…

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Y ese temor constituye relaciones sociales individualistas, azotadas por la crueldad en los pensamientos y, sobre todo, en la mirada sobre los hechos; que a esta altura bien sabemos juega un rol constitutivo sobre los mismos.

Al interior de esa lógica, poco importan las distinciones (y mucho menos las sutilezas) propias del pensamiento. El conflicto social es presentado en formato calamitoso (caos de tránsito… ante una manifestación) y las soluciones aparecen como mágicas alquimias dictadas por formatos pre-establecidos de crueldad (mano dura, represión) o directamente por lógicas genocidas (“hay que matarlos a todos…”), tan internalizadas por nuestra malherida sociedad.

La mejor manera de presentar soluciones sencillas, al alcance de todos (“como para que lo entienda mi tía que está mirando…”), y sobre todo inmediatas es simplificar conflictos sociales multi-causales y complejos, reduciéndolos a un grupo social, casi siempre marginal, violento y escasamente representativo.

La contra-argumentación a tales dispositivos nos demanda una fina tarea pedagógica, que si bien presenta un cierto dejo iluminista, se nos instala como urgente ante la crueldad manifiesta de los tiempos que corren, para intentar desmenuzar la usina de mentiras y operaciones mediáticas en que se han transformado los medios de tiraje masivos.

Y para muestra bastan algunos botones…

https://www.clarin.com/sociedad/joven-dice-video-descartan-maldonado_0_HyGVrHjwZ.html

https://www.clarin.com/sociedad/barrio-gualeguaychu-parecen-santiago_0_BkwDlOcDb.html

https://www.clarin.com/politica/das-neves-atacantes-delincuentes-mapuches_0_HJmxQXPvZ.html

https://www.clarin.com/politica/gobierno-caso-santiago-maldonado-confiamos-nadie-todas-hipotesis-posibles_0_SJbNeQPvW.html

https://www.clarin.com/sociedad/tratan-determinar-santiago-maldonado-aparece-video_0_HJZ27Ttvb.html

Sepamos armarnos de toda nuestra inteligencia y sensibilidad para desmontar tales operaciones. Vamos a necesitarlas más que nunca.

¡Aparición con vida de Santiago Maldonado ya!

[1] No podemos evitar las comparaciones entre las estrategias dilatorias de la gestión anterior ante las desapariciones de Julio López o Luciano Arruga, con algunas de las desplegadas en el presente ante la desaparición de Santiago Maldonado.

[2] Foucalt, M: Vigilar y castigar: nacimiento de la prisión, Siglo XXI Editores Argentina, 2002.

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