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Apuntes sobre socialismo desde abajo y poder popular

Nuestro Osvaldo: una ética de la impostura

Fiel a la dignidad a la que nos tiene alegremente acostumbrados y a pesar de sus 90 años, Nuestro Osvaldo (en adelante NO) insiste.

En esta oportunidad, y gracias al enorme trabajo de curación de Bruno Napoli -uno de sus discípulos más entrañables- estamos en presencia de La ChIsPa, periódico filo-anarquista que NO publicó entre fines de 1958 y principios de 1959 en la ciudad de Esquel, luego de haber sido expulsado del diario local en el que trabajaba.

La Patagonia es fría, hostil e instala en los cuerpos una tendencia al andar solitario. La introspección es un gesto que nos es inscripto por el entorno. Tierra malherida porlejanías insondables, de “indiadas indómitas”, de conquistadores genocidas, de terratenientes (nacionales o extranjeros poco importa) ladrones de tierras y explotadores, de peones rurales cosmopolitas y fusilados, de pozos petroleros y sus derivas, de cárceles siniestras, de fugados y fusilados insignes…

Tierra a la cual pocas veces llegó el reparo justiciero hasta que NO, el vindicador de las causas nobles, le puso cuerpo a la tarea.

En el país de las grietas-esas que en general se parecen a falsas antinomias que esconden mímesis políticas- NO sigue permitiéndose vigencia, a través de la re-edición de escritos que tienen 60 años de antigüedad pero que sin embargo -y lamentablemente- cuentan con asombrosa actualidad.

Compleja tarea denunciar las injusticias provengan de donde provengan. En un territorio tan afecto a los personalismos, son pocas las figuras que se hicieron un espacio autónomo desde el cual posicionarse para ejercer dicho fin.

NO forma parte de una saga que comienza a ser una especie en extinción. Alguna vez se acuñó el término de “intelectual denuncialista” para pensar figuras que trabajaran en los márgenes del sistema, sin caer en la tentación de las inevitables mieles del poder.

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Desde una escritura lo más sencilla –y a la vez rigurosa- posible, poblada de guiños cómplices al campo popular (no se pueden denunciar los padecimientos populares sino se piensa ni se siente como el pueblo), detallista en la exaltación de esas figuras entrañables, metódico en la denuncia, ¿ingenuo? en la pretensión de una auténtica libertad espiritual, NO entra en la categoría de quien fuera su amigo personal Rodolfo Walsh, como  auténticos exponentes de lo que podría denominarse “periodismo literario de investigación”, tanto por el ejercicio compulsivo del oficio como por el compromiso asumido sin claudicaciones.

El despojo material ascético bajo el que vive le agrega un plus adicional a su figura, en épocas en las cuales la ostentación personal (de riquezas o de meritocracias académicas) forma parte de una virtud difícilmente cuestionable.

Si nuestra pobre imaginería política nos sumerge una vez más en escenariostan dicotómicos como asfixiantes en cuanto a potencia creativa, la vitalidad de NO cobra nuevo vigor para seguir erigiéndose en paladínmoral de esas causas“perdidas en el tiempo”, esasque muy pocos se animan a seguir hasta el final.

¿Será acaso que el destino del justiciero sea ir quedándose paulatinamente sólo?

Se reclama una figura para el campo popular en nombre de las demostraciones realizadas, de las denuncias comprobadas, de las injusticias que siempre están allí, esperando que algún espíritu finamente sensible -a quien la ética le golpea la puerta y decide abrir- las acompañe.

Polemista por naturaleza propia e incómodo por definición, su figura es quizás la única que todavía no puede ser domeñada bajo ninguna de las confortables etiquetas con que el pensamiento clasifica y ordena sus modelos de virtud.

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Su legado será seguramente de lenta digestión para un campo intelectual que ha preferido refugiarse en la auto-celebración de sus pequeños logros, auscultados por círculos cada vez más estrechos.

Políticamente es prístino el carácter inasimilable de su pensamiento. Una ética signada por la denuncia permanente y por la ausencia de simpatíapara con los poderes de turno, sean estos  antipopulares o de los otros. En definitiva, bien se asume desde el anarquismo-siempre profesado por NO- que el enemigo es el Estado.

La radicalidad política se asume desde el cuerpo o no se asume. La escritura de NO siempre fue visceral, al hueso, sin eufemismos y, por sobre todo, valiente.

Las 4 veces que NO fue motivo de debate en el Congreso Nacional -con declaración de repudio incluida- son elocuentes respecto a la incomodidad de su figura para nuestro sistema “democrático, representativo, republicano y federal”.

Su legado es tan incierto como el desconcertante presente que nos toca vivir. Víctimas de nuevas epistemes consumidoras, su imagen bien puede aparecérsenos como Quijote de otras épocas, con lo cual quedaría rápidamente neutralizada para necrológicas tan piadosas como bien pensantes.

Sin embargo hay aspectos que siguen sin ser zurcidos. Pocos se animan a andar en sus zapatos, en tiempos en los que las denuncias suelen ser operetas mediáticas o un doble click bien puesto ante la soledad de una pantalla.

Por lejanía o por comodidad, la pregunta queda flotando en el ambiente: ¿Alguien re-escribirá su obra? ¿Quién asumirá su legado? ¿Acaso queda algún resquicio desde el cual ejercer dicha postura?

 

Edgardo Alvarez

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