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Cuando Donald Trump asumió la presidencia el 20 de enero pasado, dijo unsofisma a tono con su perfil caricaturesco: “Esta carnicería en Estados Unidosdebe detenerse aquí y ahora”. Aludía a la delincuencia, las pandillas y las drogas.Los responsables que eligió como blanco para su cruzada contra la violencia.Stephen Paddock no estaba entre ellos. Mal podía dar con el perfil de su discursoinaugural. Hombre blanco, millonario y jubilado. También un desarrolladorinmobiliario como el magnate que ocupa la Casa Blanca. Podría aplicársele hastala definición de lobo solitario. Impredecible. Al acecho. Con su arsenal bienprovisto, habida cuenta del dinero que disponía para comprar las armas mássofisticadas.Paddock, el asesino múltiple de Las Vegas, disparó con uno, dos o más fusilesautomáticos modificados. Igual que él, Chuck Connors abría la serie El hombre delrifle –que se estrenó en 1958– tirando con una carabina Winchester reformada.Las ráfagas que se escucharon en la capital mundial del juego sonaron parecido alas del cowboy en la TV. Abría el programa en blanco y negro con una descarga desu carabina a repetición y música de western, pero apuntando al aire.El hombre de 64 años que mató a mansalva y después se suicidó tenía edadsuficiente para haber visto alguno de los 169 capítulos del ciclo televisivo. Trumptambién. Y sabía al tomar posesión del cargo de presidente de EE.UU., queprometía algo que resultaría imposible de cumplir. Incluso si se trataba de narcos,maras y delincuentes diversos. El jubilado de Mesquite, Nevada, no daba con esephysique du rol para integrar el eje del mal fronteras adentro. O muros mediante, sitomamos en cuenta que el presidente avanza en el blindaje con bloques deconcreto sobre la frontera con México.A diferencia de El hombre del rifle –Connors era un ferviente republicano queapoyó a Richard Nixon–, Paddock no tenía filiación política conocida. Lo declaró suhermano Eric. No estaba siquiera registrado como votante. “Era apenas un tiponormal”, lo definió el único pariente que habló hasta ahora. En esa “normalidad”naturalizada se vislumbra la matriz de violencia que carcome desde su historia a lacultura estadounidense. En el estado de Nevada donde sucedió el asesinatomúltiple, está permitido llevar armas a la vista. La imagen remite sin escalas al FarWest. A la conquista del lejano oeste.Paddock superó cualquier antecedente criminal en el país donde comprar un armaes tan simple como sacar una tarjeta de crédito. Empalideció a quienesperpetraron masacres en la escuela secundaria de Columbine (1999), en el colegioprimario Sandy Hook en Newtown, Connecticut en (2009) y en el cine Aurora enColorado (2012). El cineasta Michael Moore dio cuenta del primer ataque en unacélebre película. En esos y otros atentados murieron niños, adolescentes,espectadores que asistían al estreno de la película Batman y hasta militares queesperaban ser vacunados para ir a la guerra en Afganistán. Lo mismo daba parasus asesinos.Las estadísticas indican que mueren por disparos unas 33 mil personas al año enEstados Unidos. En lo que va de 2017 hubo 46.743 hechos de armas, 11.699muertes, 23.741 heridos (cuyo número decantará en más víctimas mortales) y 546niños de hasta once años asesinados. Esas cifras tienen vigencia hasta elmomento de escribir esta nota. Los datos son extraídos de la página www.gunviolencearchive.org. Solo en la tercera ciudad del país, Chicago,en agosto del año pasado fallecieron 90 personas. Casi un 20 por ciento de los472 heridos en tiroteos durante ese mes.Trump suele agitar la idea de que el principal enemigo está fuera de los límites deEstados Unidos. Lo dijo cientos de veces. Antes y durante su presidencia. En juniode 2016 se refirió al segundo asesinato masivo en la historia de EEUU sin contar alos atentados contra las Torres Gemelas. Declaró que el ataque al bar Pulse deOrlando, Florida –donde murieron 49 personas– había sido cometido por un tirador“cuyo nombre no usaré, ni diré jamás, nació afgano de padres afganos queinmigraron a Estados Unidos”. Se refería a Omar Mateen, quien como Paddocktenía pasaporte norteamericano. Las pesquisas posteriores desmintieron almagnate. El hombre al que presumía afgano había nacido en Nueva York en 1986.La misma ciudad del presidente.Después de lo que ocurrió en Orlando, subieron las acciones de dos de losprincipales fabricantes de armas, Smith & Wesson y Sturm Ruger. No llama laatención ese dato del año pasado. Es la consecuencia de otros que lo precedieron.De un consumo desenfrenado de armas y miles de productos que en cada viernesnegro –así se los llama– permiten que el ciudadano promedio arrase con ofertasen shoppings y supermercados. Ese día es uno de los que el FBI más trabaja en elaño. Procesa miles de controles de antecedentes de los consumidores de armas.Se venden de a cientos de a miles. Y ya se sabe a dónde pueden ir a parar.Aunque Trump diga que las usan grupos yihadistas o de pandilleros.
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