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El XIX Congreso del PC Chino. ¿Modernización con una burocracia premoderna?

Por Pierre Rousset

Actualmente está celebrándose el XIX Congreso del Partido Comunista Chino (PCC). Para evaluar sus resultados habrá que esperar a que se constituyan los diversos órganos de dirección. Mientras esto ocurre, Pierre Rousset ha entrevistado a Au Loong Yu, residente en Hong Kong, autor de numerosos estudios en China y editor de la página web del Borderless Movement (Movimiento sin fronteras).

 

¿Cuál es el significado del XIX Congreso del PCC?

Además de consolidar todavía más el poder de Xi Jinping, otro aspecto importante del Congreso es que representa una regresión total a la política aristocrática. En el informe de Xi hay un pasaje sobre el ejército que dice que “para reforzar la construcción del partido en el seno del ejército hemos de promover la educación sobre el tema del ‘traspaso de los genes rojos, asumiendo la responsabilidad de reforzar al ejército’”. Los “genes rojos” se refieren al legado del partido; fue el partido quien fundó el Ejército de Liberación Popular (ELP), no al revés, y este legado debe reafirmarse una y otra vez. Aunque la elección de la expresión “genes rojos” también responde a un cambio reciente todavía más notable. Hace menos de tres meses, el periódico de la escuela de formación del partido publicó un artículo que ensalzaba a Xi Jinping como el “núcleo duro del partido” y recordaba a los lectores que Xi es portador de “genes innatos” y de un “linaje rojo” por ser el hijo de un viejo cuadro del partido, Xi Zhongxun.

Desde el periodo de Mao hasta la década de 1980, el PCC evitó siempre dar la impresión al público de que los hijos de los padres fundadores de la República Popular China (RPC) aprovechaban su parentesco para obtener privilegios, aunque lo hacían. La mayoría de la gente sabe que estos hijos gozan de privilegios infinitos, pero esto rara vez se comenta en público. Incluso en este caso, el término empleado es una palabra neutra, gaoganzidi, o “hijos de cuadros dirigentes”, que no sugiere conexión alguna con el “linaje rojo” y por tanto es un término muy amplio. Poco después del movimiento democrático de 1989, seguido del colapso de la URSS, ciertos altos dirigentes pensaron que si el PCC quería evitar correr la misma suerte que sus homólogos rusos, una manera de hacerlo consistía en traspasar el poder a sus hijos.

Al mismo tiempo, algunos de los hijos de antiguos cuadros comenzaron a intercambiar documentos entre ellos en que llamaban al partido a apropiarse directamente de bienes del Estado. Todas estas campañas se llevaron a cabo en secreto. Fue entonces también cuando personas ajenas, principalmente aquellas que habían huido a Occidente tras la represión de 1989, comenzaron a dar un nombre distinto a estos “hijos de cuadros dirigentes”: taizidang, o “principitos”, que encierra un sentido despectivo y por eso no aparece nunca en los medios de comunicación chinos. Cuando la cuestión empezó a comentarse en los medios, no fueron los términos gaoganzidi ni taizidang los empleados, sino hongerdai, o “segunda generación roja”.

Este término es radicalmente diferente de gaoganzidi en la medida en que apunta explícitamente al linaje rojo y por tanto tiene un significado mucho más específico que gaoganzidi. Prácticamente excluye a todos los cuadros cuyos progenitores no fueron viejos cuadros. Este término empezó a aparecer en los medios chinos durante el mandato de Hu Jintao, pero probablemente fue Bo Xilai –ex jefe de Chongqing e hijo de otro viejo cuadro–, quien fue depuesto por Hu Jintao en 2012 y quien dio mayor visibilidad a la cuestión de la segunda generación roja en virtud de su popularidad y su promoción del canto de “canciones rojas”. El reconocimiento público de la existencia y del poder de la segunda generación roja en los medios continúa incluso después de la caída en desgracia de Bo en 2012, y la expresión ha sido retomada por los incondicionales de Xi, aunque a veces se expresa con términos diferentes, como el “linaje rojo”.

El hecho de que el líder supremo del PCC tenga que recalcar ahora su “linaje rojo” se inscribe en la tendencia general dentro del partido de la segunda generación roja, que con todo el poder político y económico que ha acaparado en los últimos 30 años ahora reclama cada vez más una posición más segura. Este sector no es ni mucho menos homogéneo, sino que está atravesado por divergencias políticas que van desde los liberales hasta los nacionalistas más acérrimos o incluso fascistas, y la insistencia en el “linaje rojo” es un punto que une a todos los que están políticamente activos. Xi no es ninguna excepción y ahora hace uso plenamente del mismo para consolidar su posición como “núcleo duro” del partido. Esto supone asimismo cierta ruptura con el pasado, cuando el partido todavía hablaba de la “separación entre partido y Estado”, de que “es necesaria la reforma política”, de “mantener la dirección colectiva”, de la “democracia como valor universal”, de la “política exterior de perfil bajo” etc. etc. Ahora tenemos un líder supremo que proviene de la “segunda generación roja” y que también proclama en voz alta el ascenso de esta segunda generación roja al poder absoluto, mostrando abiertamente el desprecio por la democracia “de tipo occidental” y el “liderazgo ciolectivo”. Es una regresión total a la aristocracia. Se ha producido una ruptura en la tradición del PCC.

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Pero ¿no demuestra la caída de Bo Xilai que la segunda generación roja también está enfrascada en una feroz lucha intestina de unos contra otros?

Lo está. De hecho, hemos alcanzado ahora un punto interesante en esta regresión. En estos momentos está librándose una lucha política a dos niveles. En primer lugar, la segunda generación roja trata de arrebatarles más poder a los burócratas cuyos padres no han sido viejos cuadros dirigentes. En segundo lugar, dentro de la segunda generación roja, la mayoría quieren más poder, pero Xi desea el poder absoluto, y por eso hay tensión. Como demuestra la historia de la China imperial, el poder absoluto del emperador es contradictorio con el poder de la nobleza. La autocracia absoluta choca con la aristocracia. La solución final por parte del emperador fue la destrucción total de la nobleza como clase, y esta es la principal diferencia entre la trayectoria de China y la experiencia europea.

El motivo por el que Xi Jinping está tan hambriento de poder y que le ha llevado a derrotar las camarillas de Jiang Zemin y Hu Jintao al mismo tiempo y a hacerse de este modo con todo el poder, radica justamente en que él partió desde una posición mucho más débil que sus predecesores cuando comenzó su ascenso al poder. Por primera vez en la historia del PCC, los candidatos al cargo de líder supremo fueron escogidos por los pares de Xi y no por viejos dirigentes como Deng Xiaoping o Chen Yun, que gozaban de una autoridad indisputada (pese a que los ex líderes Jiang Zemin y Hu Jintao desempeñan algún papel en este terreno, no tienen tanta autoridad como Deng o Chen). No es extraño que Bo Xilai le retara, aunque no públicamente.

Por suerte para Xi, alguien hizo el trabajo por él. Meses antes de que accediera al poder se encontró en medio de una batalla a muerte entre Hu Jintao y Jiang Zemin. Esto resultó beneficioso para Xi, ya que pudo utilizar este enfrentamiento como palanca para promover su propio poder, metiendo finalmente en la cárcel a un miembro del Comité Permanente y a tres miembros del Politburó, todos ellos correligionarios de Jiang o Hu. Esto demuestra asimismo que Xi es un político hábil, teniendo en cuanta que partió desde una posición mucho más débil y sin la bendición de ningún viejo cuadro. Sin embargo, para mantenerse en el poder más allá de sus dos mandatos de cinco años, y si damos crédito a muchos rumores, tiene que mantener constantemente en jaque a la tendencia aristocrática y destruir a quienquiera que se atreva a retarle, ya que de lo contrario su autocracia se verá minada por los aristócratas. Hace poco, un periódico fidedigno de Hong Kong informó de lo estricto que es Xi: simplemente ningunea las solicitudes de promoción de sus viejos amigos de la segunda generación roja. Otra información vino a decir lo mismo: alguien de la segunda generación roja pidió permiso para crear una asociación especial entre los miembros de dicha generación, pero Xi lo denegó.

Claro que Xi no solo puede usar el palo, también necesita la zanahoria. Además de mantener en jaque a la segunda generación roja, necesita su apoyo para combatir a otras fuerzas en el seno de la burocracia. Por tanto, tiene que llegar a un acuerdo con la segunda generación roja y permitir a sus miembros compartir algún poder claramente definido. Si son ciertos los rumores sobre la campaña de Xi contra la corrupción, que apunta principalmente contra burócratas de extracción humilde y apenas afecta a miembros de la segunda generación roja, por ejemplo, este sería un buen ejemplo del acuerdo de hecho que existe entre ambas partes.

Hay otras fuerzas en el seno de la burocracia. ¿Cuántas facciones existen actualmente en el PCC y qué posiciones políticas representan?

Me pregunto si podemos emplear la palabra “facciones” con respecto a la lucha interna en el partido; prefiero el término de “camarillas”. Según el saber convencional, existe la camarilla de Shanghai y la de la juventud comunista, siendo Jiang Zemin y Hu Jintao sus líderes respectivos. No está claro que haya diferencias políticas sustanciales entre ellas. El éxito de Xi estriba en la destrucción parcial de algunos de los cuadros principales de ambas camarillas y en la consolidación, mientras tanto, de su propia camarilla. Sin embargo, un examen minucioso de las palabras y los actos de estos dirigentes máximos podría darnos algunas pistas para responder a la pregunta de si las luchas intestinas del partido encierran diferencias políticas. Hay gente en el partido, como por ejemplo el antiguo primer ministro, Wen Jiabao, que se muestran indignados con la tendencia del “linaje rojo” y que propugnan los “derechos humanos universales”.

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El ascenso del “linaje rojo” alarma inevitablemente a quienes provienen de orígenes humildes, haciendo todavía más visible la división entre los dos componentes diferenciados de la burocracia. Al margen del discurso sobre las camarillas en el PCC y la corriente política que representa cada una, existen dos clases de cuadros. Una clase está formada por los burócratas de “linaje rojo”, que han accedido al poder gracias a sus progenitores. La segunda clase proviene de familias más humildes y solo consiguen ascender por la escala si sacan buenos resultados en los exámenes, trabajan mucho y tienen suerte. No es casualidad que muchos miembros del segundo componente provengan también de la Liga de la Juventud Comunista, considerada por el partido como la escuela de preparación para el liderazgo. Hu Jintao accedió al poder por esta vía.

Con la creciente ambición de la segunda generación roja, los burócratas de origen humilde se sentirán amenazados. Xi utilizó a Hu para desbaratar el ataque de Bo Xilai, y una vez logrado esto pasó a ocuparse de los llamados tuanpai, o la camarilla de la Liga de la Juventud, acusando a esta de ser incompetente y castigándola con el recorte a la mitad de su presupuesto. Esto todavía no implica que haya diferencias políticas, pero sí indica que la división dentro de la burocracia se ensancha a raíz de su regresión a la autocracia y la aristocracia al mismo tiempo. Quizá no fuera casualidad que Wen Jiabao, quien había disentido públicamente, procediera también de un entorno humilde y ascendiera por la escala gracias a su propio trabajo duro. Gente como él tiene sin duda más que perder si prevalece el criterio del “linaje rojo” en la elección de los líderes supremos. Estas diferencias pueden hacerse todavía más visibles en el futuro si sobrevienen ciertas crisis políticas.

En realidad, esto no es nuevo. En la historia de China imperial, la tensión entre los burócratas procedentes de la nobleza y los descendientes de los gongchen (políticos meritorios; personas que habían prestado un gran servicio al empreador) o eran mandarines establecidos, y los que procedían de entornos más humildes siempre existió y en ocasiones determinaba en parte las luchas fraccionales, como por ejemplo durante la dinastía Tang. Este también es el problema de la burocracia cuando dispone del poder supremo: existe una tendencia innata de la burocracia a reconvertirse en aristocracia. Pero por eso mismo siempre provoca una respuesta reformista; una respuesta consistente en contrarrestar la primera tendencia con el mantenimiento de la meritocracia, con el fin de asegurar que la burocracia sea capaz de reproducirse mediante exámenes y un reclutamiento abierto a todo el mundo, incluidas las personas de origen humilde. Casi siempre, estas dos clases de burócratas son capaces de colaborar a pesar de todo el trabajo burocrático y el mal funcionamiento, pero cuando se produce una crisis social y política, la tensión entre ellas puede agudizarse y empezar a convertirse en diferencias políticas.

¿Cómo afecta este lado de la historia al futuro desarrollo del PCC cuando todo el poder esté concentrado en manos de Xi?

La moraleja de este aspecto de la historia de China es que por mucho que Xi consiga concentrar en sus manos todo el poder por tiempo indefinido, lo que supone romper efectivamente con la tradición de un mandato fijo de diez años, seguirá existiendo un problema irresoluble. Tras la regresión a la aristocracia y la degeneración general de la burocracia, etc., opera la tendencia general de la burocracia a apropiarse de una parte cada vez mayor de los excedentes producidos por la gente trabajadora. El saqueo del país por el PCC ha ido tan lejos que hoy en día el crecimiento continuo de China se basa en buena medida en el endeudamiento. Cuando llegue la última bala de paja para el camello, vendrá acompañada de un tiempo de crisis.

Si contemplamos la historia de la dinastía imperial, esta siempre ha estado en crisis mucho antes de cualquier rebelión desde abajo. Ya estaba muy debilitada a causa de sus propias fuerzas centrífugas, impulsadas por la corrupción generalizada, la indisciplina y el saqueo de los bienes públicos y de las riquezas de la gente. Hubo también los momentos en que los mandarines más sensibles tomaron conciencia de la necesidad colectiva, para los burócratas, de erradicar la corrupción y poner coto al saqueo de la riqueza social. Esto puso en marcha un círculo vicioso de reforma y contrarreforma y, paralelamente, agudizó las luchas intestinas en el seno de la burocracia.

En cierto sentido, actualmente estamos cerca de una situación similar en China. Los esfuerzos de Xi Jinping por erradicar la corrupción deben considerarse como una medida similar a la reforma en el pasado, pese a que tal vez sea válida la acusación de que la finalidad de esta campaña consiste principalmente en deshacerse de los oponentes. Puede que Xi se salga temporalmente con la suya con respecto a su campaña anticorrupción, pero a la larga está socavando su aparato estatal y esto genera una gran inseguridad entre los mandarines. El hecho de que la mayoría de los mandarines y algunos funcionarios estén tratando de transferir a sus familias y sus fortunas al extranjero no es más que una señal inequívoca del aumento de las fuerzas centrífugas en el PCC.

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No cabe duda de que Xi cuenta hoy con muchos más medios modernos para controlar a la burocracia y para moldearla a su gusto. Sin embargo, carece de una herramienta muy importante en comparación con los emperadores chinos de antaño: mientras que estos, que eran los jueces supremos en las querellas entre burócratas, no tenían por qué preocuparse de la legitimidad a la hora de traspasar el trono a sus herederos, Xi carece de legitimidad para erigirse en dictador vitalicio, por no decir ya para ponerse una corona en la cabeza. Si el gran presidente Mao tuvo que luchar (y aquello sí fue una lucha de titanes) para lograrlo, resulta difícil imaginar un escenario en que una figura menor como Xi pueda quedarse sentado y conseguir el mismo resultado.

Todas las demás camarillas, tanto de la segunda generación roja como de los burócratas regulares, tratarán de convertirse en emperadores sin corona. En otras palabras, la concentración del poder en manos de Xi por tiempo indefinido no dará pie sino a nuevas luchas intestinas dentro del partido en del futuro. Independientemente de si pierde o si gana, lo que es seguro es que no puede haber una paz duradera en el seno del partido, por mucho que la lucha cese durante un tiempo y se exhiba un liderazgo aparentemente armonioso durante el congreso, al que asisten todos los ex dirigentes supremos.

¿Qué pasa si Xi se contenta con el sistema anterior de un mandato de diez años como máximo para el líder supremo más el privilegio de recomendar a sus sucesores, y se retira en 2022?

Esto supone también que Xi tendría que obligarse a asumir un liderazgo colectivo. Desde luego, no podemos descartar la posibilidad de que Xi tome esta opción, pero en este caso el riesgo para él sería el de acabar como sus predecesores Jiang Zemin o Hu Jintao, cuya influencia se redujo cuando cesaron en el cargo, e incluso de ser objeto de represalias. Visto lo que ha hecho con otras camarillas, y que sus pares de la segunda generación roja plantearán continuamente la cuestión de “¿por qué él?”, tal vez la opción por atenerse a las viejas reglas no sea tan atractiva para Xi. Ninguna opción resuelve realmente el problema.

Hemos de recordar que, en marzo de 2016, cuando Xi ya estaba en lo más alto, determinados miembros del partido todavía tuvieron la posibilidad de que los medios publicaran una carta en que pedían la dimisión de Xi. Pese a que esta publicación fue destruida posteriormente, no se conoció ninguna represalia masiva.

En suma, creo que la principal contradicción del PCC es esta: mientras promueve la modernización del país, internamente sigue siendo una burocracia profundamente enraizada en una cultura política premoderna, hasta el punto de que en pleno siglo XXI es incapaz de crear un régimen sucesorio estable en la cúspide del poder que sea aceptable para todos (los grandes mandarines). En contraste con ello, el PC soviético lo logró más o menos tras la muerte de Stalin. Esta dificultad del PCC se debe a su cultura política medieval, formada cuando abandonó las ciudades y se convirtió en una fuerza guerrillera rural a finales de la década de 1920. Sin duda hubo un elemento estalinista muy fuerte superpuesto a la influencia de tipo medieval, pero este no sirvió precisamente para evitar el autoritarismo y el culto a la personalidad bajo Mao, sino que los reforzó. El PCC también copió ciertas prácticas modernas de sus homólogos occidentales, cosa que no hay que olvidar, pero en vez de sustituir las viejas prácticas, por lo visto estos elementos modernos se adaptaron perfectamente a las antiguas prácticas. Antaño hubo una corriente liberal moderada más amplia en el seno de PCC, pero el ascenso al poder de Xi supone precisamente la desaparición de la misma.

Al final llegamos a una situación en que si el PCC puede imponer un régimen “totalitario” a la población y la perspectiva de una revuelta desde abajo parece muy improbable, es posible que el sistema se resquebraje por algún otro lado. La incapacidad del PCC de resolver su crisis sucesoria es un factor de inestabilidad y tal vez resulte que su cultura política premoderna entre cada vez más en conflicto con una población que se urbaniza y moderniza rápidamente y alberga expectativas más ambiciosas que sus progenitores. Va a haber una larga lucha entre la vieja China y la nueva.

22/10/2017

fuente: http://www.europe-solidaire.org/spip.php?article42297

Traducción: viento sur

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