“Las universidades han sido hasta aquí el
refugio secular de los mediocres, la renta de los ignorantes, la
hospitalización segura de los inválidos y -lo que es peor aún- el lugar en
donde todas las formas de tiranizar y de insensibilizar hallaron la cátedra que
las dictara.”, Manifiesto Liminar, Córdoba, 1918.
¿Cuál es el estado de la Universidad Nacional de
La Plata a pocas semanas del aniversario de la ya mítica reforma cordobesa y en
el marco de un nuevo proceso de elección de autoridades? Cuáles son los dolores
que permanecen, la libertades que nos faltan, parafraseando el manifiesto
liminar.
La universidad no es hoy ese espacio sacrosanto
de la mítica democracia de los claustros, del autogobierno y el conocimiento.
Se caracteriza, por el contrario, por haberse convertido en expresión cabal de
la mediocridad, el autoritarismo, y el burocratismo que atraviesan la política
contemporánea. Por detrás de estas formas de la política pervertida, perviven y
se desarrollan prácticas que alimentan el capitalismo dependiente, el
cientificismo, y el sistema heteropatriarcal.
Por un lado, la política científica de la
universidad, si se puede llamar así a la adaptación acrítica a las demandas del
gran capital transnacionalizado, es un conjunto de acciones inconexas, sin
planificación ni financiamiento. Acomodándose a las exigencias del
cuantitativismo académico, el trabajo científico en la universidad carece en
general de relevancia y es incapaz de abordar los problemas del tiempo que nos
toca atravesar.
En segundo lugar, la experiencia docente en las
universidades argentinas es hoy una combinación de apostolado y ejercicio
mecánico. Quienes realmente desean hacer de la educación superior un espacio de
coproducción de saberes críticos enfrentan un sistema organizado para
garantizar la reproducción del status quo, el amiguismo como práctica de
designación docente (disfrazado -por supuesto- de concursos y selecciones) y
condiciones de trabajo que rayan la precariedad absoluta. Aulas no pensadas
para la tarea de aprendizaje, cursos masivos sin suficientes docentes a cargo,
bibliotecas con infraestructura insuficiente, edificio ‘nuevos’ construidos con
mala calidad en deterioro acelerado. Todo esto acompañado de crecientes niveles
de burocratización de la tarea docente, en un marco de salarios insuficientes.
De la vereda de enfrente, un cúmulo de docentes
que reproducen las prácticas de educación ‘bancaria’ (mecánica, de arriba hacia
abajo, no dialógica), sin incentivos ni condiciones para innovar, atados a las
estructuras vetustas de las ‘Cátedras’, cuyo verticalismo y jerarquía sólo
sirve para operar como instrumentos de control interno y desarrollo de
prácticas de violencia material y simbólica. En paralelo, la universidad
desarrolla de manera raquítica lo que no llega a ser una política de extensión.
La dispersión de esfuerzos se alía a la falta de recursos para transformar
estas prácticas bienintencionadas -en su mayoría- en un voluntarismo sin
profundidad ni capacidad de provocar cambios significativos en la comunidad que
alberga a nuestra universidad. La ausencia de una integración real, orgánica,
de la extensión en las experiencias docentes y de investigación, constituyen un
límite insuperable para que pueda convertirse en un aporte real a la búsqueda
de soluciones compartidas, que colaboren en la coproducción de cambios en las
experiencias vitales del pueblo, que lo involucren como sujeto activo de esas
transformaciones.
La ausencia de estrategias que proyecten a
nuestra universidad pública en el marco de la comunidad que la sostiene, es
producto de la destrucción de la esencia del cogobierno. El mismo ha
desaparecido para convertirse en la gestión de lo dado sobre la base del
intercambio de favores. Los claustros son dominados por fracciones cuyo
pragmatismo se fundamenta en la voluntad de poder para el usufructo faccioso de
los recursos públicos: La consigna de ´hoy para ti, mañana para mí´, corre de
boca en boca y asume la preeminencia de estatuto universitario. Las operaciones
discursivas políticamente correctas se encuentran a años luz de una praxis que
solo busca sostener estructuras internas de privilegios en manos de unxs pocxs.
La autogestión protagónica de las y los integrantes de la comunidad
universitaria es falseada en el mero espectáculo de la apariencia; la
simulación se configura en la modalidad más artera para destruir la pluralidad
de voces. La democracia universitaria deja lugar a formas cuasi-feudales de
gobierno, que en algunos casos lindan las prácticas mafiosas y clientelares.
Trabajar en la UNLP es una resistencia
permanente frente a la desidia, la mediocridad y la falta de planificación. El
personal no docente intentando hacer sus tareas en condiciones y medio ambiente
de trabajo inimaginables: oficinas sin ventanas, hacinamiento y luchando con
procedimientos formales arcaicos; todo esto con salarios que para las
categorías de inicio están por debajo de la línea de pobreza para un ‘hogar
tipo’. El proceso de trabajo cotidiano condena a quienes sostienen la
universidad a la alienación y al sufrimiento, donde la arbitrariedad de las
autoridades es lo único que rompe la rutina. No decidir nada, ser considerado
una pieza intercambiable, son prácticas naturalizadas, que frenan cualquier
iniciativa de cambio. Docentes, investigadores y estudiantes permanentemente
enfrentados al camino infernal de la burocracia.
La forma de hacer política en la universidad
tiende a bloquear y, en ciertos casos, activamente combatir, cualquier intento
genuino de acción colectiva disruptiva, que proyecte algo nuevo, que busque
movilizar a los sujetos con voluntad de que algo/todo cambie. Como señalaron
les jóvenes cordobeses “el verdadero carácter de la autoridad universitaria,
tiránica y obcecada, que ve en cada petición un agravio y en cada pensamiento
una semilla de rebelión”. En esta tarea siniestra, mezcla de disuasión y
amedrentamiento activo, participan coaligadamente autoridades, funcionarixs, y
estructuras sindicales (docentes, no docentes, y estudiantiles) con el fin de
mantener intacto el sistema de intercambio de favores que garantiza la
gobernabilidad. Operan así como “grupos de amorales deseosos de captarse la
buena voluntad” de los poderes fácticos. El enroque en los cargos, las “roscas”
sin fin y el toma-y-daca, se transformaron en el nuevo consenso de la democracia
universitaria.
La libertad y la justicia son destruidos por
formas de la política que burlan el sentido común. Sólo así es posible que la
universidad continúe atravesada por violencias de todo tipo, en especial
laboral y de género, siendo incapaz de erradicarla de manera radical. La
defensa del estado de cosas actual por parte la coalición gobernante es tan
burda que frente a casos de violencia, injusticia, discriminación y maltratos,
operan mecanismos pretendidamente invisibles pero a la vez (cada vez más)
evidentes, que -disfrazados de normativa, protocolos y formalismos- intentan
barrer debajo de la alfombra aquello que debería ser erradicado del espacio
universitario.
La universidad necesita de una revolución, ya no
una reforma. Ella deberá venir sin dudas de su interior. Debemos encontrar la
forma de romper la inercia provocada por el miedo y la apatía. La participación
y el debate amplios, libres, necesitan ser rescatados de los rincones más
oscuros, para ser puestos al servicio de la construcción de una nueva
universidad. En el camino marcado por lxs estudiantes cordobeses del 18: “Si en
nombre del orden se nos quiere seguir burlando y embruteciendo, proclamamos
bien alto el derecho sagrado a la insurrección”
Comuna
Comuna o nada!
