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Chile: aquí no entran haitianos

El hijo de Rose volvió del colegio con un pedido:

-Mami -dijo-, quiero que me pinten de blanco.

En medio del trajín por la nueva política migratoria anunciada en Chile, el recuerdo vuelve a la mente de Rose. El niño ahora revolotea alrededor de la madre jugando con el celular, mientras ella se sienta y deja en el piso a su hermanito menor. El pequeño se aferra a su pierna, reclama atención.

-Tiene cuatro años recién cumplidos -cuenta Rose.

Sus compañeros lo habían apartado de los juegos por su color de piel. Él tenía tres años y empezó a creer que ser negro estaba mal. Rose lo sentó frente a su hermano bebé.

-Mira a tu hermanito. Es negrito. ¿Lo amas?
– Sí.
– ¿Y a mí?
– También te amo.
– Somos negritos entonces. ¿Cuál es la diferencia?

Son las 10 am del 16 de abril y los periodistas en el palacio de gobierno chileno solo quieren saber una cosa: “No, no ha llegado ningún haitiano”, responde Víctor Nakada, el jefe de Extranjería de la Policía de Investigaciones en Chile. La frase se transforma rápidamente en titular. Ese 16 de abril era el día fijado por el gobierno para comenzar a exigir visa a los ciudadanos haitianos que quisieran ingresar a Chile.

La medida fue parte de un paquete anunciado el 9 de abril por el presidente Sebastián Piñera a través de una transmisión por Facebook. La ola de noticias tras los anuncios fue confusa, las autoridades tuvieron que salir a aclarar la información varias veces y en la comunidad migrante las dudas se transformaron en miedo.

Widner Darcelin, haitiano, escuchó con atención el anuncio de Piñera. Él maneja muy bien el español. Está hace 11 años en Chile y en 2011 creó una página en Facebook para reunir a la comunidad haitiana en el país. Ese 9 de abril Widner se apuró en hacer un video para explicar en kreyól las medidas anunciadas por Piñera. “Después cambiaron el anuncio, tuve que hacer otro video. Y después volvieron a cambiarlo y dije ya, basta”, dice.

En la comunidad migrante y principalmente en la haitiana se desató el pánico. La desesperación llevó a la gente a hacer filas afuera de las oficinas de Extranjería, solo para preguntar qué pasaría con ellos. Muchos durmieron en la calle para guardar un puesto en la fila que llegó a superar las cuatro mil personas en el centro de Santiago.

A medida que se iban aclarando las dudas muchos celebraban la buena noticia: habría un proceso de regularización masivo para todos los que hubieran ingresado a Chile hasta el 8 de abril, incluso para quienes lo hubieran hecho clandestinamente. Pero los que ingresaron después quedaron en una especie de limbo y el instructivo del gobierno es claro: los que no regularicen su situación en este proceso, serán expulsados.

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Entre las medidas restrictivas de ingreso la comunidad haitiana recibió la peor parte. Desde el 16 de abril ningún haitiano puede entrar a Chile a menos que cuente con una visa consular de turismo y el documento solo se puede tramitar desde Haití.

Rose Cafay, 32 años, piel negra y frente en alto. En el pasaporte su nacionalidad es venezolana pero ella se siente haitiana. Allí nació y de ahí es toda su familia.

En los papeles su estatus migratorio no es irregular, pero tampoco está en regla: según Extranjería de Chile está “en trámite”. En la práctica, dice Rose, es una indocumentada más y el proceso de regularización también aplica para ella.

Está hace cuatro años en Chile y su visa temporal está vencida. Siguió todas las instrucciones de Extranjería para regularizar su situación, pero los tres meses que debía demorar el trámite ya quedaron muy atrás.

-Ya llevo así ¡un año! -dice Rose con un dedo en alto mientras sube la voz- Y te juro que así somos muchos.

Sin cédula vigente Rose no existe para las instituciones bancarias, no puede cobrar un cheque, no le permiten arrendar en la mayoría de las casas y es rechazada en los trabajos más estables. Se transforma en una ciudadana de otra categoría. Una con menos derechos, pero con las mismas necesidades y obligaciones que cualquier otro.

La experiencia la hace mirar con suspicacia la nueva política migratoria anunciada por el gobierno chileno. “Aquí se ha mostrado nuestra llegada como una invasión, como si todos los días entraran aviones y aviones con puros haitianos y del resto nada”, acusa Rose.

Hace dos meses apareció un video que mostraba la llegada de un avión con alrededor de 300 pasajeros haitianos al aeropuerto de Santiago. “Este gobierno está haciendo ingresos masivos, una invasión. Esta es la decadencia para nuestros futuros descendientes”, reclamaba el hombre que grababa desde la loza. El video se hizo viral y dio pie a un racismo desatado y a teorías como la que afirmaba que el gobierno de Michelle Bachelet recibía US$300 por cada haitiano ingresado a Chile gracias a un acuerdo con la ONU.

La página de Facebook administrada por Widner se llenó de mensajes de odio: negros de mierda, devuélvanse a su país, nos roban el trabajo, nos roban los cupos en los colegios.

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La motivación del gobierno para frenar la entrada de la comunidad haitiana parece responder más a un objetivo comunicacional que a las urgencias sustentadas en cifras. Haití es recién la quinta comunidad de inmigrantes con más presencia en Chile. En primer lugar está Perú y en orden le siguen Colombia, Venezuela y Bolivia. Durante 2017 la nacionalidad que más visas recibió fue la venezolana con 73.386 documentos, mientras que las entregadas a ciudadanos haitianos alcanzaron las 46 mil. “Pero los chilenos son discriminadores con la piel negra y piensan que todos los negros son haitianos”, explica Rose.

En abril la desinformación con tintes xenófobos continúa. El lunes 16 la web de uno de los noticiarios televisivos más vistos de Chile tituló: “Ningún haitiano entró al país desde el comienzo de la exigencia de visa” y más abajo cifró en 400.000 los haitianos que diariamente ingresaban antes de la medida.

El número resulta absurdo: con ese ritmo, en menos de un mes toda la población de la isla – de poco más de 10 millones de habitantes- se habría mudado a Chile.

“A mí siempre me preguntaban si Chile era un país racista y yo decía que no. Pero he cambiado mi opinión en los últimos meses”, dice Rose Cafay.

Rose ha hecho un experimento social estos últimos días. Está trabajando en una plaza con chilenos e inmigrantes de todos lados. A su compañero de trabajo le gusta decir que ella es venezolana.

-Yo primero le digo que qué importa de dónde soy, china, rusa, venezolana. ¡Yo soy Rose!- dice abriendo los brazos.

Pero pasaron los días y ella misma empezó a pedirle que lo dijera.

-Me di cuenta de que la cara de las personas cambia, y que el trato cambia, cuando yo cambio mi nacionalidad. Y me di cuenta de que esto ya no era una cosa puntual. Era más que los tres locos que me gritan cuando voy al consultorio o la vecina de acá. Yo ahora creo que sí hay una cultura de racismo en Chile. Y no solo por el color de piel, la cosa también es contra el migrante pobre.

Dentro del experimento Rose pedía explicaciones. ¿Por qué me tratas mejor cuando te digo que soy venezolana y no haitiana? Enfrentados a la pregunta, la mayoría responde desde la imagen que han construido en su cabeza. Que es porque los venezolanos son más educados, que vienen con títulos y que solo están acá por un “mal momento” pero ya se van a regresar. En cambio los haitianos quieren invadir, son sucios, tienen malas costumbres.

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-Y yo no entiendo nada, porque en Venezuela a los haitianos se nos reconocía como gente trabajadora, honesta, tranquila. Yo por lo mismo forjé mucho mis raíces estando allá, me sentía orgullosa. Acá no somos nada de eso.

Widner está sentado en el living de la casa que comparte con varios haitianos en Quilicura, una de las comunas de Santiago con más presencia haitiana. En el patio, una pequeña construcción alberga un estudio de grabación donde unas voces cantan en kreyól: “Gadon peyi, gadon peyi” (mira un país, mira un país). Una canción sobre sus recuerdos de infancia, explican más tarde. La música llega al living, mientras Widner duda. No es tajante, pero concluye que las medidas de Piñera son positivas. Es lo que ve en Facebook.

“Después del anuncio los mensajes de odio bajaron mucho. El chileno se calmó”, dice esperanzado. Sus compatriotas ya no podrán entrar como lo hizo él, pero se encoge de hombros. “Es positivo para los que estamos acá. Espero que traiga paz”, concluye.

Pero para los que ya están acá no todo pinta para mejor. La otra medida inmediata que aplicó el gobierno fue eliminar la visa temporaria por motivos laborales, creada en 2015 por el gobierno de Bachelet. La visa sujeta a contrato que existía hasta ese momento obligaba a los extranjeros a mantener por dos años y sin interrupciones al mismo empleador para poder solicitar la residencia definitiva. El fin del contrato hacía caducar inmediatamente la visa e implicaba que la cuenta volviera a cero. Además, obligaba al empleador a costear los pasajes del contratado en caso de que fuera deportado.

“¿Quién te va a querer contratar así? Esa visa obligaba a la gente a aguantar, a soportar abusos, solo para cumplir los dos años y tener la residencia definitiva. Es lo peor de lo peor”, dice Rose Cafay negando con la cabeza. Desde el 23 de abril esa es la única visa de trabajo a la que podrán optar los que ya estén en Chile, ya que la visa anunciada por Piñera para estos fines solo podrá ser solicitada en los consulados desde el extranjero.

“El agro los necesita”, dijo el ministro de Agricultura de Piñera a través de la prensa.

Un sector de trabajo precario y mal pagado, que todavía no cuenta con un estatuto que regule los derechos de sus trabajadores.

 

 

Fuente: Cosecharoja.org

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