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Apuntes sobre socialismo desde abajo y poder popular

Colombia: El reino macabro de la simulación

Por Renán Vega Cantor.

Presentación
“Yo creo en esa fusión contradictoria, difícil, pero necesaria en-
tre lo que se siente y lo que se piensa”.

Eduardo Galeano

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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En estos dos libros se reúne la mayor parte de mis escritos sobre Colom-
bia, que han sido producidos en los últimos veinte años. Sin embargo,
gran cantidad de material se concentra en lo sucedido en el país desde
2008, más exactamente desde el primero de marzo de ese año, cuando se
produjo la masacre de Sucumbíos (Ecuador), cuando fueron asesinados
26 personas, entre ellas cuatro estudiantes mejicanos y el comandante de
las Farc, Raúl Reyes. Lo acontecido ese día y sus repercusiones en los
ámbitos político, cultural e informativo, sacaron a relucir los elementos
más retrógrados e intolerantes (clasismo, racismo, machismo, culto a los
asesinos…) que se habían ido consolidando en la sociedad colombiana, y a
los que los llamados intelectuales –incluyendo allí algunos que se seguían
denominando de izquierda– se plegaron en forma abyecta. En ese momen-
to, un vergonzoso unanimismo, similar al de la Alemania Hitleriana, se
extendió a lo largo y ancho del país, provocando lamentables actitudes de
postración y ruindad entre aquellos que habían podido oponerse con su voz
y su pluma, como se debía haber hecho por parte de profesores e inves-
tigadores desde la universidad pública y periodistas desde los medios de
comunicación. Pero no fue así, porque muy contadas voces, tan pocas que
nos sobran dedos de la mano para nombrarlas, se atrevieron a denunciar
lo que estaba sucediendo y a cuestionar la magnitud de los crímenes que
estaban en marcha.

En ese contexto, decidí dar un salto en mi producción intelectual y pe-
riodística y pasé a ocuparme en forma directa de lo que sucedía en el país,
de manera abierta y dando la cara, con todo lo que eso implica en Colom-
bia. Desde el primer artículo que publiqué sobre el asunto, cuando todavía
estaban ardiendo las cenizas de los restos calcinados de seres humanos en
Sucumbíos, me decidí enfrentar en forma solitaria a la indignidad que se
había apoderado de este martirizado país. Ese artículo se tituló “Colombia:
el Israel de Sudamérica”, y fue escrito el 5 de marzo de 2008 e inmediata-
mente se dio a conocer a través de internet en distintos lugares de nuestro
país y del mundo. Con este artículo, que ha sido publicado en mi libro
Elogio del Pensamiento Crítico, (pp. 269-277), se inició una producción
que se fue ampliando y diversificando hasta constituir el material básico
de estos dos libros.

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Sin darme cuenta y casi sin proponérmelo, al lado de unos libros ma-
yores que escribí sobre historia de Colombia y diversos temas políticos
en el período señalado (2008-2018), se fueron construyendo estos dos
libros, dotados de una gran unidad, hasta el punto que no se requirió
de gran esfuerzo –salvo el de la corrección formal de los mismos– para
estructurar esta obra. La he titulado El reino macabro de la simulación,
porque ese nombre expresa lo que es Colombia hoy. En efecto, simu-
lación refiere a la acción de simular, a representar algo que no se es,
fingiéndolo ser, por ejemplo, cuando alguien pretende ser blanco, cuan-
do es negro (lo que podríamos llamar el síndrome de Michael Jackson).
Por su parte, reino alude, en un sentido amplio, a un territorio o espacio
dominado por algo material o inmaterial, como decir La televisión es el
reino de la estupidez. En ese sentido, en Colombia domina la simulación,
el efecto de simular, entre cuyos sinónimos se encuentran los de mentir,
falsear, aparentar, impostar, engañar, timar, desfigurar, encubrir, fingir…
Pero esta simulación no es una cuestión de un comportamiento normal y
“pacífico”, que de seguro no es una característica exclusivamente colom-
biana, puesto que en el mundo del capital el arribismo es una de sus señas
distintivas, sino que viene acompañada en este rincón de América de una
increíble violencia y criminalidad, y a eso es a lo que podemos denomi-
nar como macabra simulación, porque se impone con las características
más repulsivas y horrorosas de la muerte.
Así es Colombia: el reino macabro de la simulación, en la academia,
en la política, en la sociedad, en la economía, en la vida cotidiana. Tras
una cara de civilidad, democracia, pluralismo, Estado de Derecho y mil
calificativos por el estilo, que han diseñado las clases dominantes de este
país, sus medios de comunicación e intelectuales orgánicos, se escon-
de una terrible realidad de injusticia, desigualdad, violencia estructural,
persecución y asesinato de quienes piensan y ven el mundo de otras ma-
neras, distintas a las toleradas por la oligarquía criolla.
El engaño, la mentira, la impostura domina en la sociedad colombia-
na, empezando por la universidad pública, donde se sigue viviendo del
auto-consuelo que es la mejor del país, aunque esté carcomida por el neo-
liberalismo, sea profundamente conservadora y se haya convertido en un
nicho de negocios a nombre de la investigación. En la universidad, cual-
quiera que sea, ya no importa que los profesores y estudiantes piensen y
sepan, para que contribuyan a solucionar los problemas del país, sino que
deben funcionar como unas máquinas amaestradas para decir mentiras y
expresarlas a través de parámetros cuantitativos, para engañar incautos,
en donde aparecen ránquines de competitividad que inflan el currículo de
instituciones, profesores, investigadores, estudiantes…
Se finge que Colombia es una democracia y un Estado de Derecho, por-
que hay elecciones periódicas, formalmente existe separación de poderes y
libertad de prensa, pero todo es producto de un masivo engaño, que no se
corresponde con la dura realidad que soportamos a diario, en medio de las
mentiras y los embustes. Parece que no fuéramos el país del mundo con más
dirigentes sindicales asesinados, el mismo donde se asesina diariamente a
un dirigente social y donde se han expulsado a millones de colombianos
humildes de sus tierras, en medio de una desenfrenada violencia de clase,
para que esas tierras queden en manos de los despojadores, terratenientes
y gran capital nacional y transnacional… Pese a eso, no faltan quienes nos
digan que la Constitución de 1991 es la expresión máxima de ese Estado
del Derecho, algo que no se compagina con la exclusión y antidemocracia
que domina en la sociedad colombiana, porque “tras el carácter emanci-
patorio que se le ha querido atribuir a la Constitución de 1991, se esconde
un proyecto de exclusión hegemónica cuyo fin es perpetuar un esquema
de dominación, mimetizando mediante figuras como Estado de Derecho y
‘Democracia participativa’”1.

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El material de estos libros no se presenta en forma cronológica, sino
más bien temática, de acuerdo a las partes en que hemos estructurado los
dos volúmenes de esta obra. En este primer volumen, titulado Desenmasca-
rando las imposturas, presentamos un total de medio centenar de escritos
de diversa índole: ensayos, artículos de prensa, debates, conferencias….

Estos textos han sido agrupados en cinco grandes partes, que aunque inde-
pendientes están articuladas orgánicamente al resto de la obra, en su orden:
universidad y simulación académica; política y simulación democrática;
Terrorismo de Estado y simulación cínica; traquetos, criminales y simula-
ción de alcurnia; dependencia y simulación servil. Estas son algunas de las
caras, no todas, de la simulación imperante en este país, que tratan de ser
abordadas a partir de lo sucedido en los últimos diez años, que es el punto
de referencia cronológico en el que se escriben gran parte de los escritos
acá agrupados.
El lector interesado bien puede hacer una lectura ordenada de los ca-
pítulos o puede leer el que le interese en forma independiente, sin que eso
signifique dejar de comprender el tema asumido, puesto que cada escrito
es una unidad en sí mismo, aunque inscrito en el marco más amplio de la
múltiple problemática de la simulación macabra, que va, espacialmente
hablando, desde la sede central de la Universidad Nacional de Colombia
en Bogotá, hasta el último rincón del país.

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Estos textos han sido escritos con pasión, indignación, dolor y muchos
otros sentimientos que acompañan el razonamiento, porque consideramos
que el cerebro no debe estar disociado del corazón. Una de las cosas más
aterradoras que se ha impuesto en la sociedad colombiana, y de la cual uno
de los ejemplos más trágicos es el de los intelectuales de la Universidad
Pública, estriba en la separación entre el saber y el sentir. La gran mayoría
de escritores, investigadores se mueven en el terreno del saber, pero son
absolutamente insensibles ante la realidad circundante, hasta el punto de
que muchos de ellos son expertos en temas de violencia, memoria, despla-
zamiento forzoso, despojo territorial, resistencias populares…, pero esos
temas simplemente se convierten en una forma de vivir, que a veces genera
cuantiosos réditos personales, pero no hay el más mínimo intento de com-
prender y de sentir empatía con los vencidos. Eso lleva a disociar la razón
del sentimiento, lo que tiene como consecuencia que sus escritos pretenden
ser “neutros”, “apolíticos”, despojados de cualquier expresión de sensi-
bilidad hacia los que sufren. Son canticos al poder, a la dominación, a la
desigualdad, a la impunidad… todo a nombre de un pretendido pluralismo,
que termina siendo una nueva forma de exclusión, persecución y censura
de lo que es distinto.
En contra de esa lógica dominante en el mundo académico de hoy, en
este libro juntamos cerebro y corazón, como lo recomendaba Eduardo Ga-
leano:
No me gusta nada que me llamen intelectual. Siento que así me
convierten en una cabeza sin cuerpo, situación por demás incómoda,
y que me están divorciando la razón de la emoción. Se supone que
el intelectual es capaz de entender, pero yo prefiero al capaz de
comprender. Culto no es quien acumula conocimientos, porque
entonces no habría nadie más culto que una computadora. Culto es
quien sabe escuchar a los demás, escuchar las mil y una voces de
la naturaleza de la que formamos parte. […] Yo no quiero ser un
intelectual. Cuando me dicen un distinguido intelectual, digo: No, yo
no soy un intelectual. Los intelectuales son los que divorcian la cabeza
del cuerpo. […]2.
Por esto, estos libros son escritos desde la academia y la universidad,
pero también contra ellas; se inspiran en unos saberes aprendidos en los
libros y en mis observaciones cotidianas con la gente y entre la gente co-
mún y corriente, pero no pretenden que esos saberes deban codificarse y
acartonarse de tal forma que generen un lenguaje estereotipado que solo
pueda ser comprendido por unos cuantos iniciados. Por el contrario, se
intenta, y los lectores dirán si ese objetivo se cumplió o no, de una ma-
nera clara, directa, pero documentada y con argumentos, fijar un punto
de vista sobre grandes cuestiones de la realidad colombiana de nuestro
tiempo.

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Se fue extendiendo el material hasta constituir dos gruesos volúmenes.
Sí, yo sé que son muy extensos para la cultura digital y virtual de nuestros
días, en donde escribir, y sobre todo leer, más de 280 caracteres (como lo
impone el Twiter), ya es un sacrificio. Contra esa moda, que genera ig-
norancia, pasividad, unanimismo, estupidez… nos movemos desde hace
mucho tiempo, y por eso seguimos reivindicando la importancia del libro,
como artefacto técnico con sus propias características, aunque sin desco-
nocer la importancia de la difusión por Internet. Lo que pensamos es que
no podemos renunciar al proyecto de dejar una memoria hacia el futuro
inmediato de lo que sucede en nuestra contemporaneidad, y eso se plasma
necesariamente en papel.
Al respecto, hay que constatar el carácter contradictorio de la difusión
digital: su alcance e inmediatez no tiene comparación con lo que se elabora
y publica en papel, eso es indudable; pero, a su vez, tiene, un gran limitante
para preservar y mantener a largo plazo la memoria de la sociedad. En ese
sentido, yo mismo, sin ser cultor de la tecnología, me he valido de internet
para difundir gran parte de mi producción periodística y ensayística, que de6
Colombia: El macabro reino de la simulación
esa forma ha roto los diques de la censura de los medios convencionales, y
se ha dado a conocer más allá de las fronteras colombianas. Eso sirve para
que se difunda rápidamente la noticia en el corto plazo. Pero, y ahí está una
contradicción, esa difusión es instantánea, efímera, dura pocas horas, luego
se esfuma. Hundida en la red y en la nube, con sus miles de millones de
documentos, esa información prácticamente desaparece. Y en ese plano, el
libro es insustituible, para permanecer y mantenerse en el tiempo, aunque
sean pocos ejemplares impresos los que se editen. Eso no es óbice, para
que mañana una persona en algún lugar revise un libro y conozca en forma
directa un testimonio de lo que fue un determinado momento histórico,
como el que hoy vivimos en Colombia.
Esta es la razón básica por la que se publican estos libros, los que se
constituyen en una cierta memoria personal sobre una época de la histo-
ria de Colombia, y esa memoria o especie de historia del presente, va en
contravía de lo que se ha impuesto, brutalmente, en este país, que no es la
paz, sino el despojo, la guerra, la impunidad de los poderosos, que alardean
de sus crímenes y de su sadismo. Gran parte de ello se desnuda en estos
libros. Esperamos que el esfuerzo tenga algún lector, como cuando el náu-
frago envía una botella con un mensaje a alta mar, esperando que alguien
lo encuentre.

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Escribir estos textos no hubiera sido posible sin la ayuda, solidaridad,
confianza, compañía de mi amada esposa Luz Ángela Núñez Espinel,
quien siempre me ha arropado con su cariño y ternura. Ella está presente,
aunque eso no se afirme de manera explícita ni ella tampoco esté de acuer-
do con todo lo que aquí se diga, en cada línea de este texto, ya que me
acompaña con paciencia desde el año de 1999, el mismo momento en que
se inicia la escritura de los ensayos que conforman esta obra. Como quien
dice, hay una coincidencia cronológica y sentimental entre el momento en
que comienzan estos libros, y el inicio de una compañía amorosa que los ha
hecho posibles. De la misma manera, la grata ternura de mis dos pequeñas
hijas, Lucia y Marisol, me impulso a concluir estos libros, aparte de que a
ellas les robe tiempo en forma furtiva para escribir estas líneas, sobre todo
en las horas de la noche.
Otras numerosas personas, compañeros, amigos, estudiantes, me han
alentado a lo largo de estos años para no desfallecer, a pesar de los grandes
obstáculos y de la dureza misma que significa vivir en este país. Aunque no
los mencione, ellos están presentes en esta obra, pero desde luego no sean
responsables de nada de lo que aquí se dice.Presentación

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Un especial agradecimiento a los compañeros de Herramienta (Argen-
tina), Rebelión (España), La Pluma (Francia), Revista Cepa, Periferia y El
Colectivo (Medellín), porque todos ellos me han permitido romper el cerco
de la censura y me han dado la oportunidad de escribir con la cabeza y el
corazón.
Bogotá, febrero 26 de 2018
NOTAS
1 Roland Anrup, Antígona y Creonte. Rebeldía y Estado en Colombia, Ediciones B,
Bogotá, 2011, p. 65
2 Eduardo Galeano, Colombiando. Palabras sentipensantes sobre un país violento y
mágico, CEPA Ediciones, Bogotá, 2016, p. 192.

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