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Apuntes sobre socialismo desde abajo y poder popular

El chavismo será socialista o no será

Hecho en socialismo. Esa frase impactaba al llegar a Venezuela hace unos años atrás. Estaba en chocolates, yogures, aceites, carteles, con un corazón y la infaltable estrella roja de cinco puntas. En esta última etapa se hizo esquiva, más excepción que regla. No fue la única calificación revolucionaria que se hizo de las cosas: todo ministerio pasó a ser del poder popular, y cada panadería o ruta comenzó a ser, según la palabra, socialista. Chávez lo cuestionó en cadena nacional, nombrar a las cosas de socialistas no las hace socialistas. Y si algo quería construir era una transición al socialismo del siglo xxi. El chavismo debía ser socialista.

No fue así desde un principio, al menos de manera pública. Podría pensarse que se debía a que esa conclusión no estaba presente en él todavía, o porque de lo que se trataba, en la esfera de la palabra política, era de llegar a esa idea de manera colectiva, desembocar en esa necesidad dentro un proceso de masas. El asunto no era que él estuviera convencido, sino que se tratara de un avance popular en esa dirección, una maduración del sujeto histórico, epicentro de la política. Crear el deseo por el socialismo, que nombró por primera vez en el 2005.

Hasta ese momento, y como punto de partida en sus primeros escritos, por ejemplo, el Libro Azul, existían ideas fuerzas, aglutinadoras y movilizadoras. Como la recuperación del proyecto de independencia traicionado, el nacionalismo popular bolivariano, es decir la reivindicación de lo nacional protagonizado por los humildes, con dimensión latinoamericana, la refundación ética de un país desfondado, saqueado por una clase política/empresarial corrupta durante décadas. La bandera tricolor, la boina roja, la autoridad militar, plebeya, la liberación nacional y social en un mismo movimiento. Esas eran líneas de avance, de convocatoria a un país en crisis orgánica con las clases populares en movimiento desde el Caracazo en 1989 y la aparición como rayo de Chávez en 1992.

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El asunto, y ahí pueden rastrearse claves socialistas ante de su anuncio, era construir ese proyecto a través de la puesta en marcha de mecanismos centrales: espacios para el ejercicio de la democracia participativa, multiplicación de la organización popular, ensayos de institucionalidades paralelas articuladas al Estado, como las misiones, la conformación de un sujeto político capaz de encarar esas tareas. El centro de gravedad estratégico estaba en las clases populares, en la construcción de un poder popular que tomó diferentes formas a lo largo de los años. El Estado debía recuperar poder/economía, para luego transferirlo a la gente organizada en proceso de aprendizaje del ejercicio del poder. Una arquitectura compleja, virtuosa, ¿posible?, necesaria. Las tramas socialistas aparecieron antes del anuncio del carácter socialista.

No se trataba de salir del orden neoliberal para estabilizar un capitalismo mejor repartido, sino de buscar los caminos para superar el orden del capital. “Esta revolución ha asumido la bandera del socialismo, y eso requiere y exige mucho más que cualquiera otra revolución, hubiéramos podido quedarnos en una revolución nacional, pero detrás de esos términos muchas veces indefinidos se esconden planteamientos que terminan siendo reformistas, de derecha, que terminan aplicando el programa gatopardiano”, explicaba Chávez.

La definición del 2005 coincide con la formulación de los consejos comunales, seguido de las comunas. Chávez traza la vía comunal al socialismo, que significa reconstruir un nuevo Estado sobre la base del poder político, cultural y económico de las comunas. Lo dejó por escrito: el Estado burgués debía ser pulverizado, y para eso redactó un plan con pasos. Significaba edificar otro, sobre claves participativas y autogestionarias, en paralelo a la democratización del Estado heredado, una clave de análisis de István Mészáros. Un socialismo desde abajo, endógeno, como lo definió.

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Esa propuesta socialista de Chávez estuvo en tensión con otra, que no fue formulada abiertamente. Se puede resumir en algunas ideas fuerza: la centralidad debe recaer sobre el Estado, protector y actor/sujeto principal del proceso, las formas de organización popular deben subordinarse a las instituciones y abarcar áreas limitadas y controladas, desde esa fuerza estatal se deben hacer acuerdos con empresarios de la vieja guardia o emergentes, apostar a la creación de una burguesía nacional, sea externa o proveniente de las mismas filas del chavismo. Un socialismo de Estado en la frontera con la idea de un capitalismo con redistribución de riquezas, sin remoción de cimientos.

Se puede aterrizar este debate en políticas concretas. Así lo hizo Chávez, en cadena nacional, como pedagogía de masas y para su gabinete: “El patrón de medición -dice Mészáros- de los logros socialistas es: hasta qué grado las medidas adoptadas contribuyen activamente a la constitución y consolidación bien arraigada de un modo sustancialmente democrático, de control social y autogestión general”. La forma de construir desde la institucionalidad es diferente si el objetivo es una gestión eficiente del Estado, o si, junto con eso, el avance es hacia la recuperación del poder en mano de las comunidades organizadas y la puesta en marcha de una nueva estatalidad. El sujeto de la revolución no es un ministro, un alcalde, sino las clases populares en proceso de organización dentro de una estrategia de poder.

Chávez planteó entonces el socialismo del siglo xxi, comunal, feminista, con el desarrollo de formas sociales de propiedad sobre los medios de producción, que deben convertirse en hegemónica. Dejó años de ensayos en esa dirección, en lo político, económico, cuyos balances son una deuda pendiente.

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Los varios chavismos en el chavismo miraron ese proyecto desde su heterogeneidad, y, desde el 2014, una situación económica contra las cuerdas. La revolución se encontró en encrucijada, con dos caminos posibles: una respuesta de defensa y conservación, con posibles retrocesos de conquistas, cercana a la visión históricamente alejada de la vía comunal. La otra, de profundización de los cambios iniciados, con, por ejemplo, la “ampliación de los campos de acción y decisión del poder popular”1. Las dos posibilidades son guías para pensar la mirada predominante al interior del chavismo -¿cuál chavismo?- donde parece haberse optado por la primera opción, fortalecer el acuerdo con el empresariado y desandar la apuesta comunal.

Es un rio revuelto la historia en el presente. Los análisis, como los actores, tienen deseos, intereses, tensiones de clase que conviven al interior del mismo chavismo que se mantiene unido. ¿Dónde está el socialismo? Lejos, expresado en experiencias concretas territoriales que cargan esa potencia, en disputa como proyecto al interior de los chavismos, amenazado por la asfixia impuesta por la guerra de desgaste y por las tendencias burocráticas que descreen del sujeto histórico y creen en. ¿En qué creen?

El chavismo será socialista o no será.

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