El lunes 14 de mayo de 2018, como parte de las jornadas de fundación de la Asociación Gramsci Argentina, se debatió sobre “La estrategia política en la coyuntura argentina, miradas gramscianas” en un panel con María Pía López, Juan Dal Maso, Martín Ogando, Aldo Casas y Martín Mosquera, coordinado por Emiliano López. Lo que sigue es la exposición de Aldo Casas.
Quiero comenzar por expresar mi pleno respaldo a la refundación de la AGA. Y digo refundación porque hace algunos años hubo un primer intento de organizar una filial de la International Gramsci Society en Argentina, a iniciativa sobre todo de Toni Infranca, de Emilio Corbiere y Edgardo Logiúdice. Hicimos algunas actividades con cierta importancia y repercusión, en las que participaron invitados extranjeros como Liguori, Losurdo, Nelson Coutinho, Del Roio, y otros “locales” como Néstor Kohan, Claudia Korol, Daniel Campione, y para acá, para no alargar la lista… Pero después no pudimos darle continuidad. Toni debió regresar a Italia, el querido Emilio Corbiere falleció, también murió Andrés Méndez, otro de los compañeros de Herramienta que impulsó aquella iniciativa, y los que quedamos, yo en particular, intentamos, pero no pudimos o no supimos reclutar nuevas fuerzas. Me permito saludar a la nueva AGA en nombre de todos aquellos que hoy no están con nosotros, y lo haré con palabras que utilizó un militante antifascista portugués tras ser condenado por intentar tomar un cuartel contra el régimen de Salazar: “Valga el intento para que otros triunfen donde nosotros fracasamos”.
Pasando al tema que se ha propuesto a este panel, me limitaré a unas pocas consideraciones deliberadamente generales. En parte, por limitaciones personales. Pero también y sobre todo porque hoy tengo una militancia orgánica muy inferior a la que sostuviera en otros momentos de mi vida, y prefiero dejar que se refieran más detalladamente a la coyuntura nacional quienes “están en las trincheras”.
Aclarado lo anterior, es imposible dejar de advertir que estamos ante el estallido de una nueva crisis económica, de final por ahora incierto, pero que seguramente conocerá nuevas y más graves convulsiones. Para interpretar y actuar en esta situación buscando ayuda en Gramsci, lo primero es tener presente la tajante condena de Gramsci a la lectura evolucionista, economicista y positivista que los teóricos de la Segunda Internacional hacían de la obra de Karl Marx, visión retomada luego en muchos aspectos por el estalinismo.
Por supuesto que el comunista italiano comprendía la necesidad de un riguroso análisis del modo de producción capitalista, de sus modificaciones estructurales y de las crisis, pero no vacilaba en contradecir la letra del mismo Marx, sosteniendo que las leyes económicas no operan como leyes naturales. Y afirmando que es equivocado suponer que la economía predetermina los procesos sociales y políticos.
Desarrolló entonces sus innovadoras teorizaciones referidas a la “relación fisiológica” entre base y superestructura, así como también sus magistrales indicaciones referidas a el análisis de las relaciones de fuerza, o lo que él llamo “crisis orgánica”, ¡una definición que se ajustó como anillo al dedo a lo vivido entre nosotros a partir del diciembre del 2001… y convendría repasar porque puede repetirse!
Con respecto a las indicaciones estratégicas que podemos tomar del sardo-italiano, vale destacar su íntima convicción e insistencia en que la revolución socialista debe ser concebida y conducida como una revolución de la inmensa mayoría contra la minoría explotadora y, sobre todo, como una revolución motorizada por la auto-organización y auto-actividad de clases y grupos subalternos, evitando formulaciones y reduccionismos “obreristas”.
Creo que estos matices propios de Gramsci son evidentes no sólo en la importancia y rol que atribuyó en su momento a los Consejos de fábrica, así como en la muy particular concepción de Partido presente en las “Tesis de Lyon” y en la teorización de los Cuadernos de la cárcel, en donde la labor del “Maquiavelo moderno” implica que el Partido, como parte de la clase, puede y debe organizarla y educarla, a condición de ser capaz también aprender y educarse con ella y su praxis.
Gramsci pensaba y sostuvo, a costa de quedar aislado en su mismo Partido, como también le ocurriera a nuestro Amauta Mariátegui, que las revoluciones por venir no podían ni debían ser “calco y copia” del Octubre ruso y el poder soviético.
De allí sus advertencias sobre la necesidad de combinar y estar preparado para giros desde una “guerra de movimientos” a una “guerra de posiciones”, y viceversa. También las indicaciones de que era preciso enfrentar a la dictadura del capital, en las sociedades “de Occidente” en que aparecía transformada en hegemonía, construyendo en la lucha contra-hegemonía, imprescindible para el progreso de la revolución y la emancipación. Lo que no debe entenderse como recaída en un evolucionismo, ahora culturalista, porque para Gramsci es claro que esta contrahegemonía sólo puede construirse con audacia política, movilizaciones, enfrentamientos de clase e incluso violencia pura y dura, como los hicieron “los barbudos” en la Revolución Cubana, para dar un ejemplo más cercano a nosotros.
Finalmente, pero no en importancia, Gramsci insistía en la necesidad de comprender y sentir la realidad y tradiciones de la nación y los sectores populares. Incorporar esta dimensión “nacional y popular” en la construcción de una alternativa revolucionaria es materia pendiente para la izquierda argentina. Pero lo nacional y popular sólo puede ser legítimamente entendido y asumido desde el antagonismo social, contra el imperialismo y contra el régimen del capital, y muy especialmente desde la construcción de un sujeto político-social multivariado, con la confluencia de los trabajadores y las mayorías populares, incluyendo el inmenso y creciente precariado, las reivindicaciones y luchas contra el extractivismo, el levantamiento de los pueblos originarios y la pujante movilización del feminismo contra el patriarcado. Y reconstruyendo la dimensión internacionalista de la revolución en la Patria Grande.
Claro está que una construcción contra-hegemónica en nuestros días no puede ser concebida como mera aplicación de las ideas de Gramsci. Lo que él llamaba “posiciones” del proletariado y las clases subalternas, ya no existen o están tremendamente fragmentadas. Pese a lo cual la crisis estructural del capital y la brutal agudizaciones de los antagonismos a nivel mundial empujarán a confrontaciones de creciente dureza. La actualidad de Gramsci no debe ser entendida sólo como confirmación y reivindicación de acertados pronósticos, sino también como necesaria asimilación de sus limitaciones y fracasos. Porque Gramsci, como Lenin y el mismo Marx, son muy actuales porque sufrieron derrotas y tuvieron limitaciones que en gran medida siguen siendo nuestras propias limitaciones y fracasos para pensar y actuar en el ad-venir del comunismo o el socialismo.
La Revolución es más que nunca una necesidad, pero aparece también como una imposibilidad o, como escribiera Andrés Rivera, “un sueño eterno”. Sigamos luchando, pues, pero teniendo muy presente aquella magnífica sentencia de quien fuera el maestro de Simón Bolivar: “O inventamos, o erramos”.
“La revolución es más que nunca una necesidad”