Presentamos una entrega del dossier “Alternativas populares en debate” donde luchadores sociales e intelectuales críticos comparten su mirada, el análisis y su pronóstico para el ciclo de luchas necesario para una transformación profunda de la sociedad. Compartimos las opiniones de Daniel Campione *.
1) ¿Ve una posibilidad de eventual “vuelta” de gobiernos progresistas en Latinoamerica? ¿Qué implicancias o viabilidad tienen estos “modelos” hoy? ¿Se agotó el denominado ciclo progresista? La apreciación del ciclo iniciado en 1999 con la llegada al gobierno de Hugo Chávez debería verse más circunscripta a aquellas experiencias que, desde el pueblo movilizado y desde el gobierno, se plantearon cambios revolucionarios, la modificación “subversiva” de las instituciones de la democracia representativa y la construcción del socialismo, aunque fuera como objetivo mediato. Con esas premisas, dos de tres países; Venezuela y Bolivia, continúan su camino, con los enormes inconvenientes de todos conocidos, sobre todo en el caso venezolano. Con esa definición nos encontramos con un proceso en pleno curso y cuyos resultados finales no podemos asegurar. Otra características tuvo el proceso en Argentina y Brasil, que intentaron progresismos “moderados”, dentro de los estrictos límites del capitalismo y sin quiebre de la institucionalidad burguesa (o neutralizando sus efectos, en el caso de Argentina). Estas experiencias se encontraron con sus propias limitaciones y con el hostigamiento feroz de los factores de poder, pese a su “moderación”, y fueron desplazadas del gobierno, con mejores o peores artes. El ciclo “progresista” tal como se lo conoció, es difícil que retome vigencia. Entre otras razones porque le faltan factores “duros” que lo posibilitaron, radicados en el estado del mercado mundial y de los términos de intercambio en esos años, así como en una política internacional estadounidense que pos septiembre de 2001 estuvo, en términos relativos, poco atenta a lo que ocurría en Nuestra América. En el terreno de la construcción política, estos “progresismos”, ahora en la oposición, no van por ahora más allá de mantener a flote las posibilidades electorales de sus líderes, y a lo sumo a la ampliación de sus alianzas, en buena medida “por derecha”. En cuanto a las experiencias que, con las contradicciones del caso, se orientaron a producir transformaciones radicales, su destino todavía está en juego, y cabe mantener no sólo atención de observadores sino una fuerte actitud solidaria en lo referente a su devenir de ahora en adelante. La perspectiva continental, con la mirada puesta en sumar en la mayor medida posible a los pueblos de Nuestra América a una proyección antiimperialista y apuntada al socialismo, es no sólo necesaria sino imprescindible para avanzar con éxito en las respectivas sociedades nacionales. 2) ¿Qué caracterización hace del avance de gobiernos de derechas en los países de Nuestramérica? ¿Se puede hablar de una crisis de esos proyectos en la región y/o de el macrismo en la Argentina? Los gobiernos de derecha llegaron al poder en gran parte como reacción frente a las políticas llamadas “populistas”. Responden a una conjunción entre el núcleo del gran capital, los grandes medios de comunicación, los nuevos o viejos partidos de derecha y el poder judicial. Han hecho pie en tradiciones conservadoras, a menudo individualistas y antipolíticas, que volcaron su apoyo a opciones que hicieron de la crítica feroz de sus predecesores un instrumento sustantivo. Esto es válido sobre todo para Argentina y Brasil, mientras que en otros casos, como Perú, Colombia y Chile lo que ocurrió es un giro a la derecha de procesos que ya venían con una orientación “pro mercado” y que nunca se asociaron o lo hicieron de modo muy cauto (Chile con Michelle Bachelet) a la ola “progresista” de comienzos del siglo XXI. Con el triunfo de AMLO en México, lo que pareció en su momento una ola imparable hacia la derecha muestra remansos y vacilaciones. No se trata de que la victoria de Andrés Manuel López Obrador vaya a desencadenar transformaciones profundas, pero lo que sí marca es que la voluntad popular expresada en el voto puede imponerse en ocasiones a la acción conjunta del establishment económico, político y comunicacional de los países respectivos. En sentido contrario va la muy reciente victoria de Jair Bolsonaro, que sobre la base del golpe de estado “blando” de 2016 y la posterior proscripción de Lula, derrotó con amplitud al candidato que sustituyó al líder excluido. Se puede hablar de una crisis de los gobiernos que apuntan al programa máximo del gran capital. Las secuencias de recesión y deterioro de las condiciones de trabajo y de vida que se ven sobre todo en Argentina y Brasil, son testimonios de ello. Un problema es qué surge a partir de esa crisis. Variantes monstruosas pueden producirse, como el crecimiento de un candidato de un carácter reaccionario pocas veces visto en Brasil. Un recurso de las clases dominantes en situaciones de empeoramiento general de las condiciones y consiguiente desafecto extendido hacia las dirigencias políticas, es promover la “antipolítica”, con el “cualunquismo” entre las variantes que le resultan más atractivas. En lo que se refiere a nuestro país, no es por azar que el nombre de Marcelo Tinelli resuena cada tanto en el escenario político, pese a que todavía no está claro qué lugar podría ocupar. La aparición de un outsider con capacidad para captar el voto despolitizado o desencantado es una carta siempre disponible. En lo que respecta a nuestro país, resulta elocuente que la derecha no se apea de su programa a raíz de sus resultados claramente negativos. Por lo contrario, apunta a su profundización, a estrechar la dependencia de los EE.UU y del FMI. Cree estar jugándose una posibilidad de transformación histórica y actúa en consecuencia. Afronta con decisión la posibilidad de que las políticas económicas socaven su nivel de consenso, y tiene ya prevista la probabilidad de que las próximas elecciones los fuercen a extremar la manipulación política ante el evidente deterioro de las condiciones de vida y de trabajo. Hasta la pérdida de las elecciones, sobre todo si puede ser a manos de una alternativa orientada a perspectivas no “populistas” forma parte de sus planes. Si se aspira a derrotar a la estrategia del gran capital, se requieren propuestas de similar profundidad y resiliencia. 3) ¿Qué actores sociales y diferentes proyectos políticos aparecen como alternativas al macrismo? Hasta hoy un proyecto realmente alternativo al gobierno de Cambiemos no está delineado. La particularidad es que tampoco lo están las opciones dentro del “sistema”. El peronismo “racional”, atado por su amplia colaboración con el gobierno, no logra definir sus contornos como una propuesta opositora, no resulta para nada evidente cuál podría ser el aporte de un PJ “republicano” y “de centro” (tal como lo define uno de sus mentores, el senador Miguel Ángel Pichetto) que lo diferencie en términos concretos de las políticas de Cambiemos y de sus a esta altura claros resultados. El kirchnerismo está atrapado en el dilema que algunos describen como “sin Cristina no se puede, con Cristina no alcanza”. Ese “no alcanzar” lo lleva a necesitar algún tipo de alianza con sectores más o menos amplios del PJ tradicional, que le proporcione la base territorial y el apoyo electoral del que carecen en una buena parte del país. Los sectores de la burguesía que no están entre los ganadores de este proyecto, como los más vinculados al consumo popular, o los sometidos a un fuerte descenso en su actividad, como la obra pública, no tienen una propuesta política disponible. Así, las burocracias políticas ajenas a Cambiemos asisten a la actual crisis con la presunción de que el gobierno actual no tiene la capacidad de resolverla, pero sin concretar todavía una alternativa capaz de ganar las elecciones de 2019 y pergeñar un programa de gobierno con una orientación diferente. Tampoco la poseen las clases populares, a las que es muy probable que se pretenda atrapar en un “todos contra Macri” bajo dirección burguesa, que incluya a una parte de los peores representantes políticos de la burguesía, a comenzar por la dirigencia del Partido Justicialista. La expresión independiente que viene afianzándose en las últimas elecciones y también por su presencia en los conflictos sociales, el Frente de Izquierda y de los Trabajadores, no parece por ahora capacitado para superar los límites de una expresión importante, pero minoritaria. La concepción estrecha de partido de vanguardia, la sujeción sin matices al paradigma de la revolución rusa, así como los escasos alcances de su política de alianzas, cuando no el activo socavamiento de sus posibilidades en ese campo, son limitaciones importantes y no fáciles de superar. El vasto conjunto de las organizaciones populares, que en general se identifican con una izquierda no tradicional, sin un encuadramiento partidario de tipo “leninista”, no ha encontrado hasta ahora un carril político eficaz. Son muchas organizaciones, vienen de tradiciones diferentes, apuestan a modos de construcción social renuentes a cualquier modalidad de acción que pueda aproximarse a la política “clásica”, elecciones incluidas en algunos casos. Por cierto, también se hace presente la tentación contraria, de entrar en combinaciones, electorales o de más largo aliento con sectores “tradicionales” en el ejercicio de la dominación política. Es difícil pensar en una coalición o alianza que las unifique, más bien debería tratarse de una suma compleja, que requiera pasos sucesivos y vaya diseñando un proyecto político común, que aspire a articular diferencias y no a suprimirlas. En función de ello puede resultar viable agruparse en torno a un conjunto de propuestas mínimas, orientadas a comenzar a revertir el actual cuadro de deterioro de las condiciones de vida y pérdida de derechos para las mayorías populares. En las actuales circunstancias, el propio peso de las políticas inspiradas por el gran capital y el gobierno que les responde nos proporciona una consigna inicial: Total ruptura con el FMI, no pago de la deuda y anulación de las políticas de ajuste que han sido pactadas. Se trata además de desarrollar el pronunciamiento anti-ajuste no en los límites de un nacionalismo más o menos populista, sino dejando en claro que no son sólo imposiciones externas sino una decisión estratégica de los capitalistas argentinos y sus aliados. Éstos las tienen como insumo básico para desatar una nueva ofensiva tendiente al disciplinamiento de unas clases populares que conservan mayor nivel de organización y movilización que el que están dispuestos a tolerar. No es un combate de coyuntura, sino de alcance histórico, no en vano el actual gobierno, junto con una cohorte de analistas políticos, periodistas y empresarios, desarrollan un discurso “refundacional”, que revierta las políticas “populistas” de los últimos setenta años. La apuesta que hace el gran capital local e internacional para la reconfiguración de largo aliento de la sociedad argentina es de una acentuada radicalidad. Requiere de manera imperiosa de respuestas dotadas de la misma radicalidad, dispuestas a sustentar un enfrentamiento que todo indica será duro y prolongado, y que no podrá ser resuelto con una mera victoria electoral ni sólo mediante una agenda reivindicativa más o menos consecuente. No hay que descartar que se produzca un momento de quiebre, un emergente del hartazgo ante el deterioro de la situación que derive en una movilización activa dotada de fuertes rasgos de rebeldía. Jugar todo a esa carta no sería acertado, dejar de prever la posibilidad de acontecimientos que den un giro potente a la situación, constituiría asimismo un error. 4) ¿Con qué ejes políticos y con quiénes debería articularse el movimiento popular para enfrentar a la derecha y poner en pie una alternativa anticapitalista? ¿Podría mencionar medidas y/o propuestas concretas? La apuesta política factible del movimiento popular tiene como punto de partida inexcusable la independencia frente a las distintas expresiones de las clases dominantes, por supuesto de las abiertamente conservadoras, pero también las que encarnan un “progresismo” sin perspectiva estratégica. Dotar a un proyecto de transformación de una amplia base social y cultural implica también ensanchar su sustentación política. La independencia debe articularse con la búsqueda de alianzas con sectores que han respaldado a otros proyectos, en particular a los gobiernos del Frente para la Victoria. El medio puede ser acercarlos a propuestas autónomas, que ya no dejen librado el rumbo a las decisiones de líderes externos al propio movimiento y que no rindan cuentas ante nadie ajeno al campo popular. La perspectiva tiene que ser amplia, sin por eso diluir las propuestas de fondo, y necesita reflejar la productiva heterogeneidad que tiene el movimiento popular argentino. Si se la sabe tomar como riqueza y no como obstáculo, puede constituir una fuerza muy importante. Es indispensable tomar las causas populares en toda su amplitud y diversidad. La de los trabajadores desocupados y otras de base territorial, que tienen un desarrollo sostenido y de creciente combatividad desde la década del 90. La más reciente del movimiento de mujeres, que ha alcanzado el inusitado poderío del “Ni una menos” y , más todavía, de la lucha por el aborto legal. Lo mismo con la movilización atinente a la defensa de los bienes comunes, y a los que combaten contra los instrumentos de dominación capitalista a escala mundial, como la movilización que se prepara para elevar la protesta contra la convocatoria del “G-20” en Argentina. Un movimiento anticapitalista requiere de modo inexcusable abarcar las dimensiones de género, medioambientales,, y el internacionalismo que denuncia y enfrenta las diversas tramas del capitalismo internacional. También los derechos de los indígenas y de los migrantes son a esta altura una presencia inexcusable en cualquier propuesta con aspiraciones al cambio radical. Por supuesto, el crecimiento y potencia de las luchas del movimiento obrero son un componente fundamental. El fortalecimiento de las herramientas organizativas en los lugares de trabajo, como los cuerpos de delegados y comisiones internas no pueden ser sino una perspectiva permanente. La democratización de las estructuras sindicales o su reemplazo por otras nuevas de orientación combativa y clasista, un objetivo de preocupación permanente y alcance estratégico. Un movimiento de transformación profunda no puede asentarse sólo en los trabajadores asalariados, pero menos todavía pretender asignarles un lugar subordinado o directamente prescindir de ellos, so pretexto de los profundos cambios experimentados por el capitalismo en las últimas décadas. Se necesita delinear un programa que no se circunscriba a la formulación de objetivos estratégicos revolucionarios y socialistas sino que dé respuesta al “mientras tanto”, sin desvincularlo de los propósitos de fondo ni menos todavía dejar de lado estos últimos en aras de una perspectiva reformista. En esta coyuntura no puede haber otro punto de partida que la completa ruptura con el FMI y el no pago de la deuda con la que se quiere someter otra vez al país por generaciones enteras, como ya lo dijimos. A partir de allí un objetivo de elevada necesidad es plantear un proceso de “desmercantilización” de bienes y actividades que, llevado de modo consecuente, equivale a dar comienzo a un cambio profundo de las relaciones de producción. Los diversos aspectos sociales de atención irrenunciable deben ser rescatados de la lógica del mercado, en atención de las necesidades reales de la población y no de la demanda solvente. Alimentación, salud, educación, los bienes culturales fundamentales, energía, vivienda, no pueden ser intercambiadas por su valor de cambio, sino asignadas en virtud de su valor de uso. Su carácter es público y sus condiciones de acceso requieren ser establecidas por decisión popular y no por el juego de la oferta y la demanda. La expulsión del capital monopolista de esos enormes campos de negocios, que explotan a costa del bienestar e incluso de la vida de la mayor parte de la población, es un objetivo a complementar con el desafío de crear mecanismos de poder popular que impongan un rumbo beneficioso y viable a la administración de esos bienes. Lo anterior requiere desactivar la discusión superficial y engañosa en torno a la dicotomía “Estado o mercado”. El verdadero planteo alternativo es el de la propiedad colectiva de los medios de producción, como sustrato de la soberanía popular efectiva en la toma de decisiones. Ese conjunto implica ir contra el libre imperio del gran capital, desplegado por un Estado que le responde bajo envoltura “democrática” y encubierto por un supuesto “libre mercado”, que sólo existe en las falsas abstracciones orientadas a la explotación y el empobrecimiento de las mayorías populares. Debe sumarse una vigorosa vuelta a la discusión de la perspectiva socialista. Renovada, del siglo XXI, pero firme en la idea de que ninguna sociedad basada en la explotación y la alienación de las grandes masas puede proporcionar un futuro deseable para las clases subalternas. Esto es válido aún en relación a los diversos “progresismos” y nacionalismos que circulan en nuestro continente. 5) ¿Qué rol juega la institucionalidad democrática actual en la construcción de alternativas populares? Las instituciones de la democracia representativa tal como las conocemos habilitan una serie de posibilidades en materia de reconocimiento de derechos y de libertades, que no hay que menospreciar y mucho menos ignorar. El aprovechamiento de los vastos espacios que se mantienen abiertos mientras existe un régimen constitucional resulta insoslayable. Pero sin perder nunca de vista que esas mismas instituciones operan como una gigantesca maquinaria de impedir las construcciones políticas provenientes de las clases subalternas. En la América Latina de las últimas décadas una democracia liberal progresivamente empobrecida se ha convertido en el modo de “ejercicio normal de la hegemonía”, para utilizar la terminología gramsciana. Las elecciones libres y el funcionamiento parlamentario no impiden, al contrario, la entronización de políticas que tienden a desmovilizar y despolitizar a la mayoría de la población, apostando a que la apatía más o menos generalizada constituye una garantía para la estabilidad del sistema. Incluso en los últimos tiempos y en Nuestra América la deriva conservadora y hasta reaccionaria de esas instituciones se ha acentuado. Las grandes corporaciones despliegan su poder hasta el punto de hacer ostentación de su posibilidad de neutralizar propuestas políticas y hasta derrocar gobiernos en cuanto lo consideran conveniente para una mejor satisfacción de sus intereses. La voluntad popular expresada en el sufragio suele ver arrebatada su vigencia cuando la brújula de las clases dominantes les indica la búsqueda de instrumentos más expeditivos para la realización plena de sus intereses. Como consecuencia hay una fuerte desilusión con la democracia e incluso con la política en general. Este desencanto siempre marca la posibilidad de derivas no ya diferentes sino opuestas. El poder económico, político y cultural siempre jugará la carta de una “retirada” de la confianza en la política, que conduzca al predominio creciente de las opciones conservadoras, incluida la creación de “nuevas” propuestas de “gobierno fuerte” y “mano dura”. La disputa por los desencantados debe estar siempre en la mira de las propuestas de izquierda, que están condenadas a la derrota si se recluyen en las minorías militantes o de alto nivel de politización. La respuesta popular debe venir por el lado de concebir los proyectos de transformación no sólo como un conjunto de cambios socioeconómicos con eje en las relaciones de producción, sino también a modo de un salto cualitativo hacia una verdadera democracia, que haga saltar por los aires los escollos que nos coloca la democracia representativa. La convocatoria a una constituyente soberana puede ser una base para la transformación integral. El pueblo reunido en una asamblea que apunte a un sistema sustentado sobre la democracia directa, un poder que se estructure de abajo hacia arriba y dé lugar a la más amplia deliberación y descentralización de las decisiones. Todo con el objetivo central de poner en vías de realización un nuevo proyecto social que revierta las relaciones de explotación, alienación y marginación que están en la base de la sociedad capitalista actual. Cabe hoy el rescate de una antigua tradición que equipara el socialismo a la conjunción de las relaciones colectivas de producción y la autoorganización y autogobierno de las masas. Ninguno de ambos términos alcanza pleno sentido sin la conjunción con el otro. Nada menos que la instauración del socialismo sobre la base de una democracia plena puede constituir el objetivo último de un pronunciamiento popular de masas. Necesitamos la disposición integral a dar las batallas económicas, sociales y culturales que requiere el acercanos con posibilidades de éxito a esos propósitos. Y el atrevimiento de recuperar el nombre de revolución social para lo que no puede ser un acontecimiento puntual sino un proceso histórico, un cambio de época cuyos resultados de igualdad y justicia no puedan ser revertidos.* * Daniel Campione. Miembro de la dirección de la Corriente Política de Izquierda. Profesor universitario. Escritor.