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Bolivia y su salida al mar. La guerra por el salitre; un conflicto extractivista.

Un niño boliviano pidió a su padre, como regalo, que lo llevara a conocer el mar. Juntos emprendieron un viaje que parecía interminable. Al llegar a la costa y ver aquella inmensidad azul ante sus ojos, el pequeño le hizo un segundo reclamo a su viejo: “Papá, ahora enséñame a mirarlo”. Eduardo Galeano

 

El 1 de octubre, la Corte Internacional de Justicia (CIJ) con sede en La Haya, falló por 12 votos en favor de Chile contra 3 para Bolivia en el proceso judicial que venía enfrentando a los 2 países vecinos desde 2011, pero cuyas raíces históricas se remontan al siglo XIX.

En momentos en que ha vuelto a ponerse sobre la mesa la cuestión de la salida al mar de Bolivia, es bueno saber que tenía salida propia al Pacífico y que perdió ese territorio luego de la Guerra con Chile. Esta  fue uno de los tantos conflictos que desagarraron nuestro continente en interés del imperialismo, cuando sus estados estaban aún en formación. El conflicto no solo tiene como marco razones históricas, sino que fue utilizado permanentemente por las burguesías y los gobiernos nacionales.

La Guerra del Pacífico entre Bolivia y Chile constituyó  un acontecimiento  crucial en las características que adquirieron estos estados, y un elemento importantísimo para la penetración imperialista. El conocimiento profundo de las razones que originaron la guerra, puede abrir el camino para la comprensión de los reclamos históricos del pueblo boliviano.

La Guerra del Pacífico, que incluyó en un conflicto criminal entre 1879 y 1883 a Chile, Perú y Bolivia, tiene todavía hoy sus heridas sin cicatrizar, como demuestran los persistentes reclamos bolivianos de una salida al mar. Las verdaderas causas de esta sangrienta contienda, hunden sus raíces en el desigual desarrollo capitalista, estimuladas a un cruento enfrentamiento por las compañías imperialistas interesadas en apoderarse de los valiosos recursos minerales existentes en el desierto de Atacama y, en primer lugar, del entonces codiciado salitre.

Durante los dos primeros siglos coloniales, Perú y el Alto Perú se convirtieron en uno de los dos grandes centros del imperio colonial español, en virtud de sus riquezas argentíferas y abundante mano de obra. El auge de estos territorios, contrastaba con el abandono y la pobreza de Chile, colonia situada en el extremo austral, carente de recursos de exportación y escenario de las exacerbadas resistencia de los araucanos o mapuches contra los conquistadores europeos.

Durante el siglo XVIII esta situación comenzó lentamente a modificarse como resultado de la eliminación del sistema de flotas, las reformas borbónicas y la creación del Virreinato del Río del Plata en 1776, que dividió la jurisdicción de la Audiencia de Charcas (Alto Perú) al ya decadente Virreinato del Perú. Desde esa fecha, toda la apreciada región minera altoperuana centrada en torno a Potosí fue incorporada a la nueva estructura político administrativa con capital en Buenos Aires.

El nuevo virreinato recibió una salida al Pacífico a través del desierto de Atacama, por lo que Chile, que seguía dependiendo del virreinato con sede en Lima, fue declarado Capitanía General (1778). Aunque Chile fue durante toda la dominación hispana una colonia pobre y relegada, poco a poco fue emergiendo la extracción de minerales y la exportación de trigo al Perú, cosechado en las haciendas señoriales de su valle central.

La creación del Virreinato del Rio de la Plata y la apertura del puerto de Buenos Aires repercutieron en forma muy negativa sobre la economía colonial de Perú, que perdió el acceso al mercado de las provincias del interior rioplatense y los ingresos derivados de la minería altoperuana. Se acentuó el aislamiento de muchas regiones y se extendió la economía autosuficiente.

Las luchas por la independencia no alcanzaron a modificar en forma sustancial las relaciones económico-sociales de la época colonial. El  antiguo Virreinato de Perú se convirtió, desde 1810, en la espina dorsal de la contrarrevolución realista. Ello se debía no solo a la relativa fortaleza del aparato militar colonialista, sino también a las peculiaridades de su estancada economía, el peso de una sociedad con características feudales  y sobre todo al temor a los levantamientos de los pueblos originarios.

Lograda la emancipación de España por los ejércitos de José de San Martín y Simón Bolívar, y frustrados los intentos unionistas de los libertadores, fueron creados los nuevos estados independientes de Chile (1818), Perú (1821) y Bolivia (1825) sobre los límites político-administrativos establecidos por España en 1810.

La  marcha socioeconómica de los tres países  siguió un rumbo bien diferente al de la época colonial. Chile experimentó desde muy temprano un relativo despunte económico, fundamentado en las exportaciones agrícolas del valle central -trigo, harina, vino, charqui, cereales, de cobre y plata, esta última procedente del norte. Este crecimiento de su economía, que permitió cierto equilibrio institucional sobre bases conservadoras. Perú y Bolivia, en cambio, registraban una acelerada caída productiva y una larga miseria económica y social, junto con el caudillismo,   la anarquía política y la atomización regional.

Empezó  a dibujarse un nuevo tipo de dependencia; Inglaterra se fue convirtiendo en acreedora y principal suministradora de los bienes manufacturados,  extrayendo las riquezas naturales, y monopolizando el comercio casi por entero. Anticipadamente los comerciantes ingleses tejieron, sus intereses con la élite chilena, extendiendo sus redes por todo el litoral Pacífico de la América del Sur.  En estas condiciones dispares estalló la primera guerra de Chile contra Perú y Bolivia, estos últimos unidos en un solo Estado desde fines de la década del veinte; la  Confederación Peruano-Boliviana; esta unión se vio favorecida por la tradicional vinculación económico-comercial, cultural, étnica e histórica existente entre el Alto Perú y Perú.

Esta alianza  estimuló la antipatía de la elite chilena y los comerciantes británicos asentados en Valparaíso, que veían en el desarrollo viable de la Confederación Peruano Boliviana una amenaza a sus intereses.  Finalmente la guerra estalló el 26 de diciembre de 1836. La resistencia de los confederados, y su parcial éxito en la batalla de los Balcones de Paucarpata, llevo  a concertar un tratado de paz que estipulaba la firma de un nuevo acuerdo comercial entre la Confederación Peruano-Boliviana y Chile, y la retirada del ejército ocupante chileno.

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Molestos los conservadores chilenos con este tratado, destituyeron a su  gobierno y comenzaron los preparativos para otra invasión. La segunda expedición chilena contó con la estrecha colaboración de opositores al gobierno  peruano. Para derrotar a la Confederación, los chilenos estimularon las contradicciones que ahondaban desde dentro la unidad de Bolivia y Perú.

Luego de una terminante victoria militar chilena, se restituyeron por separado las débiles repúblicas de Perú y Bolivia, bajo la tutela del ejercito vencedor. Es importante destacar que  Chile no hizo ninguna reclamación territorial. En el desierto de Atacama, no habían aparecido todavía las riquezas que despertarían la codicia de la elite chilena y los empresarios británicos, preocupados por ahora solo por preservar su dominio comercial en el Pacífico.

Bajo esas favorables condiciones, Chile pudo perdurar su expansión comercial que permitió el progresivo aburguesamiento de la elite conservadora.  Hay que agregar la creciente importancia de la minería del norte chileno, debido al auge de las exportaciones de plata y cobre.  Chile se convirtió en el principal abastecedor mundial de este producto, que  atrajo a los inversionistas británicos. Este creciente poder  explica  que,  adquiriera cada vez más importancia la colonización chilena de Antofagasta y Tarapacá, territorios pertenecientes a Bolivia y Perú. En estas regiones, la burguesía de Chile, en íntima sociedad con empresarios británicos, fue invirtiendo sus capitales, trasladando en forma masiva trabajadores chilenos y apoderándose de los yacimientos salitreros.

En Bolivia, por su lado se realzaba el arraigado estancamiento económico, cuya cubierta precapitalista cancelaba cualquier perspectiva de desarrollo social y toda posibilidad de sacar provecho de su salida al Pacífico;  en cambio  Perú iniciaría en poco tiempo un vertiginoso despegue productivo; estos  avances sociales y económicos tuvieron que ver con la favorable coyuntura surgida a partir de las exportaciones del guano, de gran valor fertilizante.

Terminada gran parte de esta fuente de recursos, Perú se arrojó en una nueva etapa de inestabilidad política que lo volvió más vulnerable a las presiones desde el exterior,  tanto financieras,  como diplomáticas y hasta militares, ante esto  se expuso  frente a las presiones de los sectores dominantes chilenos, apoyados por el capital inglés. Las causas de esta pendiente tenían que ver con la ausencia progresiva de la favorable coyuntura guanera, manifestada  en la incapacidad del estado peruano  de  pagar las numerosas deudas contraídas. Para lograrlo, entrego los  contratos de consignación del guano a una sola firma privada de capital francés.

En la circunstancia en  que se va a desarrollar una nueva etapa del conflicto entre estos tres países, hay que ubicarla en los marcos de la primera gran crisis del sistema capitalista de 1873, que afectó a nivel mundial a los sectores agrícolas, industriales y financieros. En el caso de los países de Sudamérica, el efecto que produjo la crisis en la economía de países como Chile, Perú, y, en menor proporción, Bolivia, fue una suerte de depresión entre los años de 1876 a 1879.

Bolivia fue de los tres países el que más sintió la crisis económica, pues al ser un país atrasado y dependiente de los capitales peruanos y chilenos, tuvo menos margen de maniobrabilidad económica para manejar su crisis. En el caso chileno la crisis económica mundial generó consecuencias económicas, sociales y políticas que se manifestaron en la urgencia de avivar la guerra, pues la burguesía chilena tenía claro que la conquista de los territorios de Antofagasta y Tarapacá, era la mejor respuesta para superar su crisis económica.

Como expresa Luis Vitale, “Perú y Bolivia atravesaban por una crisis económica de estructura agravada por la crisis coyuntural de 1875-78. Sus clases dominantes entraron a la guerra no sólo para defender las riquezas salitreras amenazados por la burguesía chilena, sino también esperanzadas en que un resultado favorable les permitiría remontar la grave crisis económica y afianzar sus posiciones en el orden latinoamericano”.

En la década de los años 60 y 70, las empresas mineras bolivianas empezaron a tener un crecimiento significativo en su producción debido a la demanda mundial de los minerales. Esta situación generó tres hechos relevantes: impulsó la modernización de la explotación de los minerales con la introducción de tecnologías modernas; provocó la inversión de capitales nativos e internacionales, sobre todo en la explotación de minerales y el salitre. En palabras de Luis Vitale, “El proceso de penetración de la burguesía chilena en esta zona boliviana adquirió características de colonización no sólo económica, sino también política al lograr los chilenos ser designados para ocupar cargos en las municipalidades bolivianas”.

Aceleradamente se dañaban las relaciones con Chile por el control del nuevo fertilizante que desplazaba al guano en los mercados internacionales, el salitre. La nueva riqueza mineral se concentraba en el sur del Perú (Tarapacá) y el litoral Pacífico de Bolivia (Antofagasta), donde su explotación era dominada por empresarios chilenos e ingleses, también en territorio boliviano la penetración extranjera en el salitre era un problema;  los chilenos asociados a capitalistas ingleses  encontraron un terreno  favorable para su expansión. Llegaron a dominar la extracción del salitre y toda la actividad productiva y la infraestructura.

En esos escenarios los incidentes fronterizos se fueron aumentando;  el gobierno chileno se negó a reconocer la jurisdicción boliviana, extendiendo sus pretensiones territoriales hasta las salitreras. En 1866 se firmó un tratado de límites para compartir los valiosos recursos de la región, autorizando nuevas  concesiones que atrajeron la llegada de nuevos empresarios extranjeros.  En 1875, la situación económica de Bolivia se agravó como resultado de la caída estrepitosa de las exportaciones de plata y una onerosa deuda externa. En busca de una salida, el gobierno anuló la mayoría de las concesiones mineras otorgadas a las compañías chilenas.

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Tres años después el gobierno de Bolivia gravó las exportaciones de la compañía de capital ingles más importantes que operaba en su territorio. Esta con el apoyo del gobierno chileno, se negó a pagar el impuesto alegando que violaba lo estipulado por los tratados vigentes entre Perú y Bolivia. Ante las reiteradas negativas de la empresa, el gobierno boliviano dispuso que todos los bienes de la Nitrates and Railroad Company of Antofagasta fueran puestos en pública subasta, de manera que la venta de sus propiedades garantizase la satisfacción de lo adeudado.

Los tres países atravesaban una grave crisis económica que pretendieron resolver con los valiosos recursos naturales existentes en Antofagasta y Tarapacá. La explotación de la mayoría de estos yacimientos había estado en manos de empresarios chilenos asociados al capital británico hasta la puesta en vigor de las medidas soberanas de expropiación dictadas por los gobiernos de Perú y Bolivia en 1875 y 1879 respectivamente. La posesión del salitre, el guano y las demás riquezas minerales existentes en la frontera de los tres países fue la verdadera causa del conflicto armado que enfrentó a estas repúblicas hermanas.

El 14 de febrero de 1879 la provincia boliviana de Antofagasta fue ocupada por el ejército de Chile.  Ese día el gobierno de Bolivia debía poner en práctica las medidas anunciadas contra la compañía chileno- británica. El 23 de marzo se produjo el primer enfrentamiento sangriento entre Bolivia y Chile, pasado un mes, tras la declaración formal de guerra por parte del gobierno chileno, Perú entraba en la contienda.  Chile se apoderó del litoral de la disputada región de Antofagasta, despojando a Bolivia de su salida al mar.

Luego de varias derrotas sufridas por los ejércitos peruanos y la ocupación de parte de su territorio, el gobierno norteamericano ofreció al gobierno de Perú su interesada mediación a cambio de concesiones y la entrega del puerto de Chimbote, para establecer una base naval y carbonífera. De prosperar plan, Perú se convertiría en una especie de protectorado norteamericano.

El último periodo de la Guerra del Pacífico estuvo marcado por la tenaz resistencia popular peruana contra el invasor chileno, que trajo crueles represalias contra la población civil indefensa y la destrucción de las grandes plantaciones de la costa central y norte. Los verdaderos protagonistas de la defensa nacional de Perú a la ocupación chilena fueron las guerrillas o montoneras dirigidas por Andrés Avelino Cáceres, apodado el “Brujo de los Andes”. El núcleo central de estas fuerzas lo integraban las tropas indígenas y mestizas levantadas por Cáceres.

Cuenta Luis Vitale;  “La prolongada guerra de resistencia  tuvo una fuerte base de sustentación social en la movilización indígena. No lucharon contra el Ejército chileno por ‘amor a la patria’, sino que aprovecharon la disputa entre blancos para rebelarse, así como lo hicieron los mapuches, en pos de la recuperación de sus tierras. (…) Los levantamientos indígenas y las luchas de los guerrilleros rebasaron los objetivos fijados por la burguesía peruana en la guerra de resistencia. La clase dominante de Perú llegó a temer más a los quechuas y montoneros que al propio ejército chileno porque éste, en última instancia, garantizaba la supervivencia de la propiedad privada e impedía la ’anarquía’ social. En una convención de fines de 1882, en la que se aprobó el inicio de las negociaciones de paz con Chile, los representantes de la burguesía peruana declararon fuera de la ley a los montoneros”.

La guerra no solamente fue externa: contra el enemigo peruano, el enemigo chileno o el enemigo boliviano; sino que se dio, también, contra el enemigo interno: el campesino, el obrero, el cholo, el roto, el mapuche y el indio. Tanto en Chile como en Bolivia y Perú, la apropiación de las tierras indígenas por parte de las burguesías terratenientes representó una guerra interna que se desarrolló antes y durante la guerra del pacífico. Coincidentemente en estos países se obligó a los pueblos indígenas a vender sus tierras con el propósito colonizar las tierras más fértiles y aptas para agricultura privada, y al mismo tiempo, para liquidar la propiedad comunitaria.

Un nuevo gobierno peruano, presidido por el general Miguel Iglesias, firmó el 20 de octubre de 1883 el Tratado de Ancón, aceptando lo que todos sus predecesores habían rehusado: la cesión de territorios pertenecientes a Perú. Tarapacá fue entregada perpetua e incondicionalmente a Chile y se acordó que los chilenos ocuparan durante diez años las provincias de Tacna y Arica hasta que, espirado ese plazo, un plebiscito en esas localidades definiera su estatus final.

Como resultado directo de la Guerra del Pacífico, el área territorial de Chile creció de manera significativa a costa de la provincia marítima de Bolivia y las meridionales de Perú, que se quedó definitivamente sin Tarapacá y Arica, anexándose unos ciento ochenta mil kilómetros cuadrados muy ricos en yacimientos minerales. Pero en realidad, el único vencedor de la contienda fratricida fue el imperialismo inglés. Chile, el aparente triunfador en la guerra que desangró a tres países hermanos de Nuestra América, terminó traspasando las riquezas conquistadas a Perú y Bolivia a los capitalistas ingleses.

Para poner fin de manera oficial a la guerra, Chile y Bolivia firmaron primero, el 4 de abril de 1884, un Pacto de Tregua, seguido después por el protocolo del 9 de diciembre de 1895 y, finalmente, el Tratado del 20 de octubre de 1904, que dio a los chilenos la cesión definitiva y perpetua del antiguo litoral boliviano. El gobierno boliviano debió aceptar estas terribles condiciones ante la amenaza del ejército chileno que ocupaba Puno de proseguir su avance hacia La Paz.

Entre las incipientes burguesías nativas, boliviana, chilena y peruana, con sus propias contradicciones coloniales, enfrentando a sus poblaciones indígenas, aunque lo hagan en distintos contextos y de distinta manera, la que parece haber resuelto, para entonces, problemas de constitución de clase, es la burguesía chilena, en tanto que las burguesías boliviana y peruana, todavía se debatían en la ambigüedad de proyectos contrastados. Entre persistir en la dominación, latitudinaria y colonial, o transformar su dominación, modernizando sus relaciones de poder, proletarizando a su población.

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Los estados de Chile, Perú y Bolivia se constituyeron sobre la base de la explotación de los recursos naturales mercantilizables, en su momento; son estados estructurados para disponer del excedente y transferirlo al mercado internacional. Entonces el control del excedente va a ser la esencia de sus administraciones De los tres estados involucrados en la guerra del Pacífico, era indudablemente Chile el Estado que mejor se adecuó a la demanda del ciclo del capitalismo de la revolución industrial; no Bolivia ni Perú. Sin embargo los tres estados van a ser obligados a la batalla por el excedente, para satisfacer la demanda de la revolución industrial.

Recordemos que durante todo este proceso, Chile  no era nada más que la marioneta de Inglaterra, que ambicionaba el salitre de la región de Antofagasta y Tarapacá. Desde entonces Bolivia es uno de los pocos países sin salida al mar, y esa situación no sólo ha debilitado constantemente la formación estatal boliviana y fomentando la continua inestabilidad política que deriva de la pobreza de sus habitantes, sino que también ha alimentado chauvinismo en ambos países.

Una de las especificidades de Chile fue haber consolidado tempranamente un Estado que estimuló el despegue de una de las economías primarias de exportación más importantes de América Latina; otra particularidad fue haber tenido un temprano avance del capitalismo extractivista, con relaciones de producción salariales en la principal área de su economía, la minería, que revelaron el carácter capitalista del proceso en donde se formó una sólida y reaccionarísima burguesía local mediante la fusión de los terratenientes con el capital extranjero.

Por su parte la burguesía chilena está convencida que el recurso argumental último para arreglar este diferendo es la fuerza. En efecto, las fuerzas armadas chilenas (FFAA) se posicionan en tercer lugar en América Latina. Están marcadas por el nacionalismo, el chovinismo y el anticomunismo, de los que la dictadura de Pinochet las ha impregnado desde 1973 adoptando la Doctrina de Seguridad Nacional, forjada en las academias de guerra de los Estados Unidos. En efecto, la dictadura de Pinochet, que se prolongó durante diecisiete años, modificó profundamente la mentalidad chilena inoculando en el imaginario popular los  “valores” más retrógrados de individualismo y de chovinismo.

El  guano y el salitre fueron la fatalidad de Bolivia. Las riquezas naturales existentes en su territorio litoral, apetecidas por los grandes consorcios de Inglaterra y Estados Unidos, dejaron a Bolivia enclaustrada en el altiplano andino, convertida en una nación sin mar, aislada. De ahí el permanente reclamó a una solución justa, que contemple una salida libre y soberana al Pacífico.

El ciclo del capitalismo de la revolución industrial, bajo hegemonía británica, condicionó las economías de los países periféricos a circunscribirse a una división del trabajo internacional, a una geopolítica capitalista, que los condenaba a ser países extractivitas. No es pues inapropiado nombrar a la guerra del Pacífico como guerra por el guano y el salitre, como guerra extractivista; que  disputaban el excedente para satisfacer la demanda británica y europea.

La guerra del pacífico terminó en 1883 con el triunfo de Chile. Sin embargo, fueron los capitales ingleses y norteamericanos quienes al final de la guerra fueron los grandes vencedores de esta contienda, pues les permitió fortalecer sus objetivos de penetración y control económico en la región. No fue una guerra que benefició al hombre y a la mujer de a pie, sino que fue una guerra que favoreció, los intereses de las burguesías criollas, y sobre todo a los intereses del imperialismo.

Después de más de un siglo, la guerra sigue presente en el imaginario del pueblo,  las burguesías chilenas, peruana y boliviana, siguen usando los problemas limítrofes como un gran argumento para alentar políticas nacionalistas y discursos chauvinistas que postergan los intereses populares en favor de los proyectos hegemónicos de la clase dominante. En este sentido, el fallo de la Corte Internacional de Justicia de la Haya, no ha hecho otra cosa que relegitimar el rol de estos organismo internacionales sobre los estados, sin importarle los intereses de los pueblos y afianzando aquellos elementos patrioteros. Después de cinco años de litigio se vuelve a demostrar que el marco jurídico internacional no es más que un instrumento del poder, que se legitima a través de estos mecanismos jurídicos institucionales.

Es importante plantear la idea de que la superación de este histórico conflicto no pasa por la exaltación de las rivalidades nacionales entre ambos países, sino por estrechar la colaboración y solidaridad entre los pueblos. Una vez más esta historia pone de manifiesto la imposibilidad de la unidad latinoamericana sobre bases capitalistas. Cada burguesía nacional intenta sacar provecho  a costa de las demás y en conjunción con los diversos  imperialismos;  todas ellas son enemigas mortales de los pueblos de sus propios países. Las clases dominantes de Bolivia y Chile les interesa desviar la atención y la amargura de las masas hacia los odios y rivalidades nacionales.

La llamada, Guerra del Pacífico, no fue otra cosa que la Guerra del Salitre, impulsada por el imperialismo inglés para aumentar sus ganancias a costa de la extrema explotación de los mineros, fuesen éstos de la nacionalidad que fuesen. En esa guerra Bolivia perdió el mar por la fuerza de las armas; es decir, le fue arrebatado parte de su territorio ilegítimamente; en favor de una burguesía mejor preparada y aliada al capital internacional; sin embargo, el verdadero vencedor en  términos efectivos, fueron  los centros del sistema-mundo capitalista que aprovecharían los recursos naturales exportados. La burguesía chilena, se va a beneficiar con sus conquistas; pero, el mayor beneficiario es el capital británico, hegemónico en el ciclo del capitalismo de la revolución industrial.

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