ContrahegemoniaWeb

Apuntes sobre socialismo desde abajo y poder popular

La resistencia popular a Cambiemos ha mostrado enorme potencia

Presentamos una nueva entrega del dossier “Alternativas populares en debate” donde luchadores sociales e intelectuales críticos comparten su mirada, el análisis y su pronóstico para el ciclo de luchas necesario para una transformación profunda de la sociedad. Compartimos aquí las opiniones de Martín Ogando*

1) ¿Ve una posibilidad de eventual “vuelta” de gobiernos progresistas en Latinoamérica? ¿Qué implicancias o viabilidad tienen estos “modelos” hoy? ¿Se agotó el denominado ciclo progresista?

No comparto la tesis del “fin de ciclo” tal como ha sido formulada por algunos intelectuales. Creo que hoy América Latina es un territorio en disputa, una geografía donde el imperialismo, las grandes multinacionales y sus socios locales están desplegando una gran ofensiva contra los pueblos, pero el resultado final de esa batalla está abierto. Las burguesías están buscando cerrar un ciclo que fue de relativa recomposición de las clases trabajadoras, de recuperación de derechos y moderados avances para los sectores populares. Pero, desde mi punto de vista, esto aún no está consolidado, no está asentado en derrotas decisivas de nuestros pueblos en la lucha de clases, por ejemplo en Argentina. Entonces la idea del “fin de ciclo” funciona a veces como ideología, como herramienta para consolidar una mirada defensiva y desmoralizante en el movimiento popular: “estamos fritos, vamos a veinte años de gobiernos de derecha”.

Sin embargo, al mismo tiempo, es inviable una simple reversión de los gobiernos populares y progresistas del proceso anterior. En ese sentido hay un agotamiento del ciclo progresista tal cual lo conocimos. Y de hecho sin ese agotamiento es imposible explicar el ascenso o fortalecimiento de las derechas en muchos países de América Latina. Sostener la idea de volver el tiempo atrás termina siendo estéril y hasta reaccionario para las fuerzas populares. Está claro que las debilidades de los procesos populares no explican per se los retrocesos que hemos tenido, porque el enemigo también juega, ¡y con qué poder! Pero hay nudos que son necesarios abordar, debatir, para que cualquier proyecto popular por venir no tropiece con la misma piedra. Cómo afectar y desarticular los núcleos de poder real de la clase capitalista, tanto en el Estado como en la vida económica y social es la gran pregunta. Porque si no desarmamos esos dispositivos en los momentos de ascenso popular, es desde allí desde donde ellos preparan su contraofensiva. Y ahí los dispositivos de poder popular, de empoderamiento social real que los reemplacen son fundamentales. Todo esto es simple de decir pero tremendamente difícil llevarlo adelante, por lo cual es un gran desafío. Superar el horizonte neodesarrollista o el de un capitalismo nacional es un enorme desafío, pero es imprescindible si queremos romper nuestro espiral de dependencia.

2) ¿Qué caracterización hace del avance de gobiernos de derechas en los países de Nuestramérica? ¿Se puede hablar de una crisis de esos proyectos en la región y/o del macrismo en la Argentina?

Los gobiernos de derecha que avanzan en América Latina expresan de manera descarnada una ofensiva del capital contra el trabajo y del imperialismo contra nuestros pueblos. Es una ofensiva que se da en el marco de un capitalismo que supera de manera muy provisoria los efectos de la crisis del 2008 y que busca recomponer ganancias de manera muy agresiva. Lo que se busca es cerrar todo un ciclo político, modificar las correlaciones de fuerzas entre las clases que habíamos logrado mejorar relativamente a inicios del siglo XXI. Es una ofensiva que está orientada no únicamente a la aplicación de un plan de ajuste o a la redistribución de recursos hacia los sectores más concentrados del capital, sino a un disciplinamiento social más vasto y duradero. El objetivo es ambicioso y hay mucha determinación de clase para respaldarlo, pero las resistencias populares que tienen que sortear no son pocas. Yo diría que esos proyectos no están en crisis, sino que son “proyectos de la crisis”. Creo que son proyectos paridos de la crisis y que avanzan mediante la crisis.

En el caso de Argentina el gobierno de Macri ha gastando muchísimo capital político y tiene por delante todavía un ajuste monumental y la gestión de una crisis económica de consecuencias imprevisibles. Nadie podría hoy asegurar su reelección ni el éxito de su proyecto. Creo, más bien, que efectivamente no tienen plan B, y están jugados en un 100% al respaldo del FMI y Trump, y a la capacidad de disciplinamiento que la propia crisis puede ejercer. Argentina tiene un acumulado político, organizacional y cultural que está poniendo muchas trabas en el proyecto neoliberal. Creo que un fracaso de Cambiemos es una posibilidad real. Pero no hay que subestimar su capacidad de daño. Sobre todo porque gobierno y clases dominantes no son lo mismo. Si Cambiemos hace el trabajo sucio, y termina muy deteriorado como para ser competitivo electoralmente, los capitalistas no van a dudar en construir una salida peronista compatible con la continuidad del plan antipopular, con los elementos de moderación que sean necesarios.

Esta es la situación de Argentina, creo que es distinto en otros países y hay que evitar homogeneizar situaciones nacionales que son muy distintas. Pero en lo general, como decía antes, creo que la situación es más de transición que de estabilización de una ofensiva conservadora, por ahora. Han avanzado pero todavía no nos han derrotado. Hay muchos elementos de inestabilidad e imprevisibilidad en el escenario continental, elementos de crisis y hasta de descomposición en algunos estados nacionales, un nuevo mapa reconfigurándose a partir de la “era Trump”, tensiones geopolíticas globales cuyas consecuencias en América Latina recién estamos empezando a ver. Eso no implica desconocer que ellos tienen la iniciativa, que están a la ofensiva, que hemos perdido muchas posiciones y que vivimos tiempos peligrosos. Brasil constituye probablemente la derrota más significativa del movimiento popular en el siglo XXI latinoamericano. Esto tanto por la forma realmente desmoralizante en la que termina la experiencia del PT, como por la relativamente débil respuesta popular al golpe y la radicalidad de la ofensiva conservadora.

Además porque Bolsonaro parece estar actuando como develador de procesos más profundos vinculados a la crisis del neoliberalismo y de la propia democracia burguesa, a la descomposición de un sistema político y su potencial recomposición como sistema pos-hegemónico, con una gubernamentalidad que opera sobre la base de núcleos sociales autoritarios muy sedimentados. No tengo un análisis riguroso de todo esto, son nada más que impresiones, pero creo que hay algo grueso vinculado a la crisis del neoliberalismo y a la emergencia de derechas de tintes más autoritarios, que al mismo tiempo capitalizan ciertas frustraciones sociales mediante elementos discursivos antisistémicos. Hay que estudiar eso.

 

Es cierto que al mismo tiempo Bolivia, Venezuela y Cuba resisten, con muchas dificultades pero resisten. Son fortalezas asediadas y han perdido la capacidad expansiva que tenían en medio del auge del proyecto bolivariano, pero cumplen un papel fundamental para evitar la estabilización de la ofensiva capitalista. Y aparece el fenómeno López Obrador en México que expresa una centroizquierda bastante moderada, que indudablemente genera algunas esperanzas y muchos interrogantes, pero que aparece como contratendencia al avance de las derechas. El otro gran dato es la vitalidad que mantiene el movimiento de protesta en algunos países que gobierna la derecha, como es evidente en el caso de Argentina. Por todo eso creo que el signo general de la etapa está en disputa, está abierto.

Te puede interesar:   Nora Cortiñas: “La lucha de todos los días es la que forma ese andamiaje de la memoria, la verdad y la justicia”

3) ¿Qué actores sociales y diferentes proyectos políticos aparecen como alternativas al macrismo?

La resistencia popular a Cambiemos ha mostrado enorme potencia. Comenzó con multitudinarias movilizaciones en el 2016, en una dinámica que uno podría pensar que se desgastaría con el correr de los meses, y sigue hasta el día de hoy. Creo que este es un dato saliente: las características peculiarmente dinámicas y masivas  de la lucha de clases en Argentina. Esta resistencia no se articula alrededor de un único sujeto de lucha ni de un puñado de organizaciones sindicales o políticas, sino que se multiplica en infinitas manifestaciones de oposición al gobierno. Sin embargo, hay tres grande actores sociales que marcan el tono de la confrontación. Dos de ellos son muy novedosos, masivos y dinámicos.

La más impactante de todas es la tremenda marea feminista que atraviesa Argentina desde el “Ni Una Menos” en adelante. Se trata de un fenómeno mundial que ha alcanzado en nuestro país particular masividad, pero también mucha radicalidad en parte de su agenda de reclamos. Es social y políticamente transversal, y con un peso particularmente decisivo en la juventud de los grandes centros urbanos. Creo que falta mucho para que terminemos de entender y de presenciar hasta qué punto la “cuarta ola feminista” está trastocando absolutamente todo lo que conocimos: la política, los sindicatos, las formas de relacionarnos entre nosotres, el uso del espacio público, etc. Si bien perfora todas las estructuras políticas, el peso de una mirada antineoliberal y antiautoritaria es claro, sobre todo en el activismo feminista, que no arrancó con el NUM, sino que carga con un enorme recorrido simbolizado en los 33 ENM.

La segunda gran novedad emerge con fuerza en los finales del gobierno de Cristina, y es el movimiento de trabajadorxs de la economía popular. Si bien hay una base popular y una construcción barrial que emparenta a estas construcciones con las de lxs trabajadorxs desocupadxs de los noventa, hay innovaciones muy importantes. En primer lugar, son movimientos que consolidan su organización en épocas de relativo crecimiento económico, o en todo caso de cierto estancamiento que está muy alejado de la catástrofe social de la que emergen los MTDs en el pasado. La segunda gran novedad es la concepción gremial que sostiene su principal organización: la CTEP. Se parte de una certeza de que el 30 o 40% de laburantes que se sostiene en la llamada informalidad, la changa o el trabajo precarizado no va a ser incorporado nuevamente al trabajo formal, “en blanco”, incluso en ciclos de importante crecimiento del PBI. Entonces la economía popular es algo que llegó para quedarse y sus trabajadorxs necesitan un instrumento gremial propio para defender sus derechos y articular con las organizaciones gremiales tradicionales. La tercer novedad es el nivel de centralización en la representación del sector que alcanzaron la mencionada CTEP y el tridente de San Cayetano, con Barrios de Pie y CCC. Esto es un arma de doble filo. Por un lado, le da al sector una gran capacidad de presión y de movilización, pero por el otro lo somete potencialmente a los mismos dilemas de integración y negociación a los que está expuesto el sindicalismo histórico. No hay magia para evitar ese dilema, más que liderazgos honestos y comprometidos, y organizaciones que funcionen cada vez más democráticamente. En ese sentido, la organización que conozco más de cerca, el MTE (Movimiento de Trabajadores Excluidos), es un gran ejemplo.

Hay un tercer actor de la resistencia, menos dinámico y nada novedoso, seguramente, pero todavía muy poderoso: el movimiento sindical. Yo diría que la capacidad de paralizar el país con una huelga general es una peculiaridad que el sindicalismo argentino comparte con muy pocos pares alrededor del mundo. A pesar de que mucho del trabajo que se creó en el ciclo político anterior fue precario, de mala calidad, hubo un proceso de recomposición de las organizaciones obreras tradicionales. Su peso es muy fuerte, agrupan a sectores estratégicos de la producción, el transporte y los servicios, y es imposible pensar en derrotar al neoliberalismo sin su participación protagónica. En términos organizacionales hay muchas estructuras anquilosadas, mucho dirigente burocrático acostumbrado a negociar los términos de subordinación con el Estado y los empresarios, mucha pasividad. Uno podría decir que esos componentes priman en la conducción oficial de la CGT, que hoy parece en disgregación, y en los llamados “gordos” e “independientes”. Aún así la CGT se vió obligada a convocar a cuatro paros contra Macri. Por otro lado hay actores más dinámicos y confrontativos que vienen ganando mucho peso. Moyano y Camioneros, la CFT, también hay sectores muy burocráticos que sin embargo ahora están pasando a la oposición, como es el caso de SMATA. También sectores más combativos como Aceiteros u otros que forman parte de las CTA, como Subte, ATE o CTERA. Estos sectores que hoy están en una posición más confrontativa conforman un entramado fundamental para detener la ofensiva de Cambiemos.

Nada de esto se proyecta de manera demasiado directa en el terreno de las alternativas políticas. Hoy por hoy no hay correlación clara entre las calles y las elecciones. Lo que ocurre es que cualquier fuerza de oposición que busque derrotar a Cambiemos en 2019 va a tener que expresar o canalizar ese conjunto de descontentos, pero ahí no hay nada lineal, hay un laburo de traducción, de canalización, que hay que ver cómo se produce.

Dentro de lo que genéricamente se denomina oposición está claro que hay variantes que no son alternativas al macrismo, en el sentido que no expresan programas o proyectos demasiado distintos. Sin embargo, el campo de la oposición ha quedado ocupado centralmente por distintas variantes del peronismo, y está claro que ahí hay sectores muy pragmáticos que no se orientan en función de programa alguno, sino por el objetivo central de administrar el poder de estado y reproducirse desde ahí. Actores como Urtubey, Schiaretti o Massa han trabajado para darle gobernabilidad a Macri, y priorizan mostrarse confiables para el gran capital local y extranjero. Su juego político es bastante previsible. Si a Macri le va bien colaboran, se muestran como aliados y hasta evalúan integrarse a la alianza de gobierno. Si le va mal, como ahora, se muestra como una oposición razonable, exenta de peligros “populistas”, para ser el “plan b” del establishment. Esta opción se va a ir fortaleciendo si las cosas siguen como hasta ahora, aunque tienen un gran problema: carecen de votos propios. Eventualmente alguno de ellos pueden capitalizar ser el candidato que puede ganarle a Macri, pero hoy por hoy parecen arrancar muy de atrás comparados con Cristina Kirchner.

Te puede interesar:   Elecciones en Bolivia: redes, fake news y la política en lo digital

A diferencia de los anteriores, Cristina Kirchner se ha parado desde inicios del gobierno en una posición muy confrontativa. A pesar de aparecer poco, para tratar de resguardarse del desgaste y la polarización anti-kirchnerista que pretende imponer Cambiemos, Cristina quedó colocada como la referencia política más clara de los sectores más hostiles al gobierno. Sigue teniendo alta imagen negativa pero su potencialidad electoral mejora mes a mes en la medida que avanza la crisis económica y se deteriora la imagen del gobierno. En ese sentido es una figura de indiscutible potencia para confrontar a Cambiemos en el 2019, si es que decide presentarse. El kirchnerismo militante es una fuerza importante, que en general anima las acciones de oposición a Macri y cumple un papel valioso. Creo, sin embargo, que a veces transita entre la moderación programática y el sectarismo político. La idea de “vamos a volver” transmite una buena síntesis de eso. Pensar que los que volvemos “somos nosotrxs”, deja de lado algo evidente: que con eso no alcanza, que hay que incorporar a otros y otras que no se identifican como kirchneristas. Pero más importante aún, fija de manera estática el horizonte de posibilidades en lo que ya se hizo. Y la verdad que, en mi opinión, se hicieron cosas bien, pero también muchas otras mal, que incluso tuvieron que ver con el triunfo de Macri en 2015. Remarco esto porque hay una gran diferencia si el legado de la década pasada se pone en función de futuro, de aporte a un nuevo proyecto popular, o se queda en función de pasado, de identidad y reivindicación de lo hecho.

Finalmente está el FIT. Yo creo que la existencia del FIT es muy valiosa en muchos sentidos. Encarnan una militancia y referencias políticas que están jugando un papel importante en la resistencia. También creo que es valioso que exista un discurso público que critique las limitaciones la oposición sistémica y de las variantes de capitalismo nacional o redistributivo. Creo que el paso atrás es cuando eso lesiona las posibilidades de construir unidad. Y si bien en cosas puntuales o acciones de lucha el FIT ha morigerado sus elementos más sectarios, creo que en el terreno político eso es muy difícil que pase. Ojalá me equivoque, pero resulta difícil pensar en el FIT aportando en algún esquema que permita derrotar electoralmente al macrismo. Tendrá que discutir incluso si en estas nuevas circunstancias en válida y operativa la táctica del voto en blanco, que en 2015 no tuvo consecuencias relevantes, pero en 2019 podría tenerlas.

 

Las expresiones que provenimos de la izquierda popular o independiente ni siquiera constituimos hoy un espacio de referencia política, al menos a nivel nacional. Es evidente que sobre lo primero que tenemos que ser críticxs es sobre nuestras propias limitaciones. Nuestro espacio no sólo no tuvo la capacidad de proyectar valiosísimas construcciones de base al terreno político-electoral, sino que además se fue disgregando en el camino. Los vectores políticos más potentes en ese terreno, como es obviamente el kirchnerismo y en menor medida el FIT, nos fueron tensando y no existió la capacidad (o la voluntad) para sostener una estrategia propia. Hay un aporte muy importante en la economía popular, el movimiento feminista y el movimiento estudiantil, y muchxs militantes que están siendo protagonistas de esta resistencia y que tienen ahora el desafío de aportar a un nuevo proyecto popular y emancipatorio, superando la crisis de la que venimos.

4) ¿Con qué ejes políticos y con quienes debería articularse el movimiento popular para enfrentar a la derecha y poner en pie una alternativa anticapitalista? ¿Podría mencionar medidas y/o propuestas concretas?

Creo que lo primero que hay que tener en claro es que, en este contexto, son dos cosas distintas. Derrotar a la derecha y poner en pie una alternativa anticapitalista implican tiempos, tácticas y alianzas diferentes. Ambas cosas son necesarias, hay puntos de contacto, claro, pero son dos cosas que tenemos que poder diferenciar.

Yo creo que es central que Cambiemos pierda las elecciones en 2019. Es una medida de autodefensa de las clases trabajadoras y populares que todos y todas debemos ayudar a concretar. Para que eso ocurra son centrales dos cuestiones:

Primero, golpearlo ahora y en la calle. Por ejemplo movilizar masivamente e intentar evitar que se apruebe el presupuesto del FMI. Si ellos van avanzando con su ajuste, y en el medio van disciplinando, pueden lograr un escenario de triunfo electoral, pueden instalar el “somos nosotros o el caos”, como hizo Menem en el 95. Hay que golpearlos ahora, no se puede esperar a las elecciones, porque si no podemos llegar sin capacidad de respuesta popular. Por eso decimos que sin 2018 no hay 2019.

Segundo, hay que construir una unidad antineoliberal amplia, pero a la vez clara y efectiva, para derrotar electoralmente a Cambiemos en 2019. Falta una eternidad para saber qué configuración concreta puede tener eso, pero creo que el punto de partida es un acuerdo programático mínimo que suponga algunas rupturas elementales con la gestión de Cambiemos, por ejemplo romper el acuerdo con el FMI e imponer más carga fiscal a los que más tienen.

En relación a los nombres y espacios creo que todavía está muy abierto. El sistema político y de partidos en general está podrido. La política entendida como administración de lo dado, como el arte de lo posible, es una trituradora de buenas intenciones. El tema “corrupción”, más allá de su evidente y discrecional utilización política, es una expresión de eso. Y el dilema que tenemos es que en 2019 esos componentes viejos van a tener un papel importante. No es probable que vivamos en lo inmediato la irrupción de una fuerza por fuera del sistema tradicional de partidos. De esos viejos nombres hay algunos que se preparan como recambio-continuidad de Macri. Urtubey, Massa, muchos de los gobernadores peronistas son un obstáculo para una alternativa antineoliberal. Después hay otros sectores conservadores ideológicamente, parte de la vieja estructura del PJ, que por distintos motivos se ubican en una oposición más clara a Cambiemos. Estos seguramente tendrán que ser parte de un dispositivo ganador contra Macri, pero creo que no pueden liderar nada.

La figura de Cristina Kirchner puede cumplir objetivamente un papel muy positivo, por eso no estoy de acuerdo con una “unidad” construida sobre la base de su exclusión. Dentro del sistema político tradicional es la figura más confrontativa y que mejor sintoniza con una parte importante del campo popular con un discurso reformista antineoliberal. Si Cristina hace una convocatoria amplia, que no se ensimisma en la reivindicación de su propio gobierno y en la identidad kirchnerista, hay mucha potencia en juego. Si se presenta yo creo que habría que apoyarla. Ahora, creo que hay que hacerlo con autonomía política y organizativa, y desde una plataforma programática que plantee la superación de la experiencia kirchnerista de doce años, y no su mera reivindicación. Y esto no sólo por cuestiones estratégicas o identitarias, que nos separan evidentemente de su espacio político. Sino también por una cuestión muy concreta y práctica: el gobierno que asuma, sea cual sea, va a hacerlo en un contexto económico y social muy difícil, extraordinariamente condicionado. En esa situación, la existencia de pueblo organizado, de una fuerza social y política con capacidad de resistencia pero también de empujar en función de reformas no reformistas, de confrontar con sectores del capital y desbordar a un sistema político que está podrido es clave. La apuesta que nosotrxs estamos haciendo con Juan Grabois en la construcción del Frente Patria Grande va por ese lado. Vamos a construir un programa de emergencia con 100 medidas de emergencia para los 100 primeros días de un eventual gobierno popular. ¿Es un programa socialista? No, pero es una hoja de ruta para confrontar con los poderes reales que bloquean la democratización del Estado y de la economía. Hay que discutir el negocio de las grandes exportadoras, hacer una reforma impositiva integral, meterse con las grandes comercializadoras y el supermercadismo que encarece los productos, jodiendo a productor y consumidor, cortar el choreo de los servicios públicos privatizados y hacer una reforma política que vaya para el lado de la democracia participativa y la eliminación de los nichos antidemocráticos del Estado. Todo eso supone confrontaciones importantes y hay que estar preparadxs.

Te puede interesar:   Perón después de Ezeiza. Dos fuentes significativas

Lxs que tenemos un punto de vista anticapitalista tenemos que aportar de una manera u otra a este proceso sin ocultar nuestras banderas. Y claro que esto supone contradicciones, porque implica construir acuerdos con gente que piensa muy distinto y, peor aún, con estructuras muy conservadoras, que son partes del status quo que queremos combatir. Nadie puede decir hoy que en 2019 a Macri le puede ganar una opción de izquierda anticapitalista. No creo que haya que refugiarse en una construcción a largo plazo de un proyecto anticapitalista, sin aportar a la derrota de Cambiemos en 2019, mientras se juegan condiciones de vida básicas para nuestro pueblo. Pero tampoco creo que haya que claudicar de la necesidad de esa construcción anticapitalista, confundir táctica con estrategia y comprarnos el verso de que el único horizonte de posibilidad es el neodesarrollismo o el capitalismo nacional. ¿Es posible combinar las dos cosas, las dos temporalidades? No sé, pero creo que hay que intentarlo.

5) ¿Qué rol juega la institucionalidad democrática actual en la construcción de alternativas populares?

Es camino y obstáculo al mismo tiempo. Hoy ninguna fuerza popular de relevancia plantea de manera seria el acceso al gobierno del Estado por otros caminos que no sean la institucionalidad vigente. Es una descripción, no una valoración, y tienen que ver con muchas transformaciones que se han producido desde la década del setenta a esta parte. ¿En diez años puede cambiar? Sí, pero hoy es así. Todas las experiencias de inicios del siglo XXI, en América Latina y en el mundo, transitaron de diversas maneras la vía electoral. Ahí nos topamos con límites y potencialidades, y con dilemas nuevos que no logramos resolver. Yo diría que es importante utilizar la institucionalidad vigente para la construcción de alternativas populares, de mayorías. Pero hay que hacerlo sin ingenuidad.

En primer lugar porque tenemos conclusiones sacadas del ciclo de movilización de masas anterior: la potencia electoral estuvo muy vinculadas a la irrupción de nuevos sujetos en el escenario político, la mayoría de las veces por vía violenta. Aunque no siempre haya una relación directa, no hay kirchnerismo sin 2001, Evo sin guerra del agua y del gas, Chávez sin Caracazo y sin golpe, Correa sin insurrecciones indígenas-campesinas. Creo que no es casual que las transformaciones hayan sido más moderadas en países donde los progresismos no estuvieron antecedidos por acciones independientes de las masas sino que fueron contagio de una oleada más continental y agotamiento sin crisis terminal del sistema de partidos, como en Brasil, Uruguay o Chile.

En segundo lugar porque hay una experiencia hecha con los movimientos populares en el gobierno. A poco de andar fue evidente que el Estado capitalista es una barrera estructural resistente a cualquier transformación radical. Lo planteó bien Chávez, con mucha claridad: hay que desarmar el Estado que conocemos y a su lado ir construyendo un Estado comunal, basado en el poder popular. En la mayoría de los casos eso quedó en buenas intenciones y primó la lógica concentradora, centralizada y jerárquica del Estado capitalista. Y es lógico, porque no se trata solo de voluntad política, sino de que las fuerzas sociales para transformar estructuras tan resistentes al cambio son enormes. La movilización popular cristaliza relaciones de fuerzas en el Estado, consolida posiciones, pero cuando comienza a retroceder vuelven a primar los elementos de orden que son constitutivos de esta institucionalidad. Obviamente los pisos donde hubo reformas constitucionales y otras herramientas legales son mayores, por eso no es lo mismo Venezuela o Bolivia que Argentina o Brasil. Hay ahí una gran cuenta pendiente. Cualquier gobierno popular está obligado a rebasar esta institucionalidad burguesa, y generar una nueva, vinculada a los principios de la democracia protagónica, participativa y directa. No es fácil, pero es imprescindible.

En tercer lugar, como otras veces en nuestra historia, los sectores de izquierda y progresista terminamos más respetuosxs de la institucionalidad que los capitalistas. Como decíamos antes hay una avanzada de expresiones de derechas autoritarias y en cierto sentido anti-políticas, que muchas veces nos ponen en situación de defender la democracia. Creo que es correcto, porque por más limitada que sea, la democracia actual circunscribe márgenes de libertad para la organización de las clases populares. Tomar la bandera de la defensa de ciertos valores democráticos en momentos donde el capital parece cada vez más tolerante a los mismos es clave. Pero es importante no caer en una defensa formalista o “naif” de la institucionalidad democrática. Creo que el discurso “democracia vs. dictadura”, tan caro al progresismo argentino puede vaciarse hasta perder toda potencia. “Si la democracia no resuelve los problemas de la gente, qué me importa la democracia”. Este pensamiento es peligroso pero a la vez enuncia un núcleo de verdad. El vaciamiento de la democracia liberal, que cada vez más es una simple selección acotada de personal político, todo muy parecido entre sí, todo bastante condicionado por los poderes fácticos, va abonando el terreno para salidas posdemocráticas. Ese sentido común hay que disputarlo y no lo vamos a hacer hablando de la democracia en abstracto, sino organizándonos y disputando el sentido de “lo democrático”, de “lo político”. Y eso pasa por darle sustancia a la democracia y vincularla a transformaciones reales en la vida de la gente.

*Martín Ogando. Sociólogo, profesor e investigador de la Universidad Nacional de Buenos Aires, militante de Patria Grande.

Ilustración: http://florpinta.blogspot.com

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *