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Apuntes sobre socialismo desde abajo y poder popular

¿Qué clase obrera irá al paraíso? Las organizaciones populares en Argentina frente a la crisis civilizatoria del capital

Las clases populares hacen la historia pero no en las condiciones que eligen, podría haber dicho Marx en estos años. El tiempo que nos toca atravesar en los albores de este nuevo siglo nos pone como pueblo frente a la necesidad imperiosa de reflexionar sobre las formas que asume y asumirá nuestra lucha colectiva frente al avance criminal del imperio del capital.

 

 

 

«No busqué afirmación social, ni una vida acomodada, ni tampoco una vida tranquila. Para mí elegí la lucha. […] A la vida es necesario brindarle la elevación exquisita del brazo y de la mente. Enfrenté a la sociedad con sus mismas armas, sin inclinar la cabeza, por eso me consideran, y soy, un hombre peligroso» (Severino Di Giovanni, en su celda, horas antes de ser ejecutado. “Severino di Giovanni: el idealista de la violencia”, Osvaldo Bayer 2009)

 

“Creo, con toda ingenuidad y firmeza, en el derecho de cualquier ciudadano a divulgar la verdad que conoce, por peligrosa que sea”.

(Introducción de la primera edición de “Operación Masacre”, Rodolfo Walsh 2008)

 

I

 

Las clases populares hacen la historia pero no en las condiciones que eligen, podría haber dicho Marx en estos años. El tiempo que nos toca atravesar en los albores de este nuevo siglo nos pone como pueblo frente a la necesidad imperiosa de reflexionar sobre las formas que asume y asumirá nuestra lucha colectiva frente al avance criminal del imperio del capital.

A través de décadas de proyecto neoliberal en Argentina, las clases dominantes han conseguido configurar una nueva composición social y técnica del trabajo (Féliz 2018a, 2013). Acentuaron el carácter rentista y depredador del capital que extrae plusvalía en procesos de base extractivista, financiarizado, trasnacional y con orientación exportadora (Féliz y Migliaro 2018). El ciclo del capital en la economía argentina depende cada vez más de las demandas de los centros imperialistas (EEUU, Alemania), subimperialistas (como Brasil) y neoimperialistas (como China). Nuestro territorio se encuentra crecientemente subordinado a las pulsiones imperialistas; los acuerdo firmados con las potencias hegemónicas (EEUU, China, Rusia, Francia,…) en el marco del G20 en Buenos Aires dan cuenta de que nos enfrentamos a un nuevo reparto del mundo: Litio, Fracking, Soja, Uranio, IIRSA son los nuevos nombres de nuestra dependencia.

La plusvalía cargada con renta extraordinaria circula por la economía dependiente como un veneno que imposibilita un mítico desarrollo industrial periférico y acentúa la inviabilidad del capitalismo ‘en serio’ (es decir, del proyecto de neodesarrollo; Marini 1994): no puede superar el intercambio desigual de valor y multiplica la superexplotación del trabajo y la naturaleza como mecanismo compensador (Marini 2015; Féliz y Migliaro 2018). La superexplotación se coloca como eje ordenador de la reproducción ampliada del valor y la alienación.

La década larga del neodesarrollo no alteró ese patrón de organización social de la explotación del trabajo y la naturaleza, sino que lo consolidó como norma social, es decir más allá de las políticas estatales promovidas por las fuerzas de los partidos del orden (Féliz 2018b). La crisis transicional que se inició en 2008, y todavía atravesamos (Féliz 2016), opera como catalizador de las nuevas formas de superexplotación que el capital proyecta para nuestro futuro.

En estos momentos atravesamos la radicalización de este proceso que se enmarca en la crisis civilizatoria del capitalismo a escala planetaria (Mészaros 2008). Frente a la creciente dificultad del capital para garantizar su propia reproducción ampliada, los sectores dominantes multiplican las estrategias de fragmentación de la fuerza de trabajo, amplían las estrategias de explotación del trabajo y la naturaleza, exacerbando las formas más destructivas e irracionales de las mismas (Jipson y Jitheesh 2018).

 

II

 

A ritmos discordantes, las clases populares, la clase-que-vive-de-su-trabajo (Antunes 2003), o pueblo trabajador (Mazzeo 2007), han enfrentado y resistido estas transformaciones políticas y socio-productivas que producen otras tantas transformaciones en sus vidas cotidianas.

La configuración del poder al interior del pueblo que trabaja y lucha, ha sufrido alteraciones estructurales en las décadas pasadas. La precarización de las relaciones de trabajo en las fábricas y de la vida en los territorios, la conquista del tiempo vital por parte del capital (Vega Cantor 2012), los cambios en la estructura sectorial y regional del capital, y la prevalencia de la trasnacionalización y financiarización como fenómenos contemporáneos, han desplazado, multiplicado y diversificado los núcleos que podrían formar parte dinámica de una nueva recomposición del poder de clase.

El capital opera de maneras inesperadas buscando disolver el poder que las clases populares han construido a lo largo de su historia (Cleaver 1985). Es paradojal que sea el capital el que a la vez divide y unifica a las formas del trabajo humano con el objetivo de ampliar su capacidad de valorización. En ese proceso de unión/división/fragmentación, el trabajo colectivo útil transmuta en simplemente trabajo abstracto, cuerpo del valor. Cambian las dimensiones y la escala del proceso pero no su naturaleza: garantizar el control  de la vida colectivo de los pueblos a través del trabajo alienado, no libre.

Con ese objetivo en mente, el capital construye nuevas formas de producción y reproducción social que configuran a la vez formas de subjetivación novedosas. Nuevas formas de trabajo fragmentado y digitalizado crean modalidades de explotación que individualizan el trabajo y amplifican el control. A esto se suman formas de vida atravesadas por la financiarización (Caffentzis 2018), mercantilización y ‘privatización’ de la vida diaria. Por un lado, en la medida en que la vida cotidiana se torna cada vez más acelerada, más precaria, más ‘fuera del control’ de las personas, más se acentúa la presión hacia la ‘privatización/individualización’. Por otra parte, nuevas modalidades de uso/gestión/control de la fuerza de trabajo (por competencias, emprendedurismo, trabajo en equipo, subcontratación, etc.) fortalecen prácticas sociales individualistas. Además, los medios masivos de comunicación y las ‘redes sociales’ tienen un papel clave en este proceso:

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“el refugio de la intimidad permite eludir momentáneamente los mandatos despiadados de los procesos laborales o del pas de deux de la venta de la “apariencia”. La tecnología ofrece confort a este ser asediado y le concede esparcimiento, excitación planificada y narcotización hogareña en un mundo destemplado” (Ferrer 2011: 16-17).

 

III

 

Frente a este mundo alienado que propone el capital, el pueblo trabajador en lucha ha intentado recomponer políticamente (Cleaver 1985) su capacidad de impugnar ese proyecto societal. Ya hace tiempo no podemos hablar simplemente de ‘la clase obrera’ como formación unitaria. Seguramente nunca fue tal pero al menos lo fue en la caracterización teórica hegemónica en la izquierda como la conocemos. En la realidad, el trabajo -en tanto sujeto social colectivo, múltiple y diverso- ha mutado siempre en sus formas organizativas y en su morfología. A través de esos cambios ha buscado construir sus propias formas de producción y reproducción de la vida al mismo tiempo que enfrenta más eficazmente al capital y sus modalidades de apropiación del tiempo vital y de la naturaleza. La unidad del movimiento popular se ha dado siempre en las luchas, rara vez en las formas e instituciones (Casas 2010).

A lo largo del tiempo histórico las formas de recomposición política del pueblo han supuesto articulaciones cuyos nodos dinámicos han cambiado y siguen haciéndolo: en Argentina de los sindicatos tradicionales a los movimientos piqueteros; de los organismos de DDHH al movimiento feminista, de les trabajadorxs formales a les trabajadorxs de la economía popular. En las últimas décadas, la forma-sindicato cede protagonismo y también centralidad (Vicente, Deledicque, y Féliz 2009). La recomposición política de las clases populares supone ir más allá de las formas históricas de organización. Valorizando las tradiciones pero buscando evitar que ‘oprim[an] como una pesadilla el cerebro de los vivos’ (al decir de Marx 2003: 10), reconfigurándolas o creando nuevas formas que permitan resistir mejor y abran el campo a nuevas demandas sociales.

Las fracciones más precarizadas de la clase-que-vive-del-trabajo, los sectores piqueteros -hoy, organizaciones territoriales de la economía popular- forman parte esencial de esa nueva articulación. Por otro lado, el conjunto de las mujeres y cuerpos feminizados en los ámbitos más diversos del trabajo ‘productivo’ y en el trabajo de reproducción y cuidados, se ubican por sí mismas en una posición clave (Féliz y Díaz Lozano 2018). Ellas producen y reproducen el poder territorial (apoyado en la vida cotidiana) de la nueva clase-que-vive-de-su-trabajo (Dalla Costa 2009). Los pueblos y comunidades campesinas, originarias e indígenas lideran un creciente movimiento eco territorial que enfrenta a las fracciones más destructivas del capital extractivista. Por último, entre las fracciones que integran los núcleos del capital en la etapa actual, les trabajadorxs bancaries, en plataformas de distribución y en las ramas neoextractivas ocupan posiciones potencialmente disruptivas.

Cada fracción construye su poder en diferentes planos de la lucha social. Los sectores de la economía popular son capaces de interpelar al poder social del capital en las calles (Stratta y Barrera 2009). La capacidad de organizar articulaciones reivindicativas amplias, la potencia de la acción directa y la masividad otorgan a estas fracciones del pueblo la capacidad de producir efectos intensos en la cotidianeidad urbana. Las fuerzas sindicales más institucionalizadas -por su parte- aparecen como capaces de golpear el conjunto de la producción de capital, sobre todo en la medida en que actúan en articulación con los movimientos territoriales. Sin embargo, la burocratización institucional (separación de liderazgos/direcciones y bases) pone en riesgo la capacidad radical de la histórica forma-sindicato (Vicente, Deledicque, y Féliz 2009). Los movimientos ecoterritoriales están poniendo en cuestión las bases mismas del capital haciendo eje en la construcción y defensa del cuepoterritorio y en los límites de la explotación capitalista de la humanidad/naturaleza (Féliz y Migliaro 2018).

Sin embargo, es el movimiento feminista el que ha demostrado más potencia en la etapa actual: ha mostrado poder golpear, en un mismo acto, las bases de la reproducción social del sistema capitalista-racista-heteropatriarcal, contribuyendo a la configuración de nuevas subjetividades con potencial capacidad transformadora (Alfonso et al. 2018).

Todo lo sólido se desvanece en el aire: el feminismo enfrenta prácticas retrógradas en todas las formas institucionales existentes, aportando elementos concretos a desnaturalizar las imposiciones del patriarcado. Sus intervenciones masivas están creando una nueva conciencia en amplias capas jóvenes de las organizaciones populares, interpelando al movimiento popular de conjunto en sus prácticas machistas más arraigadas.

 

IV

 

Estas potencialidades no han pasado desapercibidas para los sectores dominantes. El cuestionamiento sistémico del movimiento piquetero y la economía popular, ponen en evidencia un sistema social que opera sobre la base del clasismo y racismo estructural. Por eso, de manera creciente este movimiento (integrado masivamente por mujeres, migrantes internacionales e internxs) es centro de ataques racistas y discriminatorios por parte de los sectores dominantes y sus medios de comunicación.

El propio núcleo de la clase obrera recibe ataques permanentes atravesados por un discurso meritocrático, cuyo test pasarían pocos de quienes lo sostienen. Con el discurso de la competitividad y el emprendedurismo, el capital pretende proyectar sobre el pueblo trabajador una subjetividad alienada, potenciando la conversión de la clase obrera en mero capital humano a ser explotado.

El capital extractivista mantiene una política de represión persistente y de baja intensidad a las comunidades y pueblos en lucha. Cada ves es más evidente la asociación delictiva entre en agronegocio y los mega proyectos (desde la minería a la energía hidroeléctrica) con las distintas escalas del aparato del Estado en la defensa del saqueo.

Por su parte, las luchas del movimiento feminista enfrentan la resistencia pero sobre todo los ataques asesinos de los fundamentalismos religiosos y los machos violentos. El freno a la ley de aborto seguro y gratuito, y la avanzada para frenar la implementación plena de la Enseñanza Sexual Integral (ESI), son botones de muestra que se imprimen sobre la sucesión de femicidios.

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En efecto, todo poder crea una resistencia, decía Foucault, pero esta es una operación simétrica y desigual: las fracciones dominantes resisten con violencia los avances del poder popular.

 

VI

 

Este nuevo pueblo trabajador, más precarizado, migrante, feminizado y joven enfrenta la fragmentación del mundo con prácticas aprendidas en el nuevo ciclo de luchas nacido de los años noventa.

La lucha ha creado nuevas certezas pero sobre todo nuevas preguntas y por tanto nuevos desafíos. En particular la lucha en la década neodesarrollista ha puesto en cuestión la relación entre las bases sociales de los movimientos, sus forma-constituidas y lideranzas, y las fuerzas políticas en el poder político (en el gobierno o en la oposición). En Argentina la forma-neodesarrollista del Estado logró integrar y normalizar, parcial y conflictivamente (Deledicque y Contartese 2010; Dinerstein, Deledicque, y Contartese 2008), las luchas populares en el estado en que emergieron de la crisis orgánica de 2001 (Dinerstein 2002; Bonnet 2006).

Haciendo la historia en condiciones que no eligen, estas nuevas clases populares se entrenan en la acción directa, en la lucha callejera, fuera del campo institucional. A la vez, aprendiendo del movimiento feminista, (re)crean maneras de vivir y luchar que ponen en el centro los afectos y los deseos. Estamos atravesando “un nuevo comienzo” (Dunayevskaya 2000). La clave está -nuevamente- en poder convertir el saber práctico, en reflexión sistemática, en fuerza material, en armas para la práctica crítica, sin la cual no puede enfrentar la crítica del poder (que siempre es -en definitiva- el poder de las armas, diría Marx) (Marx 1968).

 

VII

 

Pero nada será fácil.

El poder del capital se ha concentrado y su capacidad de daño multiplicado en las últimas décadas. La internacionalización y financiarización del capital en todas sus formas, y el desarrollo de las tecnologías basadas variedades de Inteligencia Artificial y algoritmos, cambia radicalmente la relación capital-trabajo.

Por algo hablamos de crisis civilizatoria del capital: está en crisis el patrón de reproducción ampliado en el plano ecológico y sociopolítico (Mészaros 2008). El gran capital trasnacionalizado circula por el mundo apropiando los bienes comunes y el trabajo colectivo sin miramientos; a su paso destruye comunidades y prácticas culturales (Cielo y Vega 2015), devasta el ciclo vital de la naturaleza y amplía su capacidad de deshumanizar (alienar) las relaciones entre las personas.

La “pedagogía de la crueldad” se convierte en la nueva forma de subjetivación dominante (Segato 2014). Este es el programa del G20: infraestructura para el saqueo y la destrucción de los cuerpo-territorios, privatización de la vida (desde las semillas a la gestación humana, “vida de diseño”), y vidas y trabajos mediados por la deuda, la mercancía y la incertidumbre.

Más que nunca el proyecto del capital es convertir nuestras relaciones interpersonales afectivas, deseantes, en relaciones cosificadas, ajenas.

 

VIII

 

La democracia burguesa es puesta en suspenso pues las fracciones dominantes del capital ya no pueden neutralizar a través de ella las potencias radicales del pueblo trabajador cuando lucha. La democracia formal se degrada en gestión, administración y niega la capacidad creadora del pueblo.

Históricamente, el capital nos a forzado a vivir bajo un Permanente Estado de Excepción (Benjamin 2005). En ese marco, la democracia formal sirvió como simulación de gobiernos legítimos bajo la dictadura del capital.

No más: vivimos la democracia como ritual electoral, ficción de la democracia. Se impone la ‘dictadura del mercado’, que es la autocracia del capital transnacional, bajo la mediación del capital financiero global. El más reciente acuerdo del gobierno argentino con el FMI supone la subordinación plena del Estado-nación a ese poder.

Aceptar el imperio del capital, la urgencia del ajuste sin plazos, nos condena a la doctrina del mal menor, de la cual nos prevenía Gramsci. Ese es el camino más simple, tal vez, pero el peor, el que conduce al recorte progresivo del horizonte de lo posible. El renovado ciclo de avanzada de las formas del facismo global son el resultado del fracaso del progresismo socialdemócrata. Cómo señalaba Ruy Mauro Marini la crisis del reformismo nos pone frente al dilema histórico: socialismo o barbarie, revolución social o contrarrevolución (Marini 1981).

 

IX

 

Caminamos por una cornisa: el espejo de Brasil nos debe abrir los ojos. La democracia liberal, aun en la precaria forma del Estado en el capitalismo dependiente, ya no es un límite al poder del capital. Es más bien, una nueva forma de su dictadura; al decir de Aldous Huxley, es la dictadura perfecta:

“básicamente una prisión sin muros en la que los presos ni siquiera soñarían con escapar. Sería esencialmente un sistema de esclavitud, en el que, gracias al consumo y al entretenimiento, los esclavos amarían su servidumbre” (Huxley 2004).

El pueblo trabajador enfrenta el desafío de recuperar, primero, la capacidad de empatía. Como sujetos debemos rechazar la pedagogía de la crueldad, y construir una nueva humanidad.

En segundo lugar, las fuerzas populares debemos recuperar la capacidad de interpelar al conjunto del pueblo, rescatando su autoactividad como práctica constituyente.

No hay atajos, ni opciones: debemos apostar y aportar a la construcción de una visión de futuro anclada en el presente, que suponga el protagonismo popular. Pero no como consigna, sino como práctica, pues será esa práctica la que -al decir de Rosa Luxemburgo- podrá transformar las conciencias (Luxemburg 1976).

 

Mariano Féliz[1]

 

Texto publicado en el Dossier “Marx y la Política” de la revista Periferias, año 23, número 26, 2do semestre 2018, pp. 197-208

 

20 de Noviembre de 2018: Seminario “MARX Y LA POLÍTICA. El legado de Carlos Marx a 200 años de su nacimiento: la fragmentación del movimiento obrero”

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Referencias

 

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[1] Investigador CONICET. Profesor UNLP. Integrante de la Sociedad de Economía Crítica de Argentina y Uruguay (SEC). Activista en el Movimiento de los Pueblos.

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