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Apuntes sobre socialismo desde abajo y poder popular

Colombia y Venezuela: la encrucijada

Hay acontecimientos en la historia aparentemente inconexos que están enlazados por una especie de hilo invisible que los une, si no en el origen de los hechos, sí al menos en la inercia de su desarrollo.

En 2016 llegamos a Colombia por tierra desde el vecino Ecuador. En esa hermosa tierra de grandes corazones pudimos sumergirnos en la realidad de las luchas campesinas; buceamos en la construcción del pueblo indígena Nasa, que logró una impresionante autonomía en sus territorios, con experiencias como su guardia indígena; nos acercamos al proceso de paz con las FARC; conocimos la realidad de las barriadas del extrarradio de Popayán a través de los vecinos que luchan por vivir con dignidad en medio del olor a coca cocinada en “lavadoras” caseras por el último eslabón de la cadena del narcotráfico; compartimos mingas campesinas y asambleas en comunidades afroamericanas. Pudimos al menos intuir el aliento de un pueblo de pueblos como el colombiano, que, tras décadas de guerra y de violencia, sigue ejerciendo el derecho a la resistencia en hechos aparentemente insignificantes como negarse a perder la sonrisa.

También nos dieron esos meses en Colombia para conocer otra experiencia única y extraordinaria. En el espacio denominado zona técnica de la cárcel de Bellavista, en Medellín, convivieron durante años un grupo de prisioneros políticos del Movimiento de Presos Políticos Camilo Torres Restrepo, miembros de la guerrilla del ELN. Hasta el pasado sábado. Ese espacio bautizado como `territorio de siembra de sueños, saberes y esperanzas´, nace cuando el prisionero Juan Carlos “Cuéllar” es contactado por miembros del gobierno del entonces presidente Álvaro Uribe para hacer de enlace en diálogos de paz con el ELN. Juan Carlos, dirigente con una larga trayectoria en las luchas campesinas del Cauca y posteriormente en el ELN, acepta con sus condiciones. Así nace un espacio de articulación política que tiene como objetivo incluir en la construcción de paz la participación de la sociedad colombiana. Van llegando otros presos. Armando, Jaime, Eduardo o Jairo, reciente colaborador de Vocesenlucha con sus escritos para el espacio Dignidad desde la prisión. Ese `territorio de siembra´ se convierte en un oasis político en medio del desierto yermo de la podredumbre política colombiana y en un oasis carcelario en medio de una prisión donde, pudimos verlo con nuestros propios ojos, las nuevas remesas de presos, carne de cañón de la pobreza y la exclusión, eran recibidos desde las ventanas enrejadas por los veteranos al grito de “gonorreas, bienvenidos al infierno”. Allí les espera el hacinamiento y la miseria. Los presos duermen desde debajo de las camas, amontonados unos junto a otros, hasta en hamacas improvisadas cerca del techo. En medio de ese lodazal donde el sistema envía los desechos de una sociedad en guerra hecha añicos, se va creando un espacio que rebosa dignidad por los cuatro costados. A ese espacio se incorpora un preso diferente, miembro de las autodefensas de Colombia, el famoso paramilitarismo creado por el gobierno de Uribe para defender los intereses de grandes corporaciones en contra del movimiento popular, del pueblo. Superadas las tensiones iniciales, ese nuevo preso se convierte en un compañero más del grupo. Para estar ahí hay que cumplir algunos requisitos. El estudio es uno de ellos. Los seis presos se reparten las tareas. Rotan la preparación de la comida o la limpieza de los espacios comunes. Allí llegan cientos de personas de movimientos sociales y de derechos humanos en un esfuerzo por construir herramientas y caminos hacia la tan deseada paz con justicia social. Durante el gobierno de Santos se instala la mesa de diálogo para la paz con el ELN, primero en Quito y posteriormente en La Habana. Juan Carlos Cuéllar y Eduardo Martínez en 2017 salen de prisión al ser nombrados gestores de paz. Su propósito es emprender la construcción de la participación de la sociedad desde los territorios. El proceso, con sus más y sus menos, avanza. Todo cambia con la llegada del gobierno uribista de Iván Duque. La cuerda se tensa. La mesa de diálogo se suspende. El proceso se congela. La guerra se intensifica en los territorios.

El pasado 17 de enero un carro bomba estalla en la Escuela de Cadetes de la Policía en Bogotá. 21 muertos, incluido el atacante, y más de 60 heridos. El gobierno culpa al ELN y pide a Cuba que entregue y extradite al equipo negociador de la guerrilla en La Habana. El sábado 19 de enero, el espacio de paz construido durante más de 10 años en la cárcel de Bellavista, es desmantelado. Un operativo del Cuerpo de Reacción del Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario (Inpec) acompañado de la Policía Nacional irrumpe en las instalaciones por sorpresa y se lleva a todos los reclusos. No se conoce el paradero de ninguno de ellos. Pasan horas hasta que se hacen públicos los destinos de los prisioneros, desplazados a diferentes cárceles del territorio nacional. Jairo Fuentes, nuestro colaborador, es trasladado a la cárcel de alta seguridad de Cómbita, en el departamento de Boyacá.

Una primera lectura de los hechos desde el atentado hace pensar que se trata de un nuevo falso positivo, un autoatentado del gobierno para justificar una arremetida militar e intensificar una guerra que podría salpicar la frontera con la vecina Venezuela en un momento de gran agresión internacional contra el gobierno bolivariano. En esa línea nos pronunciamos muchos medios y militantes. Sin embargo, el pasado lunes 21 el ELN reconoce la autoría. El proceso de paz salta por los aires. El dolor es inmenso. El desconcierto nos invade.

También en 2016, desde Colombia, atravesamos a pie la frontera por el puente de Cúcuta y llegamos a Venezuela, no sin algún desagradable altercado. Allí buceamos en algunos mares del océano de experiencias de construcción popular nacidas al calor del proceso que inaugura Chávez hace ahora dos décadas. Las juventudes, los niños, niñas y adolescentes trabajadores, fábricas recuperadas, experiencias campesinas de soberanía alimentaria, consejos comunales, mujeres organizadas, pobladores y pobladoras que construyen sus propias casas, cantores populares, consejos socialistas de trabajadores,… Venezuela es un laboratorio de poder popular. No damos abasto. Imposible aglutinar tantas experiencias. En esos días vemos, además, al pueblo movilizado permanentemente en la calle en defensa del proceso, de su proceso. Un proceso que por primera vez en la historia ha dado voz y nombre a los históricamente excluidos, esos que no contaban ni con cédula de identidad. Desde ese momento, quedamos más comprometidos que nunca con la revolución bolivariana. Nuestra tarea de comunicación queda ligada a la defensa de un proceso dirigido por el gobierno encabezado por Nicolás Maduro, pero que es mucho más que eso. Es la posibilidad de, luchando contra la propia institución desde la propia institución, levantar otra realidad donde las manos trabajadoras del pueblo sean partícipes de la construcción de su futuro. Es el proyecto de la comuna. Es el grito de “Comuna o nada” de Chávez.

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Defender el chavismo en tierras españolas no es fácil. La incomprensión aquí respecto a esta realidad va más allá del hábitat de la derecha. Sentimos un frío semejante al de un chimpancé en el círculo polar ártico. Para colmo, en los últimos tiempos, y por múltiples y complejos motivos, el proceso bolivariano ha venido debilitándose. Cada vez son más las voces de izquierda que se desmarcan. Cada vez son más las contradicciones. El gobierno venezolano tiene graves problemas a la interna. La corrupción y la burocracia son males estructurales en Venezuela pero resurgen con vigor en estos tiempos de crisis. Voces compañeras a las que respetamos hablan de pérdida de rumbo del proceso. El dolor es inmenso. El desconcierto nos invade.

¿Qué demonios tienen que ver las dos realidades que estamos describiendo? ¿Qué demonios tienen que ver los presos del ELN o un lamentable atentado en Colombia con la crisis en Venezuela?

Regresemos de nuevo a Colombia para intentar explicar, que no justificar, algunas cosas. Colombia viene padeciendo una guerra de casi seis décadas con más de 260.000 muertos y 5,3 millones de desplazados. Colombia, según el Informe anual de Front Line Defenders (FLD) es el campeón mundial de asesinatos a defensores de derechos humanos, con 126 muertos en 2018, muy por delante del segundo puesto, México, con 48 y del tercero, Filipinas, con 39. Desde 2014, según ese informe, se han registrado 1000 asesinatos selectivos de defensores de derechos humanos. La creación del paramilitarismo, una amplia organización de extrema derecha con tentáculos engarzados en el Estado, las grandes corporaciones y multinacionales con inversiones en el país y los carteles del narcotráfico, llegó para quebrar el tejido social y comunitario en Colombia, en una lucha contrainsurgente que ha complejizado y brutalizado la guerra. El proceso de paz con las FARC ha sido un desastre. El gobierno ha ido incumpliendo uno tras otro los acuerdos de mínimos alcanzados. Desde la firma de la paz han sido asesinados 85 miembros desmovilizados de las FARC. La ONU tuvo que pedir al derechista gobierno de Duque que reforzara “los esquemas y estrategias de seguridad para los excombatientes”. Algunos de los desmovilizados, ante el miedo, regresan a los montes en ocasiones ingresando a grupos criminales o narcotraficantes. Con las FARC retirada del escenario de conflicto, el movimiento social es criminalizado bajo la acusación del pertenecer al ELN. Los territorios que antes ocupaban las FARC quedan hoy bajo el control de los paramilitares, de bandas criminales, del narcotráfico y de las grandes inversiones capitalistas, verdadero objetivo de la paz para el poder hegemónico. No es baladí que muchas comunidades campesinas pidan al ELN que les protejan, que protejan sus territorios con su presencia. El Ejército de Liberación Nacional, guerrilla nacida en 1964 bajo el clima de violencia que asolaba a Colombia en los años 60 e impulsada por el triunfo de la Revolución cubana, se ha caracterizado por guiar su accionar por una firme ética revolucionaria. Salvo lamentables excepciones en un conflicto prolongado, el ELN ha respetado los protocolos de buena conducta en la guerra acordados en tratados internacionales como el Convenio de Ginebra. Camilo Torres, el llamado cura guerrillero, iniciador de la Teología de la Liberación en Colombia, ingresó a esa guerrilla después de afirmar aquello de “hay que preguntarle a la oligarquía como va a entregar el poder. Si lo va a hacer de manera pacífica lo tomaremos de manera pacífica. Pero si lo va a entregar de manera violenta entonces lo tomaremos de forma violenta”. Camilo murió en combate apenas empuñó las armas, en 1966. Otros sacerdotes, como los aragoneses Manuel Pérez, Domingo Laín y José Antonio Jiménez llegaron a Colombia y siguieron los pasos de Camilo. El cura Pérez, llegó a ser comandante del ELN y su impronta de casi 30 años en la organización es recordada como una importante semilla de ética revolucionaria en el accionar de esta insurgencia.

El carro bomba en Bogotá reivindicado por esta organización pone sobre la mesa demasiadas preguntas e inquietudes. ¿Cómo y por qué el ELN decide realizar una acción semejante? ¿Acaso se han vuelto locos? En el comunicado de esa guerrilla en su página web ELN Voces del 21 de enero, afirman que ante el pasado cese unilateral de la violencia por Navidad, entre el 23 de diciembre y el 3 de enero, el gobierno aprovechó “este cese para avanzar las posiciones de sus tropas de operaciones, ganando ubicaciones favorables difíciles de conseguir sin el cese. También bombardeó un campamento nuestro el 25 de diciembre, lanzando más de 12 bombas de centenares de libras de explosivos cada una, afectando a una familia de campesinos que estaba cerca de dicho campamento. La Escuela de Cadetes de la Policía Nacional, es una instalación militar; allá reciben instrucción y entrenamiento los oficiales que luego realizan inteligencia de combate, conducen operaciones militares, participan activamente en la guerra contrainsurgente y dan trato de guerra a la protesta social. Por tanto la operación realizada contra dichas instalaciones y tropas, es lícita dentro del derecho de la guerra, no hubo ninguna víctima no combatiente. Valoramos necesario que instituciones internacionales autorizadas den su opinión sobre el carácter de dichas instalaciones y el tipo de acción realizada. En nuestros campamentos, que ante cualquier descuido son bombardeados, también se capacitan combatientes y oficiales; por lo anterior, nosotros no hemos interrumpido, ni aminorado los esfuerzos por la paz, pues tenemos claro que estamos en una guerra, debido a que la clase en el poder ha reiterado que los diálogos deben ser desarrollados en medio del conflicto. El ELN ha insistido en pactar un cese bilateral para generar un clima favorable a los esfuerzos por la paz, esta propuesta ha tenido importante respaldo nacional e internacional, pero la respuesta gubernamental ha sido negativa”.

Regresemos de nuevo a Venezuela para tratar de explicar, que no justificar, algunas cosas. Venezuela, desde hace 100 años, con el descubrimiento del `oro negro´, se sustenta económicamente del petróleo. El campo queda abandonado. Todo se importa. El gobierno de Chávez comienza un proceso de transformaciones que pronto se pone enfrente a los grandes intereses internacionales, con EEUU a la cabeza. En 2002 el imperio da un golpe de Estado que se frustra por el apoyo del ejército y del pueblo en la calle en defensa del presidente legítimo secuestrado. Un gobierno de los trabajadores tiene el poder institucional.  Pero ¿quién maneja el control de la red de importación y distribución de alimentos? Grandes corporaciones como La Polar del empresario Lorenzo Mendoza, al servicio de la derecha local e internacional. Es ahí donde la guerra contra Venezuela encuentra su fortaleza. La estrategia es ahogarla, someterla al hambre y la humillación. Con la bajada de los precios del petróleo a nivel internacional la situación se complica. Chávez desaparece dejando un vacío inmenso en el pueblo venezolano. Maduro toma el relevo teniendo que enfrentar la etapa más dura del proceso. Guerra económica, guerra financiera, terrorismo, penetración del paramilitarismo colombiano, sicariato, asesinato selectivo, disturbios en las calles, violentas guarimbas impulsadas y financiadas por la derecha,… Una guerra psicológica. Una guerra “de espectro completo”, como así lo define la concepción de la estrategia de dominación de EEUU para el siglo XXI, con todos los aspectos de la vida penetrados por su doctrina militar. Es en esas circunstancias que al pueblo venezolano y al gobierno le toca construir un proceso revolucionario. El poder ha intentado tumbar el gobierno de Venezuela por múltiples vías. Son muchos los intentos de quebrar la Fuerza Armada Nacional Bolivariana.  Al no conseguirlo, la apuesta es ahogar de hambre al pueblo. Privarle de lo más básico. Humillarlo. Sin embargo el gobierno, a pesar de los pesares, de los errores y las contradicciones, sigue contando con el respaldo del pueblo en la calle. Así lo demostró hace unas semanas saliendo en contra de la estrategia injerencista y en apoyo a la toma de posesión de Maduro para el nuevo mandato presidencial, después de su victoria en las elecciones en 2018, la número 21 que gana el chavismo, de 23 procesos electorales, en 20 años. Un sistema electoral ratificado por organismos internacionales como uno de los más seguros del mundo, según el monitoreo de la Fundación del expresidente norteamericano Jimmy Carter. Países internacionales pertenecientes al grupo de Lima, creado expresamente para combatir al gobierno venezolano, entre los que se encuentran los gobiernos derechistas de Piñera, Macri, Duque o Bolsonaro, el lacayo de EEUU y secretario general de la OEA Luis Almagro o el propio vicepresidente de la administración Trump desconocen el gobierno de Nicolás Maduro, tildándolo de ilegítimo. Pretenden instalar un gobierno paralelo con el jefe de la golpista Asamblea Nacional, Juan Guairó como “presidente interino”. Este soldadito de la estrategia Trump ofreció “garantías” a los militares que se pongan “del lado del pueblo venezolano”. Es decir, que traicionen a su pueblo.

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El pasado lunes, un grupo de la Guardia Nacional Bolivariana se subleva en Caracas contra el gobierno. Miembros de las propias fuerzas armadas logran contenerlos y capturarlos. En un vídeo de esos momentos, un comandante leal intenta convencerlos de que depongan su actitud.  “Nosotros también estamos padeciendo lo mismo que está padeciendo todo el pueblo de Venezuela”, afirma un militar sublevado. “A lo mejor tienes razón, pero tienes que saber quién está detrás de todo esto”, responde el comandante. “¿Has escuchado los pronunciamientos de Estados Unidos? ¿Y eso no te dice nada?”. El apoyo de las fuerzas armadas al proceso bolivariano es fundamental. No olvidemos que el golpe de Estado contra el Presidente Allende en 1973, viene precedido por la decisión del general Prats de dimitir y, ante la pregunta de Allende de designar a alguien de confianza para sucederle, señalar a Pinochet. Ese error, como sabemos, le costó la vida primero al presidente y luego al propio Prats, como le costó la vida a miles de chilenos y como le costó la vida al proceso revolucionario más importante que ha vivido Chile en su historia republicana. Para que la historia no se repita, hoy lo que toca, a pesar de las contradicciones, es defender el proceso revolucionario en Venezuela.

El gobierno colombiano en la estrategia golpista juega un papel fundamental. Duque, desde el día de la toma de posesión de Maduro, lo desconoce oficialmente como presidente de Venezuela, promueve el grupo de Lima y respalda al autodenominado “Tribunal Supremo de Justicia en el exilio” que opera desde Bogotá.

En un reciente comunicado llamado “Llegó la hora de la limpieza social”, el “bloque capitalista y fronterizo colombo-ecuatoriano” de las denominadas Águilas Negras, grupo paramilitar colombiano, a raíz de un supuesto asesinato de un ciudadano venezolano a una mujer ecuatoriana, declara “objetivo militar a cualquier persona de nacionalidad venezolana que se encuentre en territorio colombo-ecuatoriano”, así como a las “organizaciones de derechos humanos”. Tal y como nos escribe nuestro compañero Ángel desde Venezuela, “esto es parte del plan no solo contra Venezuela sino contra América Latina. Los laboratorios de la guerra de cuarta generación están explotando la xenofobia como una manera de quebrar la identidad y memoria histórica de los latinoamericanos. Fue el plan que aplicaron en los Balcanes, en la antigua Yugoslavia o en el Congo africano con los conflictos tribales. De concretarse las amenazas de los paracos significaría que la reacción de los venezolanos aquí sería la venganza contra ecuatorianos, peruanos y colombianos que viven en Venezuela y que son millones. Ya en estos días han circulado vídeos y mensajes de malandros en Caracas que hablan de perseguir a los ecuatorianos y quemar sus negocios. Esto no es casual. La intención es quebrar lo que ha significado nuestra mayor herencia bolivariana, libertaria, anticolonial y antiimperialista”. Es frente a estos actores, y frente a un Estado que respalda a estos actores, que al movimiento social colombiano le toca construir una paz con justicia y dignidad. Es a este tipo de actores y de Estado al que la insurgencia lleva décadas enfrentándose, en una guerra despiadada.

Este 23 de enero de 2019, el señalado día D de la derecha en Venezuela, Donald Trump ha reconocido por las redes sociales al jefe de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó, como “presidente interino” de Venezuela. Éste, minutos antes, frente a sus seguidores en Chacao, barrio del Este de Caracas, con brazo en alto, invocando la Constitución bolivariana de Venezuela, esa que construyó el proceso chavista mediante una asamblea constituyente, jura “asumir formalmente las competencias del ejecutivo nacional como el presidente encargado de Venezuela, para lograr el cese de la usurpación, un gobierno de transición y tener elecciones libres”. ¿Adivinan en qué embajada se refugia Guaidó después de tan solemne juramento? La embajada colombiana le ofrece sus servicios. Está en marcha un golpe de Estado mediante una nueva fase violenta de un plan insurreccional tramado desde hace meses. Así lo evidencia un alto funcionario de la Casa Blanca, que recomienda al “régimen de Maduro” irse por las buenas. “Si eligen la ruta de la violencia, tendrá los días contados”, afirma. Esto anuncia brotes de violencia en los próximos días. El pueblo chavista y revolucionario hace circular mensajes llamando a la calma, a contrastar las informaciones, a no caer en provocaciones, a no dar excusas para desatar la violencia a una derecha cuyos métodos fascistas han ido desde instalar cables y degollar motoristas hasta quemar vivos a chavistas o gente que lo parezca.

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No corren buenos tiempos para las fuerzas de transformación popular. No corren buenos tiempos para la construcción de vida digna. Son estos tiempos de contradicciones. Son estos tiempos de guerra. Y todo indica que se avecinan tiempos de intensificación de esa guerra.

Hay algunos visos de esperanza. El gobierno de México de Manuel López Obrador reconoce a Nicolás Maduro como presidente legítimo, al igual que Bolivia o Cuba. No son los únicos. El apoyo de Rusia da dimensión geopolítica al conflicto. La Unión Europea, aunque reclama elecciones anticipadas a Maduro, evita reconocer al autoproclamado Guaidó. El “insigne” expresidente Felipe González, buen amigo del fascismo venezolano, pide a los gobiernos de la UE y de América que reconozcan al nuevo títere. Lo mismo los respectivos líderes del tridente de la derecha españolista. Nuestro ministro de asuntos exteriores, Josep Borrell, a quien le faltó tiempo para hablar de “golpe de Estado de un régimen neodictatorial” en Catalunya, en este caso guarda silencio. La esperanza, como siempre, la pone el pueblo chavista, que vuelve el 23 de enero a la calle en contra del golpe y en defensa de la unidad y del proceso. En un discurso frente a una multitud en Miraflores, Maduro rompe relaciones diplomáticas con EEUU y da 72 horas al cuerpo diplomático para abandonar Venezuela. “En este palacio presidencial hemos estado y estaremos con los votos del pueblo, que es el único que elige presidente constitucional de Venezuela”. El presidente pidió “a las Fuerzas Armadas máxima lealtad, máxima unión, máxima disciplina. (…) Comienza la movilización permanente del pueblo”. Vladimir Padrino, Ministro de Defensa de Venezuela, afirma en su cuenta de twitter: “Los soldados de la Patria no aceptamos a un presidente impuesto a la sombra de oscuros intereses ni autoproclamado al margen de la Ley. La FANB defiende nuestra Constitución y es garante de la soberanía nacional”. La cúpula militar también confirma el apoyo a Maduro. El escritor venezolano y colaborador de Vocesenlucha José Roberto Duque, comenta en las redes que “el monigote de los gringos ha anunciado un recibimiento “oficial” al ejército invasor disfrazado de delegación con ayuda humanitaria. Es una de las graves comiquitas que vienen. Se acabó el tiempo de las consignas. Somos objetivo militar”.

Después de la explosión del carro bomba en Bogotá, como dijimos, muchos pensamos que se trataba de un autogolpe, de un montaje, de un nuevo falso positivo. ¿Por qué pensar algo así? La hipótesis era que ese atentado, asignado al ELN, daba la excusa al gobierno colombiano para abrir un ciclo de militarización y de profundización del conflicto para el verdadero objetivo del poder económico: el control de los recursos naturales de suelo venezolano: petróleo, oro, gas y coltán. ¿Cómo? Una de las zonas más activas del ELN es la frontera de Colombia con Venezuela. Según ha instalado el poder mediático en la opinión colombiana, el gobierno de Venezuela estaría dando protección a esta guerrilla. Hace tiempo se viene especulando con la posibilidad de que el ejército colombiano, entrenado desde hace décadas por el Comando Norte de Estados Unidos, que experimenta su programa de contrainsurgencia en Colombia, ingrese en Venezuela creando un escenario de caos y conflicto. Esta acción del ELN podría servir de pretexto para ese plan. Es ese uno de los motivos que hace incomprensible lo sucedido.

Esa acción militar por un lado pone en bandeja al gobierno la decisión buscada de dinamitar un proceso de paz que estaba en la cuerda floja y por otro alienta los intereses geoestratégicos del imperialismo. Hoy vivimos una crisis de conciencia. El pueblo colombiano, cada vez más urbanizado, es presa de la manipulación mediática corporativa controlada por los dueños de la infamia. Lo vimos en el plebiscito de 2016. Es difícil pensar que acciones de este tipo vayan a contar con mucho apoyo popular. A pesar de todo esto, ¿por qué el ELN toma semejante decisión? No podemos compartirla. Aunque existan razones, es injustificable desde el punto de vista ético y desde el punto de vista estratégico.

Quienes defendemos comunicativamente el proceso bolivariano o la lucha en Colombia por justicia y dignidad desde un estado como el español, tenemos un difícil papel para lograr transmitir algo de sensatez en medio del ruido de la posmodernidad que ya no solo afecta a nuestras realidades. En estas tierras donde las conciencias han sido colonizadas y dominadas, donde el sentido común imperante ha sido tallado con aguja digital de precisión por el modelo neoliberal, es difícil trasladar ese otro sentido común de la lucha de realidades golpeadas por la guerra y la usurpación. Algunas decisiones de gobierno o de organizaciones insurgentes lo ponen aún más difícil. Pero seguimos. Seguimos no solo porque sepamos quiénes son los verdaderos enemigos de la vida digna, sino porque sabemos de qué lado estamos.

Defender el poder ensucia. Defender la lucha por la dignidad desde amplios movimientos insertos en una guerra de décadas ensucia. Porque las contradicciones y los errores nos salpican a todos. Rotas las comunicaciones, desconocemos cómo podrán sentirse los compañeros prisioneros políticos recluidos hasta el pasado sábado en la zona técnica del pabellón 16 de la cárcel de Bellavista, donde pudimos conocerlos y compartir horas de charlas, aprendizajes, almuerzos, cafés y risas, y que vieron derrumbarse en minutos, años de siembra de sueños, saberes y esperanzas.

Una vez más, expresamos todo nuestro apoyo al pueblo venezolano y al proceso bolivariano de Venezuela liderado por el gobierno legítimo de Nicolás Maduro. Ese pueblo chavista nos caló para siembre. De la misma forma, todo nuestro apoyo al pueblo colombiano y a su movimiento social. Ese pueblo luchador nos enamoró para siempre, esa guerra nos duele para siempre. Todo nuestro apoyo a la construcción de una verdadera paz con dignidad, justicia, soberanía y participación social en Colombia, Venezuela, América Latina y el mundo.

 

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