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Las mujeres que resiste al fracking

En la localidad de Allen, provincia de Río Negro, se explotan desde 2014 hidrocarburos no convencionales a gran escala, con el cuestionado método de fracturamiento hidráulico, más conocido como fracking. Esta zona fue netamente frutícola hasta hace menos de una década, actualmente se explota en ella uno de los cinco yacimientos de gas más grandes del país, y produce el 20 por ciento del tight gas que extrae YPF. Existen actualmente 130 pozos en producción y se proyectan 93 más en los próximos cuatro años.

Esos territorios son desde hace más de medio siglo lugar de vida de trabajadores y trabajadoras de la fruta asentadxs en las inmediaciones de las chacras, algunxs incluso lograron la tenencia formal de la tierra. Hoy se encuentran interpeladxs por la presencia de pozos de extracción de gas muy cercanos a sus casas. Eventos como derrames de hidrocarburos, explosiones, movimientos de suelo, emisiones de gases con fuertes olores, ruidos que alteran el descanso, polvo en suspensión por el tráfico pesado, transforman la experiencia conocida del territorio.

Existe evidencia documentada de los graves impactos ocasionados por el fracking en diferentes elementos del ambiente, en la salud de las personas y en los medios de vida de las comunidades, lo que provoca fuerte oposición entre quienes habitan los territorios próximos. En las movilizaciones y resistencias al fracking, la presencia de las mujeres aporta elementos singulares que hace que privilegiar sus voces sea una de las formas más integrales de conocer sus impactos.

Los relatos de las mujeres (1) que habitan desde hace décadas estos territorios suscitan un registro diferencial de género que da cuenta de concepciones distintas al concepto moderno y androcéntrico de “naturaleza”. Muestran percepciones más ligadas a las consecuencias de los impactos ambientales en la vida cotidiana y, por ende, mayor creatividad en las resistencias. Se explicita un punto de vista que toma distancia respecto del conocimiento socialmente ‘legítimo’ sobre el extractivismo.

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En esta nueva fase del capital, donde acumulación primitiva, reproducción ampliada y nuevos cercamientos representan una ecuación clave (2), desentramar las estructurales relaciones entre capitalismo y patriarcado nos abre a comprensiones fundamentales sobre los procesos en territorios ‘arrasados’. El patriarcado como estructura de dominación que construye una alteridad (mujeres y corporalidades feminizadas: niñxs, ancianxs) a la que vulnera de múltiples maneras. En la escena heterocapitalista con centralidad en los mercados, esa relación está atravesada por el objetivo de maximización de ganancias. La reproducción de la vida se encuentra invisibilizada, feminizada y privatizada en la esfera de los hogares.

El tipo de experiencia social que privilegia el extractivismo, como actividad expoliatoria, es masculina, heterosexual, blanca, de clase media, con rasgos de apropiación violenta de la “naturaleza”. El antropólogo Hernán Palermo afirma que la actividad hidrocarburífera produce una “manufactura de la masculinidad” en tanto “formas de comportarse como hombres” que tienen impactos hacia la configuración social más amplia que la propia actividad.

Abordar el extractivismo desde la epistemología feminista habilita la mirada sobre el continuum de violencias a los territorios y los cuerpos, aquello que la socióloga Mina Navarro (3) denomina ‘despojos múltiples’. Esa perspectiva amplía la lente a la expropiación de la riqueza susceptible de ser producida en los entramados comunitarios a través de otros vínculos y relaciones humanas (soberanía alimentaria, cobijo, etc.). Lo que se vulnera en definitiva es el acceso a los medios para la reproducción social, y nos parece relevante conocer cuáles son las formas que se siguen construyendo para hacerla posible, porque eso también describe la lógica extractiva. Es en este sentido, que Tzul Tzul (4), feminista guatemalteca, nos invita a preguntarnos cuáles son los procesos que implican, en territorios de despojo, hacer posible la vida. Esto es, cómo en medio de las agresiones y el despojo gestionamos el disfrute de nuestras vidas.

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Un primer núcleo de sentido que aparece en las voces de las mujeres es una trastocada experiencia del espacio cercano, donde insiste la vivencia de miedo y angustia, a raíz de la presencia de ruidos relacionados con la actividad, motores encendidos las 24 horas y vibraciones permanentes.

Un segundo núcleo de sentido expresa estas transformaciones en el territorio primario: el cuerpo. Las marcas que deja la experiencia extractiva en los cuerpos “otros” son múltiples e impactan con mayor fuerza en los cuerpos feminizados (mujeres, niñxs y ancianxs). En sus relatos se vuelven sistemáticas las afectaciones a la salud por cambios en la calidad del aire y del agua. Expresan aumento en la frecuencia de consultas médicas, del tiempo dedicado a cuidar a lxs niñxs y ancianxs y la consecuente  pérdida de trabajo asalariado por causa de la intensificación de los trabajos de cuidado feminizados. Son barrios donde en una parte importante de las viviendas las mujeres son sostén de hogar.

Un tercer núcleo de sentido cristalizado es la mercantilización de bienes comunes y la pérdida/vulneración de soberanía alimentaria. Hoy bienes básicos como el agua, algunos alimentos o la leña para generar calor, que históricamente estuvieron disponibles o eran intercambiados, se vuelven accesibles exclusivamente vía mercado o por ocasional asistencia estatal o empresarial, socavando la autonomía económica de esos hogares. Respecto de la soberanía alimentaria, es notable la lucha por seguir sosteniendo huertas y cría de animales, que forma parte de sus hábitos alimenticios.

De sus voces emergen politizadas las experiencias donde la resistencia consiste en hacer frente al proceso de exclusión y negación de la vida, en “poner cuerpo”. A la inscripción de una re-masculinización del ordenamiento del territorio a través de la presencia del sujeto “legítimo” encarnado en el trabajador petrolero extractivo, la sobrevivencia se juega en las estrategias que se libran en el ámbito reproductivo y desde ahí ponen en cuestión toda la matriz extractivista.

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Los puntos de vista situados de estas mujeres muestran que la capacidad de daño de una actividad expoliadora como el frackingimpregna todas las esferas de la vida. Nos devuelven la mirada de quienes —por haber sido históricamente responsabilizadas de la reproducción social— poseen un conocimiento vital y una memoria larga de las transformaciones a la vida que implica la matriz extractivista. Por otro lado, repone su presencia activa en las resistencias a la imposición de una nueva economía de las prácticas. La distinción entre ‘lo masculino’ predominante y dominante, y ‘lo femenino’ como forma ‘otra’ de conocimiento del mundo, emerge como distinción, como resistencia y como lucha.

(1) Galafassi, G. y Riffo. L. (2018) Del sueño de Cristóbal Colón al hoy llamado “extractivismo”. Revista Theomai N° 38 segundo semestre. Buenos Aires: Estudios críticos sobre Sociedad y Desarrollo.

(2) Palermo, Hernán. (2017), La producción de la masculinidad en el trabajo petrolero, Buenos Aires, Biblos.

(3) Navarro, Mina Lorena. (2012). Las luchas socioambientales en México como una expresión del antagonismo entre lo común y el despojo múltiple. OSAL Observatorio Social de América Latina Año XIII Nº 32. Buenos Aires: Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, p  149-172.

(4) Tzul Tzul, Gladys. (2015) Mujeres indígenas: Historias de la reproducción de la vida en Guatemala. Una reflexión a partir de la visita de Silvia Federici. Puebla, México: Bajo el Volcán, vol. 15, núm. 22, marzo-agosto, 2015, pp. 91-99. Benemérita Universidad Autónoma de Puebla

Fracking en Allen. Foto de Martín Álvarez Mullally

 

fuente:www.elcohetealaluna.com

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