ContrahegemoniaWeb

Apuntes sobre socialismo desde abajo y poder popular

El oficio que no se aprende más que oficiando

A propósito de “Elogio de la docencia. Cómo mantener viva la llama”, de Federico Lorenz (Paidós, 2019)

De la locura, de la necedad, de la pereza, de la lentitud, de la sombra… Innumerables escritos de los más variados géneros han sido publicados para destacar las cualidades y méritos de alguna cuestión que se reconocía subestimada y merecía ser redimida… o cuanto menos, para advertir a la ocasional lectora que arrojarse alegremente a los brazos de la Razón, de la productividad, de todo aquello que la modernidad occidental capitalista presentase como un valor, podría resultar perjudicial para la salud, tal y como reza una leyenda que debería aparecer en cada uno de los productos que ingerimos a diario.

Si hiciéramos caso a las representaciones que los grandes medios de comunicación construyen de la docencia, si la justipreciamos a la luz de las partidas presupuestarias que destinaron los sucesivos gobiernos—nacional y provinciales—,más de uno consideraría descartar el libro de Lorenz sin más. Es evidente: la educación y quienes se dedican a la docencia están tan devaluadas que la mayoría percibe sueldos prácticamente por debajo de la línea de la pobreza. Porque claro, para qué dedicarle presupuesto estatal a—gastar en— un sistema que hace agua por todos lados, que fracasa en su misión más elemental.

La necesidad de este libro puede resultar entonces autoevidente sólo para su autor. Arriesguemos: ¿será catarsis, una confesión y/o autoincriminación…?, ¿pedido de disculpas?, tozudo empeño en reincidir. ¡Una sátira…! Nada de ello. Federico Lorenz hace un llamamiento a quienes comparten su labor para transformarla en acto creativo, en un ejercicio de la imaginación, y dar batalla contra los personeros del sentido común reaccionario que destrata a la docencia, material y simbólicamente. Porque para ganar en la escena pública debemos hacer de nuestras aulas y escuelas la primera línea de batalla.

Te puede interesar:   Repudio a la represión en la provincia de Jujuy

La metáfora bélica no es casual. Federico Lorenz sabe de los peligros que acechan y por ello despliega una prosa potente, contagia una épica que se sirve de deliciosos pasajes e imágenes literarias para transmitir la estrategia. Se desnuda ante quien lee en pasajes autobiográficos de lecciones aprendidas a los golpes para ser coherente con su idea. La táctica enhebra gestos cotidianos, pequeños, necesarios. Confiesa en un pasaje: “éste es un libro escrito desde la indignación. Para convencer hay que estar convencido, así como para enseñar, hay que saber.” Es el santo y seña a la docencia resistente, conspiradora y disconforme.

Pertrechado de un puñado de verdades construidas a fuerza de transitar aulas y archivos, escuelas, bibliotecas y un Museo, se reconoce un anfibio: la posibilidad de dedicarse a la docencia a la par de otras labores intelectuales le ha permitido tener cierta perspectiva para sopesar fortalezas y límites de la labor docente. Condensa sus reflexiones sobre esta práctica sin recurrir, paradójicamente (o no) a libros de pedagogía. Es la literatura la que ilumina a través de preciosos epígrafes y referencias poéticas, potenciando un mensaje lúcido y esperanzador, con la intención de atizar el fuego de la pasión docente.

Lorenz dedica sus esfuerzos a realizar un estado de la situación en que la docencia argentina realiza su trabajo: precarización laboral, reprobación de la “opinión pública” (¿o de la publicada?), con escasos recursos didácticos, frente a una generación que está creciendo en el mundo virtual del eterno presente y de la posverdad. ¿Qué hacer? Arrojar la pregunta es ya un síntoma de saludable cordura. Renunciar a la inmediatez. Pensar. Proyectar, realizar. No se trata de un libro de autoayuda, no busca salidas individuales ni escapistas. Al contrario: se interna en el laberinto para enfrentar al Minotauro. Pero, ¿cómo?

Te puede interesar:   El negacionismo del terrorismo de Estado por otros medios: el Ejército en el laberinto republicano

La escuela puede ser trinchera porque, dice Lorenz, es el último espacio de sociabilidad y debemos aprovecharlo para desarmar las lógicas individualizantes, conformistas y egoístas. En el aula se despliega, si sabemos conjurarla, la potencia del acto dialógico. Levantar la mirada y buscar los ojos de quienes son nuestra compañía en la ruta y con quienes trabajamos cotidianamente. “Nuestra única certeza es que tenemos que enseñar a escuchar.” Y para ello, tenemos que practicar la escucha, tratar a cada estudiante como un igual sin renunciar, claro, a nuestra autoridad y sin dejar de reconocer la asimetría en la relación pedagógica.

Es importante, ciertamente, la formación disciplinar, el proceso de aprendizaje en institutos o facultades, las enseñanzas ejemplares de maestros y profesoras. Pero la docencia es un oficio que se aprende oficiando, en el aula. El autor comparte sus aprendizajes y certezas al identificar los tres elementos imprescindibles para dar clases: la humildad ante el saber de quienes están en el aula; la necesidad de reforzar las propuestas didácticas para volverlas interesantes y útiles para personas que viven situaciones muchas veces extremas; y reconocer que esas mismas personas son una cantera para preparar las clases.

¿Y todo para qué? Lorenz llama a recuperar “la escala humana” (el tiempo y el espacio), a fin de lograr que reconozcamos nuestra capacidad individual y colectiva de agencia, de transformar el mundo que nos rodea, neutralizando dos enemigos acérrimos del pensamiento crítico: el presentismo y la posverdad (ambos debidamente definidos en el texto).

Este Elogio de la docencia es un acto de vindicación. La docencia lo necesita. Es una tarea que precisa condiciones materiales y simbólicas que permitan que esta labor se despliegue y logre su cometido. El peligro acecha y estamos advertidas: volvernos indiferentes y cínicas para poder sobrevivir “a las pésimas condiciones de trabajo, a ambientes hostiles y a una tarea que en el presente debería ser considerada como de riesgo o insalubre”. Este libro recupera sin ingenuidad la dimensión artesanal, casi íntima, de la construcción de vínculos en las aulas. Empatía, sueños, diálogo y escucha, sensibilidad, generosidad, perseverancia, utopía, esperanza, son algunos de los términos bajo los que se despliegan los distintos apartados de este verdadero llamamiento a la lucha. Guerrilleros, llama a quienes se dedican a la docencia. Contra el tiempo, contra los malos gobiernos, contra nosotras mismas. Reconoce las dificultades de ir a contracorriente, pero la lumbre que avivamos cada día a través del ejercicio digno de nuestra tarea nos permite entrever en el horizonte que tenemos todo un mundo por ganar.

Te puede interesar:   A propósito del 25 de mayo de 1810

 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *